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Montañismo y Exploración
LA EXPLORACIÓN GEOGRÁFICA EN MÉXICO

Y si es cierto eso de que quien continúa escalando con más de 25 años está loco, yo me siento feliz de serlo. Reinhold Messner. Séptimo Grado. Hablaré de México, este país que todos nosotros conocemos de una manera diferente …







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Y si es cierto eso de que quien continúa escalando con más de 25 años está loco, yo me siento feliz de serlo.

Reinhold Messner. Séptimo Grado.




Hablaré de México, este país que todos nosotros conocemos de una manera diferente a la que está acostumbrada la gente. Aquí, en ese espacio geográfico que es la República Mexicana, nosotros, o al menos la mayoría, practicamos lo que ahora se conoce como "turismo de aventura", "ecoturismo" o "turismo alternativo", para distinguirlo del turismo común en el que las playas, los hoteles de gran lujo y un escenario siempre igual estaban presentes, no importa el lugar donde nos encontremos.

"Turismo alternativo" es un buen término para nombrar un cambio en la mentalidad de las personas que lo van a practicar. Tan bueno como los demás, así que no entraré en definiciones y usaré indistintamente uno u otro.

Sin embargo, hasta hace quince años, no se hablaba de "turismo de aventura", al menos en nuestro país. Era impensable para la gran mayoría de las agencias de viaje el llevar a sus clientes a lugares donde no había ninguna seguridad, ninguna comodidad y ninguna ganancia para nadie, salvo un puñado de gente. Entonces se hablaba más de montañismo en el más amplio sentido de la palabra (aunque nadie hubiera definido lo que se debiera entender por tal término) o cualquier otra especialidad desarrollada ya en otros países e implantada posteriormente aquí.

Entonces existía una gran desinformación de lo que era cada uno de estos deportes. La gente pensaba que hacer alpinismo, navegar mar adentro y luego bucear, bajar unos cientos de metros por una caverna vertical o lanzarse en paracaídas, implicaban necesariamente peligro. Esa era la razón por la que no se hablaba de "turismo alternativo". De ahí que surgiera la palabra "turismo de aventura", que implica precisamente riesgo, ese riesgo que todo mundo cree ver en cada movimiento de un escalador o en la ausencia de la ciudad por semanas o meses de un explorador.

Ante todo, habrá que dejar en claro que tales actividades no son peligrosas. Para poder continuar, debo hacer un paréntesis breve y remarcar esto como un principio fundamental.

Lo más común para nosotros hoy en día es la ciudad. En ellas vivimos hacinados en "pequeñas cajas" sin salir, caminamos por "callejones" de los cuales no se puede salir, nos abstenemos de tomar el sol y el aire y, sobre todo, no hay tranquilidad. Esta es la visión de un tarahumar cuando visitó por primera vez la ciudad de México. Esta visión de un hombre no citadino concuerda mucho con la de un alpinista italiano:

Estamos expuestos a profundos cambios económicos y sociales, en cuya dirección nosotros, como seres individuales, apenas podemos participar. Esto no es una llamada a la resignación, sino a la autoprotección. ¿Cómo podemos escapar a la automatización de la vida? Defendiendo el derecho a la aventura (1)

Así, el turismo de aventura ha surgido como una necesidad clara, indiscutible. Pero no ha sido fácil. La gente que no es aventurera, encuentra siempre el lado peligroso de la situación. Son ellos quienes han puesto marcas casi indelebles a casi todo tipo de acción que no sea el suyo. "Alpinista" es sinónimo de "suicida" o "temerario". Es una persona que no le tiene amor a la vida, según ellos. Lo mismo pasa con todos los que practican otro deporte que no sea de pista.

Ellos mismos, los que colocan adjetivos a situaciones que no han vivido, son los que escriben novelas y hablan de una tormenta "furiosa" o una naturaleza "hostil", como si a la naturaleza le importáramos. Para sólo poner un ejemplo: si hay un ciclón en el océano, no es más que una tormenta tropical. Pero si llega a tierra y causa destrozos, entonces la naturaleza se vuelve "enemiga". El punto de vista lo da quien lo vive y así, la mayoría de los calificativos son más antropocéntricos que reales.

Pero regresemos a los deportes de aventura. Hablar de peligro como sinónimo de ellos es algo que no es gratuito, por desgracia. Hay que reconocer que practicar uno de estos deportes implica riesgo. Sin embargo, cruzar una avenida también implica riesgo. La diferencia sustancial es que hemos aprendido a vivir en la ciudad y que no vemos el cruce de las calles como un peligro, salvo para los niños pequeños, a quienes tomamos de la mano y les enseñamos a hacerlo con toda cautela. De esta manera aprenden las reglas de ese juego que se llama cruzar calles.

En los deportes de aventura sucede lo mismo. Quien tiene experiencia y una mente despejada y libre de prejuicios, difícilmente aceptará que su actividad es peligrosa en esencia. Ellos no viven como si siempre hubieran de vivir. Les asalta el pensamiento de su fragilidad y tienen en cuenta el tiempo que ha transcurrido en su propia vida. Por eso es que la viven intensamente. Los mejores escaladores y navegantes que conozco aman la vida a un grado tal que deciden probarla con mucha intensidad.

Quien, bien dotado por la naturaleza, recorre la montaña desde su infancia, realiza centenares de ascensiones, franquea innumerables obstáculos, va adquiriendo paulatinamente un pie más seguro, unos dedos más fuertes, nervios más sólidos, un cuerpo más robusto, una técnica más refinada. De este modo puede alcanzarse un dominio y una experiencia tales que, incluso en ascensiones de la mayor dificultad, domina la situación hasta el punto de no correr ya riesgos importantes y conservar siempre una amplia reserva de fuerza y energía. Las montañas, que antaño le parecían un mundo lleno de misterios y emboscadas, se le hacen familiares y amables. Las paredes que, ayer, reclamaban todo su valor y toda su energía, sólo le ofrecen ya una agradable gimnasia. [...] «Para que vuelva a haber aventura, es necesario que la montaña se erija a la altura de sus conquistadores». (2)

A lo largo de los años, ellos han aprendido las reglas de su propio juego y las han dominado. Alguien, en algún momento, les tomó de la mano y les enseñó un poco de las reglas. Después, siguieron aprendiendo por sí mismos y ven la montaña o el mar o las cavernas como un medio en el cual se desplazan casi instintivamente. Existe el peligro, por supuesto, pero como conocen lo que puede suceder, están siempre pendientes de ello.

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