{"id":16908,"date":"2012-03-08T22:32:48","date_gmt":"2012-03-09T04:32:48","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/?p=16908"},"modified":"2012-03-08T22:42:44","modified_gmt":"2012-03-09T04:42:44","slug":"los-que-murieron-en-el-crater","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2012\/los-que-murieron-en-el-crater\/","title":{"rendered":"Los que murieron en el cr\u00e1ter"},"content":{"rendered":"
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En la segunda d\u00e9cada del siglo XX, el inter\u00e9s hacia el Popocat\u00e9petl fue la extracci\u00f3n de azufre. El siguiente es un cuento escrito por Gerardo Murillo, mejor conocido como Doctor Atl, sobre una \u201cerupci\u00f3n\u201d que hiciera el volc\u00e1n, pero provocada por eluso de dinamita. La historia hay que tomarla como un relato literario y no completamente literal. Es imposible que el Dr. Atl escribiera el final que escribi\u00f3 a este cuento de haber sido verdad.<\/em><\/p>\n

\n El capataz de una mina exhausta oy\u00f3 decir que en el fondo del cr\u00e1ter del Popocat\u00e9petl hab\u00eda una gran riqueza: azufre en abundancia f\u00e1cilmente explotable. Y desde Chihuahua, donde ya no pod\u00eda trabajar porque las minas se hab\u00edan agotado, lleg\u00f3 al pueblo de Amecameca, extenso y triste, humillado por la tremenda presencia del volc\u00e1n. A\u00ed le dieron informes exagerados. Le pusieron delante de los ojos montones de azufre fant\u00e1sticos, y el hombre, impulsado por oscura ambici\u00f3n, organiz\u00f3 una peque\u00f1a empresa y con algunos peones subi\u00f3 hasta las lomas de Tlamacas, fr\u00edas y constantemente batidas por el viento. En un peque\u00f1o rancho de zacate estableci\u00f3 su campamento, del cual subi\u00f3, con veinte hombres, a la cima del volc\u00e1n.<\/p>\n

Se sent\u00eda fuera de su ambiente. Acostumbrado a los socavones y a los tiros de las minas, la monta\u00f1a helada le parec\u00eda algo terrible \u2014y lo era realmente\u2014. Pero hombre de voluntad, venci\u00f3 su malestar y empez\u00f3 sus trabajos.<\/p>\n

\"\"<\/a><\/p>\n

Un sistema rudimentario de abastecimiento fue establecido entre el peque\u00f1o rancho de Tlamacas y el borde del cr\u00e1ter. Los veinte hombres que en su fondo trabajaban padec\u00edan mil privaciones y estaban sujetos a un fr\u00edo polar. Pero lo que se les pagaba por sus fatigas les parec\u00eda suficiente para ir a emborracharse cada ocho d\u00edas al pueblo de Amecameca.<\/p>\n

Durante varios meses, mal que bien, la empresa tiraba adelante. Pero el capataz quer\u00eda m\u00e1s azufre, y discurri\u00f3 dinamitar las antiguas sulfataras para obtenerlo en cantidades mayores, y sin dar aviso a sus peones, una hermosa ma\u00f1ana \u2014hermosa de veras, una de esas prodigiosas ma\u00f1anas claras y profundas tan peculiares en las grandes alturas\u2014, el audaz, ignorante y mal\u00e9volo capataz coloc\u00f3 los cohetes de dinamita en torno a la antigua chimenea y los hizo explotar. Un trueno formidable reson\u00f3 en el inmenso pozo cuyas paredes se sacudieron como en un tremendo temblor. Tronaban como si fueran de madera. Los peones, azorados,, buscaron refugio debajo de unas pe\u00f1as.<\/p>\n

De los lugares donde pusiera los cohetes brotaron chorros de piedras que se elevaron muy alto y cayeron luego por todos lados. Torrentes de piedras se desprendieron al mismo tiempo de los enormes muros cortados a pico, con ruido de avalancha.<\/p>\n

El capataz, aprovechando la confusi\u00f3n, subi\u00f3 por el malacate, lleg\u00f3 hasta su extremo superior y como bestia perseguida salt\u00f3 entre los pe\u00f1ascos y baj\u00f3 precipitadamente por los flancos de la monta\u00f1a. Nadie volvi\u00f3 a saber m\u00e1s de \u00e9l.<\/p>\n

Lo que pas\u00f3 despu\u00e9s de la explosi\u00f3n me lo cont\u00f3 el \u00fanico que sobrevivi\u00f3 a la cat\u00e1strofe.<\/p>\n

El superviviente habl\u00f3 con elocuencia y con precipitaci\u00f3n:<\/p>\n

\u2014Al poco rato \u2014dijo\u2014 comenz\u00f3 a soplar un viento que ven\u00eda de ariba y que hac\u00eda remolinos tan fuertes en todo el cr\u00e1ter que no nos dejaba andar, y el cielo empez\u00f3 a nublarse y el cr\u00e1ter se llen\u00f3, en unos cuantos momentos, de una niebla espesa y empez\u00f3 a nevar como yo no hab\u00eda visto nunca en toda mi vida de volcanero.<\/p>\n

Nos hab\u00edamos quedado sin tortillas y cuando lleg\u00f3 la noche nos comimos lo que hab\u00eda sobrado del almuerzo, que era muy poco. Tratamos de llamar al malacatero con el cable, pero este malvado ya se hab\u00eda marchado dej\u00e1ndonos enterrados. Algunos trataron de subir por las paredes, pero no pudieron porque estaban atascadas de nieve. Ya cuando se hizo de noche, nos arrimamos junto a los pe\u00f1ascos y nos apretamos los unos con los otros, esperando que amaneciera. Cuando amaneci\u00f3 el temporal sigui\u00f3 m\u00e1s violento y en medio de la nevada nos decidimos a escalar las paredes del cr\u00e1ter, pero ninguno lo consigui\u00f3 porque, como est\u00e1n cortadas a pico y son alt\u00edsimas y adem\u00e1s estaban tapadas de nieve, no pod\u00edamos agarrarnos de ninguna parte. El cable es muy largo: tiene 90 metros a plomo y se hab\u00eda engrosado mucho con la nevada.<\/p>\n

Todo el d\u00eda veinte sigui\u00f3 nevando tupido, tupido. La nieve hab\u00eda subido m\u00e1s de dos metros en el fondo del cr\u00e1ter y tuvimos que treparnos a las pe\u00f1as m\u00e1s altas. Ese d\u00eda s\u00f3lo comimos algunos pedazos de tortillas mojadas, y fue nuestra \u00faltima comida.<\/p>\n

Nosotros esper\u00e1bamos el auxilio a cada instante, a pesar de comprender la imposibilidad de que la gente de Amecameca pudiera auxiliarnos en medio de aquella tempestad tan terrible.<\/p>\n

El d\u00eda 21 algunos compa\u00f1eros empezaron a sufrir por el hambre y el fr\u00edo, pero se aguantaron. Nos pas\u00e1bamos todo el d\u00eda y toda la noche sacudi\u00e9ndonos la nieve, y a veces nos amonton\u00e1bamos seis o siete para poder calentarnos un poco. El d\u00eda 22, despu\u00e9s de tres d\u00edas de no comer y de estar mojados, varios empezaron a sentir dolores en todo el cuerpo. El d\u00eda 23 el temporal calm\u00f3, sali\u00f3 el sol y nos calentamos un poco; nos parec\u00eda revivir. Secamos nuestras ropas y nuestras cobijas. Con esta peque\u00f1a calma y el calorcito que nos reconfort\u00f3, tratamos de ver por d\u00f3nde subir, pero no pudimos lograrlo. La nieve de las paredes se derret\u00eda con el calor del sol y por todos lados ca\u00edan grandes montones. Uno sepult\u00f3 a varios de nuestros compa\u00f1eros, que con muchos trabajos sacamos, helados y muertos del golpazo que recibieron.<\/p>\n

Por la noche de ese d\u00eda el cielo estuvo despejado y la luna ilumin\u00f3 nuestro triste campamento, pero hizo un viento tan helado que otros dos muchachos no pudieron resistir el fr\u00edo y se murieron congelados. \u00a1Qu\u00e9 noche, se\u00f1or, qu\u00e9 noche!… El aire nos destrozaba hasta los huesos y ten\u00edamos helada hasta la lengua. Se nos hizo eterna, y al amanecer empez\u00f3 a nevar de nuevo. Ahora est\u00e1bamos sobre grandes t\u00e9mpanos de hielo, con un fr\u00edo terrible. Apenas habl\u00e1bamos. Ya entrada la ma\u00f1ana uno de mis compa\u00f1eros, que estaba muy pegado a m\u00ed, me dijo con voz muy triste: \u201cJos\u00e9, me siento muy mal, me duele mucho la espalda, a ver si me la puedes frotar.\u201d Yo me levant\u00e9 con mucho trabajo, lo arranqu\u00e9 del suelo donde estaba pegado con costras de hielo, lo volti\u00e9 [sic] boca abajo, le sob\u00e9 el pulm\u00f3n, y al volverlo boca arriba se puso p\u00e1lido, p\u00e1lido, y arroj\u00f3 por la boca un chorro de sangre que ti\u00f1\u00f3 la nieve que estaba a su alrededor. Lo tend\u00ed sobre el hielo, lo tap\u00e9 con la cobija y encomend\u00e9 su alma al Se\u00f1or. Este esfuerzo, y el dolor que sent\u00ed por la muerte de mi compa\u00f1ero, me dejaron aniquilado.<\/p>\n

Cerca de m\u00ed otros pobres se hab\u00edan acurrucado metiendo la cabeza entre las rodillas, cubri\u00e9ndolas con los brazos. No se mov\u00edan y la nieve les cay\u00f3 encima hasta que los tap\u00f3 completamente. Yo o\u00eda salir de aquellos montones de nieve fuertes ronquidos, y desesperado, ara\u00f1\u00e9 los t\u00e9mpanos hasta sangrarme los dedos, pero me faltaron fuerzas. Entonces con uno de mis pies empuj\u00e9 aquel bulto, lo sacud\u00ed con furia; tard\u00e9 mucho en moverlo y al fin logr\u00e9 despegarlo del suelo. A gatas me acerqu\u00e9 y vi que los hombres estaban ya muertos y llenos de sangre. Y all\u00ed se quedaron como una fruta cubierta.<\/p>\n

De repente, vi que dos desesperados, como locos, ara\u00f1ando las paredes, lograron escalarlas. Yo no s\u00e9 c\u00f3mo lo hicieron.<\/p>\n

El d\u00eda 24 por la noche, los cuatro que qued\u00e1bamos vivos nos empezamos a mirar de modos muy extra\u00f1o, pero sin poder hablar. Ya ten\u00edamos cinco d\u00edas sin comer, soportando aquel fr\u00edo, se\u00f1or, que nos llegaba hasta los huesos, y la nieve que ca\u00eda sin reposo nos ten\u00eda mojados hasta el alma. Frente a m\u00edo uno de los cuatro compa\u00f1eros se quejaba muy quedito. Me levant\u00e9 a auxiliarlo. Le quit\u00e9 la nieve que ten\u00eda encima y me dijo: \u201cme siento mal; t\u00f3came aqu\u00ed\u201d; le toqu\u00e9 el est\u00f3mago, lo ten\u00eda duro como una piedra. Se muri\u00f3 en mis brazos, poniendo los ojos en blanco, pero antes de morir sonri\u00f3. Nunca podr\u00e9 olvidarlo.<\/p>\n

La noche del 24 qued\u00e1bamos tres vivos, yo ten\u00eda un pie helado y empec\u00e9 a sentir fr\u00edo en el est\u00f3mago. Comprend\u00ed que si me quedaba quieto me morir\u00eda y procur\u00e9 ponerme en pie y moverme en un solo sitio como si le estuviera bailando al se\u00f1or del Sacromonte. Y as\u00ed pas\u00e9 la noche hasta que amaneci\u00f3 el d\u00eda 25, medio nublado, pero sin nevar. Yo confiaba que ese d\u00eda morir\u00eda. Estaba recargado junto a una pe\u00f1a, mirando pasar las nubes pesadas sobre el cr\u00e1ter, como en un sue\u00f1o, y el sol que asomaba de vez en cuando. De repente o\u00ed gritos en el labio interior, junto al malacate. Eran los muchachos de Amecameca que nos ven\u00edan a auxiliar. Y nos sacaron a los vivos y a los muertos.<\/p>\n

A los vivos, que \u00e9ramos tres, pero de los cuales dos estaban moribundos, los bajaron en petates arrastr\u00e1ndolos en la nieve hasta el Provincial, y a los muertos, como si fueran bultos, los echaron a rodar por las pendientes de nieve. Abajo nos esperaban los deudos de los difuntos que hab\u00edan tra\u00eddo las cajas para los muertos, pero prefirieron colgar los cad\u00e1veres de los \u00e1rboles, lejos del campamento, porque hed\u00edan muy fuerte. \u00a1Hab\u00eda que o\u00edr por la noche el aulladero de los coyotes que ventearon la carne, y de los que tuvimos que defendernos a pedradas y a palos! Fue una noche de pesadilla.<\/p>\n

Las mujeres y los parientes de los difuntos se pasaron toda la noche llorando y maldiciendo al capataz.<\/p>\n

\n As\u00ed habl\u00f3 el \u00fanico superviviente de aquella hecatombre, y al hablar, bajo la presi\u00f3n de terribles recuerdos, su faz demacrada parec\u00eda estar todav\u00eda bajo el influjo helado de la racha de viento y de nieve que mat\u00f3 a sus compa\u00f1eros.<\/p>\n

\"\"<\/a><\/p>\n

\n Mucho tiempo despu\u00e9s, un grupo de volcaneros \u2014gente vigorosa y violenta\u2014, algunos militares y yo est\u00e1bamos tomando mezcal en una peque\u00f1a cantina de un pueblo del estado de Morelos, llena de indios que se hab\u00edan reunido en grupos para emborracharse y olvidar sus penas entre el alcohol y las disputas.<\/p>\n

De repente, uno de los volcaneros, un hombre chaparr\u00f3n, fuerte y mal encarado, dej\u00f3 su copa de mezcal sobre el mostrador, se recogi\u00f3 sobre s\u00ed mismo como si fuera a dar un salto y se qued\u00f3 mirando fijamente hacia uno de los rincones de la cantina.<\/p>\n

\u2014\u00bfQu\u00e9 ves? \u2014le pregunt\u00e9.<\/p>\n

Sigilosamente se me acerc\u00f3 y a mi o\u00eddo murmuro en voz baja:<\/p>\n

\u2014\u00a1Ah\u00ed est\u00e1!<\/p>\n

Volv\u00ed la cara. Era el capataz. No nos hab\u00eda visto. R\u00e1pidamente los volcaneros se dieron cuenta de la presencia del criminal. Todos eran parientes de los que hab\u00edan muerto en el cr\u00e1ter y, obedeciendo a un mismo pensamiento, dijeron: \u201c\u00a1Hay que agarrarlo!\u201d Los militares y yo nos hicimos solidarios de aquel violento deseo, y en masa, sin miramientos, nos echamos encima de aquel hombre que no pudo defenderse. Lo sacamos de la cantina, y a empellones lo llevamos por las calles oscuras del poblado hasta el camino que conduce a Amecameca.<\/p>\n

\u2014Si grita \u2014dijo uno de los volcaneros que iba muy cerca\u2014, aqu\u00ed se muere.<\/p>\n

El hombre no respondi\u00f3 y seguimos caminando. No era prudente conducirlo al pueblo y decidimos llevarlo al monte, por las veredas que conducen a la cima del volc\u00e1n. Ah\u00ed llegamos cerca del amanecer. Cuatro o cinco nos quedamos cuid\u00e1ndolo y otros se dirigieron al pueblo a traer bastimentos y noticiar el hallazgo.<\/p>\n

Durante la ma\u00f1ana estuvieron llegando grupos de ind\u00edgenas sedientos de venganza. El cerebro de todas aquellas gentes remolineaba en un solo deseo: matar al capataz. Arrojarlo al fondo del cr\u00e1ter ser\u00eda su mejor castigo.<\/p>\n

Entre injurias y empellones, aquel cobarde que abandon\u00f3 a sus trabajadores fue conducido por los bosques y por las pendientes nevadas de la monta\u00f1a hasta el borde del abismo. Rendido por la fatiga y el terror, el criminal suplicaba, lloraba.<\/p>\n

\u2014T\u00fa los abandonaste \u2014dijo alguien\u2014 y por tu culpa murieron helados. \u00a1Tienes que pagar!<\/p>\n

\u2014\u00bfTuviste misericordia? \u2014interrog\u00f3 alg\u00fan otro\u2014, \u00bfles avisaste siquiera que te ibas?, \u00bfpediste auxilio? \u00bfPor qu\u00e9 no nos llamaste?<\/p>\n

\u2014\u00a1Abajo, abajo! \u2014gritamos todos.<\/p>\n

Y empujado violentamente por muchas manos, el capataz se desplom\u00f3 en el abismo.<\/p>\n

Su cuerpo zumb\u00f3 en el aire. Luego o\u00edmos un golpe opaco como el de una piedra que cae en un lodazal\u2026<\/p>\n

\n Tomado de: Dr. Atl. Cuentos b\u00e1rbaros y de todos colores<\/em>. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Lecturas mexicanas, tercera serie, No. 7), M\u00e9xico. 1990. 233 p\u00e1ginas. ISBN: 968-29-2803-6. P\u00e1ginas 103-107<\/p>\n

\n Jos\u00e9 Gerardo Murillo naci\u00f3 en Guadalajara, Jalisco, el 3 de octubre de 1875, y fue mejor conocido como Dr. Atl (Atl, en n\u00e1huatl, significa agua). Fue un personaje original, polifac\u00e9tico y amante de las aventuras, gran paisajista, escritor de diversos temas: vulcanolog\u00eda, pol\u00edtica, arte, poes\u00eda, entre otros. Fue un gran promotor de artistas mexicanos y del arte ind\u00edgena, particip\u00f3 en la lucha revolucionaria. A la edad de 21 a\u00f1os, entr\u00f3 en la Escuela Nacional de Bellas Artes en la Ciudad de M\u00e9xico. Continu\u00f3 sus estudios en Europa con una pensi\u00f3n que le otorg\u00f3 el presidente Porfirio D\u00edaz. Estudi\u00f3 filosof\u00eda y leyes en la Universidad de Roma. Pas\u00f3 largas temporadas en los alrededores del volc\u00e1n Paricut\u00edn, sobre el que estudia, pinta y escribe. En 1949, le amputan una pierna debido a los problemas que le ocasion\u00f3 la inhalaci\u00f3n de gases del volc\u00e1n. En 1958 le fue otorgado el Premio Nacional de Artes y Ciencias.<\/em>\n <\/p>\n<\/div>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

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