Fue apenas un llamado, breve, emocionado. Desde la cumbre.
A las 11:00 horas de este día de la Santa Cruz, tiempo de Nepal, llamaron Andrés Delgado y Alejandro Ochoa desde la cima del Cho Oyu, 8,201 metros sobre el nivel del mar y afirmaron encontrarse bien “y muy contentos porque, además, contamos con suficientes horas de luz como para intentar bajar hoy mismo hasta el campo base avanzado”.
Lo lograron.
Andrés lo había hecho ocho días antes.
Relata Alejandro, en la bitácora de viaje, a la que se puede acceder vía Internet, una de múltiples historias:
“La noche fue espléndida, tranquila y estrellada.
Después de varias horas Andrés me tomó ventaja y llegó a la pared de roca. Entre canales y salientes su luz se me perdía cada vez más seguido hasta la oscuridad total. Traté de grabar el punto donde había encarado la pared y continué subiendo.
Subía entre piedras tratando de encontrar las huellas casi invisibles de sus crampones sobre el hielo para ver por dónde atacaba la pared. Perdí 2 horas en esto. Encontraba tiendas destrozadas, cuerdas viejas. Un sentimiento de abandono empezaba a poseerme. Entre miradas rápidas que perseguían mi lámpara, un poco desesperado alcancé a divisar 20 metros por encima de mí, un cuerpo tendido sobre la nieve. Aclaré los ojos y fijé la vista. Eran los crampones y botas de Andrés. El corazón se me desbocó y la respiración me ahogaba, me recargué en la nieve. “Tranquilo, que la desesperación te acaba”, me dije. Tomé aire y grité dos veces su nombre: recibía el eco de la noche en su frío hueco. Apresuré el paso para acercarme.
Llegué a su lado jadeante, conmocionado. No nos conocíamos. Pedí perdón por mi alegría manifestada y mi corazón le regaló una lágrima que se congelaba. Me senté a su lado y compartimos momentos personales. Yo tan vivo y aquí iguales, con frío, solos, temporales. Me inundaba la tristeza y el miedo se colaba por mis huecos de inseguridad. Tenía que moverme que me contagiaba. Había una diferencia muy grande: él no estaba, yo luchaba.
Buscaba la cuerda buena y no conseguía encontrarla. Decidí escalar por cuerdas viejas ya enterradas que dudaban. Crampones en roca lisa, guantes gordos en agarres chicos; me resbalaba. Decidí ayudarme de una de las cuerdas, tiré con fuerza y se rompió de pronto.
Subí un poco más y agarré otra, colgué mi cuerpo, tronó de nuevo y quedé colgando. Por suerte el piolet seguía fijo y me mantuvo en equilibrio. Terminé la pared, asustado. No quería continuar, era demasiado arriesgado. 6:00 de la mañana, el frío arreciaba. Descendí rápido, estaba en el Campo 2 a las 8:30 de la mañana. Volteé hacia arriba y Andrés coronaba la última parte de la pared, le hice señas, me dio gusto verlo andando.
Ahora llevo 3 días recuperándome, comiendo bien, durmiendo y preparándome para mi intento a la cumbre.
Andrés llegó ese día a la cima por segunda vez y a las 2 de la tarde ya estaba de regreso en el campo 2, descansando. Lo seguimos por el telescopio. Pasó la noche allí y al siguiente día descendió hasta CBA. Estamos muy contentos. Ahora nos recuperamos, es muy probable que me acompañe de nuevo a la cumbre en unos cuantos días más. Tengo que decirles que después de 26 días por fin me lavé el pelo. Era un sebo impresionante.
El cuerpo me lo lavo hasta después de cumbre (si Dios quiere), tengo ya una capa de “grasita” que me mantiene “calientito”, je, je…
El Universal
Mayo 4 de 1999