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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili, Parte V
7 diciembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Espero no tener jamás que pasar por parecida prueba. Cada minuto me parecía una hora; cada hora, una eternidad. Bastaría un movimiento inconsiderado por mi parte para precipitamos a los dos, a Constant y a mí, al fondo del abismo. Mi nariz me picaba, pero no me atrevía a rascarme; pronto se me heló, pero no me atreví a frotarla. Tenía cada vez más frío. Constant, con quien podía conversar gritando, estaba en una situación no menos penosa. No estaba herido, pero tenía también frío y estaba tan inconfortablemente instalado como yo, si no más.


Al cabo de algunos minutos, mi walkie-talkie se puso a zumbar. Era Jungle. Se había extraviado.


Mi corazón se apretó, y Burley, que escuchaba nuestra conversión, lanzó un gruñido. Estábamos perdidos todos ahora, no había duda. Nosotros, que habíamos partido con una tal confianza, que habíamos trabajado tan duramente para llegar cerca del fin; nosotros, que éramos la esperanza de nuestra patria y los héroes del mundo entero, estábamos destinados a perecer miserablemente en este país poco acogedor, lejos de nuestras casas, lejos de los que nos eran queridos.


Esto era tan triste, que no pude retener las lágrimas. Éstas se helaron inmediatamente, y me encontré soldado al glaciar por dos pequeñas estalactitas, en una situación más penosa aun.


Anuncié la noticia a Constant, esforzándome en reconfortarle. El pobre tomó magníficamente la cosa, igual que Burley cuando me dirigí a el. Si debíamos morir, al menos lo haríamos en gentleman.


Quedaba aun la esperanza de que Jungle nos encontrase; pero esta esperanza era tan débil, que no me atreví a mantenerla.


Pasaron las horas.


Yo creo que había perdido a medias el conocimiento, cuando me vino súbitamente una idea. ¡Los portadores! Nos habían salvado ya una vez. ¿No podrían salvamos ahora?


No podía comunicar con ellos más que por medio de Prone. Ninguno de nuestros portadores quería tocar un aparato de radio; se imaginaban que era cosa de brujería. Todo estaba en saber si Prone estaría al alcance de un aparato para que nos pudiera oír, si el receptor estaba funcionando y si Prone estaba en estado de responder.


Llamé y esperé; llamé otra vez y seguí esperando; continué llamando.


Gemía de angustia.


Me di cuenta de que lo estaba haciendo mal. Interrumpí el zumbido y dije en el micrófono:


"Lazo de Unión a Enfermizo. Lazo de Unión a Enfermizo. ¿Me oye? Terminado."


Fue entonces cuando me llegaron las palabras que resonaran en mis oídos hasta mi ultimo día:


"Enfermizo a Lazo de Unión. Enfermizo a Lazo de Unión. Le oigo muy bien. ¿Me oye? Terminado."


Hubiera llorado... si la presencia de las estalactitas no me hubiera recordado que habría sido una locura. Expuse la situación a Prone y le dije que llamara al bang. Lo hizo, y yo entonces emprendí la tarea difícil de darle instrucciones. Constant traducía mis mensajes en yogistanés y yo los transmitía tan fielmente como podía a Prone, que se los traspasaba a su vez a Bing.


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