EL TIEMPO Y SUS ABISMOS
Desde lo alto del estacionamiento de Cacahuamilpa contemplábamos en silencio la salida de Dos Bocas, es decir, el lugar donde se juntan en uno solo (llamado Amacuzac) los rÃos Chontacoatlán y San Jerónimo al salir de sus respectivas cavernas, y se distinguÃa claramente lo que nos habÃan dicho los lugareños: el San Jerónimo venÃa revuelto, de color café rojizo, por la fuerza inusual que las lluvias de los recientes dÃas habÃan provocado, mientras el Chonta salÃa de color transparente, con menor cauce y fuerza. Eso bastaba para tomar la decisión, pues además nunca habÃamos recorrido el San Jerónimo, ni habÃamos encontrado a los amigos que sà lo conocÃan, quienes habÃan salido hacia allá unos minutos antes que llegáramos. Decidimos entrar al Chonta. Con todo, no podÃamos evitar una sensación de desencanto, que disimulábamos con las frases de rigor, "no importa, ya habrá oportunidad", " también es precioso", etc.
En eso estábamos cuando llegó al estacionamiento de las grutas
un amigo que no esperábamos, y al platicarle de nuestra decisión de entrar al Chonta, y nuestro proyecto fallido de ir al San Jerónimo, nos animó a hacer equipo con él (y cuatro amigos más: dos chavas y dos chavos) para ir al San Jerónimo y atravesarlo por nuestra cuenta, pues de cualquier manera él ya conocÃa el rÃo, ya que lo habÃa recorrido (una vez, el año pasado).
LUZ DE LUNA
Asà que contratamos el pago de la camioneta que nos dejarÃa en el borde de la carretera, para iniciar el descenso por un sendero entre bosquecillos de selva baja, cantando a la luz de la luna, hasta que llegamos a un paraje plano, al que seguÃa una barranca y de repente ya no habÃa camino. Seguimos por la barranca hasta que fue imposible continuar, regresamos, reencontramos el camino, vimos restos de basura, parecÃa que hasta ahà Ãbamos bien, pero en algún punto el camino se extinguÃa, ya no habÃa por donde seguir. Tomamos la dolorosa decisión de regresar por el camino hasta antes del paraje plano, después de que nuestro guÃa nos confirmó, no sin un poco de pena, que en realidad no recordaba haber estado ahà nunca antes. Lo malo es que en todos lados habÃa indicaciones de senderos que bajo cierta mirada benévola parecÃan auténticos caminos, pero en algún punto se iban disolviendo hasta desaparecer.
Anduvimos asà perdidos una hora quizá, hasta que usando cierto instinto deductivo, observando el terreno, concluimos que debÃa haber un camino a la izquierda que nos llevara a la entrada del rÃo... y sÃ, tras una búsqueda extensiva en esa zona encontramos un camino, aunque un poco desconfiados por saber si era el verdadero, lo seguimos hasta que nuestro amigo empezó a ver algunas evidencias de que era el camino correcto, y de repente estábamos caminando a un lado de una barranca, como lo habÃa predicho, y más adelante un tramo de enormes rocas, luego un paso expuesto por una pequeña pared de roca, más descensos por gigantescos bloques de piedra, el rumor del rÃo que nos llegaba a los oÃdos con fuerza y un poco más adelante, sonido apagado de voces y las luces de las lámparas de otros grupos que ya estaban en la entrada, alistándose para ingresar al rÃo.
RÃ?PIDO Y FURIOSO
Viene muy revuelto..., No, orita es mejor el Chonta... Ni modo, no era para hoy... Y yo que no sé nadar... RÃo San Jerónimo, sólo para expertos... Vamos, yo ya lo conozco... Ha llovido mucho para este lado... Ya tocaste el agua? Está helada!... Me ajustas el bote?... Entramos a las once, faltan 20 minutos... Traigo suficientes pilas?... Esperamos que entren primero ellos!... Is going to be a morning after?... A ver si no se moja mi ropa de cambio... En verdad será tan difÃcil, tan peligroso?... Y cómo quedarÃa el Cruz Azul...?, Me da miedo el agua.... Sale, ¿listos?.... ¡Vámonos!
Las primeras tribulaciones ocurrieron al entrar al rÃo, cuando nos sostuvimos en cadena, pero con el agua a la cintura y la fuerza de la corriente que amenazaba derribarnos y arrastrarnos, tambaleantes pasamos del otro lado y entonces, evaluando la situación y al pensar que habÃamos sufrido de más en el primer cruce del rÃo, me di cuenta que iba a ser un largo fin de semana. Más adelante avanzamos un rato sostenidos a la pared, sumergiéndonos en algunos tramos, hasta que encontramos un descenso en pequeña cascada que no habÃa otra posibilidad de sortear sino arrojándose de resbaladilla al pequeño rápido y cayendo en una profunda fosa que diluÃa la fuerza del rÃo. Esa fue la primera fosa de quizá 12, 15 que habrÃamos de cruzar en todo el trayecto, y nos sirvió para perder un poco el miedo a la fuerte corriente, que busca su propio cauce, a veces con inusitada turbulencia, pero regularmente termina desembocando en remansos tranquilos.
LA NOCHE DE UN DÃ?A DIFÃ?CIL
SerÃan las 12.30 de la noche (¿noche?). Llegamos a un paraje donde habÃa un grupo de tal vez 20 personas durmiendo a la luz de fantasmales velas, un sitio de extraña quietud, donde habÃa ropa tendida por doquier y cuerpos envueltos por sleepings y cobijas, placidamente secos y descansando. Uno de ellos se distinguÃa de los demás, quizá debido a que era el único despierto, demasiado nervioso y emocionado para conciliar el sueño, pues era la primera vez que se sumergÃa en una caverna, según dijo. Fue refrescante la algarabÃa con que nos recibió, saludándonos con una sonrisa y una atención inusuales, algo extraño, como con muchas ganas de platicar, como un amigo al que te encuentras y le da gusto verte y te recibe con una alegrÃa genuina.
Nos despedimos de nuestro nuevo amigo para continuar sufriendo con la corriente un rato más, descifrando pasos seguros a través de los rápidos, por zonas de enormes bloques rocosos a un lado de la corriente, donde hay que pasar escalando, o por fosas donde flotábamos y nos relajábamos un poco. Luego, un paraje seco y arenoso donde nos cambiamos de ropa, prendimos unas velas, cenamos algo. Entonces nos dispusimos a dormir un rato. El reloj marcaba las 3 de la mañana (¿mañana?). Siempre es una experiencia única dormir en el corazón de la tierra, en la oscuridad más absoluta, con la zozobra y emoción por estar ahÃ, con miles de toneladas de roca y tierra sobre nuestras cabezas.
DESPERTARES
Pareció que habÃa cerrado apenas los ojos cuando de nuevo ya estábamos alistándonos para proseguir. HabÃa dormido seco y eso era lo mejor, pero de nuevo habÃa que sumergirse de inmediato hasta el cuello, pues se entraba directamente a una fosa. Quien haya entrado aún amodorrado por el sueño al agua frÃa, poco a poco, sabrá a qué me refiero. Es mucho peor que una mentada, o la peor groserÃa que te hayan dicho alguna vez.
Aún habÃamos de proseguir por un largo rato vadeando el rÃo, caminando, escalando, antes de llegar a un sitio donde de plano no habÃa por donde seguir. Las dos opciones parecÃan peligrosas: un rápido donde, al intentar cruzarlo con el agua arriba de la cintura, resbalé en las rocas resbaladizas del fondo, me arrastró y sólo la cadena humana que habÃamos formado impidió que me llevara a rebotar un rato por las rocas. Como pude, con ayuda de mis compañeros, salà de él. (Imperdonable: olvidamos llevar cuerda). La otra opción era un rápido de quizá tres metros de anchura, pero con una profundidad de unos dos metros y medio, con una velocidad y fuerza que daba pavor, sobre todo porque no se distinguÃa en donde terminaba o que habÃa al final de este.
PUENTE SOBRE AGUAS TURBULENTAS
Asà estuvimos, tal vez media hora, una hora, dando vueltas entre una y otra opción, sin encontrar un paso hacia el otro lado, hasta que evalué de nuevo una opción que habÃamos considerado fugazmente, pero la habÃamos descartado de inmediato, pues se trataba de dar un salto a través del rápido más peligroso, en la parte donde se estrechaba un poco más. HabÃamos desechado esa opción porque primero que nada habÃa que alcanzar pequeña plataforma donde apenas cabÃan los dos pies, en una desescalada que habÃa que hacer con mucho cuidado, y después, sin impulso, dar un salto que se veÃa demasiado largo, hasta alcanzar la otra orilla. A primera vista no parecÃa una opción. No lo hubiera intentado si no hubiera sido la única opción viable, si no estuviéramos llegando al borde mismo de la desesperación, la mÃa también por supuesto, que veÃa reflejada en las caras de mis compañeros, quienes, sentados, ya no intentaban nada.
Con mucho cuidado bajé a la repisa para analizar más a detalle la situación, pues para variar mi lámpara ya no iluminaba, debido a que se habÃan agotado las pilas. Descubrà el truco: el punto de partida del salto estaba ligeramente mas alto que el de destino, al otro lado del rápido. En esa posición evalué y calculé que si saltaba con la convicción suficiente, llegarÃa al otro lado. No lo quise pensar demasiado, ni lo avisé a mis compañeros, de modo que cuando ellos me descubrieron parado ahÃ, y me iluminaban apenas y preguntaban si se veÃa accesible el salto, conté uno, dos tres, y salté lo más alto que pude. Caà al otro lado. Extraña situación. Ahora estaba del otro lado, pero no se me ocurrÃa nada para ayudarlos, salvo mirarnos unos a los otros. Pero luego se fueron animando los demás, saltando sucesivamente. Alguien encontró un tronco enorme (apenas lo cargamos entre tres) y lo intentamos poner atravesado sobre el rápido para que pasaran las mujeres, pero nos ganó el peso y la corriente se lo llevó como si se tratara de una simple astilla. Asà que las chicas también brincaron valientemente, una a una, y cuando la última de ellas llegó a nuestra orilla, al recibirla de este lado sólo se me ocurrió darle un espontáneo y efusivo beso de alivio.
A MORNING AFTER
Después de esta experiencia, el resto del trayecto, si bien extenuante y aun muy largo, no pareció tan difÃcil, pero de cualquier manera resultó un alivio cuando vislumbramos la luz del dÃa y nos encaminamos a la salida, para atestiguar de nuevo ese fenómeno mediante el cual los colores se miran más intensos y la luz mas refulgente, o ese otro donde el cuerpo está cansado, maltrecho, pero la mente está más despierta, lúcida, recreándose en las maravillas que este mundo se digna ofrecerle de vez en cuando, a veces muy dentro de sÃ, en esos recónditos parajes donde la luz del sol nunca llegará, en los inmensos salones que se han formado durante millones de años, en los playones arenosos, en las resbaladizas rocas, donde existen corrientes vitales que fluyen discretamente en la oscuridad, pero que también se encuentran inmersas en el inexorable y eterno ciclo de la vida.
EPÃ?LOGO
Dos dÃas después, con todo el cuerpo adolorido comprobé algo que habÃa leÃdo por ahÃ: que no hay peor zarandeada que la vida te pueda dar que cuando el stress te agobia, aun más que cualquier prueba fÃsica extrema que se realice con la mente relajada. Pero a veces también el juego rebasa lo fÃsico y pasa mucho por forjar la mente y la voluntad, el ingenio y el valor.
O algo asÃ.