follow me
Montañismo y Exploración
Ascenso al Monte Perdido
22 septiembre 2008

La atracción por el Monte Perdido vino desde que escuché el nombre y nunca fue débil. La promesa de encontrar algo perdido era demasiado seductora, ¿cómo puede resistirse un explorador a eso? Era un cariño efímero, débil, obscuro: misterioso. Y no hay nada como el misterio para fortalecer la motivación.







  • SumoMe

Hacia Rutas Salvajes

Supuse que después de haber escalado en libre la faja de Seaso y caminar seis horas con una mochila de 15 kilos, el ataque final al Monte Perdido sería fácil.  Supuse también que la única complicación sería la escupidera y sabía que mi única preocupación era un comentario que mi subconsciente venía sugiriendo sutilmente:

No se puede todo en la vida.

Es una frase que siempre he conocido, quisiera no estar de acuerdo con ella, quisiera luchar contra ella pero a trompicones he llegado a comprender que es una frase sabia.

Muchas cosas en mi vida están relacionadas con esa frase; una de ellas es por la que estoy aquí, pero ahora puedo sentir una relación mucho más intima, ¿qué tal si no puedo tener esta montaña y mi vida al mismo tiempo?

El pensamiento me ha atormentado desde que dejé Barcelona (mi hogar temporal); no puedo dejar de pensar en lo estúpido que sería haber salido desde México hasta Europa, haber gastado mi dinero en equipo, mi esfuerzo en irme de intercambio a estudiar un semestre y todo para terminar posiblemente muerto.

¿Con quién me podría quejar?  ¿De qué me podría quejar? Todo el esfuerzo hubiera sido de mi parte y si todo dependía de mí ¿a  qué le tenía miedo?, ¿a mí mismo? Sí, a mi juicio, a mi capacidad, a mi fuerza y en el fondo, a mi identidad,  (es aquí donde me acuerdo de Chris McCandless).  Costó bastante trabajo convencerme de que mis tendencias no eran autodestructivas. Tal vez al final la atracción fue mayor.

La atracción por el Monte Perdido vino desde que escuché el nombre y nunca fue débil. La promesa de encontrar algo perdido era demasiado seductora, ¿cómo puede resistirse un explorador a eso? Era un cariño efímero, débil, obscuro: misterioso. Y no hay nada como el misterio para fortalecer la motivación. Tengo que admitir que caí redondito por el Perdido. Decidí subir y no fue una carga, no tuve que vencer mis miedos: ahora ellos son parte de mí. No tuve que obligarme: caminar en nieve tan firme era un placer y el paisaje...  bueno, de aquel nunca puedo resistirme.

El síndrome del escalador

La ultima parte del acercamiento fue rápida y ya muy cerca de la “escupidera“ alcancé a la única cordada que me precedía, bajando de la rampa con bastante cuidado.  Era un grupo de cuatro vascos que no bajaban muy contentos; les pregunté cómo estaba la escupidera y me respondieron “Pues peligrosa”. El grupo acababa de ser víctima de lo que Messner describe como el síndrome del escalador.

En una visión aterradora, todos presenciaron a una mochila resbalar, tomar bastante velocidad y mientras se golpeaba con todo tipo de piedras ser desmembrada y literalmente escupida hacia el vacío. Las rampas inferiores detuvieron su caída 300 metros más abajo y creo que no me equivoco al suponer que todos ellos se vieron en el lugar de la mochila; está de más decir que no subieron.

Así  que me tocó hacer huella y la cima se presentó pronto: amplia, tranquila y con vistas espectaculares.  Arriba el Pico de Añisclo se yergue imponente frente a ti por primera vez, el Cilindro de Marboré, del otro lado, se distingue con una perspectiva nueva, superior. Rodeándolo todo con una belleza sobrecogedora están los pirineos aragoneses; una inmensidad de picos rugosos, puntiagudos y nevados.  Pocas veces me había sentido tan pequeño y sin duda nunca había visto algo así.

Regreso

Entre la hermosa vista y el prospecto de regresar a la escupidera, decidir bajar fue tan difícil como decidir subir; la única diferencia es que bajar promete alivio, seguridad y confort. Regresar siempre es una idea atractiva. Además, justo con el regreso mi pequeña odisea terminaría.

Mientras bajaba pude ver a otra cordada de cuatro comenzando la rampa, les alcancé pronto y sin intenciones de subir me preguntaron: “¿Como está la escupidera?” Yo,  haciendo gala de mi creciente castellano, contesté: “Acojonante”.

El penoso proceso de regresar continuó sin contratiempos, felizmente acompañado por cuatro madrileños con los que congenié bastante, terminaría por bajar hasta el medieval pueblo de Torla con ellos. El Perdido se quedó vacío y yo he subido, bajado…

Y ¿qué encontré?

Justo lo que buscaba.

Páginas: 1 2



 



Suscríbete al Boletín

Google + Facebook Twitter RSS

 

Montañismo y Exploración © 1998-2023. Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con SIPER
Diseño por DaSoluciones.com©