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Montañismo y Exploración
PUENTE SOBRE AGUAS TURBULENTAS
15 julio 2003

Siempre es una experiencia única dormir en el corazón de la tierra, en la oscuridad más absoluta, con la zozobra y emoción por estar ahí, con miles de toneladas de roca y tierra sobre nuestras cabezas.







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EL TIEMPO Y SUS ABISMOS

Desde lo alto del estacionamiento de Cacahuamilpa contemplábamos en silencio la salida de Dos Bocas, es decir, el lugar donde se juntan en uno solo (llamado Amacuzac) los ríos Chontacoatlán y San Jerónimo al salir de sus respectivas cavernas, y se distinguía claramente lo que nos habían dicho los lugareños: el San Jerónimo venía revuelto, de color café rojizo, por la fuerza inusual que las lluvias de los recientes días habían provocado, mientras el Chonta salía de color transparente, con menor cauce y fuerza. Eso bastaba para tomar la decisión, pues además nunca habíamos recorrido el San Jerónimo, ni habíamos encontrado a los amigos que sí lo conocían, quienes habían salido hacia allá unos minutos antes que llegáramos. Decidimos entrar al Chonta. Con todo, no podíamos evitar una sensación de desencanto, que disimulábamos con las frases de rigor, "no importa, ya habrá oportunidad", " también es precioso", etc.

En eso estábamos cuando llegó al estacionamiento de las grutas
un amigo que no esperábamos, y al platicarle de nuestra decisión de entrar al Chonta, y nuestro proyecto fallido de ir al San Jerónimo, nos animó a hacer equipo con él (y cuatro amigos más: dos chavas y dos chavos) para ir al San Jerónimo y atravesarlo por nuestra cuenta, pues de cualquier manera él ya conocía el río, ya que lo había recorrido (una vez, el año pasado).


LUZ DE LUNA


Así que contratamos el pago de la camioneta que nos dejaría en el borde de la carretera, para iniciar el descenso por un sendero entre bosquecillos de selva baja, cantando a la luz de la luna, hasta que llegamos a un paraje plano, al que seguía una barranca y de repente ya no había camino. Seguimos por la barranca hasta que fue imposible continuar, regresamos, reencontramos el camino, vimos restos de basura, parecía que hasta ahí íbamos bien, pero en algún punto el camino se extinguía, ya no había por donde seguir. Tomamos la dolorosa decisión de regresar por el camino hasta antes del paraje plano, después de que nuestro guía nos confirmó, no sin un poco de pena, que en realidad no recordaba haber estado ahí nunca antes. Lo malo es que en todos lados había indicaciones de senderos que bajo cierta mirada benévola parecían auténticos caminos, pero en algún punto se iban disolviendo hasta desaparecer.

Anduvimos así perdidos una hora quizá, hasta que usando cierto instinto deductivo, observando el terreno, concluimos que debía haber un camino a la izquierda que nos llevara a la entrada del río... y sí, tras una búsqueda extensiva en esa zona encontramos un camino, aunque un poco desconfiados por saber si era el verdadero, lo seguimos hasta que nuestro amigo empezó a ver algunas evidencias de que era el camino correcto, y de repente estábamos caminando a un lado de una barranca, como lo había predicho, y más adelante un tramo de enormes rocas, luego un paso expuesto por una pequeña pared de roca, más descensos por gigantescos bloques de piedra, el rumor del río que nos llegaba a los oídos con fuerza y un poco más adelante, sonido apagado de voces y las luces de las lámparas de otros grupos que ya estaban en la entrada, alistándose para ingresar al río.


RÃ?PIDO Y FURIOSO

Viene muy revuelto..., No, orita es mejor el Chonta... Ni modo, no era para hoy... Y yo que no sé nadar... Río San Jerónimo, sólo para expertos... Vamos, yo ya lo conozco... Ha llovido mucho para este lado... Ya tocaste el agua? Está helada!... Me ajustas el bote?... Entramos a las once, faltan 20 minutos... Traigo suficientes pilas?... Esperamos que entren primero ellos!... Is going to be a morning after?... A ver si no se moja mi ropa de cambio... En verdad será tan difícil, tan peligroso?... Y cómo quedaría el Cruz Azul...?, Me da miedo el agua.... Sale, ¿listos?.... ¡Vámonos!

Las primeras tribulaciones ocurrieron al entrar al río, cuando nos sostuvimos en cadena, pero con el agua a la cintura y la fuerza de la corriente que amenazaba derribarnos y arrastrarnos, tambaleantes pasamos del otro lado y entonces, evaluando la situación y al pensar que habíamos sufrido de más en el primer cruce del río, me di cuenta que iba a ser un largo fin de semana. Más adelante avanzamos un rato sostenidos a la pared, sumergiéndonos en algunos tramos, hasta que encontramos un descenso en pequeña cascada que no había otra posibilidad de sortear sino arrojándose de resbaladilla al pequeño rápido y cayendo en una profunda fosa que diluía la fuerza del río. Esa fue la primera fosa de quizá 12, 15 que habríamos de cruzar en todo el trayecto, y nos sirvió para perder un poco el miedo a la fuerte corriente, que busca su propio cauce, a veces con inusitada turbulencia, pero regularmente termina desembocando en remansos tranquilos.


LA NOCHE DE UN DÃ?A DIFÃ?CIL

Serían las 12.30 de la noche (¿noche?). Llegamos a un paraje donde había un grupo de tal vez 20 personas durmiendo a la luz de fantasmales velas, un sitio de extraña quietud, donde había ropa tendida por doquier y cuerpos envueltos por sleepings y cobijas, placidamente secos y descansando. Uno de ellos se distinguía de los demás, quizá debido a que era el único despierto, demasiado nervioso y emocionado para conciliar el sueño, pues era la primera vez que se sumergía en una caverna, según dijo. Fue refrescante la algarabía con que nos recibió, saludándonos con una sonrisa y una atención inusuales, algo extraño, como con muchas ganas de platicar, como un amigo al que te encuentras y le da gusto verte y te recibe con una alegría genuina.

Nos despedimos de nuestro nuevo amigo para continuar sufriendo con la corriente un rato más, descifrando pasos seguros a través de los rápidos, por zonas de enormes bloques rocosos a un lado de la corriente, donde hay que pasar escalando, o por fosas donde flotábamos y nos relajábamos un poco. Luego, un paraje seco y arenoso donde nos cambiamos de ropa, prendimos unas velas, cenamos algo. Entonces nos dispusimos a dormir un rato. El reloj marcaba las 3 de la mañana (¿mañana?). Siempre es una experiencia única dormir en el corazón de la tierra, en la oscuridad más absoluta, con la zozobra y emoción por estar ahí, con miles de toneladas de roca y tierra sobre nuestras cabezas.


DESPERTARES

Pareció que había cerrado apenas los ojos cuando de nuevo ya estábamos alistándonos para proseguir. Había dormido seco y eso era lo mejor, pero de nuevo había que sumergirse de inmediato hasta el cuello, pues se entraba directamente a una fosa. Quien haya entrado aún amodorrado por el sueño al agua fría, poco a poco, sabrá a qué me refiero. Es mucho peor que una mentada, o la peor grosería que te hayan dicho alguna vez.

Aún habíamos de proseguir por un largo rato vadeando el río, caminando, escalando, antes de llegar a un sitio donde de plano no había por donde seguir. Las dos opciones parecían peligrosas: un rápido donde, al intentar cruzarlo con el agua arriba de la cintura, resbalé en las rocas resbaladizas del fondo, me arrastró y sólo la cadena humana que habíamos formado impidió que me llevara a rebotar un rato por las rocas. Como pude, con ayuda de mis compañeros, salí de él. (Imperdonable: olvidamos llevar cuerda). La otra opción era un rápido de quizá tres metros de anchura, pero con una profundidad de unos dos metros y medio, con una velocidad y fuerza que daba pavor, sobre todo porque no se distinguía en donde terminaba o que había al final de este.


PUENTE SOBRE AGUAS TURBULENTAS

Así estuvimos, tal vez media hora, una hora, dando vueltas entre una y otra opción, sin encontrar un paso hacia el otro lado, hasta que evalué de nuevo una opción que habíamos considerado fugazmente, pero la habíamos descartado de inmediato, pues se trataba de dar un salto a través del rápido más peligroso, en la parte donde se estrechaba un poco más. Habíamos desechado esa opción porque primero que nada había que alcanzar pequeña plataforma donde apenas cabían los dos pies, en una desescalada que había que hacer con mucho cuidado, y después, sin impulso, dar un salto que se veía demasiado largo, hasta alcanzar la otra orilla. A primera vista no parecía una opción. No lo hubiera intentado si no hubiera sido la única opción viable, si no estuviéramos llegando al borde mismo de la desesperación, la mía también por supuesto, que veía reflejada en las caras de mis compañeros, quienes, sentados, ya no intentaban nada.

Con mucho cuidado bajé a la repisa para analizar más a detalle la situación, pues para variar mi lámpara ya no iluminaba, debido a que se habían agotado las pilas. Descubrí el truco: el punto de partida del salto estaba ligeramente mas alto que el de destino, al otro lado del rápido. En esa posición evalué y calculé que si saltaba con la convicción suficiente, llegaría al otro lado. No lo quise pensar demasiado, ni lo avisé a mis compañeros, de modo que cuando ellos me descubrieron parado ahí, y me iluminaban apenas y preguntaban si se veía accesible el salto, conté uno, dos tres, y salté lo más alto que pude. Caí al otro lado. Extraña situación. Ahora estaba del otro lado, pero no se me ocurría nada para ayudarlos, salvo mirarnos unos a los otros. Pero luego se fueron animando los demás, saltando sucesivamente. Alguien encontró un tronco enorme (apenas lo cargamos entre tres) y lo intentamos poner atravesado sobre el rápido para que pasaran las mujeres, pero nos ganó el peso y la corriente se lo llevó como si se tratara de una simple astilla. Así que las chicas también brincaron valientemente, una a una, y cuando la última de ellas llegó a nuestra orilla, al recibirla de este lado sólo se me ocurrió darle un espontáneo y efusivo beso de alivio.


A MORNING AFTER

Después de esta experiencia, el resto del trayecto, si bien extenuante y aun muy largo, no pareció tan difícil, pero de cualquier manera resultó un alivio cuando vislumbramos la luz del día y nos encaminamos a la salida, para atestiguar de nuevo ese fenómeno mediante el cual los colores se miran más intensos y la luz mas refulgente, o ese otro donde el cuerpo está cansado, maltrecho, pero la mente está más despierta, lúcida, recreándose en las maravillas que este mundo se digna ofrecerle de vez en cuando, a veces muy dentro de sí, en esos recónditos parajes donde la luz del sol nunca llegará, en los inmensos salones que se han formado durante millones de años, en los playones arenosos, en las resbaladizas rocas, donde existen corrientes vitales que fluyen discretamente en la oscuridad, pero que también se encuentran inmersas en el inexorable y eterno ciclo de la vida.


EPÃ?LOGO


Dos días después, con todo el cuerpo adolorido comprobé algo que había leído por ahí: que no hay peor zarandeada que la vida te pueda dar que cuando el stress te agobia, aun más que cualquier prueba física extrema que se realice con la mente relajada. Pero a veces también el juego rebasa lo físico y pasa mucho por forjar la mente y la voluntad, el ingenio y el valor.

O algo así.




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