El montañismo es considerado por muchos algo casi místico sin ver que su propia evolución lo ha llevado a tener muchas otras especialidades. Las críticas de los ortodoxos suelen tener muchas contradicciones y casi ningún sostén válido salvo su propia palabra. Este es un escrito llegado a nosotros como un sarcasmo que pone de manifiesto algunas de esas contradicciones.
No tiene nada de nuevo. Simplemente es que los montañistas no estamos acostumbrados a que tomen nuestro deporte (perdón, quise decir “nuestro sagrado deporte”) como broma. Menos como espectáculo. Porque, eso lo sabemos todos los que estamos en el medio, el montañismo es un deporte serio y que no necesita espectadores. Los espectadores le quitan la gracia, lo místico y lo etéreo que tiene el fascinante mundo de la montaña.
Porque la montaña es un mundo. Más que un mundo. Hay más montañas en el mundo que llanuras donde vivimos y aún ahí hemos podido vivir y desarrollarnos. Lo que haríamos en las montañas. Pero sin espectáculo, sin espectadores, sin competencia. No la necesitamos. No competimos unos contra los otros. Por eso no hay reglas.
Russian Climbing
Por eso es que el espectáculo no es nuevo. Sí lo es para nosotros, que no tenemos costumbre de ver aplaudan a quienes lo hacemos. No lo hacemos por aplausos, sino para sentirnos vivos. No lo hacemos por el reconocimiento de nadie, pero si hay un patrocinador que nos dé dinero por ello, no decimos que no, hay que ser sinceros. Pero de tener patrocinador a pasar a ser espectáculo, no.
Por eso los más tradicionales hemos rechazado motes como “hombre araña”, aunque a Cesare Maestri y a los suyos les hayan apodado las arañas. Uno bien puede ser una araña, sin problemas, que se lo digan los amigos, la familia, pero no el público en general cuando nos ven escalando y exclaman “el hombre araña”.
Para hombre araña, el tipo que sube y baja de una pirámide a saber donde con contorsiones que son para ser vistas y aplaudidas. ¡Qué va a saber él del verdadero placer de escalar paredes o montañas? Todo un acto circense, sin duda, pero no escalada como tal.
Parkour and freerunning
Claro que hay escaladores que han entrado en el espectáculo y eso muchos no lo toleramos. Incluso hicieron su propia federación internacional y hacen competencias. Dicen que pronto estarán en las Olimpiadas. Pero no pueden ser escaladores en el sentido amplio de la palabra: ni siquiera escalan en roca, sino en paredes de plástico. ¡Eso no es roca, no señor! Eso no es escalada. Lo que quieren es lucirse, recibir aplausos, premios, tener una muchedumbre que ni siquiera sabe lo que representa estar colgado a tres metros del suelo sólo de la punta de los dedos.
Para eso, mejor que se metieran a parkour, ese jueguito extravagante que está popularizándose ahora y que no es más que la preparación de los futuros asaltantes. Ya lo muestra la película de James Bond. Pero aún así es mucho más deporte. Claro que trepan por muros, pero tampoco es escalada. Es un show, un espectáculo. Hacen malabarismos, sí, pero no se dicen escaladores. Eso sí: es admirable cómo hacen ejercicio y ya quisieran muchos tener su condición física.
Pero los que hacen parkour tampoco podrían ser escaladores porque para ello necesitan tener el misticismo de la montaña. La montaña. Todo un mundo. ¿Cómo van a comprenderlo si no se acercan a ella con respeto y humildad?
El espectáculo… De la escalada dizque deportiva al hombre araña y luego al parkour. Claro. Cómo no. Eso no es escalada. Aunque me guste verla y aplaudirla y pensar que me gustaría recibir esos aplausos y tener las ganas de treparme como ellos e incluso de hacer parkour. Pero yo soy montañista, no un espectáculo.
Gente como yo comprendemos por qué los lamas no quieren que se escalen ciertas montañas sagradas. Claro, lo del Everest y el Kangchenjunga es distinto: son montañas muy importantes para nosotros y ellos debían entender que nosotros también respetamos a la montaña.
Parkour, hombres arañas o escaladores de plástico… no son nada. Para ello necesitarían hacer los 300 ascensos al Popocatépetl que yo tuve. Y hubiera llegado a más si no se cierra la montaña. O la expedición a la Esfinge (en Perú) en donde todos subimos por la pared. Todos, menos los que no quisieron subir por los 300 metros de cuerda fija que habían dejado los de otra expedición. Quizá esperaban que alguien les aplaudiera. Nosotros, los verdaderos montañistas, queríamos la cumbre. Eso sí es montañismo, no andar colgado de paredes de plástico.