{"id":13434,"date":"2008-06-30T00:00:00","date_gmt":"2008-06-30T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=13434"},"modified":"2012-05-22T14:33:27","modified_gmt":"2012-05-22T20:33:27","slug":"ascenso_a_la_cima_doyles_delight_el_punto_mas_alto_de_belice","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2008\/ascenso_a_la_cima_doyles_delight_el_punto_mas_alto_de_belice\/","title":{"rendered":"Ascenso a la cima Doyle"},"content":{"rendered":"
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El reciente 24 de junio del 2008, tuve la oportunidad de poner mis pies en el punto oficial más alto de Belice– DOYLE’S DELIGHT, después de una expedición de exploración de más de siete días en la casi inexplorada jungla beliceña. Hasta hace algunos años se consideraba a Pico Victoria como la montaña más alta, pero nadie se dio cuenta que escondida entre las montañas mayas se encuentra un sitio tan inaccesible que ni siquiera tuvo nombre hasta 1989. La bautizaron como Doyle’s Delight, en honor a Sir Arthur Conan Doyle, que con un helicóptero coronó esa cumbre por primera vez. La experiencia le sirvió como inspiración para escribir el libro “El mundo Perdido”.<\/p>\n

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Izquierda a derecha: Alfredo Sho, Erick Sho, Bruno Kuppinger, Douglas Leonardo, Emilino Cho y Christian Rodríguez<\/em><\/p>\n

Hace muchos años tenía en mi mente subir las montañas más altas de Centroamérica y comencé a realizar mi sueño con muy pocos recursos económicos hace 2 años: el Tajumulco (4,220 metros) de Guatemala; el Chirripó (3,828) de Costa Rica; el Volcán Barú (3,475) de Panamá; el cerro Las Minas (2,849) de Honduras; El Pital (2,730) de El Salvador y el Mogotón (2,107) de Nicaragua. Hice cumbre en todas en el primer intento. Pero faltaba Belice que aunque tiene la montaña más pequeña de todas (1,174), exigía una expedición mucho mayor que subir todas las cumbres centroamericanas restantes a la vez.<\/p>\n

No encontraba información por ningún lado, consulte con montañistas experimentados pero sólo conocían el Pico Victoria y ninguno el Doyle’s Delight. Ni siquiera la habían escuchado mencionar. Entre la información que hallé, unos biólogos lograron llegar a la cumbre en 11 días, y de ahí los recogió un helicóptero.<\/p>\n

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Cinco horas tomó atravesar el bosque de espinas, uno de los momentos más difíciles del viaje.<\/em><\/p>\n

Así que —¡sí!— supe que era posible llegar a pie a Doyle’s Delight y definitivamente se podía hacer ida y vuelta de la misma manera. Evidentemente los biólogos se tomaron su tiempo haciendo sus estudios, seguramente una expedición hecha por montañistas sería posible en menos tiempo.<\/p>\n

Seguí investigando, y al final encontré a Pavel, un ruso que se había propuesto subir esa montaña a como diera lugar. Había fallado en tres intentos anteriores, pero en su cuarto viaje se hizo acompañar por dos experimentadas personas mayas conocedoras de la selva. Hizo cumbre en siete días en viaje redondo. Compartimos información y comencé a trabajar en ello con meses de anticipación.<\/p>\n

Yo solo no podría pagarme una expedición de ese tipo porque debía contratar porteadores, acompañantes mayas, licencias, pasajes marítimos y terrestres, comida… yo sólo tenía muchas ganas. Nadie quería acompañarme como para compartir gastos porque les parecía una cosa de locos. Ni a los experimentados montañistas le interesaba: buscaban subir o ya habían subido el Pico Victoria, mucho más conocido y a la larga más fácil. Seguramente tendrían mejor promoción con Pico Victoria.<\/p>\n

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Natural Arch, es un pasaje natural hacia el otro en una de las montañas mayas.<\/em><\/p>\n

Doyle’s Delight seguía ahí sin rutas establecidas escondida tanto física como mentalmente para la mayoría de personas. <\/p>\n

Finalmente se me unió otro montañista guatemalteco que ama la montaña tanto como yo. Douglas Leonardo. Juntos hemos ascendido innumerables volcanes en Guatemala y el Cotopaxi, en Ecuador. También se unió Bruno Kuppinger, de Alemania, quien desde Belice se encargaría de la mayoría de los trámites legales. Y para asegurarnos el éxito de la expedición tendríamos que hacernos acompañar de los experimentados Emilino Cho, Alfredo Sho y su hijo Erick Sho. La caminata cubriría un total de más de 84 kilómetros, ida y vuelta, y utilizaríamos lo más básico para sobrevivir: abrigo, fuego, comida y agua.<\/p>\n

El viaje inició desde la ciudad de Guatemala en bus hacia Puerto Barrios, luego en bote hacia Punta Gorda en Belice; ahí nos reunimos con Bruno y nos dirigimos a la comunidad maya San José. Esta comunidad maya es muy parecida a las regiones indígenas de Guatemala, tanto la manera en que construyen sus casas, como su estilo de vida y sus lenguas mayas. Con la diferencia que no hablan español. Aparte del mopal o kekchí hablan únicamente el inglés.<\/p>\n

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Campamento de hamacas en el tercer día de expedición.<\/em><\/p>\n

Sin tantos protocolos ya estamos sumergidos entre la vegetación de la selva beliceña. Llegamos al sitio de nuestro primer campamento después de tres horas por un estrecho camino de terracería. Repartimos nuestras cargas, que no eran tan pesadas en realidad. Queríamos cargar lo menos posible ya que las llevaríamos a la espalda durante todo el trayecto entre 8 y 10 horas diarias. No llevábamos carpas porque en su lugar utilizaríamos hamacas y toldos y llevábamos la ropa indispensable: 2 camisas, 2 pantalones, 2 pares de calcetines. Un juego lo usaríamos para caminar los 6 ó 7 días y el otro juego lo mantendríamos seco para dormir. La comida era sencilla: sopas, avena, café, azúcar y leche en polvo. El agua no era problema, nos iríamos reabasteciendo en los innumerables ríos que tendríamos que atravesar.<\/p>\n<\/div>\n

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Día 1 – Caminata<\/strong><\/p>\n

Avanzamos por pequeños senderos. La humedad y el calor del lugar era sofocante. Caminamos muy rápido. Aunque había senderos, Alfredo y Emilino abrían paso con machetes en gran parte del trayecto. Nos enseñan poco a poco algunos de los secretos de la selva: hojas y frutos comestibles así como también hojas y árboles venenosos y otros medicinales. Miles de formas de vida plagan el lugar. Escurridizas. Lo único que no concuerda con la selva somos nosotros los humanos. Somos los depredadores más peligrosos de este mundo natural.<\/p>\n

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Cobra saltarina una de las tantas especies salvajes de las montañas mayas.<\/em><\/p>\n

En este trayecto nos damos cuenta de una triste historia: los beliceños le temen a los guatemaltecos. Desde las regiones selváticas de Guatemala, gente inescrupulosa se interna en estas áreas para robar hojas de palma que luego venden en Guatemala, destruyen los sitios donde hacen campamentos, cortan la vegetación a su paso para que puedan pasar las mulas de carga y generalmente dejan basura. ¡Qué triste! Les llaman “chateros” y se les teme porque algunos andan armados. Saben que actúan ilegalmente y pueden ser peligrosos. ¡Qué pena! Douglas y yo somos los únicos guatemaltecos en esta área que no venimos para hacer daño alguno. Los beliceños nos han visto con algo de desconfianza, pero después de varios días juntos se dan cuenta que somos personas que amamos la naturaleza y la respetamos tanto como ellos lo han hecho por generación tras generación.<\/p>\n

Llegamos a “Union Camp”, área de aterrizaje de helicópteros del ejército que patrullan áreas cercanas. Decidimos continuar ya que hemos hecho poco tiempo hasta aquí. <\/p>\n

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Palmas endémicas de las regiones montañosas de Belice.<\/em><\/p>\n

Tras cinco horas de una exigente caminata se terminan los senderos y comienza la jungla salvaje. Nos internamos en ella. Cuevas, ríos y más selva van quedando atrás, hasta llegar a una cueva de donde sale un río. Cambiamos de dirección para subir una pequeña montaña coronada por una enorme roca infranqueable. Creí que tendríamos que escalarla pero ya muy cerca se aprecia justo frente a ella un pasadizo que lleva al otro lado de la montaña. Natural Arch<\/em> es un pasaje natural en donde hay vestigios mayas. Aquí me doy cuenta que estamos en un sitio inexplorado, hay vasijas rotas, indicios mayas. No han sido tocadas jamás por el hombre, nos animamos únicamente a fotografiarlas.<\/p>\n

Hemos subido y bajado unas seis pequeñas montañas y después de nueve horas de dura caminata llegamos a un río junto al cual dormimos después de bañarnos. Sería la única ducha en los seis días restantes.<\/p>\n

Día 2 – Paso de las Espinas<\/strong><\/p>\n

Dormimos muy mal por la gran cantidad de insectos y porque la lluvia lo ha humedecido todo, hasta nuestras ropas que utilizamos para dormir. Continuamos por “Spine Trail”. Se ganó el nombre que le pusimos porque está plagada de espinas de todas formas y tamaños. En las hojas, en los troncos de los árboles, en las ramas, en el suelo. El viento soplaba agitando los hojas y éstas caen llevando consigo una carga puntiaguda por todas partes. Muy estresante. Caminar en la selva no es nada fácil: el suelo es inestable, esquivando plantas, insectos, ramas y troncos en el suelo. Es inevitable perder el equilibrio y tocar alguna de estas molestas espinas. Una de ellas incluso atravesó la bota de Erick. ¡La bota!<\/p>\n

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Christian Rodríguez en el momento que entra a la cumbre del Doyle’s Delight<\/em><\/p>\n

Cuatro horas más tarde nos hemos perdido. El tiempo ganado el día anterior lo hemos perdido también. Alfredo y Emilino estaban decididos a encontrar un árbol caído utilizado como puente natural para atravesar un río en la última expedición con el ruso Pavel y salieron en busca de él. No entiendo cómo pueden orientarse entre tanta vegetación. No utilizan mapas ni mucho menos GPS. Sólo su instinto y conocimiento de la jungla. Tres horas más tarde aparecieron con la noticia que habían encontrado el sitio pero nos asustaron y creímos que se trataba de chateros.<\/p>\n

Ver iguanas, serpientes y miles de insectos nos parecía interesante durante el trayecto pero mientras esperábamos sentados por Alfredo y Emilino nos sorprendió más aún ver grandes hojas con antenas y patas, ramas aún con musgo de seis patas moviéndose. Todo una alucinación a nuestro entendimiento.<\/p>\n

Luego casi diez horas de caminata nos detuvimos y colgamos nuestras hamacas para descansar por la noche… con la lluvia encima de nosotros. Mojados es casi imposible dormir. Nuestra piel estaba poniéndose a prueba: pinchazos con espinas, picaduras de mosquitos, zancudos, sanguijuelas, termitas, hormigas, avispas y un promedio de veinte garrapatas diarias. Las peores quedaban entre los dedos de los pies y en la entrepierna.<\/p>\n

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Mojón que marca la cumbre de la montaña<\/em><\/p>\n<\/div>\n

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Día 3 – Hacia la cumbre<\/strong><\/p>\n

Teníamos previsto levantarnos a las cinco todos los días para iniciar la caminata una hora después. Este día nos levantamos a las cuatro porque nadie pudo dormir por el frío. El sitio es caluroso pero estar empapado causa la sensación térmica de excesivo frío. Nos vestimos con nuestras ropas totalmente empapadas para iniciar uno de los dos días que sabíamos serían los más exigentes. Iríamos a la cumbre del Doyle’s Delight que hasta ese momento seguía escondida detrás de otras montañas.<\/p>\n

Ese día estuvo lleno de sorpresas. La caminata comenzó exigente desde los primeros minutos, tendríamos que ascender y descender alrededor de diez montañas, la mitad de ellas de gran tamaño. Era extraño sentir el frío y al mismo tiempo caminar por las aristas cubiertas de palmeras como si estuviéramos en una playa. En una cima encontramos un cangrejo.  Muchas serpientes en el paso, algunas muy peligrosas como corales y cobras saltarinas nos sorprenderían constantemente. “Aquí los únicos peligrosos somos nosotros”. Los animales están en su territorio y no dudaran en defenderlo. Tuvimos mucho cuidado de no estorbarles. Atravesamos ríos en donde se nos adhirieron sanguijuelas al cuerpo.<\/p>\n

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Mostrando la bandera nacional y la del equipo K’ashem<\/em><\/p>\n

Físicamente fue extenuante: ni bien llegábamos a la cima de una comenzábamos los descensos de casi igual distancia e iniciábamos el ascenso a la siguiente. En las partes bajas la vegetación era tan antigua que se deshacía en la manos y no la podíamos utilizar para aferrarnos a tratar de subir las empinadas cuestas. Una tras otra las fuimos pasando, casi se nos salía el corazón. Cuando llegábamos a la cumbre pensábamos que sería nuestra cumbre pero al llegar todo se repetía de nuevo, una y otra vez. Finalmente subimos a una donde ya se divisaba la cumbre. Había una montaña de tamaño medio antes de comenzar el ascenso a Doyle’s Delight. Desde este punto nos tomo dos durísimas horas más y por fin…<\/p>\n

¡Cumbre!<\/p>\n

Día 24 de junio del 2008 a las 2:30 pm. Nos recibió el sol. ¡Fantástico! Serían los únicos diez minutos con sol durante todo el viaje. <\/p>\n

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Christian Rodríguez con un saludo para sus seres queridos<\/em><\/p>\n

Fotos con la bandera de Guatemala, por supuesto a nuestros amigos beliceños no les gustó mucho al principio, pero luego comprendieron y al final fue cosa de risa para ellos. En la cumbre sólo hay un rastro humano. El punto más alto de Belice es un área plana con vegetación no muy alta aparte de las palmeras, se extiende por unos 300 metros de largo. Ahí aterrizan helicópteros y han dejado un pequeño mojón casi escondido que dice: “Legal Survey Marker”<\/p>\n

En la cumbre hay palmeras endémicas del lugar, nos servirían para colgar nuestras hamacas y así descansar después de este día tan agotador para nuestro cuerpo y tan cargado de emoción. Mi sueño era ya una realidad. Después de dos años alcanzaba satisfactoriamente todas las cumbres oficiales de cada país de Centroamérica. Oficialmente, también soy el primero en lograrlo. Varios montañistas que buscaban realizar este sueño tienen como cumbre a Pico Victoria.<\/p>\n

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En la cumbre del Doyle’s Delight oficialmente el punto más alto de Belice.<\/em><\/p>\n

Pero no me sirve para nada decir si soy el primero o no. La verdad no me interesa, no soy ni quiero ser una persona pública. Únicamente documento lo que sé y lo que he vivido.<\/p>\n

De igual manera no dejaremos ningún rastro de nuestra visita en el lugar. Preferimos que se mantenga así como lo encontramos. Salvajemente natural.<\/p>\n

Algunos me mencionarían más tarde que hubiéramos dejado una bandera guatemalteca ahí, ya que sería la única en el lugar. Pero con todo respeto creo que eso también es contaminación.<\/p>\n

Día 4, 5 y 6 – El retorno<\/strong><\/p>\n

Las noches son cada vez peores porque dormimos menos; cada día cae más lluvia. Incomunicados por completo, luego nos enteraríamos de una tormenta que azota el país, causando inundaciones y la caída de varios puentes importantes. Lluvia tras lluvia, el suelo saturado hizo un poco más incomodo caminar, aparte de hacerlo mojados tanto por agua como por sudor. Se volvió algo tan normal que cuando regresé a casa me sentía un poco extraño estando seco.<\/p>\n

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Sorteando cantidades de obstáculos entre montaña y montaña.<\/em><\/p>\n

Los animales siguieron amenazando o, mejor dicho, nosotros seguíamos amenazándolos a ellos con nuestra presencia.<\/p>\n

Las caminatas fueron muy largas, agotadoras y llenas de obstáculos. Los ríos crecieron: de ida a la cumbre pasábamos saltando sobre rocas para evitar mojar el calzado, pero de regreso nos metíamos y el agua nos llegaba hasta las rodillas. Caminamos así durante los tres días que duró el retorno, cada vez más rápido y el ultimo día sólo tuvimos que caminar cuatro horas. Llegamos temprano pero el auto no estaba preparado para tantos pequeños ríos desbordados y una cantidad de lodo que hizo estancar el auto en repetidas ocasiones.<\/p>\n

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Douglas Leonardo esquivando más espinas en el Spine Trail<\/em><\/p>\n

Llevábamos una cumbre importante en nuestra mente, pero más importante aún, llevamos la admiración hacia dos personas increíbles Alfredo Sho y Emilino Cho. Sin ellos no hubiera sido posible esta expedición. Cargaban sus pertenencias en un “costal” (bolsa de plástico) atado a la cabeza con hilos de palma. Los primeros días no usaron calcetines, envolvían sus pies con pañuelos. Usaban botas de hule. Dormían en el suelo utilizando un colchón de palmas. Sigo sin entender por qué no quisieron utilizar los mapas ni el GPS de Bruno y únicamente lo consultaron para confirmarnos la cumbre. No entiendo cómo, entre la espesa jungla, cinco días después encontraran una sandalia que a Bruno se le cayera accidentalmente. No me explico cómo recordaban cada detalle del recorrido por mínimo que fuera entre millones de cosas que ver a cada instante. Sabían cuándo comenzaría a llover. Aparte de todo, son dos personas alegres, trabajadoras de un corazón enorme, que te llenan de confianza y te muestran su sabiduría que les ha sido enseñada de padre a hijo de generación en generación.<\/p>\n

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Water Wine es el nombre que los lugareños le dan a estas raíces con contienen el preciado liquido.<\/em><\/p>\n<\/div>\n

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En su búsqueda por ser el primero en subir las máximas elevaciones de Centroamérica, Christian Rodríguez dejó para el final la altura principal de Belice, la que requería más logística porque había que cruzar una selva poco transitada. Este es la narración de ese ascenso y de cómo se convirtió en el primero en pisar esas cumbres. <\/p>\n<\/td>\n

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