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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili, Parte VIII
5 enero 1999

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Capítulo IX

EL CAMPAMENTO PERDIDO


Aún hoy me ocurre a veces despertarme aullando cuando reveo en sueños los horrores de aquella noche trágica. Una vez montadas las tiendas. Constant y yo nos metimos en nuestros sacos de dormir, esperando la cena. Me preparé a esta prueba pensando en los mártires cristianos y repitiéndome que el Khili-Khili no valdría la pena de ser escalado si no se tratara más que de un viaje de recreo. Pero mis meditaciones fueron bruscamente interrumpidas por un estrépito prolongado de utensilios de cocina procedente de la tienda de Pong. Constant, cuyos nervios comenzaban a saltar, fue a ver que era lo que pasaba. Regresó, todo tembloroso, trayéndome inquietantes noticias.


Había encontrado a Pong en cuclillas ante una gran cacerola, de la que subían indescriptibles efluvios. El suelo, ante la tienda, estaba sembrado de cajas de conservas vacías, y Constant había podido comprobar que eran justamente las que contenían aquellos platos delicados que habíamos escogido para avivar nuestro apetito a grandes alturas. Y cuando se nos sirvió la cena, esta horrible mezcla confirmó las aprensiones de Constant.


Todos nuestros más exquisitos manjares habían encontrado el camino de la marmita de Pong: la sabrosa pechuga de pollo, las conservas de melocotón a la crema que nos hacían salivar cuando pensábamos en ellas, las sardinas, el caviar, la langosta, el magnífico queso de gruyère, el salmón, incluso el café y las galletas con chocolate; todo eso no era ahora más que un pisto descorazonador que hubiera hecho huir, exhalando gritos de espanto, a las brujas de Macbeth.


Los horrores de aquella comida no eran más que el preludio de una noche como pocos seres humanos habrán conocido. Era, creo, alrededor de la medianoche, cuando me desperté de una pesadilla en la que yo estaba enterrado bajo el Khili-Khili para descubrir a Constant acostado sobre mí, roncando pesadamente y diciendo incoherencias en su sueño. Cuando le rechacé, se despertó con un grito de terror y me golpeó sobre la nariz, haciendo saltar lágrimas de mis ojos.


Me excusé de haberle despertado, y volvimos a dormirnos. Yo había debido dormir, en efecto, pues me desperté súbitamente con la impresión de que un monstruo prehistórico se había deslizado bajo la tienda e iba a herirme. Cogí el primer objeto contundente que pude encontrar al alcance de mi mano —en tal circunstancia, un zapato de montaña— y golpeé al monstruo con todas mis fuerzas.


Era Constant, claro. Le pregunté si le había despertado; y si me respondió lo que yo creo que dijo, no es el hombre que yo imaginaba. Después de madura reflexión, concluí que había debido imaginar todo eso, e iba a hundirme de nuevo en el sueño, cuando Constant lanzó un grito bestial y me mordió una oreja. Le desperté, y propuse, para nuestra mutua seguridad, instalarnos en sentido distinto.


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