El actual estado de Durango antiguamente fue área de convivencia de grupos con diferentes niveles de organización y estrategias de subsistencia. Entre ellos, destacó el desarrollo de numerosas bandas de recolectores-cazadores que supieron aprovechar ampliamente los recursos existentes en el ámbito eminentemente desértico y agreste del malpaís o breña, en cuyos terrenos, caracterizados por bloques magmáticos que constituyen amplias porciones de superficies intransitables, se localizan numerosas cuevas secas y abrigos rocosos.
Estos grupos, de los cuales existe evidencia de ocupación en la región desde tiempos prehispánicos tempranos hasta ya avanzada la época colonial, tenían como núcleo esencial de producción y consumo a la familia y estaban organizados en bandas igualitarias conformadas de varias familias con un ancestro común.
Sus costumbres habitacionales respondían, en gran medida, a un amplio conocimiento de su entorno natural, así como de los ciclos y alteraciones estacionales que en él se verificaban, de tal forma que eran grupos de alta movilidad que cambiaban de residencia estacionalmente, resguardándose, sobre todo en invierno, en cuevas y abrigos rocosos.
Si bien la relación de estos grupos con las oquedades naturales fue fundamentalmente del tipo doméstico, como se observa en numerosos contextos espeleoarqueológicos, también se ha reconocido un importante componente simbólico existente en el uso de estos espacios en la época prehispánica y que presenta aspectos coincidentes tanto con grupos de Oasisamérica, como de la superárea cultural mesoamericana.
El trabajo arqueológico realizado, tanto a través de recorridos de superficie como producto de excavación, ha permitido aportar nuevos elementos al estudio del pasado cultural de la región, pero sobre todo ha hecho factible comprender algunas de las modalidades de uso de las cuevas y abrigos localizados en terrenos constituidos por lavas basálticas que ponen en evidencia la actividad volcánica del Cuaternario. La información obtenida en los sitios estudiados ha hecho posible además, distinguir los procesos de evolución verificados en estos contextos así como identificar los patrones de aprovechamiento diferencial de los espacios espeleológicos, tanto internos como circundantes, de tal forma que la distribución de los indicadores arqueológicos ha permitido reconocer áreas de producción, de uso o consumo, de almacenamiento así como de desecho, vinculadas con las diferentes ocupaciones de las cuevas y abrigos.
Abordando otros aspectos, los estudios llevados a cabo también han proporcionado elementos para reconocer la existencia de un proceso selectivo en cuanto a la definición de las cuevas a ocupar, así como su uso preferentemente estacional y vinculado con campamentos al aire libre, pero sobre todo dan base para valorar la relevancia de la vinculación entre las sociedades del pasado y las cuevas, poniendo de realce la necesidad de abordar de manera sistemática este tipo de contextos arqueológicos al emprender estudios integrales sobre los grupos humanos que habitaron nuestro país en el pasado.
