{"id":12602,"date":"1999-01-21T00:00:00","date_gmt":"1999-01-21T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12602"},"modified":"2006-11-13T00:00:00","modified_gmt":"2006-11-13T00:00:00","slug":"al_asalto_del_khilikhili_parte_xi","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/1999\/al_asalto_del_khilikhili_parte_xi\/","title":{"rendered":"Al asalto del Khili-Khili, Parte XI"},"content":{"rendered":"
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No cansaré al lector enterándole de todas las etapas por las que pasamos Pong y yo antes de establecer un lenguaje por signos que nos permitiera al fin comprendernos. La cosa podría parecer imposible, pero yo he tenido a menudo la ocasión de comprobarlo: la buena voluntad es el mejor de los intérpretes. <\/p>\n

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Le hablé de mi familia y describí mi casa natal. Le hablé con calor de nuestra cocina inglesa y le di una o dos recetas. En revancha, él me enseñó como freír caucho y me confió que estaba diplomado en los cursos de cocina por la Universidad del Yogistán. Al fin, después de horas de esfuerzos —pues tenía tendencias a perderse en divagaciones—, le llevé a hablarme de su novia. <\/p>\n

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No había tenido nunca deseos de tener una novia. El tenía —me dijo— un temperamento de artista que creía incompatible con los sentimientos y el comportamiento de un prometido. Insistió en hacerme comprender que no tenía nada contra el sexo opuesto —bien al contrario—, pero que su alma de artista se rebelaba contra la reglamentación que implicaban forzosamente los noviazgos oficiales. La costumbre yogistanesa quiere, desgraciadamente, que los niños sean prometidos a una edad muy tierna, a consecuencia de los arreglos concertados entre los padres. Así es como Pong fue ennoviado largo tiempo antes que se manifestase su temperamento refinado; desde que este se reveló. Pong se encontró en discusión con su familia y con su novia. Pong siempre había tenido horror a las discusiones; su alma delicada no estaba en armonía más que con los acordes más sutiles de la vida social. Parecía estar entonces en una discusión permanente e irremediable con la sociedad en general, y con su familia en particular; esta revelación provocó en él una crisis espiritual. Estimó que le era necesario elegir de una vez para siempre entre su arte y su corazón; podía ser un artista o un amante, pero no las dos cosas a la vez. El conflicto era terrible. Pong me dijo que nadie se podía imaginar lo que había sufrido. Hasta entonces, siempre había estado dispuesto a aceptar a su novia; experimentaba un sincero afecto por su familia y sus amigos. Y he ahí que una imperiosa necesidad le obligaba a abandonarlos a todos para seguir el camino solitario de su vocación. <\/p>\n

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Había vivido durante meses en las torturas de la indecisión. Y la parecía que su alma estaba desgarrada en dos. Pero un día le ocurrió algo que forzó la decisión. Pasaba, como de costumbre, la tarde de un sábado en casa de su novia, que tenía la costumbre de prepararle alguna golosina a su bien amado. Se instaló, pues, en la mesa, se puso la mano derecha sobre la cadera y adoptó una expresión de amable impaciencia. La joven entró orgullosa y depositó un plato ante él. <\/p>\n

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Un instante más tarde. Pong lanzaba un grito de horror y rechazaba su plato. La pobre novia quiso poner una mano sobre el brazo de Pong, pero él la separó y se precipitó fuera de la casa. <\/p>\n

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Todo el día y toda la noche se la pasó en la montaña. Cuando descendió por la mañana, ya no era el mismo: se había convertido en un hombre decidido a dedicarse a algo. Desde aquella mañana se había consagrado a su arte. Su novia, su familia, sus amigos, todos le abandonaron; él era de una extremada intransigencia, y nadie le amaba lo bastante para comprenderle y para aceptar solamente el segundo lugar en la escala de sus afectos. <\/p>\n

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Se convirtió en un paria, no por su culpa ni por un propósito deliberado, pues era de carácter muy sociable, sino porque el artista estaba obligado a andar solo por las alturas desiertas que son su dominio. <\/p>\n

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Y a medida que su habilidad se desarrollaba, que su intuición se afinaba, su deseo de compañía se agudizaba en él hasta el punto de convertirse en algo casi intolerable. Pero la violencia misma de esta necesidad de amistad no era más que una barrera más que le separaba de sus semejantes. En las raras ocasiones en que revelaba sus sentimientos, su intensidad misma enloquecía al hombre del que hubiera querido ser amigo. Y su soledad no hizo más que crecer. <\/p>\n

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Terminó por renunciar a todo esfuerzo que tendiera a alcanzar a sus semejantes. Se retiró completamente a su mundo interior y volcó sobre su arte todo el ardor de sus afectos. Después de haberse diplomado, se entregó a experiencias personales y fundó una nueva escuela culinaria, que fue saludada por los elementos radicales del país como la encarnación misma del espíritu moderno. Fue universalmente honrado y respetado, pero jamás amado. <\/p>\n

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Ahora —me dijo— había cumplido la gran obra de su vida. Jamás subiría más alto. El resto no sería más que repetición. Permanecería reconocido a la vida por haber querido utilizar sus servicios; abrigaba la voluntad de envejecer con gracia y la esperanza profunda e inquebrantable de que aún podría encontrar la amistad de un semejante.<\/p>\n

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Tal era, si había comprendido bien, la historia de Pong. Cuando hubo terminado, el silencio reinó algunos minutos en la pequeña tienda. Ni él ni yo formulamos el menor gesto. Después, con el suspiro de un hombre que redesciende sobre la tierra después de una incursión por el país de los sueños. Pong sacó su petaca y me ofreció una pipa de groka. Yo tenía ya el corazón demasiado lleno para intentar semejante aventura; murmuré, pues, un vibrante: "No, gracias, mi viejo", y salí corriendo de la tienda. <\/p>\n

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De regreso en la mía, escupí el trozo de cuero y me metí en mi saco de dormir. Quedé largo tiempo pensando en la extraña historia de Pong y tratando de imaginar cómo se podía expresar en lenguaje de signos la palabra maestro. La expedición parecía muy lejos, y todo lo que con ella se relacionaba parecía extrañamente irreal. Terminé, sin embargo, por reencontrar el sentido de mis responsabilidades. ¿Dónde estaban los demás? ¿Qué debía yo hacer? <\/p>\n

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Una violenta crispación de los intestinos me dio una parte de la respuesta. Era inútil pretender que no tenía una penosa digestión. Un Pong convertido en amigo no sería por eso mejor cocinero que antes. No tenía más comprimidos antidispépticos. Si no recibía socorros muy pronto, estaba perdido.<\/p>\n

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Me apoderé del walkie-talkie y lancé llamadas frenéticas. Para mi gran alivio, tomé contacto con Wish, que estaba en el campamento III. El se había comunicado ya con Constant y Shute, que habían avanzado hasta el campamento II. Burley y Jungle estaban todavía en el campamento I.<\/p>\n

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Estas eran excelentes noticias. Todo el equipo parecía, al fin, estar en contacto.<\/p>\n

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Pronto descubrimos que yo estaba fuera del alcance del campamento II; no podía hablar con ellos más que por medio de Wish. Wish, por su parte, no podía comunicar con el campamento I; debía para esto utilizar el campamento II como enlace. Pedí a Wish que rogara a Constant en el campamento II y a Burley en el campamento I estuvieran a la escucha. Mientras que él tomaba estas disposiciones, traté de establecer planes para el asalto de la cima, que se encontraba aún a dos mil trescientos metros por encima de mí. Pero los únicos planes que yo era capaz de examinar eran los que concernían a mi digestión. Decidí que era imprescindible me enviaran urgentemente comprimidos antidispépticos por portador. Todavía quedaban en las reservas farmacéuticas del campamento I.<\/p>\n

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Cuando Wish me llamó, su voz era muy débil y yo elevé el tono diciéndole que hablara más alto. En lugar de seguir mis consejos, se puso a hablar con una voz más débil aún. Me di cuenta después que yo hablaba demasiado fuerte y que él, como se hace en estos casos, había bajado instintivamente el tono. Apenas si yo le oía, y entonces yo gritaba, lo que hacía vibrar su receptor y ensordecía al pobre Wish. Ni él ni yo comprendíamos una palabra de lo que decía el otro. Hubiéramos quizá terminado por renunciar si, una vez que hice una pausa para recobrar el aliento, no hubiera yo oído a Wish decirle a Constant que yo aullaba hasta romperle el cráneo. Esta observación me iluminó, y Wish pudo decirme que todos estaban a la escucha.<\/p>\n

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Pero justamente en el momento en que yo iba a hablar comenzaron a oírse crepitamientos en el receptor. Desde entonces nos fue muy difícil hacernos comprender. Para agravar aún más las cosas, olvidamos, en nuestro entusiasmo, los consejos de Jungle y nos pusimos a hablar como en una conversación ordinaria. He aquí lo que eso dio:<\/p>\n

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Yo a Wish.— Diga a Burley que me envíe seis paquetes de tabletas para el estómago al campamento cuatro. <\/p>\n

Wish a Constant.— Diga a Burley que envíe seis paquetes de setas al campamento cuatro. <\/p>\n

Yo (que había oído esta ultima frase).— No; lentejas, no; tabletas. <\/p>\n

Wish.— Yo no he hablado de almejas. <\/p>\n

Yo.— Yo no le he dicho que haya usted hablado de eso. <\/p>\n

Constant a Wish.— ¿Cómo? ¿Qué no ha hablado usted de fresas? Ya lo sé; usted ha dicho setas. <\/p>\n

Wish.— ¡No, no! Hablaba con Lazo de Unión. El dice que no quiere lentejas. ¿O eran almejas? En fin, de todas formas, que no quiere. <\/p>\n

Yo.— Pero, sí; ¡claro que quiero! <\/p>\n

Wish a Constant.— Dice ahora que si quiere. <\/p>\n

Constant.— ¿Que quiere qué? <\/p>\n

Wish.— Pues…, pues… ¡Un segundo! Lazo de Unión, se trataba de setas o fresas? <\/p>\n

Yo.— ¡Oh cielos! <\/p>\n

Wish a Constant.— Dice que quiere huevos. <\/p>\n

Constant.— Ya sabe que los hemos roto todos en el tren. ¿No cree usted que está loco? <\/p>\n

Yo.— ¡No! ¡Huevos, no! <\/p>\n

Wish a Constant.— Yo creo que sí. Acaba de llamarme cielo. <\/p>\n

Constant.— Eso es serio. Debe estar delirando. Pregúntele si conoce a Jungle, para ver. <\/p>\n

Wish.— Lazo de Unión, Excelencia querría saber si conoce a Burley. <\/p>\n

Constant.— Yo no he hablado de Burley, ¡idiota! He dicho Jungle. <\/p>\n

Wish.— Yo no he hablado de Shirley. <\/p>\n

Yo a Wish.— Ya lo sé que no. <\/p>\n

Constant a Wish.— Yo no he dicho eso.<\/p>\n

Wish.— ¿Quieren callarse todos un momento? Me van a volver loco. <\/p>\n

Burley a Constant.— ¿Qué pasa, Excelencia? ¿Qué significa todo eso? <\/p>\n

Constant.— Pasa que ojalá Lazo de Unión y el sabio se volvieran mudos. <\/p>\n

Burley.— ¿Desnudos? ¡Con el frío que hace! <\/p>\n

Wish a Constant.— ¿Qué les pasa? ¿No pueden callarse un segundo mientras yo reflexiono? <\/p>\n

Constant a Wish.— Si quiere usted reflexionar, no tiene más que cerrar su satánico receptor. <\/p>\n

Burley a Constant.— ¿Quien quiere reflexionar? ¿De qué hablan ahora?<\/p>\n

Yo a Wish.— Yo no he dicho nada. ¿Está usted seguro que se encuentra bien?<\/p>\n

Wish.— Me encuentro muy mal.<\/p>\n

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La cosa iba mal. Pero por lo menos hasta aquí habíamos logrado sincronizar las operaciones tan bien, que cuando A hablaba, B estaba a la escucha, y viceversa. Después todo empezó a ir peor. A y B hablaban los dos al mismo tiempo y no estaban ni el uno ni el otro a la escucha. Según toda probabilidad, ya hablábamos todos al mismo tiempo, ya nos poníamos todos a la vez a la escucha y nadie hablaba. Por un largo tiempo aquello fue el caos. Estoy persuadido que no hubiéramos tardado en volvernos locos los unos a los otros, o que al menos se hubiera resentido nuestra fe en el racionalismo del comportamiento humano y en el control que el hombre ejerce sobre su destino. Pero, afortunadamente, nos fue evitada esta catástrofe. En medio del tumulto resonó una voz; una voz dulce, bien timbrada, un poco pedante; una voz competente: "Vagabundo a Excelencia. Vagabundo a Excelencia. ¿Me oye? Terminado… Vagabundo a Excelencia. Vagabundo a Excelencia… ¿Me oye? Terminado…" <\/p>\n

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Constant dijo que tuvo la impresión de oír la voz de un ser superior.<\/p>\n

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En medio de los ruidos y de los fenómenos de distorsión, las frases familiares resonaban claras y bien reconocibles. La melopea monótona que nos había parecido tan rara cuando nos entrenábamos en el campamento de base expulsó a los parásitos; el oído, no teniendo ya qué dudar entre los graves y los agudos, pudo ignorar las interferencias. El mensaje no dejó a Constant ninguna duda sobre la identidad de su interlocutor. Constant se entregó con alegría al ritual: "Excelencia a Vagabundo. Excelencia a Vagabundo. Le oigo muy bien…"<\/p>\n

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Wish al oírlo, me puso al corriente, y la conversación siguió sin equívocos. Burley me prometió enviarme las tabletas gastrointestinales por la mañana. Jungle y él no se sentían aún muy seguros de ellos e iban a prolongar un poco su permanencia en el campamento I. Constant y Shute se quedarían en el campamento II para descansar de su ascensión. Wish se quedaría en el campamento III. Este arreglo permitiría guardar el contacto por radio. Decide que, puesto que no recibiría hasta por la tarde del día siguiente mis medicamentos para el estómago, yo podía hacer una jornada de trabajo mientras tuviera fuerzas para escalar. Subiría tan arriba como pudiera y dejaría sobre el lugar el equipamiento del campamento V y redescendería al campamento IV.<\/p>\n

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Pasé una noche agitada y me desperté muy cansado. Pong, cuando me trajo el desayuno, estaba tan impenetrable como siempre; todo lo más, se permitió en mi presencia un vigoroso eructo, lo que jamás había ocurrido hasta entonces. Me pregunté por un momento si no comenzaba a abusar de la simpatía que yo le había testimoniado; pero me reproche en seguida este pensamiento poco caritativo. <\/p>\n

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Cuando convoqué a So Lo, también este se permitió un regüeldo en mi presencia. Si no se trataba de una conspiración, era, desde luego, una notable coincidencia. Decidí en lo sucesivo abrir el ojo. Es poco agradable saber que abusan de uno. Además, ante el deseo de no ser tornado por un imbécil, o de considerarse a sí mismo como tal, no se sabe nunca si se debe despreciar a la otra persona por haber abusado de la bondad de uno, o si se debe uno despreciarse a sí mismo por haberlo sospechado sin justificación. Fue, pues, con sentimientos mezclados como comencé mi jornada de ascensión. <\/p>\n

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Dejé, como de costumbre, a So Lo tomar la cabeza —de hecho, hubiera sido difícil impedírselo— y traté de hacer planes para el porvenir y de mantener la mirada alerta a las posibles transversiones o alucinaciones, al tiempo que el oído tenso, por si percibía un nuevo fenómeno de eructación en los portadores. <\/p>\n

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Experimenté nuevos y vivos dolores en la región de la cintura; el esfuerzo de escalar y de respirar me era cada vez más penoso. Mi espíritu comenzaba a errar. Me pareció por un momento que mis compañeros habían llevado con ellos sus novias y sus familias; en algún sitio por debajo de mí se apretaba una muchedumbre: Prone con su horrible esposa y sus retoños, Burley y su desgraciada novia. Constant y Travers —entonando a coro canciones de marinos—, Jungle y su cohorte de amores perdidos, y el pobre Wish con su novia, en la que no llegaba a creer verdaderamente. Todos eran buenos amigos míos —incluso la familia de Prone—, y me dije que debería hacer algo por ellos. "Vamos, Lazo de Unión", me dije. Pero esto era más fácil de decir que de hacer. Inútil tratar de convencerme de que no me dolía el estómago. Me di cuenta que mi moral estaba ya debilitada por las mentiras que me había prodigado cuando mi última ascensión. Tratar de engañarse a sí mismo era una locura y una cobardía. Debía afrontar la verdad cara a cara y aceptaría con el corazón alegre. Aceptar la verdad era aceptar la vida, y la vida misma me recompensaría. <\/p>\n

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Comencé por mis dolores de estómago y traté de aceptarlos con el corazón alegre. Que mi dolor —pensé— sea la ofrenda que aporto al altar de la vida y de la amistad. Yo lo soportaría valientemente por Pong. Eso parecía muy sencillo, pero carecería de resultado si sospechaba que Pong abusaba de mi bondad. En el interés de la expedición, tenía que creer en Pong. Después de todo —me dije—, el yogistanés habla con el estómago. Quizá estos eructos signifiquen "buenos días" en yogistanés. <\/p>\n

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Expulsé, pues, estas sospechas y me esforcé en reunir a Pong, a mis compañeros, a mis dolores de estómago y a mis otras molestias en un solo y mismo éxtasis. "¡Quiero vivir! ", grité, y me caí todo lo largo que era. <\/p>\n

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Me levanté y añadí una nariz dolorida a mi éxtasis. Martirizado de alegría, me esforcé en recobrar el camino. Y poco a poco mi avance se hizo más fácil. Me maravillé de verme escalar como no había escalado desde hacía muchos días. ¿Había descubierto el secreto de la vida y de la energía? La pendiente me parecía apenas perceptible; se hubiera dicho que marchábamos sobre terreno liso. <\/p>\n

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Levanté los ojos y paseé mis miradas alrededor de mí. ¡Estábamos en terreno liso! <\/p>\n

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Di algunos pasos y tropecé con So Lo, que había hecho alto. Me inmovilicé, recobrando mi aliento; después mire ante mí, preguntándome qué obstáculos podían esperarnos. <\/p>\n

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Ante mi profunda estupefacción, no había obstáculos. ¡Estábamos en la cima! <\/p>\n

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Por segunda vez desde el principio de nuestra expedición dude de mi razón. El Khili-Khili culminaba en trece mil trescientos cincuenta metros por encima del nivel del mar. O yo estaba loco, o lo estaba mi barómetro, pues nos encontrábamos a once mil seiscientos metros solamente. ¿Que había podido pasar? <\/p>\n

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Fue entonces cuando comprendí. Al Este, una magnífica montaña dirigía hacia el cielo su cima brillante, a unos mil setecientos metros por encima de mi. Nos habíamos equivocado de cima.<\/p>\n

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Capítulo XII<\/p>\n

NO LO BASTANTE ALTO<\/strong><\/div>\n

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Al día siguiente, por la mañana, vi partir a Wish para el campamento III. Permanecí algún tiempo en mi saco de dormir meditando sobre su triste aventura. Qué extraño —pensé— que mis compañeros —con la excepción quizá de Shute, con el que aún no había tenido ocasión de charlar— hayan conocido experiencias tan insólitas y tan melancólicas. ¡Cuán poco se sospecha de los secretos que encierra el corazón humano! ¡Cuán raramente se adivina que un corazón roto se disimula detrás de una alegre sonrisa! Resolví que aquella sería una lección que no olvidaría; éramos todos compañeros en el sufrimiento. Decidí que jamás volvería a juzgar a nadie por su exterior, por impenetrable que pudiese parecer. <\/p>\n

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En aquel momento Pong entró con mi desayuno. Al ver su apariencia impenetrable, comprendí de repente que él también era, después de todo, no más que un ser humano como nosotros. ¿Quién sabía qué sufrimiento, qué desolación se ocultaba detrás de aquel rostro aplastado y poco tranquilizador? Mientras sufría el suplicio del desayuno, medité sobre este problema. ¿No habíamos sido quizá poco caritativos con Pong? El pobre era el paría de la expedición. Nadie parecía amarle. Quizá su soledad fuese para él un intolerable sufrimiento. ¿No estaría deseando con todo su ser una palabra amable o una sonrisa? <\/p>\n

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Este solo pensamiento me entristecía casi. Rechacé el plato y fui a la tienda de Pong. Lo encontré afilando un cuchillo sobre una piedra. No me concedió la más mínima atención. Al cabo de un momento, se puso a rallar un trozo de roca. Pensé que más valía dejarle acostumbrarse a mi presencia antes de entablar conversación con él; me senté, pues, y le observé. Después de haber cortado un pedazo de cuerda y haber picado menudamente un viejo calcetín, lanzó el todo en la marmita en la que cocía el pemmicam y removió la mezcla durante cinco minutos, añadiendo un poco de arena y de parafina a guisa de aderezos. Terminó por verter la mixtura en un plato, se echó un poco sobre un trozo de cuero y le hincó el diente. <\/p>\n

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Vi la ocasión que buscaba. Después de haber atraído su atención por una tos discreta, designé el cuero; después mi boca. <\/p>\n

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No pareció comprender lo que quería decir. Repetí mi gesto; después hice intención de masticar y sonreí, frotándome el estómago. Tendió su mano lentamente hacia adelante, como si no estuviera muy seguro de lo que yo quería. Cogí el trozo de cuero, le arranqué un bocado y después se lo devolví. <\/p>\n

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Masticamos en silencio. Dejé que la situación se afirmara unos minutos; después tosí de nuevo. Encantado, vi que Pong ¡tosía también! Cogí una de sus cacerolas, y sobre la base, ennegrecida por el fuego, con la punta de un tenedor dibujé un grosero esbozo de novia yogistanesa. Designé sucesivamente con el dedo a Pong, después el dibujo, y alcé las cejas en una mímica interrogativa. No parecía haber comprendido. Continué alzando las cejas, y súbitamente el hizo otro tanto. Aproximó su rostro al mío y alzó las cejas al mismo tiempo que yo. <\/p>\n

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Proseguimos durante algún tiempo este manejo. Yo no quería detenerme, por temor a vejarlo. <\/p>\n

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Se produjo entonces algo extraño sobre el rostro de Pong, algo completamente indescriptible, que no se parecía a nada de lo que yo había visto nunca ni a lo que yo imaginaba posible. Miré, fascinado. ¿Que podía ser? <\/p>\n

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Después comprendí. ¿Era una sonrisa? <\/p>\n

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Debo decir que me sentí profundamente conmovido. Que el temible exterior de Pong pudiese dejar aparecer una sonrisa me parecía casi un milagro. ¿Qué indecibles emociones habían podido provocarla? Emprendí con un febril ardor la tarea de aclarar este misterio. <\/p>\n

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La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.<\/p>\n<\/td>\n

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