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Montañismo y Exploración
Expedición de reconocimiento al Everest, 1951
10 abril 1999

Después de que la frontera tibetana se cerrara para las expediciones que queríanllegar a la cumbre del Everest, la vertiente del Nepal quedó abierta y Eric Shipton, Edmund Hillary y otros expedicionarios exploraron el lado sur para encontrar la que fuera después la ruta de ascenso en 1953. Un libro en donde se muestra que la alta montaña tiene más que sólo subir montañas: tiene exploración.







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El día 23 salimos temprano, llevando con nosotros a Angtarkay y a Utsering. Era una mañana magnífica. Con todos los pasos de la ruta preparados, ascendimos sin esfuerzo, respirando al mismo ritmo que en un paseo de Inglaterra, y llegamos al "sérac de Tom" en una hora y veinte minutos. Paramos ahí para hacer un breve descanso que casi no necesitábamos, mientras el sol subía por encima de la gran cresta Nupte-Lhotse para reanimar el mundo helado a nuestro alrededor. Nos hallábamos en una disposición de ánimo del mayor optimismo porque esperábamos penetrar en el gran Cwm aquel mismo día.

Pero inmediatamente encima del sérac tropezamos ya con dificultades. Una ancha grieta se había abierto a través de nuestra ruta anterior, y nos costó hora y media de trabajo muy duro cruzarla. Este contratiempo, si bien constituyó una saludable advertencia contra el exceso de confianza, no fue grave, y hasta que cruzamos la grieta no comenzaron las verdaderas dificultades. Allí, a unos 100 metros del sérac, vimos que había ocurrido una tremenda catástrofe. En una extensa zona, los muros y torres de hielo aparecían derribados como por un terremoto, y ahora yacían en confusa ruina. Esto había sido evidentemente causado por un repentino movimiento de la masa principal del glaciar que debió tener lugar los últimos quince días. No pudimos por menos de pensar que si hubiéramos persistido en la idea de establecer una línea de comunicaciones por la cascada de hielo y un grupo hubiese estado en aquella zona en el momento de producirse el movimiento, probablemente ninguno habría sobrevivido. Además, lo mismo podía ocurrir en otras zonas de la cascada de hielo.

Con respecto a nuestro problema inmediato, no obstante esperábamos que con el derrumbamiento de los hielos habría quedado la nueva superficie sólidamente asentada, aunque su aspecto era tan quebrado y alarmante. Muy cautelosamente, sondeando con los piolets a cada paso, con 30 metros de cuerda entre cada hombre, nos aventuramos por la zona destruida. Todo parecía muy inseguro, pero resultaba difícil decir si la inestabilidad se limitaba al sitio por el que pasábamos o a toda la zona en conjunto. Hillary iba delante, abriéndose camino por entre los bloques de hielo, cuando uno de éstos, de pequeñas dimensiones, cayó en una sima. Hubo un estruendo prolongado y la superficie en que nos hallábamos comenzó a estremecerse violentamente. Creí que estaba a punto de venirse abajo, y los sherpas, tal vez algo irreflexivamente, se arrojaron al suelo. A pesar de esta alarmante experiencia, no nos preocupaba tanto la zona destruida como lo que venía después, ya que los muros y séracs estaban hendidos por innumerables grietas que parecían amenazar con otro derrumbamiento. Nos retiramos al hielo firme de más abajo y tratamos de hallar una ruta menos peligrosa. Cualquier movimiento amplio hacia la izquierda nos habría colocado bajo el peligro de los glaciares colgantes situados en aquella dirección. Exploramos el terreno a la derecha, pero vimos que allí la zona de devastación era aún más extensa. Además, estaba dominada por una línea de séracs extremadamente inestables.

Regresamos al campamento en un estado de ánimo muy diferente del optimismo con que habíamos recorrido la parte inferior de la cascada unas horas antes. Parecía evidente que intentar escalar la cascada, si bien podría ser un riesgo permitido a un grupo e montañeros no cargados, trabajando con cuerdas largas y tomando todas las precauciones posibles, y aun esto era dudoso, no se justificaría con un grupo de porteadores cargados, cuyos movimientos siempre resultaban difíciles de controlar. Al fin y al cabo, tendríamos que tomar la decisión que habíamos temido tres o cuatro semanas antes: abandonar el intento de llegar al Cwm, no porque la ruta fuera difícil, sino por un peligro que por la misma naturaleza de sus causas fundamentales era imposible de determinar con certeza. Sin embargo, en este caso no significaba el abandono total de la ruta, porque el estado de las cascadas de hielo está sujeto a considerables variaciones estacionales, y era lógico suponer que fuera mucho mejor en primavera que en otoño. No obstante, fue una amarga decepción no poder llegar a cabo nuestro plan de instalar la ruta al Collado Sur. Acordamos, sin embargo, aplazar la decisión final hasta haber efectuado otro reconocimiento de la escalada de hielo por todo el grupo.

Al día siguiente ascendimos de nuevo a la cresta cercana al Lho La. Lo que teníamos ante los ojos no era muy alentador, pues no veíamos manera de evitar la zona destruida, que de hecho era una faja de terreno que se extendía a través de todo el glaciar, si bien la parte superior de la cascada de hielo, por encima del corredor, permanecía inalterable, a lo que podíamos ver. El día 26 el resto del grupo regresó al campamento base, y el 27 subimos todos al contrafuerte del Pumori desde el cual Hillary y yo habíamos visto por primera vez el Cwm occidental el 30 de septiembre. Observamos que cierta cantidad de nieve monzónica había sido barrida del pico Everest por el viento noroeste, aunque la cara norte de la montaña estaba aún en condiciones imposibles para la ascensión. No se apreciaba ningún cambio en el estado de la nieve en el interior del Cwm, en el Lhotse, ni en el Collado Sur.

Aquella tarde volvimos a ocupar el campamento al pie de la cascada de hielo, y el 28 de octubre, nosotros seis, junto con Angtarkay, Passang y Nima, partimos una vez más para la escalada. Nuestro objetivo principal era que los demás examinasen la situación por ellos mismos, para poder tomar una decisión unánime, aunque Hillary y yo también estábamos deseosos de echar otra ojeada a la cascada. Llegamos a la zona destruida cuando el sol comenzaba a dar allí. Sólo pequeñas alteraciones habían tenido lugar en los últimos cinco días, y esto nos animó a cruzarla con grandes precauciones y a continuar por entre los séracs en precario equilibrio que había más arriba. Passang y Angtarkay no ocultaban sus temores y constantemente me indicaban que no era aquel lugar para hombres cargados. Más allá del corredor vimos que la parte superior de la cascada se hallaba en un estado bastante aceptable, habiéndose derrumbado solamente un sérac en nuestra primitiva ruta. Las empinadas laderas por debajo de este punto estaban en el mismo estado peligroso que al principio del mes, pero una lámina de hielo se había desgajado de la pared, y mientras se exploraban otras rutas, Bourdillon consiguió tallar escalones por esta lámina, que nos permitieron llegar arriba del muro. Fue un buen esfuerzo, porque implicaba abrirse camino por una profunda capa de nieve inestable y tallar el hielo que había debajo. Manteniéndose el borde de la lámina, pudo evitar el peligro de aludes de nieve, pero como todo ello quedaba sobre una profunda sima en la que podía desplomarse, era prudente subir de uno en uno.

Nos hallábamos ahora encima de la cascada de hielo, en el labio del Cwm occidental, y podíamos ver el glaciar con ligera pendiente, entre las grandes murallas del Everest y del Nuptse, hasta su cabecera. Pero pronto vimos que no habíamos en modo alguno vencido todas las dificultades que presentaba la entrada en este curioso santuario. Un poco más adelante, una enorme grieta partía el glaciar de lado a lado, y había indicios de otras grietas igualmente formidables más adelante. Cruzar estas grietas en su estado actual nos habría costado muchos días de duro trabajo y mucha inventiva, y a menos de montar un campamento en este punto, no podíamos pensar en atacarlas. No dudo que en primavera serán mucho más fáciles. Estuvimos sentados cerca de una hora, contemplando el blanco y silencioso anfiteatro y la magnífica vista sobre el glaciar Khombu hasta el Pumori, Lingtren y los picos de más allá del Lho La, y luego volvimos a bajar por la cascada de hielo.

El hecho de que habíamos logrado subir por ella sin contratiempo, hizo más difícil la decisión de abandonar el intento de transportar provisiones al Cwm occidental, cuestión que debatimos ampliamente. Al día siguiente, Ward y Bourdillon ascendieron la cresta próxima al Lho La para asegurarse de que no existía una ruta alternativa, mientras Hillary y yo hacíamos una nueva visita a la cascada de hielo. Angtarkay y Passang seguían convencidos de que sería locura intentar llevar cargas por ella en su estado actual, e injustificado pedir a los sherpas que lo hicieran. No nos quedaba más remedio que someternos, esperando tener otra ocasión en primavera.

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