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Montañismo y Exploración
La cima del Kilimanjaro sonrió a Roberto Liaño
5 octubre 2002

Y ahora, al Maratón de Sables…







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Extiende el mapa y traza círculos en China en un sitio cercano a Beijing en donde serpentea la antiquísima Muralla, en la región de la Antártida donde corrió 42,195 helados metros, en el corazón de África donde se yergue majestuosa la cima del Kilimanjaro, Pico Uhuru, en Tanzanio (sic). Roberto Liaño, cuyas cartas de presentación son audacia, valor, voluntad de gota a gota, se ha convertido en un trotamundos del deporte. Regresa a México con la suma de percepciones que van enriqueciendo no sólo su currícula deportiva sino su espíritu.


Muestra unas cuantas fotografías que son el testimonio de su valor en el deporte. En ellas enseña con orgullo la bandera de México, como lo ha hecho en las regiones boreales, australes y ecuatoriales. Logró su objetivo el pasado 27 de agosto.


Cruza el medio siglo y su vitalidad y afán de superación se proyecta cuando dice que el próximo año irá a las candentes arenas del desierto del Sahara a correr el Maratón de Sables y en el 2004 intentará el desafiante esfuerzo de poner su planta en la cumbre del Everest o Sagarmatha, de 8,850 metros en relación con las nuevas medidas, que por cierto las autoridades de Nepal, según dicen, no aceptan pues desean conservar los tradicionales 8,848 metros. Pero el Everest crece  como consecuencia de la colisión continental de la India contra el Asia; el Everest, como sabe, surgió del fondo del mar de Tetis y cada año se eleva aproximadamente una pulgada.


Los ojos azules de Roberto Liaño fulgen y su rostro radia emoción; rememora su estancia en Arusha, Tansania, “ahí se localiza una de las reservas más importantes de animales de África: leones, jirafas, elefantes, hipopótamos, rinocerontes, jabalíes, zorros, búfalos (sic), pájaros de plumaje de bellísimos colores y peligrosos reptiles. La experiencia del contacto directo con la naturaleza resulta extraordinaria. Cada paso que se da es como un nuevo descubrimiento. El ojo y el oído captan nuevas sensaciones. Yo disfruto a plenitud la vida y aprecio desde las alturas la obra del Hacedor del universo. La belleza natural produce en los sentidos un inefable placer, el horizonte se ensancha y en qué forma se aprecia el espacio circundante. El aire lo olfatea con fruición.


“Es contrastante observar la vida multifacética de la jungla, la intensa humedad y el sofocante calor, con los parajes rocosos y nevados del Kilimanjaro. Fueron ocho días de una aventura inolvidable en la que recorrí unos 200 kilómetros para acercarme al volcán que representa el punto más alto del continente negro. La montaña tiene 5,895 metros de altura sobre el nivel del mar”, refiere Roberto Liaño mientras da un sorbo a una taza de humeante té de las laderas de Darjeeling, en Bengala.


“No pude evitar cierto regocijo infantil cuando me vi en uno de los grandes y pintorescos safaris con los nativos negros de reluciente y blanca dentadura ir en fila india con sus grandes cargas en la cabeza. Fueron personas muy amables y con un alto sentido de responsabilidad. Su resistencia es admirable. Para llegar al cráter del Kilimanjaro tuvimos que pasar por selvas tropicales, por lodazales en los que las piernas se hundían hasta la rodilla. Caminamos por lugares secos y luego por laderas sumamente inclinadas y difíciles de escalar.


“Las mayores dificultades se presentaron en el ascenso. Los porteadores se quedaron en el campamento base. Algunas noches fueron tan cerradas que la potente lámpara frontal no cruzaba su haz a más de 50 centímetros. Tuve la fortuna de disfrutar la luna llena que iluminaba con vastedad las blancas nieves del Kilimanjaro y las extensas llanuras, con la percepción de los más indescriptibles matices de la soledad en las alturas. Se crea una sensación vehemente por alcanzar la cima y el deseo de querer tocar y acariciar el satélite.


“No es posible describir el sentimiento arrobador. Pero se paladea y se pulsea el valor de la vida como ninguna otra cosa. La experiencia es única y singular. Y tan penetrante en el espíritu que ahí brotó con fuerza algo que no tenía en mente: ir a la cumbre del Everest. Desde ahora empiezo a imaginar lo hermoso que debe ser hollar el Sagarmatha y extender la vista hasta las profundidades cintilantes de las alturas. Sólo que, para lograrlo, tendré que esperar cuando menos dos años de constante preparación”.


Roberto Liaño, de 51 años, nos asegura que el desafío que se ha trazado en el 2003 es el Maratón de Sables, una prueba que consiste en correr seis días continuos la distancia de un maratón (42,195 metros) y cerrar el séptimo día con un segmento de 80 kilómetros. Las arenas, los escorpiones y la distancia son el (sic) principales grado de dificultad. El Maratón de los Sables se realizará del 7 al 13 de abril, en Marruecos.


Y Roberto Liaño traza un segundo círculo en el mapa de África. Y fija otro en Nepal como el más difícil reto de su vida.


Arturo Xicoténcatl

Excélsior

Octubre 5 de 2002





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