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Montañismo y Exploración
Expedición de reconocimiento al Everest, 1951
10 abril 1999

Después de que la frontera tibetana se cerrara para las expediciones que queríanllegar a la cumbre del Everest, la vertiente del Nepal quedó abierta y Eric Shipton, Edmund Hillary y otros expedicionarios exploraron el lado sur para encontrar la que fuera después la ruta de ascenso en 1953. Un libro en donde se muestra que la alta montaña tiene más que sólo subir montañas: tiene exploración.







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LA CASCADA DE HIELO

Lo que ahora nos molestaba era exactamente lo contrario. Con la ardiente reverberación del sol en la nieva recién caída y el aire estancado entre los séracs. Era como trabajar en un horno. Esto, combinado con la altitud, pronto minó nuestras energías e hizo penoso cualquier movimiento. Nos despojamos de toda la ropa por el pecho, excepto de las camisas, pero aún así sudábamos a chorros y pronto nuestro jadeo nos produjo una sed insoportable. La marcha se hizo ahora más complicada y laboriosa. Serpenteando por un intrincado laberinto de paredes de hielo, simas y séracs, rara vez veíamos a más de 60 metros delante de nosotros. La nieve nos llegaba a menudo hasta las caderas, de suerte que aun siendo tantos para relevarnos en el trabajo de abrir camino, la progresión de un punto a otro era muy lenta. Solamente la elección de una falsa ruta nos costaba una hora de infructuoso trabajo.

Pero técnicamente la escalada no resultaba difícil y, aunque lo hubiera sido, teníamos tiempo de sobra para dedicarnos a la tarea. Mediada la tarde pareció que nos aproximábamos a la parte superior de la cascada de hielo. Habíamos decidido regresar no más allá de las cuatro, con el fin de llegar al campamento a las seis, hora en que se hacía demasiado oscuro para ver. Aun este cálculo era muy apurado, puesto que no dejaba ningún margen para accidentes, tales como la rotura de puentes de nieve, complicación que después de oscurecido suponía correr el gran peligro de congelación.

Desde la última línea de séracs vimos a través de una depresión una cresta de hielo lisa que marcaba el punto en que el glaciar del Cwm se precipitaba en forma de catarata, como la ligera onda que se forma sobre una cascada de agua. La depresión era en realidad una ancha grieta, en parte cegada por enormes bloques de hielo, algunos de los cuales no parecían demasiado débiles. El paso de esta grieta constituyó la operación más delicada que habíamos tenido que realizar hasta el momento.

A las 3:50 habíamos llegado a la ladera final, pasada la grieta, desde la cual esperábamos tener una vista clara del glaciar del Cwm, de suave pendiente. Tuvimos que ascender en diagonal hacia la derecha, para evitar una cornisa de hielo que sobresalía justo encima. Passang, a quien le tocaba el turno, tomó la dirección seguido de Riddiford y de mí. Cuando llegamos a la ladera vimos claramente que la nieve estaba muy insegura y que debían tomarse las mayores precauciones. Para entonces, Passang había avanzado unos 20 metros. De pronto, la superficie comenzó a deslizarse hacia abajo, partiéndose en bloques según descendía. Passang, que se encontraba al borde de la línea de rotura, logró con gran habilidad saltar sobre ella y hundir su piolet en la nieve de encima. Yo estaba tan sólo a unos metros de Hillary, que tenía un firme anclaje en un bloque de hielo situado al principio de la pendiente, y pude sin gran dificultad trepar por la ladera en movimiento hasta donde él estaba. Riddiford fue arrastrado por la ladera y quedó suspendido entre Passang y yo, mientras el alud se deslizaba silenciosamente y caía en la grieta. Fue un desagradable incidente, que con menos suerte podía haber tenido malas consecuencias.

Era ya hora de retirarse. La bajada resultaba, por supuesto, casi sin esfuerzo, comparada con el trabajo de subida. Teníamos marcado el profundo rastro y podíamos saltar o deslizarnos por entre los innumerables bloques de hielo, cada uno de los cuales nos había costado mucho tiempo y trabajo al subir. Eran pasadas las 5:30 cuando llegamos adonde estaba Bourdillon, que había tenido que esperar más de lo convenido y sufría molestias debido al frío, mostrándose preocupado. A poco de comenzar nuestro descanso, la cascada de hielo quedó envuelta en niebla. Después se levantó la niebla tras de nosotros y vimos, en lo alto del Cwm, que iba oscureciéndose la cara norte del Nuptse, como una tracería de hielo iluminada por el sol poniente. Llegamos al campamento cuando anochecía, muy cansados después de un día de muchas emociones.

Estábamos satisfechos de este reconocimiento. Nos sentimos decepcionados en el último momento al no obtener una vista del interior del Cwm desde la cresta de la cascada de hielo, aunque no nos habría mostrado mucho más de lo que ya pudimos ver. Pero habíamos escalado prácticamente toda la cascada de hielo en un solo día, a pesar del infame estado de la nieve y de que durante la parte más larga y difícil íbamos avanzando por terreno enteramente nuevo. A su debido tiempo la ruta podía mejorarse considerablemente, y la ascensión se efectuaría entonces en la mitad del tiempo y con menos de la mitad de esfuerzo. Creíamos que el estado de la nieve sin duda mejoraría, pero aunque así no fuera, la pendiente final podía ciertamente subirse y asegurarse por medio de cuerdas fijas. Finalmente, al menos en esta época del año, la ruta parecía estar no muy expuesta a la amenaza de los aludes de hielo. No dudábamos de que, con unos días de trabajo, podríamos establecer una ruta segura para subir las cargas por la cascada de hielo hasta el Cwm occidental.

Sin embargo, decidimos aguardar quince días antes de intentarlo. Había tres razones para tomar esta decisión: primeramente, dar tiempo a que mejorase el estado de la nieve en la cascada de hielo. En segundo lugar, habíamos visto que aún quedaba una enorme cantidad de nieve del monzón depositada en las laderas superiores del Lhotse y del Everest, que harían imposible subir mucho hacia el Collado Sur, para no mencionar el posible riesgo de grandes aludes de nieve que cayeran al Cwm. Si bien sabíamos que en altitudes de 7,000 metros y superiores esta nieve no se consolidaría, teníamos motivos para suponer que para principios de noviembre una gran cantidad de ella habría sido barrida por los vientos noroeste que ya empezaban a soplar. Por último, la mitad del grupo tenía suma necesidad de aclimatarse antes de poder emprender ningún trabajo serio en la cascada de hielo. Pasamos, pues, los quince días recorriendo terreno inexplorado al oeste y al sur.

El 19 de octubre, Hillary y yo, que habíamos estado trabajando juntos durante los quince días, regresamos al campamento base del glaciar Khombu. Esperábamos que los demás volvieran por la misma fecha, pero no llegaron hasta casi una semana después. Los días 20 y 21 trasladamos el campamento al antiguo emplazamiento al pie de la cascada de hielo, y esta vez llevamos una gran tienda de campaña de cúpula y doble tela, de doce plazas, proyectada para el Artico. Valía la pena de tomarse el trabajo necesario para nivelar una superficie de hielo suficientemente amplia para montar la tienda, porque después de las minúsculas tiendas de montaña que habíamos estado usando hasta entonces, ésta constituía un verdadero lujo, y al no tener más sitio dentro, resultaba mucho más fácil organizarnos para salir bien temprano por la mañana. El día 22 comenzamos a trabajar en la cascada de hielo. El estado de la nieve había mejorado ligeramente, pero en cambio se habían abierto un cierto número de grietas a través de nuestra primitiva ruta, que nos costó algún trabajo recorrer. No obstante, al final del primer día de trabajo habíamos practicado una ruta sólida y completamente segura hasta el "sérac de Tom". Cerca de él señalamos un sitio para instalar un campamento ligero, desde el cual pensábamos proseguir nuestra labor por la parte superior de la cascada de hielo, si bien por el momento decidimos continuar el trabajo desde nuestro confortable campamento de más abajo.

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