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Montañismo y Exploración
Hacia los horizontes azules
23 noviembre 2009

Isabelle Eberhardt pasó algunos años de su vida en el desierto, disfrazada de hombre y haciéndose pasar por turco escapado de una escuela francesa. Sus viajes los escribió en diferentes lugares y tiempos. Esta es una selección de sus textos, que dan una idea de cómo pensaba Isabelle en pleno siglo XIX.







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Isabelle Eberhardt. Hacia los horizontes azules. José J. de Olañeta (Tierra Incógnita), Barcelona. 2001. 132 páginas. ISBN: 84-7651-596-0. Páginas: 32-34

 

Nómada era cuando niña soñaba contemplando la carretera. La blanca y atrayente carretera que se iba recta, bajo el sol que me parecía más resplandeciente, hacia lo desconocido, hechizador… nómada seré toda mi vida, amante de los horizontes cambiantes, de las lejanías aún inexploradas, pues todo viaje, aun a las regiones más frecuentadas y conocidas, es una exploración.

Hacia los horizontes azulesUna mujer joven, sola, a fines del siglo XIX, entra al Sahara en busca de algo más de lo que los turistas pueden ver en un rápido o lento paseo: conocer al desierto tal como es, sin las ataduras de la visión de su época o de cualquier época. Isabelle Eberhardt comprende que como mujer y como europea no podría llegar a ningún lado.

“Con un traje de muchacha europea nunca habría visto nada, el mundo habría permanecido cerrado para mí, pues al vida exterior parece haber sido hecha para el hombre y no para la mujer. No obstante, a mí me gusta sumergirme en el baño de la vida popular, sentir las olas de la multitud pasando sobre mí, impregnarme de los fluidos de la gente. Sólo así poseo una ciudad y sé de ella lo que el turista no comprenderá nunca, a pesar de todas las explicaciones de sus guías.” (p. 97-98)

El presente volumen es una selección de todos los escritos que dejó, tras sus andanzas en el desierto y en las ciudades del África del norte, que incluía ser uno de ellos. Labor difícil para cualquier viajero de cualquier época pero de una eficacia tremenda. Prácticamente lo mismo le había pasado a T. E. Lawrence en el Oriente medio y obtuvo los mismos resultados. Hay que comprender que Isabelle se metía a una sociedad de religión islámica, donde la mujer pasa (o pasaba) por ser un objeto. Sin embargo, lo logra.

“Con ropas masculinas y una personalidad falsa, acampaba yo entonces en los aduares del caidato de Monastir, en compañía de Si Elarhby, khalifa. Este joven no sospechó nunca que to era una mujer. Me llamaba su hermano Mahmud, y compartí su vida errante y sus tareas durante dos meses.” (p. 52)

Lo que se encuentra en este libro no es una relación de viajes, propiamente dicha, sino una serie de retratos hablados. Isabelle manejaba la pluma con maestría digna de una gran escritora.

“Se ha dicho una y mil veces que toda la belleza cambiante de esta tierra de África reside realmente en los juegos prodigiosos de la luz sobre parajes monótonos y horizontes vacíos.” (p. 40)

 

“Era la hora escogida, la hora maravillosa de África, cuando el gran sol de fuego desaparece por fin, dejando a la tierra descansar en la sombra azul de la noche.” (p. 85) “…me parece que, en la gran noche violeta, las enormes dunas, como bestias monstruosas, se acercan y se elevan, y envuelven todavía más la ciudad y mi vivienda…” (p. 125)

Pero además, Isabelle es una gran viajera y termina por internarse mucho en el alma del Sahara y de su gente:

“Yo experimentaba la deliciosa sensación de libertad, de paz y de bienestar que acompaña siempre a mi despertar en medio de los espectáculos familiares de la vida nómada.” (p. 57-58) “Y mi cuaderno de notas sigue muy vacío, pese a algunos remordimientos y a ciertas veleidades de escribir… Una vez más, la vida beduina, fácil, libre y arrulladora, se ha apoderado de mí para embriagarme y adormecerme. Escribir… ¿para qué?” (p. 59)

Pero sus viajes deberían terminar algún día y ella misma narra dos pasajes donde se ve todo lo que le cuesta dejar África:

“Me siento apegada a esta tierra, aun cuando es una de las más desoladas y violentas que existen. Si alguna vez debo abandonar la ciudad gris de innumerables y pequeñas bóvedas y cúpulas, perdida en la inmensidad gris de las dunas estériles, llevaré conmigo, allá donde vaya, la intensa nostalgia de este rincón perdido de tierra donde tanto he pensado y sufrido, y donde también he encontrado, por fin, el afecto simple, ingenuo y profundo, que es lo único que ilumina en este momento mi triste vida con una luz solar.” (p. 124)

“…La última puesta de sol en el desierto fue también nuestro último adiós al Sahara… Íbamos a entrar, solos, bajo la umbría de los palmerales de la vieja Bisra, cuando rogué a Sliman que se detuviera y volviera grupas. Detrás de nosotros se extendía aún la inmensidad del Sahara, ya en sombras. El disco del sol, rojo y sin rayos, descendía hacia la línea casi negra del desierto, en medio un océano de púrpura. “Es nuestra patria”, le dije y añadí: “¡In châ Allâh, volveremos muy pronto, para no abandonarla jamás!” (p. 132)

La vida de Isabelle Eberhardt fue llevada a la pantalla en 1991, donde actúa Peter O’Toole (quien protagonizara a Lawrence de Arabia en 1962), una película que pasó desapercibida para casi todo mundo.

Escena de la película Isabelle Eberhardt, 1991



 



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