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Montañismo y Exploración
Tuareg
10 octubre 2008

A través de una narración ágil, Alberto Vázquez Figueroa logra plasmar no sólo una novela, sino también un buen retrato de los tuareg, el pueblo que vive en las arenas del Sahara y para quienes la libertad es lo más importante.







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Alberto Vázquez Figueroa. Tuareg. RBA Editores, Barcelona. 1981.400 páginas. ISBN: 84-473-0142-7

Para nosotros, los tuareg, la libertad es, siempre, lo más importante. Tan importante, que no construimos casas de piedra, porque sentir los muros alrededor nos ahoga.

Para Gacel Sayah, uno de esos hombres que pertenecen al “…poderoso pueblo del Kel-Talgimus, el “Pueblo del Velo”, los indomables imohag, a los que el resto de los mortales conocían por el apelativo de tuareg.” (p. 10) la hospitalidad es una ley que debe respetarse. Cuando uno es huésped de un tuareg, puede estar confiado en que dará su vida por protegerlo.

Pero Gacel no puede hacer nada por evitar que maten a uno de sus huéspedes y se lleven a otro. Impotente ante las armas y número de contrincantes, emprende una aventura en pos de la venganza hasta que su huésped esté otra vez bajo su protección. Deja a su esposa, hijos, sirvientes y todas las pocas pertenencias que un tuareg pueda tener y marcha a enfrentarse a un enemigo que desconoce pero que tiene en mente una sola cosa: vengar la afrenta.

“Pero nosotros, los tuareg, somos una raza libre y guerrera, que se mantuvo así porque jamás consintió una humillación ni una afrenta… Sólo el cobarde se enfrenta a quien sabe más débil que él, porque la victoria jamás le ennoblecerá. Y sólo el estúpido lucha con su igual, porque en ese caso tan sólo un golpe de suerte decidirá la batalla. El imohag, el auténtico guerrero de mi raza, debe enfrentarse siempre a quien sabe más poderoso, porque si la victoria le sonríe, su esfuerzo se verá mil veces compensado y podrá seguir su camino orgulloso de sí mismo.” (p. 34)

El resto de la trama es impresionante y sería una lástima contar de qué trata. En resumen es el viaje de un targuí (singular de tuareg) en el desierto y la forma como lo vive día a día, hasta salir del mundo de arena del Sahara y llegar hasta “El mar del que nacieron un día sus antepasados «garamantes»; el mar que bañaba las costas senegalesas y al que iba a morir el gran río que delimitaba el desierto por el Sur; el mar donde concluían las arenas y todo el universo conocido, más allá del cual tan sólo habitaban los franceses.” (p. 365)

“Franceses” es como llaman los hombres del desierto a todos los extranjeros.

Basado en su conocimiento de primera mano del desierto y de los tuareg, Alberto Vázquez Figueroa, plasma la forma de pensar de los tuareg (targuí, en singular) y que los hace sentirse claramente superiores en el desierto.

“—En verdad los tuareg continuáis considerándoos la raza elegida de los dioses?“Gacel señaló hacia fuera:—¿Qué otra hubiera sobrevivido dos mil años en estos arenales?” (p. 244)

El autor hace cruzar el desierto a su protagonista y narra de cerca cómo sus perseguidores sufren el desierto mientras que Gacel Sayah lo vive como lo ha hecho desde siempre su gente:

“Hay que dejar fuera todo sentimiento. Hay que dejar fuera todas las ideas, y vivir como una piedra, atento a no realizar un solo movimiento que consuma agua. Incluso en la noche debes moverte tan despacio como un camaleón, y así, si consigues volverte insensible al calor y a la sed y, sobre todo, si consigues vencer el pánico y conservar la calma, tienes una remota posibilidad de sobrevivir.” (p. 70)

La trama, repito, es impresionante, pero nunca sobrepasa al hombre que vive en el desierto, al menos mientras vive en él. Es cuando se desplaza a la ciudad cuando se siente al protagonista perdido y cuando la trama cobra más importancia que el personaje. Interesante forma de plasmar una narración.

Además de la descripción del desierto y de la sed de los personajes (yo tuve que beber varios vasos de agua mientras leía el libro en sólo unas horas), lo importante es que el autor delinea muy claramente lo que es el pensamiento de los tuareg y cuya lógica apabulla:

“Aquí nada se ha transformado. El desierto continúa siendo el mismo y lo será durante cien veces, cien años… Nadie ha venido a decirme “Toma agua; toma comida o municiones y medicinas, porque los franceses se han ido. No podemos respetar por más tiempo tus costumbres, leyes y tradiciones, que se remontan a  los antepasados de tus antepasados, pero a cambio vamos a darte otras mejores, y a conseguir que la vida en el Sáhara sea más fácil; tan fácil que no necesites ya de esas costumbres… Mientras no estéis capacitados para adaptarlo todo, lo mejor sería que respetarais lo que ya existe. Es estúpido destruir sin haber construido antes” (p. 173-174)

Alberto Vázquez Figueroa es un escritor con bastante éxito en sus novelas. Tuareg la considera la novela que mejor aceptación y más traducciones a diferentes idiomas ha tenido. De hecho, también fue llevada en 1984 a la pantalla grande como “Tuareg, il guerriero del deserto”, dirigida por Enzo Castellari, aunque no me imagino a Gacel Sayah con ojos azules.

La novela es excelente, tanto si se quiere leer por entretenimiento como por aprender del desierto o de sus habitantes porque, como señala Alberto Vázquez Figueroa:

“El Sáhara y sus gentes no se asimilan en un año, ni en diez, y lo que jamás se asimilaba por completo era la mentalidad de uno de aquellos ladinos “Hijos del Viento” aparentemente simples por su forma de vida, pero profundamente complicados en la realidad.” (p. 132)



 



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