SAN MIGUEL TALEA DE CASTRO
Bajo el aguacero, llegamos a una pequeña troje donde tuvimos que dormir apretados y asaltados por las pulgas. No habÃa otro lugar, ni siquiera para colocar la tienda. Llovió toda la noche y todo el dÃa siguiente. Las nubes no dejaban ver más allá de veinte o cincuenta metros. Esa humedad nos ponÃa irritables, como también lo hacÃa la falta de suficiente comida, el desconocimiento de lo que seguÃa y, sobre todo, las semanas ya vividas juntos. Como en toda expedición, uno descubre a los demás, incluyendo a sus mejores amigos, sólo en condiciones extremas. Y el resultado no siempre es satisfactorio. La segunda noche dormimos en una cabaña. Las goteras eran interminables y pasamos un par de horas arreglándolas y aún asà me levanté a medianoche para hacer un arreglo más. Al otro dÃa deberÃamos llegar, a como diera lugar, a un lugar habitado porque la comida se nos habÃa terminado.
Bajamos por una ladera hecha selva. Abajo se adivinaba un gran rÃo y en ocasiones podÃamos ver cascadas blancas que nos daban una idea de su caudal. Hacia allá nos dirigÃamos. Arriba, árboles de gran talla cubiertos por más plantas y, de vez en vez, retazos de cielo azul. Era el camino, salpicado de cruces y flores, hacia San Miguel Talea de Castro, un camino poco común por el que transitaban camiones o camionetas abarrotados de gente que, en ocasiones, se desbarrancaban con personas que, extrañamente, habÃan sido amenazados poco tiempo antes. Un camión de los años sesenta llevaba hacia la ciudad de Oaxaca tantos pasajeros que unos diez iban montados en pleno techo, entre grandes bultos de ropa y de panela.
Talea viene del zapoteco Ltac-Lea, que quiere decir "pendiente del patio". Es un pueblo prehispánico que está regado por la pendiente del cerro. Un pueblo grande con una iglesia también del siglo XVII que hace admirar el tesón de los misioneros coloniales por hacer construcciones monumentales. Por otro lado, todos los pueblos de la sierra están, de alguna manera, colgados de los cerros.
Talea nos cautivó por varias razones, pero la principal fue una familia que, literalmente, nos adoptó. Llegamos a desayunar a una casa y ya para la tarde nos habÃan hablado tanto del pueblo que era difÃcil precisar cuánto tiempo habÃamos permanecido ahÃ. Paco enfermó y tuvimos que permanecer ahà hasta el dÃa siguiente. Mientras, conocimos la iglesia, el mercado, la cárcel municipal, vacÃa por el momento de presos pero herrumbosa y oscura.
La despedida fue muy especial. Siempre ha sido difÃcil dejar atrás lugares y gente que conozco y quienes me platican sus vidas, sus problemas, sus tradiciones como si fuera uno de ellos. Esta es la "magia" que los viajeros extranjeros tanto han alabado desde la época de la colonia. Esta vez, nos marchábamos cargados de varias plantas medicinales, que después usarÃamos en nosotros mismos. Con la cabeza llena de tradiciones que a través de nuestros hospederos y recientes amigos nos habÃa hecho llegar un pueblo zapoteco que se niega a dejar de ser él mismo, la despedida era en verdad dolorosa. Cada uno se despidió lo mejor que pudo y cuando me llegó el turno, doña Roberta tomó mis manos y en voz muy baja y clara me dijo "CuÃdate, papá. Cuida de los muchachos. Que Dios los bendiga en la misión que traen por estos lugares tan lejos de sus casas."
Nadie habÃamos protestado cuando nos diera un té para reponernos, nadie se ofendió cuando se burló de nuestro sentido común con ese algo que hizo frente a nosotros y que no dejaba lugar para duda alguna. Con esas manos que trabajaban todo el dÃa envolviendo cálidamente las mÃas, con esos ojos pequeños y entrecerrados puestos sobre los mÃos como hurgando en lo más profundo de mà y despidiéndonos como se despide a los hijos, esa señora que se movÃa tan familiarmente en el ámbito del curanderismo familiar y a quienes las madres de familia acudÃan en busca de remedios y de consejos, nos hacÃa temblar en cada palabra de esa despedida tan especial. Ningún lugar antes nos habÃa dejado esa impresión de estar dejando el hogar. Las lágrimas en sus ojos se me quedaron muy grabadas.
CON UN PIE EN LA CÃ?RCEL
Finalmente abandonamos la cabaña. Al amanecer comenzamos a caminar por una vereda que se deslizaba por entre las plantas, por entre la niebla y que se enredaba entre nuestros pies. Nadie corrÃa. Esta vez todos iban detrás mÃo y yo marcaba el ritmo. La consigna tácita era salir de ahà lo más pronto posible y sabÃamos que estábamos lejos de cualquier poblado. Subimos y subimos. Con un piso de licopodios y musgos abundantes, rodeados de helechos arborescentes y árboles cuya copa era escondida por los jirones de niebla que se desprendÃan de un lado y otro de la arista por la cual subÃamos, el ascenso fue embriagador durante horas... hasta que alcanzamos una brecha para camiones troceros. Si ya talaban los bosques de esta parte, ¿cuánto más durarÃan? Con los bosques desaparecerÃan los licopodios, esas plantas tan antiguas biológicamente, los fantasmas que la imaginación creaba a cada vuelta del camino, los bellÃsimos "niños" de piedra que eran capaces de hablar y que no podÃan moverse del lugar si ellos no querÃan... ¿Cuánto tiempo más permanecerÃa asÃ?
No nos podÃamos mover de ahÃ. Mi "caso" se habÃa expuesto frente a mà con tanta claridad que todo el mundo entendió y asintió... menos yo, porque no conocÃa ni una palabra en zapoteco. La pena era la prisión. ¿Por cuánto tiempo? "Hasta que llegue la autoridad o pague la multa". La multa era excesivamente elevada y la "autoridad" llegarÃa ahà en dÃas, semanas o meses, nadie podÃa precisarlo. ¿Cómo es que habÃa sucedido todo esto? El topil primero, un muchacho de 19 años totalmente embriagado y con el rostro manchado de sangre por una caÃda que tuvo cuando estuvo embriagado, me acusaba de haber entrado a la iglesia sin autorización y querer robar un pequeño cuadro que tenÃa una oración escrita en latÃn y al cual me habÃa acercado para copiarlo. Pero no alcancé a hacerlo, pues apenas me acercaba dijo que saliera de la iglesia y, una vez fuera, tocó su silbato a todo volumen. Todos los otros topiles llegaron.
"¿Qué pasa?", preguntaban los muchachos. No podÃa decirles porque yo tampoco lo sabÃa. Sencillamente estaba tranquilo y ante la asamblea que se reunió en la agencia municipal hablé con tranquilidad porque tenÃa un testigo del pueblo: si el topil decÃa que habÃa entrado a la iglesia sin autorización, ¿cómo es que habÃa entrado conmigo? Pero no pude tener testigos del pueblo para la segunda acusación y se jugaba el valor de su palabra contra la de nosotros siete, forasteros vestidos con pantalones cortos y cargando voluminosas mochilas. Hasta entonces nos enteramos Â?y no por las personas que hacÃan las veces de autoridadesÂ? que la iglesia habÃa sufrido un robo hacÃa quince años y que desde entonces toda persona que llegaba a Santiago Yagallo debÃa pedir permiso si querÃa verla por dentro. "En quince años ha habido muchos abusos de los agentes municipales porque quieren sacar dinero a todo el que llega", nos dijo dÃas después el padre irlandés que estaba en Yagavila.
Yo me veÃa con un pie en la cárcel... y el otro también. La fiesta del pueblo habÃa pasado hacÃa casi una semana y habÃa un hombre en la cárcel que fue preso porque no quiso beber con los topiles. Si eso pasaba con un vecino del pueblo, ¿qué le esperaba a un extraño que ni entendÃa el zapoteco? Los muchachos no podrÃan irse del pueblo bajo ninguna circunstancia si yo era apresado por carecer de dinero para la multa. De reojo, veÃa a la puerta las caras confundidas de mis compañeros. Dos de ellos asustados porque a sus 17 años no habÃan encontrado algo tan difÃcil como aquello. ¿Qué tan lejos estaban de sus casas si habÃamos caminado por dÃas? Durante tres horas argumenté y finalmente la multa fue rebajada hasta ser el 20% de la inicial, pero no por ello dejaba de ser una suma alta. ¿Seguir discutiendo? Pagamos y salimos de ahà como alma que lleva el diablo. En el camino de bajada me lamentaba: "¡Y mira que no haber tomado una sola foto del interior!"
DE PASO POR YAGAVILA HACIA LA CHINANTECA
Con el alivio que significaba el haber dejado atrás Santiago Yagallo y la amenaza de pasar una cantidad indefinida de dÃas tras las rejas, cruzamos un rÃo y llegamos a Yagavila. En zapoteco, quiere decir "árbol que canta" y el nombre se refiere a la leyenda de la entrada de los españoles al lugar. Se dice que en el centro de la población habÃa un árbol cuyas hojas cantaban cuando las movÃa el viento, lo cual era muy frecuente. Los españoles llegaron a esa población precisamente por la barranca por donde nosotros subimos y en cuanto hicieron su irrupción en el pequeño pueblo, el árbol dejó de cantar pese a que el viento soplaba.
Tiempo después, los conquistadores hicieron la cruz principal de la iglesia con la madera de ese árbol que los indÃgenas adoraban tanto. Ignoramos si la cruz existe todavÃa ahà puesto que la iglesia la hallamos cerrada, pero precisamente fuera del templo hay un pequeño monolito de unos 60 centÃmetros de alto, parcialmente enterrado y del cual nadie pudo decirnos algo sobre su origen.
SALIDA DE LA SIERRA ZAPOTECA
Cuando llegamos a la parte más alta de la sierra, salió el sol. En tres dÃas no lo habÃamos visto y estábamos empapados. HabÃamos cruzado la selva y al mediodÃa nos detuvimos para secarnos un poco. El camino en el que estábamos era amplio y en pocas horas más llegarÃamos a la carretera federal 175 y de ahà hasta Yólox. A partir de ahà abandonábamos la sierra zapoteca y entrábamos en plena Chinantla. Otra gente, otras costumbres diferentes, otro idioma antiguo pero nuevo para nosotros. Atrás dejábamos lugares impresionantes para la fotografÃa y para el espÃritu, sobre todo para esa riqueza interior que no puede transmitirse por medio de palabras o de fotografÃas.
Pero nuestra aventura no concluÃa ahÃ. Simplemente se terminaba una etapa y debÃamos seguir todavÃa hasta llegar a la zona cuicateca. No lo sabÃamos todavÃa, pero lo verdaderamente interesante, después de casi dos semanas de viaje, apenas comenzaba. Lo que nos alegraba por el momento era algo tan simple como los rayos del sol. Ya tendrÃamos tiempo para pensar en la comida que desde ayer no ingerÃamos y en el cansancio.