Íbamos a irnos temprano pero resultó que por la mañana transmitían el partido de México contra Italia en vivo y nos hicimos a la mar ya tarde. Dimos la vuelta a Roca Partida y vimos la Cueva del pirata Lorenzillo, donde los niños de Arroyo de Liza nos contaban que nadie había llegado al final de la cueva, que si uno se metía ahí con una linterna ésta se apagaba y que se conectaba directamente con el Pico de Orizaba, la montaña más alta de México. Pero lo más importante es que ahí estaba escondido el tesoro del pirata Lorenzillo, mismo que ya habían buscado infructuosamente varios pescadores. La cueva estaba en una roca sedimentaria adonde había llegado hace mucho tiempo una corriente de lava que había dejado prismas basálticos. Nuevamente, el hecho de estar en una punta rocosa era algo que nos llamaba la atención, quizá por tanto tiempo que tuvimos costa "plana".
Navegamos hasta Punta Puntillas y luego nos metimos en la boca del río Prieto. Todavía teníamos la sensación de habernos bañado en agua dulce y con fuerza y queríamos repetirlo todas las veces que pudiéramos. Pero el río era completamente plano. Después de un kilómetro, encontramos a un hombre sentado en una orilla dentro del agua. Yo me acerqué a platicar con él.
"Van a llegar hoy a Alvarado", me dijo. Yo sabía que no era cierto porque estaba demasiado lejos porque lo habíamos planeado para dos días.
"Seguro llegan hoy. Tendrán la brisa y la marejada a favor. Además, la brisa se hace más fuerte mientras más tarde es." Era la voz de un hombre que ha nacido cerca del mar y se ha mantenido ahí. Antes era pescador pero una mañana de hacía siete años despertó y no pudo caminar y ningún estudio médico lo ayudó. Su esposa llegó cruzando el río de pie sobre una chalupa y me sorprendí del equilibrio. Era una mujer con una sonrisa abierta y con ojos risueños, de esa alegría contagiosa. También ella dijo que llegaríamos a Alvarado ese mismo día.
"Pero primero pasan a ver el barco que está hundido y que de seguro ya vieron al entrar a la bocana." El barco había sido abandonado por Monte Pío pero un huracán lo partió en dos. Una parte estaba hundida en algún sitio y la otra era la que habíamos visto.
El naufragio era efectivamente una parte de un barco. Tuvimos que remar mar adentro para estar cerca de él y después de quince minutos me detuve. Había estado atento a la dirección de las olas y del viento y era precisamente como el hombre nos había dicho. ¿Podríamos llegar a Alvarado el mismo día?
En cosa de minutos habíamos desplegado nuestro pequeño velamen pero esta vez lo habíamos modificado para ser más funcional. El remo de Alex se había convertido en el mástil y estaba sostenido por la espalda del mismo Alex, pues lo habíamos colocado entre su espalda y su chaleco. Con esta distribución, yo controlaba la vela por medio de dos cuerdas que iban unidas a los dos extremos de la manta. Así podría controlar la velocidad disminuyendo o aumentando la superficie de empuje.
El resultado de este aparejo fue sorprendente. En un principio sólo llevábamos la velocidad a la que remábamos, pero tenía la gran ventaja de no cansarnos. Luego, el viento comenzó a ser más fuerte, tal como me lo habían dicho. Así llegamos a tener una velocidad impresionante y la detectábamos por la fuerza de la estela que había entre un kayak y el otro, una rendija diminuta porque como Alex no tenía remo para controlar su equilibrio, tenía que estar sujeto a algo.
Esa tarde fue especial. Alex cantaba todo el tiempo pero daba gusto escucharlo y no precisamente por su voz sino porque mientras más cantaba más alegre se ponía. Los audífonos que llevaba para escuchar la música, grabada en MP3, me impedían comunicación continua con él como por ejemplo decirle "gira un poco a la derecha". Si quería comunicarme con él, debía hablarle fuerte y cuando volteara repetir lo dicho. Sin embargo, eso pasó sólo al principio porque pronto adoptamos un método peculiar para dirigir nuestro cuasi-catamarán: yo dirigía con mi timón y si chocaba con su kayak, él se apartaba hasta estar en la línea normal. Eso fue sencillamente fabuloso y me permitió escuchar el concierto "en vivo" durante todo el trayecto.
Pronto se hizo evidente que sí podríamos llegar a Alvarado el mismo día, aunque de noche y nunca habíamos navegado de noche en kayak. Las lanchas de los pescadores o cualquier otra embarcación que pudieran arrollarnos en la oscuridad siempre nos detenían. Pero esta vez lo pensamos dos veces y dimos por hecho que si teníamos cuidado podríamos hacerlo. A la hora que llegaríamos a Alvarado, los pescadores ya habrían partido. Teníamos además lámparas de Cyalumen pero sólo para emergencias y ésta era claramente una oportunidad de usarlas.
Anocheció y el concierto seguía, cada vez más animado. Cuando estuvimos cerca de los faros verde y rojo que indican la entrada a un puerto, deshicimos el aparejo con rapidez y comenzamos a remar. Evitamos la escollera y entramos de lleno a la boca de Alvarado con olas de más de dos metros donde adquiríamos una velocidad impresionante, ambos con luces de colores y una sola linterna frontal.
Diez minutos después, estábamos en tierra. Un muchacho que estaba atarrayando nos ayudó a conseguir hotel y cena justo a diez metros de donde estaban los kayaks. Lo mejor de todo era que los kayaks quedaban seguros dentro de una casa. El mismo muchacho ("Mi nombre es Nicolás.") nos dijo que pensaba que estábamos buceando para pescar porque habíamos pasado justo donde las olas son más grandes.