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Montañismo y Exploración
LA SIERRA DE CUCHUMATANES

Al norte de Huehuetenango y al sur de la Alta Verapaz, la Sierra de los Cuchumatanes se eleva por encima de todos los pueblos serranos con extensas planicies parecidas a las peruanas: también ahí se cultiva y vive de la papa. Y también se padece el frío todo el año.







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UNA PLANICIE INTERMINABLE

Caminamos siempre hacia el oriente, hacia Sacapulas, único lugar identificable en la fotocopia que cada vez iba quedando más ilegible. Al principio, el caminar fue moderado pero en cuanto vimos la enorme superficie plana que se extendía a nuestros pies, caminamos más rápido con los ojos sorprendidos de no encontrar árboles. Sólo pasto y viento. Los árboles han desaparecido del todo. "Yermo" fue la palabra que me vino a la mente cuando lo vimos desde una colina.

Bebimos agua y nos metimos al yermo caminando hacia oriente. Ni ovejas había allí de tan ralos que estaban los pastos. Una vez nos detuvimos a descansar y comer algo. Un hombre salió de entre unas colinas con una impresionante carga de leña a la espalda cargada con mecapal: 30 kilos. Alguien dijo: "Por eso se están acabando los árboles." "Ajá", y fue lo único que se dijo porque nos urgía caminar y llegar a la base de aquellos cerros al final de la planicie. Más tarde, Amílcar, un hombre que pasaba en bicicleta por uno de los amplios caminos que parecían no ser transitados, se detuvo a preguntar hacia dónde íbamos.

�¡¿Sacapulas?! ¡Uuuuuu! �fue su respuesta y la expresión se nos quedó todo el viaje cuando nos decíamos que aquel punto al que íbamos estaba muy lejos.

Amílcar nos mostró los atajos que debíamos seguir: llegando al pie de aquel cerro, el que se veía al final de la planicie ("si es que había un final"; "claro que lo había: él lo decía y había vivido ahí toda su vida, salvo una época en que fue a trabajar de ilegal a México en la construcción") debíamos seguir hacia la izquierda y bajar por el camino hasta llegar a una peña y dar vuelta a la izquierda. Ahí encontraríamos agua, que era lo más importante en este páramo de piedra caliza lleno de cavernas ocultas donde nuestros intentos de encontrar la entrada de una caverna importante se vieron todos cortados desde el principio por lodo y tierra ahí donde creíamos haber hallado una entrada diminuta.

Horas después, alcanzamos la base de los cerros. Efectivamente el yermo tenía un final y dimos vuelta a la izquierda. Bajamos y hallamos todo como nos lo habían explicado. Pero no contábamos con la noticia de que la policía echara bala por puro gusto. Así que ahora caminamos de noche, con los ojos bien abiertos, en busca de los perros que se desprendan de la oscuridad para ladrarnos y mordernos. No encendemos la luz porque nos deslumbraría. Sólo abrimos los ojos hasta que tenemos que se nos escuecen de lo áspero y parpadeamos, pero sólo un momento.

La llegada a la escuela fue extraña: en la oscuridad, me dirigí a la casa del juez del pueblo y pedí permiso para quedarnos mientras dos de nosotros regresaban por los demás para mostrarles el camino. Miguel se quejó. "¡Pero si tú fuiste quien nos dijo que se escuchaba el altavoz!" Le replicamos. Y él lo negó: no recordaba haberlo dicho. Al otro día, después de que aquellos que llegaran directamente a su tienda de campaña a dormir sin probar un bocado por lo cansados que estaban después de 12 horas de caminata, despertaran, descubrimos que el pueblo no tiene altavoces.

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