Poco después, mientras estudiaba hotelería en Suiza, un profesor me invitó a competir en ciclismo de montaña. Para 1993 me convertía en el primer guatemalteco en participar en el Campeonato Mundial de Ciclismo de Montaña en Francia. Después de éste, competí durante doce años en cinco Campeonatos del Mundo de Ciclismo de Montaña, Juegos Panamericanos en Argentina, La Vuelta Ciclística a Guatemala y llegué a ser dos veces Campeón Nacional de Ciclismo de Descenso. <\/p>\n
En el año 2001 participé en una competencia de aventura en Escocia. Era mi entrada a los deportes extremos. En el 2002 me inscribí en la Maratón de las Arenas: 230 kms en el desierto del Sahara donde terminé en el lugar 34 de entre más de 600 participantes. Con esto me había ubicado como mejor hispanoamericano.<\/p>\n
<\/p>\n
LA TRAVESÍA DEL ATLÁNTICO<\/strong><\/p>\nImagínense: dos personas, dos países, dos culturas, cuatro remos para mover un bote de madera de playwood de un centímetro de grueso y 2,100 libras (953 kilos) de peso a través 5,280 kilómetros del Océano Atlántico, 24 horas al día sin parar, durante todo el tiempo que fuera necesario y sin ninguna clase de apoyo. La embarcación tenía siete metros de largo y dos de ancho.<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Ruta seguida en el Atlántico<\/em><\/p>\n<\/p>\n
Éste era el reto.<\/p>\n
<\/p>\n
Andrew y yo no nos conocíamos mucho así que decidimos crear un pequeño reglamento interno. El objetivo en común que teníamos era muy sencillo, ¡darlo todo<\/em>! Y trabajaríamos en equipo tras un solo nombre: Mayabrit<\/em>. Así bautizamos la embarcación, con el nombre de la unión de ambas culturas, la maya y la británica.<\/p>\n<\/p>\n
<\/p>\n
<\/div>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Disciplina era lo que nos mantendría unidos, ya que no estábamos obligados y lo íbamos a hacer porque queríamos, nos gustaba y nos apasionaba. No importaba la cultura ni el idioma. La comunicación y el respeto iban a ser la clave para que funcionara. <\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Andrew, de 47 años, y yo hicimos números y nos dimos cuenta que ninguno de los dos tenía el suficiente dinero para pagar el evento, así que decidimos buscar patrocinio. Pusimos una única condición: si no encontrábamos apoyo pediríamos préstamos al banco para pagar la participación. Y así terminamos, con un préstamo por cinco años.<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Los organizadores del Atlantic Rowing Race<\/em> chequearon las veinte embarcaciones dobles que se preparaban a salir. Era obligatorio llevar comida para noventa días: puré de papa en polvo, sopas instantáneas, galletas, nueces, cereal para el desayuno, carne deshidratada, café, chocolates, pastel, etc. Un desalinizador nos proveía de agua dulce a partir de la salada, una balsa salvavidas de emergencia, dos GPS para orientarnos y una brújula.<\/p>\n<\/p>\n
<\/p>\n
<\/div>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Además, fue obligatorio tomar y aprobar cursos de sobrevivencia en el mar, primeros auxilios, astronavegación, curso de marinero para travesías trasatlánticas y meteorología, entre otros.<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
También llevábamos tres paneles que producían 100 watts que almacenábamos en dos baterías. Y dos radios VHF, un teléfono satelital y un reflector de radar, que serviría mucho para que las grandes embarcaciones nos detectaran y no pudieran atropellarnos. Todo era obligatorio. En fin, tomamos todas las precauciones necesarias con las que se podía contar.<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/div>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
El 30 de noviembre 2005 zarpamos del Puerto de San Sebastián en la Isla de la Gomera, Islas Canarias, España hacia la Isla de Antigua en el Mar Caribe. Comenzaba la gran experiencia. Después de unas cuantas horas de recorrido ya casi no mirábamos las demás embarcaciones. <\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Al día siguiente, al amanecer, estábamos solos con el mar, con la mira de cruzar el Atlántico y yo… nunca había remado antes. Claro, había aprendido a hacerlo pocos meses antes pero pasar de un estanque de agua al gran Atlántico, ya era otra dimensión.<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/div>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Establecimos un horario para remar dos horas cada quien. Mientras uno remaba, el otro descansaba o hacía otras labores. Así mantendríamos al Mayabrit<\/em> en constante movimiento las 24 horas al día. Y rápidamente me empezaron a salir ampollas en las manos y los talones. Poco después, hasta las nalgas estaban ulceradas. Los dedos se me hinchaban mucho y casi no podía cerrar bien las manos. Tenía que poner unos calcetines alrededor de los mangos para que no me dolieran mucho a la hora de remar. Pero había que seguir. <\/p>\n<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Muy pronto las tormentas empezaron a aparecer y el remar era más difícil. A veces teníamos que refugiarnos en la única cabina, un espacio reducido de dos metros de largo, 1.5 metros de ancho y 80 centímetros de alto. Estar ahí los dos con el Mayabrit<\/em> zarandeado por la tormenta no era precisamente cómodo. Una ocasión llegamos a estar ahí siete días: el dolor de espalda que sufrimos fue lo más duro de soportar.<\/p>\n<\/p>\n
<\/p>\n
<\/div>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Una ocasión se nos acercó una ballena de aproximadamente ocho metros de largo. Enorme. Estuvo nadando alrededor del bote como dos horas y llegó a pasar tan cerca de nosotros que si bajábamos el remo la podíamos tocar. Para dar una idea de la distancia, los remos medían 3.30 metros de largo cada uno. Estaba muy cerca y fue una experiencia muy bonita y se sentía mucha paz.<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/div>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
A mediados de enero, mientras remaba, una ola golpeó el bote muy fuerte por un costado y me lanzó contra la orilla. Al caer me quedé tirado un rato y sentía que no entraba aire al respirar, además de un fuerte dolor. Así fue como me fracturé una costilla. Dejé de remar dos días y luego comencé de nuevo en mis turnos normales. Fue muy duro porque el mar no dejaba de golpearme y me daba donde mas me dolía. Pero nunca pensé en abandonar. Sabía que esos momentos eran únicos y los tenía que vivir para poder llegar a mi meta. <\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
El sábado 21 de enero remaba Andrew. Faltando una hora para terminar su turno me dice: “Mira viene un pescado muy grande detrás de nosotros”. Salí de la cabina y miré. No era un pescado muy grande. “Es un tiburón”. Tomé mi cámara y le hice unas fotos. Cuando llegó el cambio de turno y me senté finalmente a remar, me di cuenta que el tiburón ya no se encontraba a popa. Como a la media hora apareció por la proa nadando muy rápido hacia atrás.<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/div>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
No podía creer lo que nos habían contestado. Nos quedamos esperando como una hora aproximadamente. Como el bote no se hundía, decidimos seguir remando. El tiburón regreso el domingo 22 y de nuevo el martes 24. El viernes se calmó un poco el mar, que había estado muy picado, y aproveché para meterme al mar y ver si el bote tenía algún daño estructural, ya que la velocidad promedio que traíamos había bajado de 60 millas diarias hasta 35 o 40. Nos preocupaba esto.<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Me puse los anteojos de nadar, metí primero la cabeza en el mar para ver de no encontrarme ninguna sorpresa bajo el bote y luego me dejé caer. La verdad sí que estaba un poco nervioso pero mayor fue mi sorpresa cuando vi un gran agujero en el centro del bote y uno más pequeño a un costado. A eso se debía la reducción de velocidad de los últimos días. Después de esperar una hora comenzamos a remar de nuevo.<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/div>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Dos semanas más tarde finalmente vimos tierra, el 2 de Febrero de 2006. Pero todavía teníamos que cruzar la línea de meta. La isla se iba acercando muy rápidamente y a las 19:22 horas cruzamos esa línea. <\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Fue una sensación increíble ya que habíamos logrado realizar algo grande, tan grande que muy pocas personas se han atrevido inclusive a soñar. Nosotros lo logramos después de recorrer 5,280 kilómetros en 64 días 13 horas y 17 minutos. Así me convertía en el primer latinoamericano en realizar la travesía de océano Atlántico a remo. <\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Habíamos perdido mucho peso, sobre todo en las primeras dos semanas, bajamos entre 20 y 25 libras (12 kg) aproximadamente.<\/p>\n
<\/div>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
El mayor obstáculo para alcanzar los sueños es el pesimismo de la gente que nos rodea, sobre todo el de la gente más cercana como la familia y amigos. Ellos nos pueden decir que estamos locos y que no deberíamos de hacer estas cosas. Pero creer en uno mismo y estar seguros de lo que nos propongamos es la única cosa que nos puede mantener en la línea de nuestros objetivos. <\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Para alcanzar un sueño es muy importante ser positivos, tener buena comunicación y respeto, ser determinados y perseverantes, ser disciplinados, tener fe en uno mismo, dejar los miedos atrás y nunca conformarse con sólo participar. Hay que desear siempre ser el mejor.<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
Hay una pequeña frase que se me vino a la cabeza mientras remaba:<\/p>\n
<\/p>\n
El dolor es temporal, pero el triunfo es para siempre.<\/p>\nHagamos realidad lo que siempre hemos deseado.<\/p>\n
<\/em>Una vida tenemos, vivámosla. <\/em><\/p>\n<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/div>\n
<\/div>\n
<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"
\n\n\n\n En nuestro planeta, tan explorado constantemente, cruzar el Atlántico sigue siendo un reto digno de pensarse. En el 2006, Juan Carlos Sagastume, guatemalteco, se convirtió en el primer latinoamericano en cruzar el Atlántico a remo junto a su compañero: Andrew Barnett, inglés.<\/p>\n<\/td>\n | \n<\/div>\n<\/td>\n<\/tr>\n<\/tbody>\n<\/table>\n <\/a><\/p>\n","protected":false},"author":1247,"featured_media":0,"comment_status":"open","ping_status":"closed","sticky":false,"template":"","format":"standard","meta":{"jetpack_post_was_ever_published":false,"_jetpack_newsletter_access":""},"categories":[1007],"tags":[],"jetpack_featured_media_url":"","jetpack_shortlink":"https:\/\/wp.me\/p51GhY-3hC","_links":{"self":[{"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/12624"}],"collection":[{"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts"}],"about":[{"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/types\/post"}],"author":[{"embeddable":true,"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/users\/1247"}],"replies":[{"embeddable":true,"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/comments?post=12624"}],"version-history":[{"count":0,"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/posts\/12624\/revisions"}],"wp:attachment":[{"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/media?parent=12624"}],"wp:term":[{"taxonomy":"category","embeddable":true,"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/categories?post=12624"},{"taxonomy":"post_tag","embeddable":true,"href":"https:\/\/montanismo.org\/wp-json\/wp\/v2\/tags?post=12624"}],"curies":[{"name":"wp","href":"https:\/\/api.w.org\/{rel}","templated":true}]}} |