—¿El Gigante?... Va, deberíamos ir.
Eso respondí el año pasado a la propuesta de Daniel para los proyectos de este año. En la comodidad del gimnasio estoy dispuesta a escalar lo que sea. La realidad vendría meses después a nuestro regreso de los Andes cuando decidimos planteárnoslo realmente.
Analizamos las rutas e investigamos los topos de cada una de ellas y una cosa nos parecía clara: no teníamos el nivel. Era esta experiencia lo que necesitábamos para hacer realidad esas escaladas que rondaban en nuestras cabezas. Escalar en un lugar remoto, pasar hambre, cansancio y trabajar con una logística precisa, no sonaba diferente a lo que habíamos vivido durante nuestros viajes a las montañas. Pero escalar en roca 5.12 con fluidez sería más difícil. Teníamos cinco meses para subir nuestro grado del 5.11c al 5.12d.
El Gigante, cercano a su base, en la Barranca de Candameña, Chihuahua.
Fotos: Generación Alpina.
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Mucho tiempo creí que para escalar montañas altas y difíciles no era necesario escalar 5.12, pero la realidad era que justo esa mentalidad había frenado algunas de nuestros proyectos porque las montañas que anhelábamos exigían un alto nivel físico y técnico, además de experiencia. Así fue como El Gigante se convirtió en el pretexto perfecto para aprender y superarnos. Daniel Navarro, Juan Martínez, Adrián Alvarado y yo lo hicimos formal y comenzamos a entrenar con la imagen de aquella pared en nuestras mentes, alentándonos a forzar nuestros límites.
El equipo al pie del Gigante
¿Por qué El Gigante?
Un día me lo preguntaron. Estábamos revisando los últimos detalles para la escalada. Mi respuesta fue automática: “Porque es la pared más alta de México”. Me sorprendía que a casi nueve años de la apertura de una de las vías deportivas más altas y difíciles del mundo, tuviera tan pocos ascensos y ninguno femenil mexicano. La idea de ser la primera mujer mexicana en escalar El Gigante, me animaba aún más.
La vía que elegimos fue Logical Progression (Grado VI, 5.12d, 28 largos, 900 metros). La ruta tiene su historia porque hubo una gran controversia generada por su apertura: los armadores la rapelearon para equiparla y dejaron los bolts muy alejados y mal colocados en algunas partes; también se les acusaba de falta de ética y de no liberar la ruta. Un negro historial, pero decidimos ir.
Fabiola en plena escalada.
Un gigante en la cabeza y a la vista
Pronto nos vimos escalando 5.12 y después volando hacia Chihuahua, al norte de México. Un autobús nos dejó en el pueblo de Basaseachi seis horas después, en el entronque de las Estrellas donde debíamos bajarnos. Ya nos esperaba el señor Reynaldo en su troca y la música country a todo volumen. Nos llevó al Rancho San Lorenzo, ahí acampamos y nos presentaron a Don Raúl. Él nos llevaría por un camino seguro y más corto hasta la base de la pared, cuidaría nuestro campamento base y regresaría con las tiendas de campaña y equipo que no necesitáramos en la pared.
El camino corto resultó terminar tras siete horas porque con todo el equipo en nuestras espaldas, resultaba complicado avanzar rápido entre arbustos y cañadas. Pero al final, contentos y sudorosos, estábamos a los pies de la gran pared: El Gigante.
Enorme.
Fabiola en plena escalada.
Nuestra estrategia consistía en trabajar en dos cordadas de dos integrantes. Mientras unos escalaban y fijaban cuerdas otros costalearían agua, provisiones, portaledges (hamacas para gran pared) y equipo necesario para los vivacs. Alternaríamos los roles y así todos tendríamos lo mismo por hacer. La esencia del éxito de esta escalada sería el trabajo en equipo y la decisión de completar la ruta para salir por la cima. Una camioneta nos recogería en un camino de terracería cercano para llevarnos de vuelta al pueblo.
El Gigante está en la barranca de La Candameña. Arriba cae el salto de agua Basaseachi y más cerca de nuestra pared, la cascada de Piedra Volada. En el río hay hermosas pozas de agua y de ahí tomamos el agua que subiríamos a la pared.
Empaquetamos comida, chamarras, bolsas de dormir… sin sentirlo, el costal que llevaríamos a la pared estaba lleno. !Maldición! La falta de experiencia y la extrema precaución nos jugaba una mala pasada. Ni modo: a reevaluar todo de nuevo. Primero limitamos el agua. En esta temporada la pared está a la sombra casi todo el día, así que no tendríamos mucho calor. Después disminuimos las raciones de comida y al final la ropa de abrigo: sólo una chamarra de pluma. También dejamos una bolsa de dormir. Al final del día, teníamos un costal de pared más decente y nada raquítico.
En una reunión, viendo el progreso del escalador.
Al siguiente día nos despertamos temprano y ascendimos hasta la base de la pared donde ubicamos la vía, dejamos el costal y escalamos los cuatro primeros largos. Los rumores eran ciertos: las protecciones estaban muy alejadas entre sí. Al finalizar el día volé al escalar un pequeño techo y caí varios metros. Un golpe en la espalda que más que dolor me dio coraje y eso me hizo llegar hasta la reunión donde fijamos la última cuerda del día. Rapeleamos para pasar la noche en el campamento.
Comienza la escalada
Amaneció y comenzó el trabajo. Ascendimos por las cuerdas fijas hasta donde habíamos llegado el día anterior. No teníamos experiencia en gran pared y eso nos hacía ser lentos, sobre todo con el costal. Casi sin darnos cuenta, se hizo de noche. Ese día, el primero real sobre la pared, avanzamos tres largos más y armamos las hamacas a 210 m de altura. Fue una buena noche, despejada y con muchísimas estrellas. Al paso que íbamos tardaríamos una eternidad y aun no llegábamos al primer 5.12, que nos aterraba. Pronto depuraríamos nuestro sistema de ascenso y seríamos más rápidos. El cansancio acumulado nos ayudó a dormir.
Un tramo duro.
Comenzó el segundo día. Desarmar todo el vivac nos demoró casi dos horas. Avanzamos hasta llegar al famoso y esperado 5.12d. Afortunadamente no tenía tan alejadas las protecciones y, de hecho, estaba bien protegido. Sólo pude avanzar unos cuantos metros, luego lo intentó Daniel y al final Juan. Por fin, entre todos llegamos a la reunión. Ese día nos arrepentimos de no haber pospuesto El Gigante hasta que escaláramos 5.13. Valdría la pena. En ese momento era demasiado tarde para eso y veníamos por todo. Adrián, nos alegró con su buen humor mientras nos tendíamos de nuevo en las hamacas. ¡Y eso que había luchado en una travesía con el costal!
Pasaron los días y las noches. Avanzábamos poco: de cinco a seis largos por día. Mientras más subíamos había más travesías difíciles de costalear y jumarear, más techos, más dificultad, pero con un recorrido impresionante entre diedros, techos y grietas, vivacs muy aéreos y cielo estrellado en medio de un lugar increíble. La incertidumbre de todos los días, el miedo nuestro de todos los días. Y rifárnosla.
Lo más arduo de la escalada: subir el material.
La cuarta noche en la pared estábamos en el largo 20 con poca agua y casi sin comida así que decidimos limitar una vez más las raciones y tirarle con todo al siguiente día para recorrer los últimos ocho largos. Nos despertamos con el primer rayo de luz y concentrados en salir ese día, nos movimos con todo.
Juan y yo llegamos a la cumbre poco antes de oscurecer; Daniel y Adrián fueron los últimos en llegar, ya de noche, porque ese día traían el costal. Llamamos al rancho San Lorenzo para que fueran por nosotros en la camioneta pero la cumbre está rodeada de caídas y desfiladeros, así que nos recomendaron pasar una noche más en la cima y caminar con luz de día para encontrar el camino. Esa noche bebimos los últimos dos litros de agua que quedaban y felices pasamos una noche más, con una enorme sonrisa en el rostro por haber escalado El Gigante.
En uno de los vivacs en la pared.
El resultado
Cinco días en pared con 900 metros de recorrido y 28 largos; dificultad máxima: 5.12d. La primera mexicana en escalar la pared. Y mucho, muchísimo aprendizaje en la pared más alta de México: el Gigante.
La permanencia en la Cañada Candameña fue del 4 al 11 de abril del 2010. Agradecemos el apoyo de Centro Qi y Séptimo Grado para la realización de este viaje.
Al amanecer... una jornada más.
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