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Montañismo y Exploración
Un presidente que impulsó el montañismo
27 septiembre 2008

Controvertido personaje, su faceta de político siempre ha predominado, pero su apoyo al montañismo fue decisivo mundialmente (primer ascenso al Fitz Roy y primera expedición argentina al Dhaulagiri). Olvidándose de controversias, Marcelo Scanu extrae de su historia lo que puede leerse de Juan Domingo Perón en el montañismo.







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Alfredo Magnani, uno de los expedicionarios de la célebre Primera Expedición Argentina al Himalaya describe de manera excepcional al andinismo y se puede llegar a una conclusión del porque el General Perón se apasionó con tan noble deporte.

Dice Magnani:

“El andinismo es un deporte que en su esencia no reconoce rivalidades, practicándolo el hombre se encuentra frente a la montaña, debe desplegar todos sus recursos para domeñarla con nobleza y no son admisibles en esta actividad el récord, la competición o la lucha entre los hombres que la practican. Por el contrario, los individuos deben aunarse en su esfuerzo común, porque la montaña suele ser un enemigo demasiado formidable para derrochar las fuerzas en luchas intrascendentes”. (Dr. Alfredo Magnani. Argentinos al Himalaya. Ed. Fluixa. Buenos Aires, 1955. Página 42).

Perón con Ibáñez y los integrantes de la expedición argentina al Himalaya

Por último —y para rescatar la esencia del amor de Perón hacia la montaña y a los montañistas— extracto varios párrafos del libro de Louis Despase donde se narra el encuentro de Perón con la expedición francesa autora del primer ascenso al Fitz Roy (Chaltén), aquel fabuloso obelisco granítico cuya esfinge adorna el escudo de la Provincia de Santa Cruz.

Dice Despasse:

El 20 de Diciembre, a las 10:30 de la mañana, la expedición íntegra se dirige a la Casa Rosada. Estamos un poco emocionados porque, dentro de breves instantes, seremos presentados al jefe de Estado, general del ejército Juan Perón.

Nos reunimos con el Ing. Hauthal, el Dr. Medina Olaechea y los Sres. Finó y Sadoun, encaminándonos entonces, al despacho presidencial.

Recibidos primeramente por el presidente de la Confederación Argentina de Deportes, Dr. Valenzuela, pasamos a las 11 de la mañana —hora fijada para la entrevista— a un amplio salón escritorio donde la luz del día entra a raudales por amplias ventanas.

Una persona en quien, inmediatamente reconocemos al general Perón, nos recibe con una cordialidad que, en verdad, nos desconcierta. Pero, luego de habernos hecho sentar alrededor de una gran mesa, él mismo nos explica: “Los recibo, no como jefe de Estado, sino como un montañés que desea charlar con otros montañeses, sin protocolo ni cortapisas.”

En efecto, el gral. Perón es andinista: como oficial de las tropas de montaña ha recorrido la cordillera de los Andes y asimismo conoce los Alpes, en particular las Dolomitas italianas, donde estuvo destacado en misión de estudios.

La fraternidad montañesa es realmente admirable y quizás única. Ella se extiende por encima de todas las fronteras y de todos los convencionalismos. El gral. Perón nos presenta esta mañana un ejemplo vívido y nos da una lección admirable.

El hielo del protocolo queda roto enseguida. Le hacemos partícipes de nuestros proyectos, de nuestras esperanzas y también de nuestras preocupaciones y dificultades, sin reserva y con total franqueza.

El, por su parte, nos habla de los Andes que tanto conoce, de aventuras y correrías en esas grandes montañas que estamos impacientes por ver. Nos muestra una piedra que, artísticamente montada como pisapapeles, decora su escritorio. “Es una piedra recogida en la cumbre del Aconcagua”, nos dice y dirigiéndose al Subteniente Ibáñez, pregunta:

—Subteniente Ibáñez, ¿cómo es eso de que usted, que ha subido 3 veces el Aconcagua, no tiene el Cóndor de Oro? (Nota: Es un distintivo.)

—Mi general. Yo estaba todavía en el Colegio Militar hace 4 años. No tengo aún los años de servicios indispensables.

—Es exacto —observa riendo el general.

Nos habla luego de los Alpes, que tantos recuerdos evocan en nosotros y que él conoce bien. Ante tanta gentileza y ante el calor comunicativo de sus palabras, nos sentimos totalmente dégelés (deshelados). El Presidente comprende perfectamente el francés y la conversación no languidece.

—Sin duda ustedes se extrañarán de ver a un jefe de Estado hablarles así —dice, riendo siempre—. En realidad, lo que pasa es que los presidentes no suelen ser montañeses ni los montañeses presidentes. Yo reúno ambas condiciones y una explica la otra.

Nos habla de la visita de nuestros compañeros Herzog y Oudot realizada meses antes y del interés con que escuchara el relato de sus proezas en el Himalaya.

—Quizás Argentina pueda pronto mandar también algunos trepadores para intentar esas cumbres.

Mientras conversábamos, el general Perón ha hecho concurrir a su despacho al subsecretario de Ejército, así como al Ministro de Transportes y les pide que, por vía de sus respectivos departamentos de Estado, tomen todas las medidas necesarias para proporcionarnos plena y eficaz ayuda.

—Conozco las dificultades contra las cuales van a luchar. Deseo que tengan nuestra máxima ayuda para alcanzar la meta. Nosotros asumimos la responsabilidad de su viaje horizontal, hasta llegar al pié del Fitz Roy. A ustedes les toca la del viaje vertical... Es la más pesada —agrega tornándose súbitamente grave. Fraternalmente nos prodiga entonces sus consejos y nos alienta:

—El Fitz Roy únicamente podrá ser vencido por medio de la cabeza. Si ustedes retornan victoriosos y se los deseo de todo corazón, daremos una gran fiesta... Si regresan vencidos, la haremos también —corrige inmediatamente, sonriéndose.

Juan Domingo Perón con la insignia del Cóndor de los Andes

La entrevista toca a su fin. Más de una hora ha transcurrido sin que nos diéramos cuenta y entonces, uno tras otro, con verdadero pesar, nos despedimos del General, admirando, al pasar, un hermoso cóndor embalsamado que decora su despacho y que le fuera regalado por sus compañeros de las tropas de montaña al asumir la presidencia de la República.

Estamos más confiados y más decididos que nunca. Frente a la amplia confianza que se nos ha dispensado y ante la valiosa ayuda concedida, sólo nos queda responder con una victoria.

En verdad, todos los medios han sido puestos a nuestra disposición y, en los momentos más críticos, esta poderosa ayuda, esos estímulos tan cordiales, nos darán nuevos bríos.

Louis Despasse. Al Asalto del Fitz Roy. Editorial Peuser. Buenos Aires, 1953. Páginas 44-47.

Perón apoyó dos expediciones al Volcán Llullaillaco (6,739 metros) en Salta, límite con Chile. En los años 50 este volcán, uno de los más altos del Planeta, era prácticamente desconocido. Con la ayuda del ejército argentino, un notable personaje, el as de la aviación alemana Hans Ulrich Rudel, ascendió dos veces a la cumbre donde se ubican las ruinas más altas del Planeta (Record Guiness).

Lo llamativo es que, durante la Segunda Guerra Mundial (donde obtuvo la máxima condecoración alemana por destruir más de 500 tanques, un crucero, un acorazado y 70 lanchas de desembarco) Rudel perdió una pierna y con una prótesis llegó a tan alta y difícil cumbre. El aviador, quien fuera prisionero de los aliados pero prontamente liberado por ser solo un combatiente, entregó a Perón una carpeta ilustrada con fotos de la expedición y de las ruinas incaicas de la ladera y de la cima. Recientemente, en el templo de la cumbre, se descubrieron tres momias de niños sacrificados por los incas, los cuales reposan actualmente en un museo salteño.

Existe una anécdota donde Perón es ejemplo de fraternidad andina. Corría el año 1942 y como Inspector de Tropas de Montaña estaba en su despacho de la Avenida Santa Fe, frente al Jardín Botánico. Se apersonaron allí los capitanes Serrano y Salinas quienes buscaban información sobre un trabajo relacionado a la montaña. Lo debían presentar en la Escuela Superior de Guerra donde eran alumnos. Perón los atendió muy cortésmente y con su vasta experiencia, prácticamente les hizo el trabajo entero, quedando los capitanes muy agradecidos por tanta deferencia.

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