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Montañismo y Exploración
Aportaciones del montañismo a la ciencia
25 diciembre 1998

El montañismo no sólo ha producido resultados deportivos, sino que también, y ampliamente, ha tenido un fuerte vínculo con la ciencia. ¿Qué es lo que un montañista y su deporte “sin sentido” puede aportar?







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Subir una montaña nevada, trepar por una pared vertical o meterse a una cueva profunda puede ser considerado por la mayoría de la gente como una especie de locura. ¿Para qué sufrir una tormenta y pasar frío, llevar el peso agotador de una mochila, correr el riesgo de perderse o caer? Es inútil buscar una respuesta que satisfaga a todos, así que me reduzco a la pregunta más importante: ¿para qué sirve todo ello? Una respuesta inmediata sería que el montañismo cumple una función tan importante como los demás deportes, pero entonces caeríamos en un subjetivismo donde estarían presentes y latentes las diferentes apreciaciones y gustos de los lectores.

Preguntémonos mejor qué aportaciones proporciona el montañismo a las personas que lo practican y a la ciencia, para lo cual debemos asomarnos un poco a la historia.

Los científicos del siglo pasado, pioneros como eran, salieron de la ciudad y fueron al campo para obtener los datos en los cuales apoyarían sus teorías y escribirían libros por los que aún hoy son conocidos. Naturalistas, se llamaban a sí mismos, y de ellos se puede hacer una lista impresionante, entre ellos Charles Marie de La Condamine (francés), quien fue uno de los geógrafos que determinaron la forma de la Tierra; Alexander von Humboldt (alemán), otro geógrafo notable que recorrió los ríos Orinoco y Negro, en Suramérica; Charles Darwin (inglés), creador, junto con Alfred Wallace (inglés también) de la teoría de la evolución; Carl Lumholtz (noruego), quien recorrió todo el noroeste y oeste de nuestro país para dejar a los arqueólogos, etnólogos y antropólogos datos sobre culturas que ya no existen.

Aunque el mundo ha cambiado mucho desde entonces y ahora se puede conocer todo el planeta por mapas y fotografías aéreas, ese trabajo de campo sigue siendo de primera importancia. Tan sencillo como el congreso de espeleología que se llevó a cabo en diciembre de 1998 en la ciudad de Tehuacán, aportando más datos a la ciencia. Proporcionaré aquí algunos ejemplos en los cuales el montañismo universitario haya redundado en beneficios o aportaciones para la ciencia.

Primero: En 1983, los científicos universitarios se topan ante una palabra que se repite constantemente en el medio deportivo: "espeleología". El Grupo de Espeleología de la UNAM, nacido en 1977, tuvo un avance vertiginoso gracias a las ambiciones personales de un grupo de estudiantes universitarios, con Carlos Lazcano a la cabeza. A partir de entonces, las cavernas mexicanas, exploradas desde muchos años antes por extranjeros, pasan a ser del conocimiento general. En el Instituto de Geografía, donde entonces trabajara Lazcano, se preguntan si realmente él "hace" ciencia y él contesta: "El simple hecho de dar a conocer un lugar es por sí mismo, ciencia".

Segundo: Fecha: marzo de 1986. Lugar: Valle de Tehuacán, estado de Puebla. Nombre de la Expedición: "Expedición de Rescate Arqueológico al Cerro de Santa Ana Teloxtoc, Puebla". Dos semanas antes de esta expedición científica, el Grupo de Exploración, al mando de Carlos Rangel, realiza un descubrimiento arqueológico importante. Su notificación a las autoridades competentes es algo que los mismos especialistas no dejan de admirar, pues la mayoría procura quedarse con las piezas. Asistían varios arqueólogos del INAH, uno más del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, TV-UNAM y varios miembros de la Asociación de Montañismo y Exploración de la UNAM. El objetivo era realizar el rescate de las piezas arqueológicas: máscaras de madera con incrustaciones de jade, turquesa y concha nácar, recipientes vegetales con grabados de animales, puntas de flecha y otros objetos. Los investigadores del INAH declararon que se trataba del hallazgo arqueológico de piezas de madera (un material de difícil conservación en piezas arqueológicas) más importante en la historia de México, pues tenían alrededor de mil años de antigüedad. Sin embargo, los especialistas no podían llegar al lugar donde se hallaban las piezas, pues se necesitaba de una técnica especializada que proporcionaron los montañistas universitarios. A la par del rescate arqueológico, los camarógrafos de TV-UNAM realizaron el documental de la expedición.

Tercero: Fecha: enero a junio de 1989. Lugar: Península de Baja California. Nombre de la expedición: "Caminata por las Californias". En un recorrido a pie por toda la península, que comenzó en Cabo San Lucas y concluyó en la misión de San Diego, California, dos exploradores universitarios (Carlos Rangel y Carlos Lazcano) realizaban por vez primera la unión de las rutas por las que los primeros exploradores jesuitas y españoles habían recorrido y colonizado "la California" de entonces. Aquellos exploradores le llamaron "primeras entradas" como un muy justo título a sus exploraciones, pues eran los primeros europeos o representantes de la civilización occidental que caminaban en la península. El itinerario preciso de la expedición había sido trazado siguiendo los estudios concienzudos de diferentes historiadores especializados. Sin embargo, la ruta fue modificada en la marcha porque los diarios de aquellos exploradores no coincidían con los lugares reales. De esta manera, tras más de dos mil kilómetros de andar las sierras, las costas y los desiertos de Baja California, los exploradores tenían datos de primera importancia y de primera mano que proporcionar a los estudiosos del tema.

Cuarto: Fecha: 11 de julio de 1991; lugar: labio inferior del volcán Popocatépetl. Nombre de la expedición: "Expedición Científica México-Japón al Popocatépetl. 11 de julio de 1991". Cuatro científicos japoneses, un mexicano y un francés, estaban pendientes de un telescopio monitoreando por computadora al sol para hacer observaciones de su corona. El equipo de montaña, el científico, la alimentación y la aclimatación de los científicos japoneses había sido labor de los montañistas universitarios, quienes se pasaron subiendo y bajando el volcán durante doce días con una moral muy especial.

Todos los días llovió, nevó o granizó y un par de noches el cielo se despejó por unos momentos para dejar ver las estrellas. Día a día, las esperanzas de que los científicos pudieran hacer sus observaciones y mediciones eran cada vez más escasas, pero los universitarios seguían subiendo equipo a pesar de las tormentas y del cansancio. El 10 de julio por la noche cayó una fuerte tormenta que cubrió las tiendas de campaña instaladas en uno de los labios del cráter del volcán. Finalmente, el 11 de julio, el cielo amaneció despejado y se pudo hacer el experimento. Hasta ahí todo había salido a la perfección. Sólo faltaba bajar todo el delicado equipo científico hasta el albergue de Tlamacas. ¿Milagro? Al menos eso fue lo que gritaban los japoneses.

El montañismo se ha convertido en una herramienta de campo muy valiosa; tal como lo menciona Nansen en su bitácora de la exploración al Polo Norte en 1894, "Sea como fuere, allí se puede ganar más que aquí." Así, el montañista universitario tiene una noción diferente del deporte, pues además de practicarlo como una actividad física en toda forma, sabe que es una herramienta de campo para que las diferentes disciplinas científicas obtengan datos que les sean útiles. En una palabra, sabe que el deporte le ayuda a comprender un poco más el mundo y, en cierta medida, lo reconcilia con todos los conocimientos científicos que aprende en las aulas y bibliotecas universitarias. El montañismo universitario está recuperando la tradición de los científicos como exploradores.



 



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