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Montañismo y Exploración
Candameña: la barranca de las cascadas
1 septiembre 1999

Durante mucho tiempo se creyó que la cascada de Basaseachi era la más alta de México. Pero no es así: una muy cercana le gana: la cascada Piedra Vola. Y hay algo más todavía: el Gigante, una pared de más de 800 metros de altura. Todo está en la barranca de la Candameña, en la Sierra Tarahumara.







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Esta narración está compuesta de dos relatos escritos por dos personas. Para hacer más completa la narración, se ha preferido intercalar los textos. De esta manera, el texto en letra normal ha sido escrito por Oliver López mientras que el texto en cursivas es de Carlos Rangel.





—¡Ti-ti-ri-ti-ri-ti!, ¡qué frío hace!


Estoy todo mojado, casi no me toca espacio bajo la manga para cubrirme de la lluvia y siento que el frío me llega hasta los huesos.


—Júntense un poco más que me está cayendo toda el agua en la cabeza.


Hace varios días que comenzamos la marcha a través de la sierra, desde el principio sabíamos que sería difícil el progreso por lo abrupto del terreno y sobre todo por las lluvias, que caen como reloj a las tres de la tarde todos los días. Hemos estado buscando exhaustivamente un paso que nos lleve más allá, sin conseguirlo. Por el momento todo lo que nos preocupa es calentarnos, pues hemos estado bajo la lluvia durante un buen rato.


Frente a nosotros, apenas cruzando el río, se yergue imponente el Gigante, con sus 885 metros de verticalidad, de rasgos poco accesibles. Hemos observado esta mole de roca durante un buen rato y todavía no conseguimos idear una ruta por la cual pudiese ser escalado. Sin duda debe haber sido una tarea sumamente ardua su conquista.


Los escaladores se pasaron tres días escudriñando la pared con un pequeño telescopio para hallar la ruta más factible. El mirador de Huajumar había sido su base y cuando al fin decidieron dirigirse a la pared no tenían más avance en una ruta lógica que un conocimiento más detallado de la pared entera, pero no había una sola ruta lógica. Simplemente cruzaron el río e iniciaron la ascensión por donde les pareció menos improbable. Sin embargo, la búsqueda de la ruta fue ardua, minuciosa y continua durante toda la escalada. Este año (1999), Carlos y Cecilia quisieron repetir la ruta que habían abierto el año pasado, pero incluso ellos no pudieron hallarla con facilidad.


También cruzando el río, pero un poco más a la izquierda, como escondida, está la cascada de Piedra Volada, bellamente enmarcada por la imponente sierra de Chihuahua. Sin duda este es un gran escenario para ser contemplado con los ojos y el corazón bien abiertos. No obstante, tal vista se ve opacada por las preocupaciones que nos provoca el peligroso aumento en el nivel del río: si las lluvias siguen con esta intensidad, será imposible continuar con la exploración pues se tornaría sumamente peligroso.




Llegamos a la ciudad de Chihuahua en donde Carlos Rangel, jefe de la expedición, nos esperaba ya. En esta expedición Carlos jugaba el papel de observador, pues desde el principio la exploración se había concebido como un proyecto propio de los integrantes del curso de Exploración, así que éramos nosotros quienes escogimos el destino de la exploración, su duración, la ruta a seguir y tomábamos todas las decisiones. Carlos era, por decirlo así, un "invitado" que sólo tomaría el mando si las cosas se ponían realmente serias: aprendíamos a ser exploradores haciendo exploración. No había otra manera.


Después de recorrer brevemente las bellas calles de la ciudad, Carlos nos condujo a la casa de un amigo suyo, hasta ese momento nadie sabía de quien se trataba y no prestamos más atención al asunto. Llegamos a una casa de bonita apariencia, de dos pisos y bastante amplia. No había nadie, pero de todos modos entramos porque Carlos tenía llave. Nos instalamos y mientras algunos estudiábamos los mapas, otros fueron a comprar víveres. Estábamos inmersos en esto cuando la puerta se abrió y al cruzar el umbral un hombre alto, robusto y de apariencia agradable, Carlos dijo al momento, les presento a mi amigo: Carlos Lazcano.


Ese nombre no me era desconocido en lo absoluto, pues se trataba nada más y nada menos que de el primer mexicano en posar su pie a una profundidad mayor de mil metros en la cima Berger, Francia. Compañero de Carlos Rangel durante la Caminata de las Californias a lo largo de toda la península de Baja California, primero en descender las cascadas de Basaseachi y Piedra Volada, es casi un personaje de leyenda. Como yo había practicado espeleología antes de entrar al Grupo de Exploración, tenía más referencias de él en cuanto a espeleología, así que fue todo un honor conocerlo. Era una persona de gran calidad humana. Lazcano nos hospedó en su casa durante dos días y nos comentó sobre sus exploraciones en la zona dándonos algunos consejos útiles, de hecho nos invitó a conocer a los escaladores que están abriendo rutas en la zona cercana de Basaseachi para darle un pegue a esta nueva zona de escalada. Hasta nos regaló un libro autografiado que escribió sobre la barranca de Candameña y del cual tomamos el nombre para el presente artículo. Nuestro agradecimiento y más profundo respeto a este hombre.




BASASEACHI

Dos días después, bajábamos del autobús en el pueblo de Basaseachi. Un hombre se nos acercó y con ese olor característico del alcohol, nos dijo que él nos podría guiar hasta la cascada de Basaseachi. Nos negamos y comenzamos a caminar por una carretera amplia hacia la cascada. Aun desde la distancia, se hacen patentes las impresionantes fuerzas que modelan este hermoso paraje de la Sierra Tarahumara: el agua crea un estruendo que es posible escuchar mucho antes de que el ojo divise el imponente salto de agua; de esta forma, el ánimo y la curiosidad aumentan hasta que uno está al borde de un precipicio donde el agua desaparece.


Lo que se percibe es el río aproximándose irremediablemente hacia la barranca y que luego desaparece, pero la caída de agua propiamente dicha no es apreciable en toda su magnitud desde este mirador por lo que después de deleitarnos con la vista de la barranca y sus paredes, buscamos un punto más apto para contemplar la cascada. El resto del día lo pasamos yendo de un punto a otro en busca de la mejor foto posible. Aunque todas eran buenas.


Durante la noche, después de haber preparado una abundante cena, discutimos los planes para el día siguiente. Habría un líder por día que se encargaría de trazar un objetivo a cumplir durante la jornada. Le acompañaría el líder del día siguiente para que hubiera continuidad en el plan general. Para los primeros dos días fuimos elegidos Armando y yo. Nuestro objetivo en el primer día era encontrar una ruta para llegar a la cima del Gigante para contemplar desde allí la cascada de Piedra Volada y, sobre todo, evaluar las condiciones de paso en el fondo de la barranca. Para el segundo, deberíamos establecer un campamento en el interior de la barranca, rumbo a la población Candameña, en el fondo de la barranca.


Los planes, sin embargo, iban a cambiar porque la sierra es totalmente fotogénica y todos querían tomar la mejor fotografía desde los mejores lugares y eso llevaba tiempo. Así transcurrió el primer día y, por supuesto, no llegamos al Gigante. Armando, Beto y Nancy buscaron un lugar donde pasar la noche y lo hallaron, pero Armando se hizo una fea cortada con un vidrio en el codo, herida que lo limitó bastante durante el resto de la exploración.


Esa noche hicimos una especie de mesa redonda para evaluar lo que llevábamos hecho y nos comprometimos a apresurar el paso y recuperar el tiempo perdido. Yo guiaría al día siguiente hacia la cumbre del Gigante.


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