follow me
Montañismo y Exploración
El Everest cayó ante los pies de Elsa
16 mayo 1999

Alcanzó la cumbre el 5 de mayo
Cobró la deuda de hace diez años
Rápido andar y mejor descenso
La intuición femenina la llevó a más







  • SumoMe

Parecía asunto olvidado.

De repente, Elsa Ávila de Carsolio sorprendió al mundo. Tomó su mochila, sibió al avión y llegó a Katmandú.

A lo lejos lo vio, tan alto, tan blanco, tan tranquilo, cautivador. Le lanzó el reto.

Él, tranquilo, ni se inmutó. Tal vez con una ráfaga de viento le dijo: “Aquí estoy”. Es el Everest, cuya cima es la más alta de la cordillera del Himalaya.

Está pegadito al Lhotse, montaña que parece protegerla, pero no es así, dado que se ha convertido en aliado de los alpinistas que, año con año, llegan en el verano a buscar tocar el cielo a través de su cima.

Elsa lo repasó… no había cambiado mucho. La última ocasión que lo había visto fue en 1992, ella había ido a Nepal para después desprenderse rumbo al Kangchenjunga, 8,586 metros sobre el nivel del mar, al cual ascendió por su cara norte, hasta los 7,950 metros.

Fue, según sus biógrafos, la última ocasión que con mochila a espaldas, inhaló  y transpiró en esa tierra mística.

El tiempo rodó, pero de Elsa no se podía apartar el verano de 1989, cuando junto con Carlos Carsolio —su esposo— alcanzó la cumbre sur, a 8,750 metros y quedó a tan sólo 98 metros de la cima principal —8,848—, la cual abandonó por un grave problema de hipoxia.

Pero ahora, diez años más tarde, con dos niños, Elsa se lanzó una vez más a la aventura con una expedición integrada por especialistas.

No tardó mucho en sembrarse sobre la ruta del Collado Sur, donde Tenzing y Hillary lograron el primer ascenso, eso fue por 1953.

Y mientras caminaba hacia el campamento base, ubicado a 5,050 metros, Elsa reafirmó sus retos, empezó su aclimatación: platicó y convivió con los sherpas, e inició a interpretar las nubes y el silencio a la naturaleza.

Él seguía, plantado, ecuánime, a la espera, así que ella inició su andar por el glaciar de Khumbu, tortuoso laberinto entre enormes grietas y bloques de hielo que amenazan con desprenderse a cada momento.

Y ella relata: “Al terminar el glaciar, se llega al mágico valle del silencio, donde normalmente se ubica el segundo campamento a una altura de 6,200 metros sobre el nivel del mar”.

La ruta continuaría por la ladera del Lhotse (quinta montaña más alta del mundo) hasta llegar adonde se coloca el campamento III. Esta es una zona peligrosa si llega a caer una fuerte bevada, ya que es muy fácil que se generen avalanchas.

Elsa alcanzó la cumbre

Y mientras Elsa lucha contra el viento, la altura y la nieve quema su rostro al tomar el papel de espejo, acá, en México, su marido no se despega de Internet, ansía la llegada de nuevas noticias.

“Estos días han sido simnplemente difíciles. Elsa llevaba ya varios días arriba en la montaña en el campo 2, esperando pacientemente tanto como es posible a ver en qué momento el clima permite atacar la cumbre. Todas las expediciones están tensas, y bueno, como es normal, empieza a haber algunas fricciones entre algunos miembros”.

Ella redacta: “Al estar confinados a un espacio tan pequeño, con tan poco qué hacer además de esperar y bailar la danza de la no-lluvia y no-viento, mucha gente descubre detalles realmente insignificantes de otras personas que llegan a molestar.

“Todo parecía indicar que el 3 de mayo era el ideal para intentar subir a la cumbre pues los pronósticos del tiempo marcaban que el viento iba a bajar de los habituales 50 hasta 75 nudos a 20 nudos. Normalmente a esa altura es posible escalar con tanques de oxígeno si el viento está por debajo de los 40 nudos. De otro modo, es demasiado peligroso sobre todo en las partes expuestas, pues el viento puede literalmente arrancar a los escaladores de la montaña y arrojarlos a un abismo interminable”.

Así, en la bitácora de Ávila de Carsolio  aparece: “En fin, el 1 de mayo fue otro día de angustia e indecisión. Durante el día el tiempo fue bastante malo con vientos muy fuertes e inclusive estaba nevando. Muchos de los equipos decidieron que este periodo de mal tiempo no iba a pasar pronto y decidieron bajar para intentar la cumbre otro día, otro año, para otra vida. En realidad esto resulta muy benéfico para los escaladores que decidieron esperar y ver cómo se manifiesta la impermanencia de los fenómenos en esta tierra budista”.

La comunión con Qomolungma

Elsa Ávila de Carsolio describe momento a momento la conquista de la cima: “Después de un difícil paso y después otro, estábamos ahí, posados en la cumbre sur del Everest, algo iba mal, una fuerte discusión se iniciaba. Era demasiado tarde y había que bajar… A tan sólo 98 metros de la cima…

“Diez años tuve que vivir con un sentimiento de culpa, de incertidumbre, de deseos por regresar y probarme a mí misma que era posible, aprendiendo de los errores. Qomolungma me dio muchas lecciones, de las cuales la más importante es ‘Sólo se vive una vez’.

“El llamado de Qomolungma era muy intenso. Cuando Andrés Delgado regresó de su exitoso intento al Everest y compartíamos sentimientos, sin pensarlo me dijo: ‘estuviste muy cerca, debes regresar’… el gusanito estaba, yo sabía que realmente quería darme otra oportunidad, pero… ¿cómo? ¿cuándo?

“desde hacía diez años que yo estudiaba la formación de nubes, la dirección e intensidad del viento y luego me la jugaba.

“Ver el intenso azul en el cielo y esperar a ver un reporte me hacía sentir como animal en el zoológico. Sabía que seguramente si intentábamos el ascenso en abril iba a ser muy frío y fuertes vientos. Pero no quería desaprovechar un aposible ventana de buen tiempo con la llegada de la luna llena y tener que esperar hasta fines de mayo (ya extrañaba a mis pequeños). Presioné tanto que subimos los que conformamos el primer intento de cumbre…  me salí con la mía y enfilamos hacia el Campamento II

“Seislargos días de espera (que pude hacer menos tensos gracias al libro que me llevé) a 6,400 metros viviendo con el sabor de la incertidumbre, Mantener altos la moral y los ánimos era difícil. Lo que más me dolía era tener que bajar para después cruzar nuevamente la fascinante pero peligrosa cascada del Khumbu. Realmente no quería, prefería esperar.

“Al séptimo día subimos hacia el Campamento III, a 7,300 metros. Se escuchaba el rugir del Qomolungma 1,500 metros más arriba, y los enormes penachos que la nieve sublimada por el viento generaba, nos hacía pensar que pronto tendríamos que descender. Pero había que ver lo bueno, íbamos a estar perfectamente aclimatadas (Lauri y yo hicimos cordada y amistad desde el principio).

“Al siguiente día lo iniciamos tarde, con el viento soplando tan violentamente no albergábamos esperanza alguna, por lo que pdentro de nuestro saco de dormir disfrutábamos de una bebida caliente cuando fuera de la tienda escuchamos la nieve crujiendo bajo el peso del caminar de algunos alpinistas. Asomadas por la puerta de nuestra tienda nos enteramos de que el movimiento comenzaba y teníamos que alistarnos…

“Fuimos las últimas de la larga peregrinación, debimos ir rebasando gente a más de 7,500 metros de altitud, lo cual requería de toda nuestra energía.

“Al llegar al Collado Sur, el viento soplaba con gran intensidad, y aunado a ello la nieve se arremolinaba sobre las tiendas: con trabajos vi a Andy, quien se había adelantado para preparar nuestra llegada. Es un chico muy fuerte y extraordinariamente amigable, se encontraba al lado de una gran tienda tenazmente sostenida para que el viento no la fuese a arrancar y me hacía señas para dirigirme a él. Me metí en la tienda y me abandoné por un momento. Durante toda la noche, la furia del viento azotaba la tienda. Yo sólo pensaba qué no habría, por lo que que me relajé y me entregué a la idea de que tendría que atravesar nuevamente la cascada de hielo y recorrer el largo camino.

“Contrario a lo que pensaba y para mi sorpresa, pues el reporte del tiempo indicaba vientos elevados, Andy propuso esperar una noche en el Collado Sur (a casi 8,000 metros). Las esperanzas resurgían, pero cuando sentíamos la fuerza de Qomolongma éstas decaían.

“Al siguiente día mucha gente se bajó. Nosotros esperábamos…

“A las 9:00 p.p. del 4 de mayo tiempo de Nepal, nos empezamos a preparar.

“Recordaba cada detalle que Carlos con su vasta experiencia me había transmitido antes de mi partida y mentalmente recordaba cada uno y no me creía que en poco tiempo partiríamos.

“Eran las 23:00 de la noche cuando el ascenso comenzó. Al principio me sentía muy lenta, poco a poco fui ganando confianza y ritmo. Estaba oscuro cuando llegamos a lo que llaman El Balcón, a aproximadamente 8,500 metros. A lo lejos se veían las siluetas del Makalu y del Kangchenjunga, pero no me dejé emocionar. Ahí hicimos una parada para revisar el equipo y Ang Tshering (sic), un sherpa que era parte de mi equipo, me dijo que descansáramos; le dije que no, que teníamos que seguir.

“Lauri después me dijo que parecía que me habían puesto un motor, pero mi instinto me decía que mientras el tiempo estuviera bueno había que aprovecharlo, pues todavía faltaba bajar. Hacia arriba veía las pendientes que llevaban a la cumbre sur, no parecía estar tan lejos (bueno, luego uno se lleva muchas sorpresas ante estas enormes perspectivas, pero con el tiempo ya podía percibirlas con relativa exactitud) y me decía a mí misma cómo era posible que no lo huboiese logrado 10 años atrás con Carlos. Ahora entendía su frustración… pero aquel motor llamado motivación me hizo rebasar gente e ir devorando y saoreando paso a paso una profunda nieve que me condujo a la cumbre sur. Sabía que el camino era largo todavía y ya una vez la montaña me había demostrado que todo concluye hasta el final, y el final era la cumbre.

“Nuevamente Ang Tshering se me aproximó y me dijo ‘camos a descansar, la cumbre está a 20 minutos’. Yo le dije que no, y continuamos. A lo lejos en el Hillary Step veía ascendiendo a Pete Athans, a quien conocí en el 89 en un intento aquí, éste iba a ser su sexto ascenso y además estaban colocando un GPS y otros aparatos en la cumbre. En su equipo estaba Bill Crouse, quien en algo me ayudó para conseguir parte del sofisticado equipo que se requiere en la montaña; atrás venían más sherpas y gente, entre ellos como nos llamábamos entre nosotras, ‘mi hermanita Lauri’ y su radiante alegría de siempre; rependinamente esa radiante alegría voló hacia el abismo del Tíbet y unos enormes ojos dibujados en el rostro de Bill me indicaban que algo terrible había sucedido.

“Qomolungma soplaba intensamente y entre el rugir de sus ráfagas milagroso y gracias a Dios estaba en una repisa unos 10 metros abajo y con el esfuerzo de amigos, la sacamos ilesa. Qué entereza de mujer. Salí con una sonrisa agradeciendo a todos los que se encontraban alrededor.

“Después de algún tiempo continuamos hacia la cumbre. Sobre ella estaba ya Pete Grahamn (de mi equipo) y dos sherpas. Cuando llegué al punto más alto del planeta no pude contener las lágrimas. Diez años tuve que esperar para poder ver el mundo desde lo alto.

“¡Diez años tuve que albergar en mi corazón ese sentimiento de paz y satisfacción! Y aunque con nadie lo compartí y lo pensé muchas veces, al sacar un trozo de corteza de árbol de los valles de Tyngboche (sic) en el que escribí uno de los motivos de mi expedición. In memoriam de Wanda Rutkiewicz y Jurek Kukuckza. Eso se lo leía a Pete, quien tomaba mis fotos de cumbre, las lágrimas me surcaban mi rostro… Yo también dije ahí ‘Tuji Chey Qomolunmga’ (Te doy las gracias Qomolungma), y por favor, déjame bajar.

“A un paso de la cumbre vi una piedrita y me acordé que mi pequeña Karina me pidió antes de ir a mi entrenamiento del Pico de Orizaba: ‘Mami, te encargo una piedrita de cada una de las montañas que vas a escalar, el Pico y el Everest’, y llené mis bolsillos con algunas.

“La gente estaba feliz en la cumbre; sinb embargo mi experiencia y la ajena me hacían sentir la imperante necesidad de bajar cuanto antes. Yo sabía que la furia de Qomolugnma en algún momento surgiría.

“Empecé el descenso, allá a lo lejor bajando veía a mi hermanita y quería alcanzarla. Las condiciones eran muy inestables y bajar rápidamente podría causar alguna caída. Yo pensaba  en mis dos pequeños que en casa me esperaban, pero aunado a esto existían fantasmas del pasado que tenía yo que vencer: abajo del Balcón, el lugar de mi caída hacía 10 años, el mismo lugar que alberga algunos cuerpos, entre ellos el de Scott Fisher, el guía que murió en la sonada tragedia del 96.

“Finalmente llegué al Collado Sur y pude abrazar a Lauri. Las lágrimas y un gran corazón nos unían.

“El descenso fue muy agradable, gocé terriblemente la soledad de la montaña y hasta me di el lujo de ir fotografiando la desafiante belleza del glaciar del Khumbu”.

Así es. ElsaÁvila de Carsolio viene de regreso, con sus piedritas en la bolsa, con la tranquilidad del alma, e impregnada en sus pupilas, la blancura de la montaña y en sus oídos, los vientos del Everest.


Esto

Mayo 16 de 1999



 



Suscríbete al Boletín

Google + Facebook Twitter RSS

 

Montañismo y Exploración © 1998-2023. Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con SIPER
Diseño por DaSoluciones.com©