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Montañismo y Exploración
Corazón de fuego y hielo

¿Qué se siente ser el único que ha alcanzado la cima de una montaña? El siguiente es un relato de ficción que pretende adentrarnos en el mundo de aquella persona que vive en la ciudad pero va a una montaña que lo llama, una montaña virgen. Y hace su primer ascenso.







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Estaba ahí, como siempre. Todos los amaneceres miraba por la ventana. En días claros estaba majestuosa, libre, virgen. No escalada porque estaba prohibida. Resguardada. Y para todos era un símbolo. Es una montaña.

En el fondo no era para mí sólo cuestión de religión, ni tampoco de leyes o de protección civil. Quizá es esa necesidad que tenemos de establecer límites. Es creer en algo, como una imagen. Es como decir: “Allá está dios” o “Ahí no puedes estar porque ese lugar no es para ti” o “Te van a meter a la cárcel.” Son formas de decir la misma cosa. Hay límites que para confort social, que es más fácil respetar.

"Es mi llamado. Es la diferencia entre lo sublime e innecesario."

Miraba “mi” montaña. Dicen que está prohibido subirla porque es peligroso, porque es sagrada, porque uno no está preparado, porque… no. Así de sencillo.

Pero ese “no” es invisible cuando uno siente que la montaña lo llama. Un día vas caminando por la calle, o ves un comercial de televisión, o aspiras el aire de la mañana, o te sofoca el gentío en el metro, o alguien te dice algo. En cualquier lugar te llega… y de repente empiezas a pensar en todo aquello que necesitas: el lugar más frío del mundo o el más alto, una escalada mixta o la pared del hielo más puro, soledad total o un glaciar interminable, un acercamiento brutal o una técnica depurada. Hay una montaña con un espíritu especial para cada cosa. Y en el camino de aprendizaje personal, hay una montaña —y sólo una— que te da cada vez esa combinación en particular.

Mi cuerpo y mi mente cambian cuando el llamado llega. Hasta mi manera de comer porque ya hay una fecha. Inicia una cuenta regresiva y se van acumulando entrenamiento, habilidades, dinero, amigos. A pesar de los planes, puede suceder lo que no me imagino y entonces habrá que pensar rápido, ajustarse, superar los fracasos, hasta llegar a la cumbre. No importa si es un tres mil, una sima de menos mil o un viaje de 30 mil. No importa si sale en la televisión, o ponen pegotes de colores en la ropa. Es mi llamado. Es la diferencia entre lo sublime e innecesario.

"Escalar una montaña no es una batalla en contra de un enemigo, sino a favor de una creencia. Es merecer estar ahí porque hasta ahora ha estado en soledad"

Este llamado no llegó de improviso, como los otros. Lo sabía pero no lo noté hasta que era fuerte. Era la sensación de abrir huella no repetida. De pasar por una ruta que no se ha pisado.

A esta montaña se le rinde culto. Es un volcán. Hay historias sobre su corazón de fuego y hielo. En otros tiempos ha pasado momentos de paz, pero también de furia, como ahora. Ha unido pueblos enteros pero, como todas las fuerzas de la naturaleza, no está para ser doblegada. Escalar una montaña no es una batalla en contra de un enemigo, sino a favor de una creencia. Es merecer estar ahí porque hasta ahora ha estado en soledad… y me llama. En ese momento decidí creer eso.

Tenía que hacerlo en silencio, por la prohibición y porque no iba a interrumpir su soledad. Si no estás dispuesto a dar tu vida entera por algo en lo que crees, no vale la pena, aunque te equivoques. Siempre hay margen para corregir si sabes de verdad lo que quieres.

Esperé una señal, el momento preciso. Era una mañana fría y soleada, de ésas que en la ciudad es un delicioso día con sol de invierno. Paseaba, haciendo cosas cotidianas. Sentí el viento frío en la cara, voltee. La miré. Y lo sentí: “Ven”. Dejé lo que hacía y me despedí de mis amigos como cualquier otro día. Era media tarde.

Me gusta el estilo de velocidad en la montaña. Tengo mi propia cadencia. Ropa en capas, arnés, cuatro mosquetones sin seguro, un par de tornillos de hielo de 15 cm, un nuevo juego de piolets que no había estrenado, una cuerda de 7 milímetros de 30 metros, agua, barras de muesli, música, y mi cámara. Era todo.

"No había rastro alguno de un ser humano. Estábamos solos. Ella y yo."

Empleé parte de la madrugada para el acercamiento. La luz de la luna, el viento y la silueta de la montaña eran mi guía. En el ritual de inicio, abres tus sentidos, sincronizas tu respiración, tu ritmo cardíaco; sientes el viento frío, el peso de tu mochila, el ajuste de tus botas, tu propia temperatura corporal. Hueles la nieve, oyes el viento, tus pasos, el crujido de la nieve sobre tu casaca. Escuchas tu cuerpo y lo que te pide, pero también atiendes a la montaña y lo que te exige. Lo disfrutas. Empieza la comunión. Esos primeros pasos, esas horas en silencio antes de realmente iniciar y no dar paso atrás, es cuando sabes si la montaña te va aceptar o no.

El acercamiento fue largo y pesado. La fuerte nevada y el pasto alto lo complicaron. No me di cuenta cuando entró mi esperado “segundo aire”. La excitación por lo prohibido me hizo llegar lejos muy rápido sin apenas sentirlo. Muy avanzada la madrugada, estaba al pie del cono volcánico. Justo enfrente de la ruta que había trazado a vista. No había huellas, veredas, amontonamientos de rocas para vivac, marcas de campamentos ni plataformas. No había rastro alguno de un ser humano. Estábamos solos. Ella y yo. Habría otros subiendo montañas por todos lados pero en este momento, ésta era sólo para mí. Y yo era de ella.

El viento amainó y escuché un rugido que me recordó que estaba frente a un volcán activo. A lo alto, como aura lechosa, se veía una fumarola. “Si me acepta, podré presentarle mis respetos pero no vengo a arriesgar mi vida sino a hacerla más grande”.

"No vengo a arriesgar mi vida sino a hacerla más grande"

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