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Montañismo y Exploración
Isla Aguada
24 mayo 2002

…atravesamos el "fuerte oleaje" del puente con facilidad. Claro que yo me sentía más desprotegido sin el chaleco, en parte por ser equipo de seguridad, pero también porque me había acostumbrado a él y porque así, descubierto, era más sensible a la deshidratación y al frío.







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Días de navegación 23 y 24. Lunes 20 y martes 21 de mayo de 2002


Isla Aguada es una isla más de las que rodean la Laguna de Términos. Cada día sentíamos más esa imperiosa necesidad de llegar a Ciudad del Carmen. Y cada vez más estaba convencido de que el haber hecho este recorrido en una canoa al estilo maya hubiera sido una locura en el tiempo en que lo habíamos planeado en 1993. Pero Ciudad del Carmen era el sitio del cual partiría esa expedición. Para mí era importante llegar porque se terminaba, además de ese proyecto de varios años atrás, la península de Yucatán. Pero Isla Aguada era un pedazo de tierra más o, por decirlo de otra forma, el último puente antes de El Carmen.



Tocamos tierra y buscamos donde poner la tienda. En un sitio poblado siempre es más complicado dormir que en despoblado. Aquí debíamos pedir permiso y lo hicimos. Tomamos un baño de agua dulce y nos fuimos a comprar un litro de leche helada, que se ha estado convirtiendo en una costumbre bastante deliciosa para ambos... cuando hay. En el camino compramos pan y eso cenamos antes de dormir.


Por la mañana del día siguiente arreglábamos nuestro equipo cuando me di cuenta de que faltaba mi cubrebañera con goggles y brújula, mi short de mar y mi chaleco salvavidas.


Bueno, qué les puedo decir de Isla Aguada, llegamos tarde de nuevo, en la remada, el mar muy brillante y el agua muy sucia no se veía el fondo ni nada por el estilo, sólo lastimaba la vista, era un mar "Chinga Pupila" y además para colmo nos robaron equipo, mis chanclas queridas de Puerto Rico que me las ponía de colchón para no rozarme con la arena y la fricción del bote y ahora tengo que ponerme cinta gris, pero bueno es lo de menos, a Carlos le robaron su chaleco, sus lentes que ya habían ido al Himalaya, su cubrebañera que lo bueno es que tenemos la de repuesto y pues eso fue todo.


Pregunté e incluso di la vuelta por el pueblo por si se habían dado cuenta de que un cubrebañera no era precisamente algo que usaran ellos y que hubieran tirado por ahí. El resultado fue que las personas que me preguntaban qué hacía ("Estamos haciendo un recorrido como "promesa" y si no recuperamos ese equipo no podremos seguir".) me indicaron que había en la isla mucha gente que se dedicaba a robar, sea por gusto o porque buscaban dinero para conseguir droga y que lo único que podríamos hacer era levantar un acta en la comisaría y que con una buena "mordida" se pondrían a buscar a los sospechosos y que quizá en una semana pudieran decirnos algo. Alguien más sugirió que sería mejor la judicial, pero el proceso era el mismo.




















Así que tomamos una decisión: por un cubrebañeras, que para casi todos pasaría por un simple pedazo de tela y un chaleco viejo, nadie haría nada. Menos si estaba listado mi short. Ni modo: usaríamos el cubrebañera de repuesto y yo andaría sin chaleco en adelante, hasta conseguir uno, si lo había.


Ese tiempo consumido se nos vino encima en la mar y atravesamos el "fuerte oleaje" del puente con facilidad. Claro que yo me sentía más desprotegido sin el chaleco, en parte por ser equipo de seguridad, pero también porque me había acostumbrado a él y porque así, descubierto, era más sensible a la deshidratación y al frío. Así, pese al esfuerzo, no llegamos a Ciudad del Carmen sino que nos quedamos en lo que yo llamé "El gallinero" (por el parecido que tiene con uno desde el mar): un conjunto de casas abandonadas que nos sirvieron de lo mejor para acampar. Elegimos la cabaña mas grande e instalamos la tienda y la cocina, que había para todo. Pero ya no seríamos tan inocentes y no dejaríamos los kayaks lejos de nosotros, así que los llevamos hasta el interior de la cabaña abandonada. Por la noche salimos y vimos las luces de la ciudad a menos de diez kilómetros. Otra vez nos había pasado lo que en Sisal.







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