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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili, Parte II
15 noviembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Shute se dedicaba a filmar nuestro avance. Para hacer esto le era preciso partir antes, a fin de tener su cámara emplazada en el momento que llegáramos. Este plan, aparentemente sencillo, se reveló más difícil de poner en práctica de lo que nuestro amigo había pensado. Las tres primeras veces que probó a hacerlo no consiguió reunir todo su material antes de que lo hubiésemos alcanzado, y fue dándose mucha prisa como consiguió reembalarlo todo y alcanzamos antes de la noche.


Al día siguiente partió mucho antes que nosotros, y no lo volvimos a ver mas que a los dos días, por la mañana; llegó al campamento, vacilando sobre sus piernas, en el momento preciso en que nos disponíamos a partir. Al parecer, habíamos tomado caminos diferentes. Esto le ganó un día de retraso, pues juzgó necesario recuperar su sueño perdido. No nos alcanzó hasta la semana siguiente, y volvió a partir en seguida, velando toda la noche para estar seguro esta vez de no fallarnos. Filmó toda la caravana desfilando ante él y aclamándola al paso. Fue una lástima que en esta ocasión la cámara viera doble, lo que dio una sucesión de imágenes corridas.


Esperábamos de un día a otro encontramos con Jungle, aunque no hubiésemos visto ninguna huella de la pista que debía trazar para nosotros. Al vigésimo día fuimos abordados por un corredor que nos traía el mensaje siguiente: "Capturado por bandidos. Enviad rescate cincuenta millones de bohees. —Jungle. "


Diez días mas tarde, otro corredor nos transmitió el mensaje siguiente: "Repito. Capturado por bandidos. Enviad rescate cincuenta millones de bohees. —Jungle. "


Concluimos de esto que el primer mensajero se había alzado con el dinero. Después de maduras reflexiones, estimé que no podía conceder ninguna confianza a la honradez de estas gentes, y pedí a Prone, que estaba ya repuesto de su varicela, que acompañara al corredor. Diez días mas tarde se nos reunió Jungle, solo, y trayendo una demanda de rescate de cincuenta millones de bohees para Prone.


Esto era ya demasiado. Decidí que las finanzas de la expedición no podían soportar tales exigencias. Envié, pues, un mensajero de confianza con este mensaje: “Desolado. Sin fondos. Pónganse en contacto con la Embajada.”


Diez días después. Prone regresaba con nosotros. Poco después de su captura por los bandidos había contraído una neumonía doble, complicada con coqueluche, y había dado tanta pena a sus carceleros, que estos le habían soltado. Estaba lamentable: sin afeitar, despeinado, la mirada fija, las ropas hechas jirones y las botas sin tacones.


Burley, que se pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo en una litera llevada a hombros de los portadores, tratando de superar el agotamiento que sufría en estos valles, se despertó una tarde aullando. Había soñado que la expedición moría de hambre en el Khili-Khili. Reemprendió todos sus cálculos y los verifico minuciosamente. Sus temores estaban fundados. Agotado, sin duda, por el clima londinense, había olvidado prever los víveres para el viaje de regreso. Se había concentrado tanto sobre el gran objetivo: llevar dos hombres a la cima del Khili-Khili, que no había pensado en retirarlos de allí.


Esta era una de esas crisis que ponen a ruda prueba las cualidades de un jefe de expedición. Sin decir nada a los demás, lleve solo mi fardo durante toda una semana, buscando desesperadamente una solución. Forzoso me fue, al fin, revelar la gravedad de la situación a mis compañeros. Wish lanzó una mirada a Burley —me es grato pensar que aun en una crisis así uno de nosotros tuvo un pensamiento para el desgraciado responsable— y comenzó a escribir sobre la uña de su pulgar.


—La solución es bien sencilla —anunció—. No guarde mas que ciento cincuenta y tres portadores y diecinueve, de los ciento veinticinco muchachos. Las economías de víveres así realizadas nos permitirán salir del atolladero.


Este cálculo se reveló correcto. Se pidió a Constant tomara contacto con los portadores para anunciárselo. Durante ocho días, un clima de revuelta reino en la caravana, y Constant temía sin cesar por su vida. Finalmente, nos encontramos en la imposibilidad absoluta de alimentarlos un día mas, y debimos pagarles lo que pedían; es decir, demasiado. Nuestra única consolación era la esperanza de vernos desembarazados de Pong. Pero, no sé por qué razón, esto no fue posible. Constant dijo que se preguntaba a veces si el bang no tenía intereses sobre Pong, pero esto me pareció un punto de vista injustamente cínico de la situación.


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