{"id":12741,"date":"2007-06-16T00:00:00","date_gmt":"2007-06-16T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12741"},"modified":"2007-06-14T00:00:00","modified_gmt":"2007-06-14T00:00:00","slug":"monte_vinson_maxima_cumbre_de_la_antartida","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2007\/monte_vinson_maxima_cumbre_de_la_antartida\/","title":{"rendered":"Monte Vinson: máxima cumbre de la Antártida"},"content":{"rendered":"
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La Antártida es uno de los lugares más bellos del planeta… es el continente blanco. Está considerado como la región más remota, fría, ventosa y seca que existe sobre la faz de la Tierra. En sus profundos valles quizá no ha habido precipitación pluvial en los últimos dos millones de años, por eso también es uno de los desiertos más grandes del mundo. Sus gigantescos y descomunales glaciares están considerados como únicos porque nada se les compara en el resto del planeta.<\/p>\n

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Con la superficie territorial de 14 millones de kilómetros cuadrados (cuatro veces el tamaño de Australia), aún en nuestros días es uno de los lugares menos conocidos y más misteriosos. En este territorio se concentra el 90% del hielo del mundo (30 millones de km cúbicos). En la Antártida las cadenas montañosas emergen desde los mares de hielo polar. Los montes Transantárticos, con unos 2,900 km de extensión, son los más conocidos.<\/p>\n

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Esta cordillera divide a la Antártida en dos: la Antártida del Este (algunas veces llamada Antártica mayor) y la Antártida del Oeste (algunas veces llamada Antártida menor).<\/p>\n

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Este es el escenario donde se ubica mi sexto reto de las siete cumbres del mundo… el macizo Vinson, con una altura de 4,897 metros sobre el novel del mar (16,065 pies). Se encuentra apenas a 415 km en línea recta del Polo Sur Geográfico, en la cordillera Ellsworth, bautizada así en honor al primer piloto aviador que cruzó la Antártida.<\/p>\n

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LA Antártida no es un país, ni le pertenece a ningún país. A pesar de ello, siete naciones reclaman soberanía sobre este continente: Argentina, Australia, Chile, Francia, Gran Bretaña, Nueva Zelanda y Noruega. Las diferencias entre estos países se resolvieron en 1959, cuando firmaron el Tratado Antártico de Cooperación Internacional para las Investigaciones Científicas con fines pacíficos. Dicho tratado prohíbe la militarización del continente, las explosiones nucleares y el almacenamiento en la Antártida de desechos radiactivos. En la actualidad existen numerosas estaciones de investigación científica en la Antártida como las de meteorología, sismología y glaciología.<\/p>\n

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El 2000 fue muy especial por el cambio cronológico del siglo XX al XXI. Muchos se preguntaron cómo iba a cambiarles la vida el nuevo siglo. En lo particular creo que no importa cómo midamos o llevemos el registro del tiempo, la vida continúa. Nuestro ritmo interior no se detiene. Nuestros sueños, de igual manera, deben seguir adelante. En lo particular, representó la oportunidad de visitar una región de nuestro planeta a la que Pablo Neruda solía llamas “la Catedral de Hielo”.<\/p>\n

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Para alcanzar mi propósito, primero averigüé cuál era la estación o base científica ubicada lo más cerca posible del macizo Vinson, dentro de la cordillera Ellsworth. Patriot Hills resultó ser la más cercana y mejor ubicada con respecto a esa cima. También posee las mejores características topográficas para permitir el aterrizaje de un avión militar del tamaño de un Hércules C130E.<\/p>\n

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Estados Unidos, Sudáfrica y Chile administraban y financiaban esta base. Inicié las gestiones necesarias con los tres países para obtener el permiso, apoyo y transporte necesarios para ingresar a la Antártida y a Patriot Hills. De los tres países, sólo Sudáfrica permitía el ingreso a personas ajenas a su ejército científico en la zona. Siempre y cuando se cumplieran con las normas del Tratado Antártico. Además, exigían el requisito que dentro del grupo explorador hubiera por lo menos un sudafricano y finalmente que se pasaran todas las pruebas físicas necesarias para realizar un vuelo tan largo y peligroso como el que representa la Antártida.<\/p>\n

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Viernes 17 de noviembre<\/strong><\/p>\n

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El día de mi cumpleaños comenzó a las 4:30 a.m., pues mi vuelo hacia Atlanta salía cerca de las 7:00 a.m. Un avión Boeing 757 de Delta Air Lines nos llevó hasta el Aeropuerto Internacional Hartsfield, uno de los más grandes de Estados Unidos. Luego mi viaje continuó hacia Santiago de Chile, adonde llegué el 18. De aquí partí hacia Puntarenas, pero no el puerto ubicado en Costa Rica, sino el pintoresco patagónico puerto al extremo sur de Chile del mismo nombre. Es un precioso lugar situado frente a las violentas aguas del estrecho de Magallanes. Aquí nos reuniríamos todos, es decir, Joby Ogwyn, de Estados Unidos; Alex Harris, Gilad Stern, de Sudáfrica, y yo, de Guatemala. Cumplimos con todos los requisitos que exigía nuestro país anfitrión.<\/p>\n

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De acuerdo con lo planeado, aquí llegaría un avión militar procedente de Ciudad del Cabo (Cape Town), en Sudáfrica, cargado con equipo e insumos para Patriot Hills. El clima es un factor determinante para realizar vuelos hacia alguna de las estaciones científicas en la Antártida y esta vez no fue la excepción. El 23 de noviembre, cuando supuestamente volaríamos, el capitán del avión y su tripulación nos explicaron, con base en las imágenes satelitales de Patriot Hills, que realizarían el vuelo hacia la Antártida hasta el 29, por considerar que era el día con el clima más favorable para viajar y la velocidad del viento en contra era la necesaria para aterrizar.<\/p>\n

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El día acordado llegamos al aeropuerto a media mañana. Íbamos ataviados con nuestros trajes de alta montaña porque viajaríamos en un avión militar que no transportaba pasajeros, sino carga. Así que nos vimos obligados a ir dentro de los compartimientos de la bodega del avión, sentados en tablones atornillados y asegurados al fuselaje. No hay comida, sobrecargos, películas, ni siquiera baños, como en un avión comercial. Íbamos seguros, pero incómodos.<\/p>\n

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De camino al macizo Vinson<\/strong><\/p>\n

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A partir de ese momento planeamos la estrategia a seguir. Esta es una montaña a la cual muy pocas personas han tenido acceso. Escalarla resulta aventurado. Por consiguiente, no es fácil encontrar información sobre rutas de acceso o grados de dificultad. En Guatemala, por ejemplo, si deseo escalar el volcán de Agua, basta con preguntar a quien vive cerca para saber sobre los senderos que me llevan hasta la cima. Pero aquí, en la Antártida, no contaba con ninguna ventaja.<\/p>\n

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El consenso del grupo fue que la ruta que escalaríamos sería la cara oeste. Partimos de la estación científica de Patriot Hills con trineos y esquís hacia la base del macizo Vinson, haríamos un promedio de 15 kilómetros diarios durante 8 días. La técnica principal consistió en que inicialmente uno del grupo descendía al interior de la grieta, al encontrar una separación menor entre las dos paredes heladas, pasaba de un lado al otro. Después, escalaba por el otro extremo hasta instalar cuerdas fijas para que entonces pasáramos todos al pendido de dicha cuerda. Sorteando estas grietas nos dimos cuenta de que la ruta no era tan segura como creímos. Resulta mucho más peligrosa y difícil de lo esperado.<\/p>\n

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Ain embargo, ya estaba tomada la decisión y volver atrás representaba pérdida de tiempo, provisiones y esfuerzos. Darnos la vuelta a la mitad de aquellas grietas hubiera sido lo más fácil pero no lo más sensato. Nos ahorramos las palabras, pero nuestras miradas lo decían todo.<\/p>\n

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Miércoles 6 de diciembre<\/strong><\/p>\n

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Este día escalamos durante seis horas hasta que acampamos justo al lado de una cascada de hielo que se desprendía del enorme macizo Vinson. Elegimos el sitio para resguardarnos del gélido viento. Cavamos en la nieve para aplanarlo. Desde aquí teníamos una hermosa vista de una curiosa formación piramidal de hielo. A este sitio decidimos llamarle Campamento de altura I, a unos 2,600 metros sobre el nivel del mar. Cuando terminamos ya eran los ocho de la “noche”. No había viento fuerte y el cielo estaba despejado, algo extraño, considerando que la mayoría de días que llevábamos en la Antártida habíamos soportado fuertes vientos.<\/p>\n

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Encendimos una pequeña cocineta para derretir hielo y beber té caliente, luego comimos lasagna<\/em>, carne deshidratada y galletas dulces. Todo sabía horrible, pero era alimento y lo necesitábamos. Además, porque fue nuestra única comida del día. Me llamó la atención la excesiva resequedad en la Antártida. Al tomar un poco de nieve con mi mano, volaba como si fuera talco. En otras partes del mundo, como en los Himalayas, la nieve se derrite de inmediato.<\/p>\n

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El jueves 7 de diciembre nos levantamos como a las once de la mañana, pues habíamos pasado una “noche” muy fría y la mañana seguía así, por eso decidimos empezar a movernos hasta que los rayos solares tocaran la tienda de campaña. El plan era avanzar lo más posible y si el clima lo permitía, montar otro campamento lo más cerca del objetivo.<\/p>\n

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Llevábamos un paso constante, pero más lento que el día anterior. A nuestra derecha aparecieron gigantescas rampas de roca y hielo; a nuestra izquierda, la inmensidad de este glaciar. Le calculé poco más de un kilómetro. Era majestuoso. Algo que se hizo frecuente en esta ruta fueron las grietas de todas dimensiones y profundidades. Me sentía muy pequeño ante tal grandeza. Caminamos por cinco horas de manera continua, hasta que encontramos un lugar para acampar a una altura de 3,000 metros y le bautizamos Campamento de altura II.<\/p>\n

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Con la ayuda de palas y una pequeña sierra cortamos bloques de hielo y cavamos un agujero donde colocamos nuestra tienda de campaña, así estaría protegida de los fuertes vientos que aquí suelen azotar. Desde nuestro campamento podíamos apreciar y estudiar las empinadas paredes de hielo por donde debíamos caminar al día siguiente. Éramos cuatro almas solitarias en ese desolado lugar.<\/p>\n

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El viernes 8 de diciembre encontramos el famoso ramal de la cordillera Ellsworth, donde se encuentran las cumbres más altas del continente antártico, llamada Sentinel Range. Esa mañana nos levantamos cerca del mediodía (hora de Chile), levantamos la tienda y dejamos algunas cosas enterradas en la nieve (comida, una cuerda de 50 metros y tornillos para hielo que utilizaríamos al regreso). De esta forma avanzaríamos más ligeros en estas empinadas paredes.<\/p>\n

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Salimos pasadas las dos de la tarde, siempre recorriendo el glaciar Branscomb cuesta arriba. Era como caminar en un enorme río caudaloso, pero completamente congelado y seco. Pasaos horas bordeando una de las impresionantes paredes de hielo. Por fortuna, sólo tuvimos una brisa ligera, si hubiera habido viento fuerte, habría sido imposible pasar debido al excesivo frío. Después vino una pared de unos 400 metros. Inicialmente nos metimos en una zona de hielo azul sólido, desde donde podíamos ver la caída de enormes bloques de hielo, pasamos lo más rápido posible y así evitamos quedar atrapados por alguno de esos inestables bloques de hielo. Luego encontramos una fuerte pendiente, una especie de rampa de hielo, acompañada de profundas grietas, la cual nos llevó dos horas cruzar. Superado el obstáculo, me sentí muy cansado, especialmente por la tensión del momento y el peso de la mochila.<\/p>\n

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Decidimos dar 50 pasos y descansar un minuto. 50 pasos y descansar otro minutos. Seguimos así por varias horas hasta sobrepasar las últimas grietas visibles. Gracias al trabajo en equipo, por fin alcanzamos un hermoso collado entre los montes Shinn y algunas otras montañas, parte del macizo Vinson.. Allí montamos nuestro nuevo campamento, Cerca de las diez de la noche estábamos listos para dormir aunque el frío en el interior de la tienda era terrible: pese a la cocineta encendida, estábamos a -25º C. ¡Brrr!<\/p>\n

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Sábado 9 de diciembre<\/strong><\/p>\n

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La actividad empezó cerca del mediodía porque como ocurrió en los últimos días, era cuando menos frío hacía. Al salir de la tienda el cielo estaba despejado, sin viento fuerte y poca nubosidad. En mi mochila puse algo de equipo extra de protección para el intenso frío que probablemente encontraríamos en la cima, cámaras fotográfica y de video, un termo de agua caliente y dulces. Finalmente coloqué sobre mis hombros la mochila junto con todo mi entusiasmo, energía física, concentración y decisión de alcanzar hoy esta ansiada cumbre.<\/p>\n

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Me sentía ansioso, nervioso e inquieto por lo que sucedería esa tarde, porque hoy era el día. No había mañana. Las condiciones climáticas no podían ser mejores, no sabíamos cuánto duraría este milagroso buen tiempo. Vamos por el objetivo de esta dura expedición: la cumbre del macizo Vinson, el techo de continente antártico.<\/p>\n

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Salimos junto con mi querido amigo y compañero de montaña Joby Ogwyn a las 12:30 p.m.; una hora antes habían salido Alex Harris y Gilad Stern de Sudáfrica, al rato también saldrían los franceses Dominik Grabinski y Bruno Beauvais, a quienes conocimos en la ruta. No sabíamos de ellos, así que fue una grata sorpresa encontrar más compañía en el transcurso de la expedición.<\/p>\n

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Inicié mi escalada a un paso tranquilo, pero constante. Joby iba un poco más rápido que yo. Tuve problemas con mis lentes oscuros de glaciar porque se me empañaban, así que me los quité. Para evitar la ceguera temporal que pueden producir los rayos del sol sobre la nieve, me puse mis goles para esquiar. Con ellos vi mejor u no se empañaban tan fácilmente.<\/p>\n

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El ascenso en esta etapa fue gradual a través del glaciar de Branscomb. Primero encontramos una fuerte rampa de hielo. Luego, una imponente pirámide nevada. Entonces creímos que habíamos llegado a la cumbre. Pero cuán equivocados estábamos: era una de las ocho cumbres de este enorme macizo montañoso. Seguimos escalando. Pasaban las horas. Dos, tres. Encontramos diferentes rampas de hielo azul, ocasionalmente nos sacudían fuertes ventarrones acompañados de gélidas temperaturas. Finalmente nos acercamos a la pirámide de roca y hielo donde estaba la ansiada cumbre antártica. Estaba emocionado… otra vez.<\/p>\n

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A mi espalda me observaban silenciosamente el monte Shinn y el resto de la cordillera Ellsworth y Sentinel. Era algo majestuoso, bello, único. Muy abajo quedaron las planicies congeladas de donde emergen imponentemente estas montañas. En realidad, cuesta distinguir dónde empieza el valle o planicie y dónde termina la montaña.<\/p>\n

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Seguí escalando. A corta distancia vi a Joby, Alex y Gilad, a quienes alcancé. Mantuve mi marcha y me detuve sólo para tomar fotos y beber agua de mi termo. La resequedad y el frío de este ambiente empezó a hacer mella en mi cara y labios a pesar de las cremas bloqueadoras con FPS 70. Algunas nubes se acercaban peligrosamente a la zona de cumbre. Las observé con recelo y le pedí a Dios que no nos causaran problemas.<\/p>\n

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Así continuamos avanzando sobre pendientes cada vez más inclinadas, abriendo brecha éntrela profunda y floja nieve. Era agotador. Descansamos un poco cuando el terreno cambió de nieve a hielo azul. Sólo se oían los sonidos que hacíamos con los crampones cuando pisábamos hielo, nieve o roca. De nuevo nos disgregamos de acuerdo a nuestro propio ritmo.<\/p>\n

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Luego de seis horas de ascenso, llegamos a la base de la pirámide somital. Estaba emocionado porque sentía cerca la cumbre y el clima era aceptable. Por otro lado y aunque suene contradictorio, quería regresar porque me sentía deshidratado. Pienso en mi vida, mi familia, me distraigo en mis futuros proyectos, no estoy seguro, pero siento como que estuviera en un estado de somnolencia, casi escalando automáticamente, como si todo fuera une halada película. Lucho todo el tiempo conmigo mismo para mantenerme concentrado en mi escalada, porque en ese lugar no hay sitio para descuidos, porque eso significa la muerte.<\/p>\n

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Bordeamos al pirámide somital por su flanco sureste, luego nuestra travesía termina en la base de una empinada rampa de hielo que conduce directamente a la arista final de la cumbre. 45 minutos después, llegué a la arista cimera. Había una vista espectacular: miles de kilómetros de planicie blanca, cristalina. Muy, pero muy debajo de aquí. Tomé un corto descanso, luego a escalar con las manos la filosa roca parcialmente cubierta de nieve. La primera parte es de unos 30 metros y al sobrepasarla vi por primera vez la razón de esta empresa: ¡la cumbre!<\/p>\n

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Me mantuve concentrado, porque todavía no había llegado. Iba por una sección peligrosa con precipicios a ambos lados, tenía que colocar con mucho cuidado cada mano y pie. Aquí no había cuerdas de seguridad, nada. Un resbalón y sería fatal. El deseo de alcanzar la cima era superior a la sensación de peligro. Además, porque ya estaba tan cerca…<\/p>\n

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Finalmente, a las 18:50, llegamos a la cumbre. ¡Feliz cumbre, Guatemala!<\/p>\n

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Nos fundimos en un fraternal abrazo. Estábamos felices. Significaba mucho para nosotros. Surgieron lágrimas de felicidad: estábamos en la cumbre, en el techo de la Antártida. El paisaje es indescriptible. Hacia el norte toda la majestuosidad de la Sentinel Range y los montes Gardner, Epperly, Tyree y Shinn y aún más lejos se ve la cordillera central Ellsworth; hacia el sur se ven las interminables y congeladas planicies que llegan al Polo sur y más allá. Otro detalle hermoso e increíble es que pudimos ver la redondez de la Tierra.<\/p>\n

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El vuelo duró ocho horas y media. Durante ese tiempo volamos 7 mil km sobre el Océano Pacífico del sur, luego parte del mar Antártico y finalmente, una buena porción de horas sobre el blanco y solitario continente de la Antártida. Un poco tullido e incómodo, pensaba que era sobrecogedor dejar Puntarenas. Es la parte más meridional de toda América. Es literalmente su “sótano” y aquel sitio que dejábamos atrás resultaba, apenas, el punto de partida hacia mi destino en esa zona en la Antártida.<\/p>\n

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Finalmente, el gigantesco avión aterrizó dando saltos bruscos sobre el filoso y traicionero hielo. Sobre esta superficie no pueden utilizar ninguno de los sistemas de freno tradicionales, porque esto ocasionaría el bloqueo de sus llantas, lo que a su vez provocaría que se deslizara de forma descontrolada, con el consiguiente riesgo de estrellarse. Por eso, al momento de aterrizar, el capitán debe reconocer la velocidad del viento en contra y poner en reversa la marcha de los motores. Al mismo tiempo, y sin importar si se es creyente o no, se le pide a Dios y al viento que detengan este avión antes de que se estrelle en alguna montaña de las que rodean la estación científica. Realmente, no es un vuelo apto para cardiacos.<\/p>\n

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Cuando terminamos de bajar toda la carga del avión, la tripulación lo reabasteció de combustible. Previo a despegar, se nos acercó el capitán y nos dijo:<\/p>\n

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“Recuerden que hoy es 29 de noviembre. Aquí no hay noche, sólo día (claridad total las 24 horas del día) y es muy fácil perder la noción del tiempo. Por favor, traten de saber siempre qué día es, porque regresaré por ustedes el 25 de enero de 2001, siempre y cuando el clima lo permita.”<\/p>\n

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Nos despedimos de nuestro compañeros de vuelo. Vimos cómo se alejaba el avión y luego despegaba, dejando atrás una gigantesca nube blanca de nieve y viento gélido. De inmediato empezamos a sentirnos solos. Pensar en mi familia y en lo que representaba mi sueño para ellos y para mí me ayudó a contrarrestar el sentimiento que me producía la experiencia de la infinita vastedad del horizonte y el tremendo silencio. Sabíamos que el grupo humano más cercano estaba a una distancia como de la ciudad de Guatemala a Buenos Aires, en Argentina.<\/p>\n

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El Monte Vinson es el más alto del continente Antártico y su mayor dificultad no consiste en los 4,897 metros que tiene sobre el nivel del mar sino cómo llegar. A sólo 415 kilómetros del Polo sur, su acceso es bastante complicado. Y el ascenso resulta ser a una montaña de cristal. <\/p>\n<\/td>\n

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