mientras Alex remaba a toda velocidad, yo me detenía justo en la entrada y veía esa carrera. Se había olvidado de su llaga, del dolor, del cansancio. Sólo importaba remar y rápido. Comencé a echarle porras aunque no me oyera y esperaba que el capitán del navío virara de un momento a otro, como luego lo hizo. Entonces ambos pudimos respirar tranquilamente. Entonces me tocó pasar a mí y lo hice con calma, sabiendo que no había más barcos que salieran de la bocana.