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Montañismo y Exploración
Laguna de Tamiahua

Mares de México reinició el día 1 de mayo en el puerto de Tampico. Esta vez Carlos Rangel recorre en solitario los restantes 500 kilómetros que terminarán en el Puerto de Veracruz para finalizar el Atlántico mexicano. Por el momento ha llegado a Tamiahua, el pueblo donde finaliza la laguna costera más grande del estado de Veracruz.







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Día 2

En La Ribera me encontré con dos detalles que cambiaron completamente el viaje: el primero, que había olvidado mis mapas en casa. Bueno, de alguna manera me las arreglaría preguntando a la gente. Claro que perdería el control sobre cuánto me faltaba para un sitio en especial, pero si contaba con la gente, seguro que tendría información, a veces demasiada, como para confundirme.

El segundo detalle fue que todos a quienes pregunté, me recomendaron irme ribereando por la barra, cuando yo tenía pensado ir por la costa interna para encontrar gente. “¡Qué va!, gente encontrará por todos lados. Hasta pueblos enteros hay” Y no debía irme por la otra ribera porque en este tiempo el viento sopla del sureste y la “marejada” es más alta de este lado que del otro. Allá va a dar más vuelta, pero sin viento, será más tranquilo.


Y heme ahí, siguiendo la otra orilla. Una vez, por probar, pasé a la otra banda. El aire era fuerte y me costó mucho mantener una dirección y mucho más regresar. Ya no lo haría más. Por la tarde estaba fresco aún y remé hasta tarde. Casi al anochecer pedí permiso de dormir en dos sitios pero en ambos me dijeron que no podría quedarme porque no estaban los dueños. La barra completa es parte de varias propiedades privadas.


Terminé en la Barra de Tampachichi, muy cerca de donde están dragando para abrir un canal hacia el mar y que entre más camarón para la pesca porque la parte norte de la Laguna se está quedando sin ella.


El hombre de alrededor de 70 años casi no escuchaba y cuando le decía algo lo hacía casi gritando, lo que hizo muy difícil la comunicación, pero dijo lo suficiente: hacia dónde seguir.




Día 3

El tercer día fue más difícil. El viento sopló con más fuerza y me cansé más rápido, así que me detuve en Los Morales. Ahí, varios hombres me hacían la seña de que me acercara y, cuando llegué, se divertían en grande. Habían pensado que ya tenía mucho tiempo bañándome en la laguna y muy lejos de la orilla, que nomás sacaba mis manos del agua para hacer señas, pero cuando estaba lo suficientemente cerca, vieron el kayak.


Si para ellos fue alegría, para mí fue preocupación pues si ellos, puestos en tierra y desde un muelle, no lograban verme con claridad, ¿cómo podrían hacerlo los múltiples lancheros que pasan continuamente por la Laguna?


Pasar la tarde en Morales fue una delicia: comer sandía hasta hartarse, recibir consejos de entre amigos, hablar del brasileño (hasta aquí supe su nacionalidad) y de todo. Y luego de una cena ligera, a dormir en una casa sólo para mí. Esto lo lamenté pronto, pues me la pasaba más fresco dentro de mi tienda de campaña que en la casa. Y sin mosquitos.


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