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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili, Parte XII
25 enero 1999

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Capítulo XIII

¡VICTORIA!


Me sentía empequeñecido y aislado, estremecido al frío mordiente en la cima del Guili-Guili. La cumbre majestuosa del Khili-Khili se elevaba ante mí, a menos de dos kilómetros de distancia; pero entre nosotros se interponía la garganta del Enigma.


Mis pensamientos regresaron a aquella tarde, que me parecía tan lejana, cuando habíamos hecho alto en la cima del Voiajenkar, el corazón latiendo de esperanza y todos impacientes por afrontar la montaña. Todos nuestros esfuerzos, todos nuestros sufrimientos, todos nuestros planes habían sido vanos. Habíamos traicionado la confianza de los que nos habían elegido. Eramos unos fracasados, unos impostores; el mundo entero iba a reírse a nuestras expensas y con justa razón.


Pensé en mis camaradas que luchaban contra la fatiga física, que reagrupaban sus fuerzas con el pensamiento puesto en la tarea que creían les esperaba; los imaginé progresando lenta pero valientemente por el flanco de la montaña, y todo eso para nada. Esto me parecía infinitamente patético. Tenía la garganta apretada, y tuve que hacer un gran esfuerzo para retener las lágrimas, indignas de un hombre.


Contemplé la cumbre del Khili-Khili, tan serena en su pureza inviolada, y por un instante tuve la ilusión de que la diosa de la montaña rechazaba con desprecio a las ínfimas criaturas que habían puesto sobre sus pendientes sus sacrílegos pies; que ella les lanzaba un desafío, que lanzaba un desafío a la Humanidad entera. Ella era la que nos había extraviado y la que extraviaría o destruiría a todos los que posaran el pie sobre ella.


Me pregunté si la montaña sería vencida alguna vez.


Y mientras la contemplaba, conocí súbitamente la respuesta.


Sobre las largas pendientes de la cima, un pequeño punto negro acababa de aparecer. Lo vi elevarse lentamente. Detrás de él iba otro punto negro.


¡Hombres!


¿Quiénes podían estar sobre nuestra montaña? Sentí subir en mí una ola de indignación. ¿Quién había osado abordar en secreto nuestra montaña y vencería antes que nosotros para ridiculizarnos?


¿Quién?


Los tres puntos seguían subiendo. Detrás de ellos aparecieron otros puntos, solos o por grupos de dos o tres. Eran diez, veinte, docenas, veintenas; la virginal blancura de la cumbre estaba ahora sembrada de puntos.


¡Los portadores! No podían ser otros; Noventa y dos de entre ellos se habían quedado en el campamento de base. Había debido todos, o casi todos, escalar la montaña.


Pero ¿por qué?, ¿Por qué?


Y, ante todo, ¿dónde estaba Prone? ¿Estaba con ellos o le habían abandonado? ¿Estaba en la cabeza de aquellos puntos negros?


Me precipité sobre mi walkie-talkie. La distancia sobrepasaba el alcance normal del emisor, pero quizá en una atmósfera tan pura fuera posible el contacto. Manipulé frenéticamente la señal de llamada, diciendo:


"Lazo de Unión a Enfermizo. Lazo de Unión a Enfermizo. ¿Me oye? Corto."


Ninguna respuesta. Recomencé aun, y luego otra vez. Estaba poseído por el frenesí.


So Lo y Pong estaban plácidamente sentados sobre sus cargamentos y miraban a sus compañeros sobre el Khili-Khili sin manifestar el más ligero signo de interés. Todo eso les parecía entrar en la rutina cotidiana. Los puntos negros se separaban en grupos. Se levantaban tiendas. Se aprestaban, evidentemente, a acampar sobre la cima de la montaña.


Insistí en mis llamadas.


Al fin, ante mi inmenso alivio, oí una voz debilitada que decía:


"Enfermizo a Lazo de Unión. Enfermizo a Lazo de Unión. Le recibo en fuerza II. ¿Me oye? Corto."


Y me contó su increíble odisea.


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