Ayer fui al Iztaccíhuatl con la idea de retomar el entrenamiento en altura. Habían pasado tres meses desde mi última visita ya que había decidido perseguir proyectos de escalada.
Pronto llegamos a la “Joyita” mis amigos y yo, apretamos los tenis y comenzamos a caminar lo más rápido posible y, a veces, a correr. La primera sorpresa que nos llevamos fue encontrar en la antigua “Joya” unas placas de concreto incrustadas en la roca mas grande. Las placas decían: “venado cola blanca, teporingo”, y más. Arriba unas mantas con la leyenda “no a las carreteras”. Como si el concreto y las telas colgando no provocaran impacto ambiental.
Letreros del Paque Nacional Izta-Popo: nadie hace caso de ellos.Fotografías cortesía de Daniel Navarro.Click para agrandarlas.
Más adelante comenzaron a aparecer cruces. Primero tres, luego una más, luego otras y de pronto una placa entre las piedras que decía, Los amigos de “no sé qué” (ya no recuerdo pero fue la que desató nuestra ira).
Pronto llegamos al antiguo refugio del Iglú que hace poco más de un año comenzamos a desarmar y que hemos bajado poco a poco. Este monumento a lo inservible, nos recordó lo que faltaba por hacer: llegamos al objetivo y comenzamos el descenso, pero antes tomamos algunas piezas del Iglú. No pudimos tomar más porque el desarmador y el martillo que estaban ahí —por si alguien se animaba a ayudar— habían desaparecido.
Pronto llegamos al refugio el cual también se ha convertido en una idea arcaica que solo fomenta la acumulación de basura. Entramos y llegó la pestilencia: comida echada a perder. La gente tiene la idea de dejar alimentos como si cada persona que asciende no llevara los propios. Éstos se van acumulando y se convierten en basura y en alimento para los pequeños roedores que ven afectado su entorno. Luego rayones y frases estúpidas en un lugar que se ha convertido en un basurero y en un reservorio de heces fecales.
La Joya comienza a ser invadida por placas y cemento.
La idea de desarmarlo se había pospuesto pero es hora de retomarla, ya que en un siglo donde la evolución del equipo de montaña, la facilidad de entrenamiento, la tecnología en alimentación deportiva y la información son suficientes y se encuentran al alcance de todos, este tipo de ideas deben desaparecer. En fin . Tomamos algo de basura y continuamos descendiendo.
A nuestro paso encontrábamos, más y más grupos que lentamente ascendían con sus pesadas mochilas y equipo nuevo mirándose para ver quién era el más “pro”. En medio del desfile ibanquedando botes de bebidas energéticas, envolturas y algunas pilas. Los recogimos y comenzamos a patear y desmontar placas y cruces. Pronto se llenaron las mochilas y faltaron muchas más...
Desarmando los restos del Iglú, para bajarlos de la montaña.
¿Acaso la gente no se da cuenta del impacto ambiental que ocasionan cuando las colocan? Las montañas no son cementerios y mucho menos rotondas de hombres ilustres. Ni basureros. No estoy en contra de que más gente vaya a la montaña y se difunda la actividad, pero en cada ascenso escucho y miro gente que habla y alardea de ser montañista. ¿Quién realmente lo es? ¿Quién realmente recoge su basura y ayuda a limpiar la montaña de lo que no tiró? ¿Quién realmente se preocupa por el entorno, lo respeta ,conserva y trata de mejorarlo?
¿Quién?
Llegó la hora de regresar la pureza y controlar el deterioro ya que cuando el ser humano toma un recurso no se detiene hasta que se lo acaba. Veo personas que pretenden salvar vidas con sus agrupaciones. Y a la montaña… ¿quién la salva? ¿Quién?
Ayer nosotros dijimos ”¡Ya basta!” Los demás ¿cuándo?
Basura bajada del Iztaccíhuatl.
Daniel Navarro está decidido a limpiar la montaña de basura.