EL SALVADOR
Llegamos a El Salvador como a cualquiera de los otros pueblos: rodeados de las miradas de interrogación de la gente. Porque cada vez habÃa más gente. Ahora nos preguntaba no una persona, sino varias. Las mujeres nos e escondÃan, sino que mandaban a los muchachos a averiguar qué es lo que hacÃamos con semejantes mochilones y en medio de la nada, ahà donde sólo los huehuetecos y la pepsi entran.
Stella, Sergio y Roberto llamaba mucho la atención por su cabellera rubia. Eran "gringos" para la gente y lo sabÃamos. Asà que procurábamos pasar de largo por las comunidades y dejar de lado las delicias del café servido a la mesa del campesino. QuerÃamos avanzar mucho y rápido. Sacapulas estaba muy lejano aún y me temÃa que no estuviera realmente en el sitio en el que lo colocaba nuestro astroso mapa.
Asà llegamos a El Salvador, tras una empinada bajada de las colinas de donde venÃamos. Algunos comenzaron a quejarse de ampollas pero nada importante. Seguimos y acampamos al lado de un caserÃo donde habitaban sólo varias niñas pequeñas que se la pasaban todo el dÃa cuidando su rebaño de ovejas. Sus padres habÃan ido a algún lado. Quizá al pueblo a comprar mercancÃa o a su labor, lejana. Y por supuesto, no podrÃan descuidar a las ovejas. Por eso estaban ahà las niñas.
El paisaje habÃa cambiado nuevamente. ParecÃa ya una sierra como la conocÃamos. SeguÃa sin árboles, pero conforme disminuÃa nuestra altitud, habÃa más posibilidades de encontrarlos, sobre todo en alguna cañada, por demás infrecuente. El Salvador está en una "vega" (cañada) que se dirige hacia Huehuetenango completamente libre de árboles. Verdaderamente asolador.
Esa noche, en nuestro campamento en una cuenca de 200 metros de diámetro, descubrà que la mayorÃa tenÃa ampollas en los pies. Sacapulas quedaba a unos inciertos cuatro dÃas de camino. No podrÃan llegar, asà que cambiamos de rumbo y nos dirigimos a Aguacatán. Todo el camino era de bajada y aunque suponÃa un esfuerzo grande para los pies, serÃa el último.
Por la tarde, llegábamos a un lugar caliente y árido: Chechén. HabÃamos caminado, corrido, tropezado y finalmente ahà estábamos, al final de la sierra, como asomándonos de la Sierra Norte de Puebla al Valle de Tehuacán. TodavÃa estábamos alto, pero esta vez lleno de calor. Allá abajo se podÃan ver las poblaciones, el cauce de un rÃo. El rÃo. La bendición para quienes tienen los pies ampollados de caminar muchos kilómetros y echarse a dormir sólo de cansancio.
Detrás nuestro quedaba la sierra de Cuchumatanes mientras bajábamos a Aguacatán para presenciar el Viernes Santo.