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Montañismo y Exploración
Elbrus: la tercera de mis Siete Cimas
22 julio 2009

Andrea Cardona y Manoel Morgado (Guatemala y Brasil, respectivamente) están buscando lograr las Siete Cimas. Este es el relato de Andrea de su reciente ascenso al Elbrus, la montaña más alta de Europa, enviado a montanismo.org desde Rusia.







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El Elbrus es un volcán aislado y no cuenta con la protección de las otras montañas contra los fuertes vientos, nevascas y tormentas inesperadas. Una compañía de montaña puso señales con banderitas rojas. Podemos ubicarnos, especialmente cuando llegan nubes densas. Estamos a más de 5,000 metros y la altitud comienza a hacerse sentir. Manoel y yo disminuimos el ritmo. Intento pegarme a él porque la visibilidad se reduce a cada instante. Aún faltan más de 600 metros en vertical. No sé qué esperar del camino.

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Antes de salir acordamos que regresaremos a más tardar a las 4 de la tarde, sea donde sea que nos encontremos. Hago unos cálculos rápidos, salimos a las 10:45 AM, tenemos un poco más de 6 horas para subir desde 4,600 metros y llegar a la cumbre a 5,642 metros y bajar hasta nuestro campo a 3,700 metros. Dudo si llegaremos a tiempo.

Al llegar a la división de las dos cumbres (5,250 metros) encontramos a las últimas dos personas que bajan de la cumbre, una pareja rusa. ¿Cuál es la cumbre oeste? Lenguaje corporal, señas y palabras… pero no saben a lo que me refiero. Nos hacen señas para decirnos algo como “es muy tarde para seguir subiendo”. Les agradecemos en ruso “spasivo” pero no, no queremos perder nuestra única oportunidad de cumbre.

Aunque los riesgos me asusten me gusta sentirme en la aventura, tomando riesgos, no tener un guía diciendo qué hacer o donde ir, como en la reciente expedición al Mckinley. Pero al Mckinley sé cómo lidiar con temperaturas extremas, viento fuerte y poca visibilidad. Todo va a estar bien. Pasos más lentos y respiración más rápida y fuerte. Nos concentramos en las señales rojas que desaparecen en la bruma. Seguiremos caminando hasta que haya señales, no importa si llevan a la cumbre este u oeste.

En este punto, que las señales nos lleven a cualquier lugar ya es ganancia. Llegamos a una parte plana a 5,500 metros. Son las 14:45 de la tarde y nos puede llevar otra hora para subir los últimos 142 metros. Caminamos 15 minutos más y vislumbro unas familiares banderitas de colores de Nepal que las personas por tradición ponen en las cumbres de los picos de los Himalayas. La cumbre. Cualquiera que fuera, era una cumbre. Son las 15:00 y lo logramos.

¡Lo logramos!

Andrea Cardona en la cumbre del Elbrus

Viento y frío, nubes más densas. Fotos con cada bandera. Es la mitad de la montaña y para completarla debemos bajar hasta el campo base, casi dos mil metros. Al empezar el descenso, empieza a nevar. En unos instantes nuestros huellas se cubrieron completamente de nieve resbaladiza. Manoel va por enfrente de mí, rápidamente, y me insta a bajar rápido. Pero no puedo. No confío en mis pies y por un momento no se qué hacer. Recuerdo lo importante que es saber bajar rápido.

Me digo: “Si caigo, ojalá que no duela”, y empiezo a correr hacia abajo. Diez minutos después, la nevasca cesó pero seguimos bajando rápido porque nos esperan seis kilómetros para llegar a nuestro acogedor container de metal. Sueño con comer una deliciosa cena rusa cocinada por Fátima, nuestra gordísima cocinera que se encariñó conmigo y me llama de “princesa”.

Llegamos a las seis de la tarde. Un tiempo record. Tardamos 4:15 horas para subir y dos para bajar. La salida hacia la cumbre con los clientes está programada para las tres de mañana del día siguiente. Despertador, a la una. Me acuesto a las ocho pero no puedo relajarme como suelo hacer después de una cumbre. Sé que tengo que ser fuerte y prepararme para subir de nuevo.

Segundo ascenso

La salida de madrugada es increíblemente fría y con mucho viento y por ir el doble de despacio respecto a ayer. Mi cuerpo empieza a enfriarse. Muevo en continuación los dedos de pies y manos. Me duelen por el frío, pero mientras duelan están vivos. Subo con Luiz, muy simpático y le cuesta mucho subir. Se siente exhausto desde el comienzo. Pierde un crampón y le hago una pequeña plataforma con el mío para que coloque su bota desnuda y no resbale. Así respiro más rápido y paro repetidas veces para recuperar el aliento.

Luiz me detiene. Su mano se está congelando. Le doy masaje para devolverle la circulación y la mía se entibia con el movimiento. Luiz me dice que ya no quiere seguir. No me mira a los ojos. Le pido que caminemos hasta el lugar donde encontremos sol. Allí podrá descansar sin riesgo mientras yo subo a la cumbre con Antonio, el de mejor condición física del grupo.

Cuando llegamos al sol, menciono que sólo faltan 200 metros de los 10 días de expedición y los varios vuelos y gastos para llegar hasta Rusia. Le pongo todo en una perspectiva más amplia y le ofrezco mi crampón para seguir subiendo. Luiz escucha, se sienta, come, se hidrata y piensa lo que quiere hacer. Al final decide seguir. Sé que esa última parte será lentísima, pero estoy dispuesta a llevarlo a la cumbre. Es la primera montaña nevada para este hombre y sé que está siendo una prueba durísima.

La experiencia con este grupo me hacer recordar que yo era  así hace sólo tres años. Pienso en todo lo que avancé, pero aún estoy suficientemente cerca a su realidad para poder comprender cómo se sienten y ser alguna ayuda moral también.

A las 11:20 de la mañana, después de siete horas y media, le tomaba fotos en la cumbre más alta de Europa. Yo estaba pisando esa misma cumbre por segunda vez en menos de 24 horas. Me di cuenta que Manoel y yo sí habíamos ido a la cumbre correcta. El tiempo está un poco mejor que el día anterior y tengo unos instantes de cielo despejado para contemplar el estupendo paisaje que vive eternamente alrededor de la montaña reina del lugar: el Monte Elbrus.

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