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Montañismo y Exploración
LA EXPLORACIÓN GEOGRÁFICA EN MÉXICO

Con los deportes de aventura desarrollan una mentalidad que les hace pensar en vivir cada minuto. Saben que el riesgo existe y que en caso de una falla ningún árbitro los sancionará, sino que se producirá algo de lo cual …







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Con los deportes de aventura desarrollan una mentalidad que les hace pensar en vivir cada minuto. Saben que el riesgo existe y que en caso de una falla ningún árbitro los sancionará, sino que se producirá algo de lo cual sólo ellos serían culpables. Por eso esperan lo mejor pero se preparan para lo peor.

Si continuamos por este camino, encontramos pronto que la aventura, tal como nos la presentan los medios masivos de comunicación no es más que una actividad con riesgos que controla una persona (el guía) y que dura tan poco tiempo que no es posible inculcar la esencia de «no peligrosidad» a esos «niños» que hemos tenido de la mano.

Sin embargo, el guía no se considera a sí mismo como un instructor. De hecho, no lo es. Es sólo la persona que controla la situación, pero muy rara vez enseña algo. Los papeles de instructor y guía debieran ser replanteados en una sesión aparte como parte del mejoramiento de lo que actualmente se llama turismo de aventura.

Esto es en el turismo de aventura. ¿Qué pasa en la aventura que no tiene turistas? Sucede, como podrá deducirse de lo anterior, un gran encuentro con la vida, algo que no tiene nada que ver con el raciocinio ni el mundo exterior, sino con todo aquello que llevamos dentro y que pertenece exclusivamente a nosotros. A nadie más. Esa es la diferencia sustancial entre un aventurero y un turista de aventura, que es prácticamente lo mismo que decir "aprendiz de aventurero".

Hagamos otra distinción y pondré como ejemplo a un alpinista. No es lo mismo escalar una montaña que ya ha sido ascendida antes por otra persona que llegar a la cima de una montaña que nunca ha sido escalada. No importa su dificultad, ser el primero implica ser un explorador, enfrentarse con ese enigma que representa estar donde nadie más ha estado. Al menos eso es lo que se deduce si uno lee libros sobre historia de las exploraciones geográficas: hay que llegar primero a toda costa o de lo contrario el éxito no tiene sentido. Tal fue el caso del capitán inglés Scott, quien llegó al Polo Sur en 1911, un mes después del noruego Roald Amundsen.

Uno se pregunta qué es lo que hace tan especial ser el primero. Es imposible plasmarlo, pero lo cierto es que poco a poco los espacios geográficos «desconocidos» van siendo menos, al grado de que en el sentido histórico estricto sólo serían exploradores los espeleólogos que realizan prospecciones en busca de nuevas cavernas, los científicos que bajan miles de metros en los mares o los astronautas en nuevas misiones.

Así, de repente nos encontramos en un callejón sin salida: actualmente no habría muchos exploradores por mucho que uno se esforzase en serlo, puesto que no hay muchas opciones accesibles. Tendríamos que redescubrir el sentido del ser explorador en cuanto a la aventura. En 1981, Steve Blount escribió un pequeño artículo llamado "Discovery or adventure?" en el cual señala:

Algunos viajeros poseen la idea de una aventura mezclada con descubrimiento y exploración. En búsqueda de la aventura, pasan por lugares que, aunque conocidos, aún suplen la experiencia personal que define la verdadera aventura... El Amazonas, y lugares como éste, son capaces de ser descubiertos por cada viajero a través de su propias percepciones... La aventura no es más que un encuentro con lo no familiar, el reto al cuerpo o la mente, la experiencia profundamente vivida. (3)

Con esto no se quiere decir que toda persona que realice una experiencia profundamente vivida en un lugar conocido, se puede convertir en explorador. Les hace falta algo importante que todavía no hemos vislumbrado con claridad. El escalador inglés Chirs Bonington escribe:

Existen diferentes niveles de aventura que cabe separar, tal como el atleta distingue entre una carrera de cien metros o un maratón. Las pruebas de cien metros en la aventura son muy intensas pero de corta duración. [...] Un escalador solitario que traza una nueva ruta [...] sin duda vive una gran aventura, ya que su vida se encuentra literalmente en sus manos [...] Se enfrenta al reto de lo desconocido y con los límites extremos del control muscular. Se necesita un nivel intenso de compromiso, pero el periodo en sí es relativamente corto... Los maratones de la aventura se dan en los picos del Himalaya, en los polos y a través de los océanos. La diferencia radica, obviamente, en la proporción, donde el elemento tiempo es tal vez tan importante como el tamaño. El riesgo inmediato y el nivel de capacidad pueden no ser tan concentrados, pero la expedición requiere un dinamismo a la vez físico y meditado, la capacidad de vivir con otros durante un largo periodo de tiempo o, lo que tal vez resulte más difícil, la de estar solo y depender únicamente de los propios medios. (4)

Son tres parámetros que definen la aventura per se: el tiempo, la intensidad de lo vivido, un nivel alto de compromiso y, aunque no está explícito en el texto, la autosuficiencia. Esto es lo que mueve a aquellos para quienes la aventura no es un pasatiempo de fin de semana, sino el motor principal de sus vidas. No importa si la aventura es de corta o larga duración, el compromiso ha de ser profundo y el aventurero debe tener los ojos bien abiertos para descubrir un mundo que no conoce y que apenas intuye pero al cual quiere pertenecer.

En México, la exploración geográfica ha sido limitada. Arqueólogos, antropólogos, botánicos, zoólogos, geólogos, gambusinos, petroleros y otros cuantos más son quienes la han realizado. Todos, con un objetivo determinado. La exploración geográfica en México sufrió un cambio brusco cuando un puñado de personas se propusieron hacer algo que habían soñado tiempo antes. Así surgieron expediciones importantes como la Caminata de las Californias, en donde se recorrió a pie toda la península californiana; la Expedición Barranca Bacís, que era un autentico reconocimiento arqueológico a esa barranca en la Sierra Madre en el estado de Durango, donde se encontraron más de quince sitios arqueológicos nuevos que hoy están siendo estudiados por los especialistas, y otras más, como la travesía en una canoa de huanacastle del Mar de Cortés, desde Cabo San Lucas hasta Vallarta, sin instrumentos de navegación, muy al estilo de Thor Heyerdahl.

Se puede argumentar que algunas de las expediciones anteriores tienen un objetivo científico más que deportivo. Esto no es nuevo, pues ya el explorador noruego Fritdjof Nansen tuvo que estudiar geofísica para justificar su viaje al Polo Norte. Pero más que justificante, también es el medio. Ser explorador implica convertirse en un científico amateur y conocer teorías, historia, geografía y hasta lenguas. Debo corregirme: no debí haber dicho "hasta lenguas". En realidad, las lenguas son lo primero con lo que un explorador se enfrenta y con lo que debe vivir durante sus expediciones.

Hay un solo detalle que no he tocado aun y que está fuertemente relacionado con las actividades de un explorador y un aventurero y su filosofía: la creatividad. Para ser un buen aventurero, sin importar qué tipo de aventurero sea uno, es necesario ser creativo. Si no se tiene esta capacidad, no es posible hablar de aventura. Caeríamos al terreno de lo hollado constantemente por todos, el terreno de la «seguridad», rayana en la sobreprotección.

Tener como motivación en la vida a la propia aventura es algo que la mayoría no puede entender, pues es creencia general que es un "síntoma" pasajero. Pero si bien no se comprende, se respeta. Después de todo, ¿quién no admira a quien ha hecho algo que jamás nos atreveremos a emprender? Sin embargo, no por ello se es más humano que los demás. Simplemente se vive una vida intensa y creativa.

El segundo comentario viene de la experiencia: si algo se aprende en el camino de la aventura es que si alguien lo ha hecho antes que nosotros, nosotros también podremos hacerlo. Esto nos lleva forzosamente a que las vivencias de quienes viven una o varias aventuras debieran ser transmitidas, sea por escuelas especializadas, por medios de difusión masivos o por cualquier otro medio.

No digo "tienen que ser transmitidas" por una sencilla razón: un amigo mío navegó desde Acapulco hasta Tahití en un velero de cuatro metros de eslora en 107 días y con ello estableció dos récords mundiales. Nadie le ayudó. Nadie que no fuera de su familia creyó en él. Años después, mientras platicábamos en la marina de La Paz, alguien le dijo que "era obligación suya ofrecer esa experiencia a los demás". La respuesta se dio con tono calmado y fue esta: "Si nadie me dio ni un vaso de agua en el momento en que realmente lo necesitaba porque no creyeron en mí, ¿por qué estoy obligado a darles a cambio mi experiencia?" Sin embargo, sigo pensando en que el día que estemos llenos de informes de expediciones y datos, la gente apoyará con más facilidad a quien presente un proyecto.

Las escuelas de aventura son, actualmente, el medio idóneo para educar al hombre de manera integral. En ellas, cada participante se crea una consciencia de sí y del medio que lo rodea, logra fijar su atención en sus capacidades y rompe con sus propias barreras, pero al mismo tiempo logran encontrar sus limitaciones.

Es importante que estas escuelas vayan acompañadas de un espíritu de libertad que les permita a los participantes ser autónomos en un tiempo relativamente breve y que puedan plantear sus propios objetivos. Si no existe esta libertad, la creatividad quedará anulada y el trabajo de la escuela será mediocre en cuanto a la formación del individuo y a sus objetivos especiales.

REFERENCIAS

(1) Reinhold Messner. Séptimo Grado. RM, Barcelona.

(2) Terray, Lionel. Los conquistadores de lo Inútil. RM, Barcelona, 1982, Tomo 2, p. 5-6

(3) Blount, Steve. "Discovery or adventure?". Outside, junio de 1981, p. 23

(4) Bonnington, Chris. Las Grandes aventuras contemporáneas, Volumen I: "Por mar y aire". Martínez Roca, Barcelona, 1984, p. 14-15



Ciudad de México, 1999


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