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Montañismo y Exploración
Viajar en bicicleta, o cómo ver un país desde dentro
29 enero 2011

Después de varios viajes en bicicleta, uno puede darse cuenta que lo ha estado haciendo desde hace mucho tiempo para ver el mundo desde otrro ángulo, tal vez dentro de sí mismo.







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De San Cristóbal de las Casas a Palenque, el corazón de la sierra zapatista

Mis opiniones sobre el movimiento zapatista son generalmente neutras. Debo decir que siento cierta empatía con ellos y estoy en desacuerdo con la opresión militar y política en la zona, pero no soy un experto en el tema y no es mi intención hacer un juicio, sino relatar lo que vi por allá.

La carretera que sube hacia San Cristóbal, cerca de la cumbre de Navenchauc.

“Aquí asaltan, ¿eh? Dicen que son zapatistas y aunque no lo sean, te chingan. El gobierno no puede hacer nada.” Eso fue lo primero que escuché en Ocosingo, sin contar las veces que me gritaban “¡Gringooo, déme dinero!” En San Cristóbal era muy diferente, allí los zapatistas son de la Ibero o europeos.

—Yo que tú, me regresaba. Se va a hacer de noche y te va cargar la riata.

—Sí —contesté.

La subida hacia San Cristóbal, el camino no es muy empinado, pero si muy panorámico.

Esperé a que se fueran y seguí hasta el siguiente pueblo pasando Ocosingo: una ranchería zapatista, lo asumí cuando supe que vivían allí desde el ’94. Había unas 20 familias y nadie me quiso ofrecer un lugar donde colgar mi hamaca, “Nooo, está difícil aquí”, decían. La lluvia se veía venir así que había que apurarse. Fuí con la autoridad, el juez. Me presenté, antes que nada, como mexicano, como egresado de la UNAM y reportero, dejando claro que había gente siguiéndome desde México. Me dejaron un espacio de concreto, sin árboles ni refugio de la lluvia, que empezaba a caer suavemente.

La iglesia de Guadalupe en San Cristóbal de las Casas.

En la noche regresaron sus hijos a fumar cerca de allí y platicar con los vecinos acerca del extranjero que venía en bicicleta. Mi saludo se perdió en la opacidad de la lluvia y nadie contestó. “Se va a mojar, viene durísima el agua”, escuché entre sueños. Para ellos no era un igual, sino un ente sin importancia, que no se mojaba, no iba al baño ni tenía sed. Sé que no tenían obligación de ayudarme y normalmente hubiera estado mucho mejor colgando mi hamaca en el monte, pero también esto es parte de México y eramos mexicanos todos.¿Por qué la hostilidad, si somos del mismo bando?

No es raro ver estos carteles en los pueblos de los altos de Chiapas.

Al día siguiente empujé duro para llegar a Palenque y salir de ahí. Supongo que siempre he sabido irme de donde no me quieren y me fui feliz de allí; nadie se despidió de mí, estaba algo mojado y solo, pero muy feliz de continuar. Palenque fue una agradable sorpresa: la presencia de la selva se sintió fuerte, los monos aulladores se escuchaban por la mañana y las ruinas son poco menos que increíbles, de las más bonitas que he visto.

Templo de las inscripciones, en Palenque.

De los Altos de Chiapas, me quedo con los caminos, los paisajes y el queso fresco.

Esperanza: De entre las nubes nace Esperanza, a unos 150 km de Oaxaca capital, justo a la mitad de la Sierra Norte, una extensión de la Sierra Madre Oriental. Hay sólo dos caminos que cruzan la sierra norte, desde Valle Nacional, uno va hacia Teotitlán de Flores Magón y el otro hacia la ciudad de Oaxaca, por donde pasé.

Esperanza, en lo alto de la Sierra Norte de Oaxaca.

Esperanza es un pueblo chinanteco (“chinanterco”, como dicen ahí). Está apretujado en una ladera, casi colgado, con vistas extraordinarias de la sierra. Me recibieron con muchísimo gusto, “¡Hace apenas una semana venían unos desde Bélgica!” Ya entrada la noche y después de mucho platicar, se despidieron,  “Sólo me queda una duda compa, ¿con quién va a soñar?, ¿con las mujeres de aquí o las de allá?”

“Con las dos mi secretario, pero ya vamonos a dormir”, contesté.

Bajando de la Sierra Norte.

Me habían dejado sólo en una sala de juntas, con muchos grillos como compañia y una ventana por la que ahora podía ver las estrellas. La vista era incredible. Me preguntaba si el pueblo se llamaba Esperanza por la vista, ya que fuera de eso no veía mucha por otros lados. Es difícil encontrar esperanza en los pueblos pequeños de la sierra; las carreteras los conectan con la civilización, pero estando allí no es tan sencillo de ver. Cuando alguno de los muchos deslaves de lodo inrrumpen en el camino, estos pueblos quedan totalmente aislados.

Camino para llegar al Mirador, el punto más alto de la Sierra Norte. La pendiente era muy fuerte.

El camino de la sierra norte es otra cosa, es difícil quitar la atención de un camino que sube tan salvajemente; en los tres días que me tomó cruzar la sierra acumulé más de cinco mil metros de desnivel a lo largo de sólo 200 km. Ni siquiera en los Alpes había subido tanto, ni con tanta pendiente. La carretera 175 es de los caminos más duros de México, un verdadero paraíso para el ciclista, pues además el tráfico es minimo.

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