{"id":12600,"date":"1999-01-08T00:00:00","date_gmt":"1999-01-08T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12600"},"modified":"2006-11-13T00:00:00","modified_gmt":"2006-11-13T00:00:00","slug":"al_asalto_del_khilikhili_parte_ix","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/1999\/al_asalto_del_khilikhili_parte_ix\/","title":{"rendered":"Al asalto del Khili-Khili, Parte IX"},"content":{"rendered":"
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Planteé la cuestión a Wish, y este maestro de la estrategia propuso una seductora solución. Alguien debía atraer a Pong fuera de la tienda en que él cocinaba, de forma que algún otro pudiese robar víveres, que se disimularían en nuestros sacos de dormir. Al día siguiente subsistiríamos sobre estas reservas, diciendo a Pong que no teníamos necesidad de comer. Tendríamos así todo un día para dar descanso a nuestro sistema digestivo. Wish aconsejó a los que viajaran con Pong no tomaran más que los alimentos más sencillos, sobre el cual su negro talento tendría el menor efecto. <\/p>\n

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Esto fue lo convenido. Era duro renunciar a las golosinas con las que nos cuidábamos desde hacía tanto tiempo, pero más valía eso que verlas reducidas a las repugnantes mixturas que Constant y yo habíamos debido ingurgitar. <\/p>\n

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Se organizó el raid sobre las reservas de víveres. Jungle fue a ocultarse detrás de una roca; después Constant llamó a Pong a nuestra tienda y entabló conversación con él. Apenas habían cambiado unos cuantos borborigmos, cuando Pong levantó la cabeza, como si percibiera un ligero ruido. Un instante más tarde se precipitaba fuera de la tienda y le oímos lanzar rugidos mientras corría a la cocina. <\/p>\n

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Corrimos detrás de el para ver a Jungle perderse, perseguido por Pong. <\/p>\n

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Wish, siempre rápido de ingenio, desapareció en seguida de la cocina y emergió de ella con los brazos cargados de víveres. Corrió con su carga hasta nuestra tienda; había estado inspirado, pues Pong, abandonando bruscamente su persecución, regresó a grandes pasos a su tienda y se puso en cuclillas sobre el umbral, considerándonos con una maligna mirada. <\/p>\n

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Jungle había desaparecido a nuestros ojos, y la opinión general era que no le veríamos ya jamás. No había más que una solución: organizar una batida. Se envió a los portadores en su busca, mientras que nosotros nos quedábamos allí, dispuestos a defender nuestros alimentos al precio de nuestras vidas, si fuera preciso, contra otro ataque. <\/p>\n

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El equipo de socorro llegó a las dos horas, con Jungle a las espaldas de un portador pequeño, pero robusto. Pong no dijo nada, y volvimos tranquilamente a nuestras tiendas. <\/p>\n

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A pesar de mi agotamiento, consideré mi deber informarme de todo lo que había pasado desde nuestra ultima reunión en la base avanzada cinco días antes. Durante los dos días que había pasado en el campamento I, Wish había hecho fundir trece quintales de hielo y procedido a una nueva instalación de sus termómetros. Shute había rodado más de seiscientos metros de película, y si no hubiera sido porque un lamentable accidente había expuesto las bobinas a la luz, hubiéramos tenido de allí unas bellas secuencias. Jungle había ajustado sus brújulas tan minuciosamente como jamás brújula alguna haya podido ser ajustada. Las que habían sobrevivido a la operación debían ser consideradas como exactas, con un pequeño margen de error, sin embargo, que él era incapaz de determinar. <\/p>\n

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Llamamos a Burley por radiotelefonía y supimos que se reponía lentamente, pero que no estimaba oportuno aún dejar el campamento I. <\/p>\n

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Pregunté, en fin, si nadie tenía fenómenos extraños que comunicarme. Obtuve respuestas extremadamente interesantes. Wish y Shute habían sido víctimas, los dos, de alucinaciones de grandes alturas. Wish había visto ecuaciones diferenciales, tubos de ensayo y maquinas de Wimshurst, mientras que Shute había tenido la horrible visión de una cámara oscura. Jungle había manifestado una cierta tendencia a errar cuando no estaba encordado a los otros. Estaba convencido también por momentos que le seguía un prude. Cuando se le preguntó que era un prude, se embarulló en sus explicaciones. Wish dijo: "Muy divertido, Vagabundo", como si ese prude no hubiese sido más que el fruto de la imaginación de Jungle, y todos se echaron a reír. Debo decir que la broma me fue perfectamente hermética; creo poder afirmar que mis compañeros sufrían histeria de las alturas. <\/p>\n

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Capítulo X<\/p>\n

MÁS ALTO QUE EL EVEREST<\/strong><\/div>\n

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Después de una comida que más vale no describir, nos reunimos en una de las tiendas para discutir nuestros planes. La cuestión que se planteaba era: ¿qué íbamos a hacer de Pong? Varias soluciones fueron examinadas, pero ninguna era a la vez práctica y humana. Wish, con la precisión que le caracteriza, resumió la situación declarando que debíamos aceptar a Pong como uno de los riesgos de la montaña y concebir nuestros planes en consecuencia. <\/p>\n

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Constant dijo que él y yo habíamos sufrido a Pong durante cuatro días y que ahora le tocaba a otro. Wish respondió que, en principio, estaba completamente de acuerdo, pero que deberíamos entonces reflexionar en los medios de establecer la fórmula práctica. Había que partir de la hipótesis —dijo— de que cuando nos separáramos Pong seguiría al grupo más numeroso, a fin de causar el máximo estrago. Pero bastaría una estratagema bien sencilla para burlar sus propósitos. Eramos ahora cinco. De madrugada, dos de nosotros partiríamos juntos para ir a establecer el campamento III, y los otros tres se quedarían en el campamento II. Pong permanecería, naturalmente, con estos últimos. Pero poco después uno de los tres partiría a su vez, sea para ir al campamento III, sea para descender al campamento I. Pong, una vez más, se quedaría con la mayoría. Después, los dos que permanecieran aún en el campamento II se separarían. De este modo, la esfera de influencia de Pong se encontraría reducida a un solo individuo. <\/p>\n

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—¿No es esto muy duro para el ultimo? —pregunté. <\/p>\n

—No será por mucho tiempo —me aseguró Wish—. Podemos establecer turnos según las circunstancias. ¿Estamos de acuerdo en principio? <\/p>\n

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Constant y yo cambiamos una mirada vacilante. Pero Shute y Jungle declararon que era una excelente organización, y felicitaron a Wish por su talento de estratega. <\/p>\n

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—Muy bien —siguió éste—. Veamos: es bien evidente que Lazo de Unión y Excelencia no están en condiciones de subir al campamento tres. <\/p>\n

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—Desde luego —dijeron Shute y Jungle a coro. <\/p>\n

—A decir verdad —continuó Wish—, es indispensable que se tomen un día de descanso. <\/p>\n

—Absolutamente —dijeron Shute y Jungle. <\/p>\n

—Se deben quedar aquí con Pong. <\/p>\n

—Esa es la única solución—dijeron Shute y Jungle. <\/p>\n

—En cuanto a ustedes —prosiguió Wish—, presumo que no querrán hacer equipo el uno con el otro. <\/p>\n

—Ciertamente, no —dijeron Shute y Jungle. <\/p>\n

Yo me pregunté por qué. <\/p>\n

—Yo iré entonces al campamento tres con uno de ustedes. ¿Cuál? <\/p>\n

—Jungle —dijo Shute. <\/p>\n

—Shute —dijo Jungle. <\/p>\n

—Harían mejor echándolo a cara o cruz. <\/p>\n

—Cara —dijo Shute. <\/p>\n

—Es cruz —dijo Jungle. <\/p>\n

—Felicitaciones, mi viejo —declaró Shute—. Será usted el primero en subir más alto que el Everest. <\/p>\n

—Pero ¡si he ganado! —protestó Jungle. <\/p>\n

—Naturalmente. Es el que pierde el que se queda aquí. <\/p>\n

—Pero yo creía que era al contrario. <\/p>\n

—¿Por qué? <\/p>\n

—Y bien… —comenzó Jungle. <\/p>\n

—Bien entendido —siguió Shute—, si usted cree que yo trato de… <\/p>\n

Jungle no decía nada. <\/p>\n

—Usted no tiene confianza en mí. <\/p>\n

Jungle permanecía con la cabeza baja. <\/p>\n

—Después de todo lo que he hecho por usted… <\/p>\n

Jungle adoptó un aire embarazado. <\/p>\n

—Muy bien —dijo Shute—. Vamos a retirarlo. Y a repetir. Cara. <\/p>\n

—Ha salido cara —anuncio Jungle. <\/p>\n

—A mí me toca, pues, elegir —dijo Shute—. No quería decirlo, pero no me siento muy bien. No me atrevo a correr el riesgo de flaquear ahora. Voy a descender al campamento uno. <\/p>\n

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Jungle pareció un poco desconcertado. Se retiró de la conversación y quedó un largo rato, las cejas fruncidas, rezongando. De vez en cuando abría la boca, como si fuera a hablar; después se callaba. Para terminar, lanzó un profundo suspiro y se inmovilizó, la mirada fija en el vacío, como alguien que ha abandonado toda esperanza y que espera apaciblemente la muerte. Yo olfateé algo extraño en su actitud, pero estaba demasiado fatigado para inquietarme por ello. Además, tenía otras preocupaciones: ¿cómo íbamos a soportar Constant y yo un día más a merced de Pong? <\/p>\n

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Encantados de. encontrarnos de nuevo reunidos, fuimos a acostamos, y, a pesar de la cena preparada por Pong, pase una noche relativamente tranquila. <\/p>\n

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Al día siguiente, por la mañana, estabamos en pie a buena hora. Jungle y Wish partieron sin desayunar, con la intención de detenerse para comer cuando estuvieran fuera de la vista de Pong. Se Llevaron con ellos los platos más sabrosos, no dejándonos más que las lentejas y el pemmican, cuyo carácter naturalmente poco apetitoso los hacía considerar como susceptibles de escapar a los infernales manejos de Pong. Shute partió poco después con su portador, dejándonos a Constant y a mí en compañía de So Lo, de Lo Too y de Pong. Nos metimos en nuestros sacos de dormir, donde pasamos todo el día, alimentándonos de conservas frías y ocultando cuidadosamente los restos de nuestras comidas. Por la tarde recibimos una llamada de Shute que había llegado sin incidencias al campamento I, donde había reencontrado a Burley. Burley —dijo— estaba completamente repuesto y se estimaba reaclimatado. Su larga permanencia en su saco de dormir le había, no obstante, fatigado, y no se juzgaba aún en estado de partir. <\/p>\n

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Wish llamó poco después. Jungle y el habían tenido una ruda jornada, pero habían conseguido establecer el campamento III a diez mil trescientos metros. Habían dispuesto cuerdas en los pasos difíciles. Wish había visto otras ecuaciones diferenciales. En cuanto a Jungle, manifestaba una extraña tendencia a marchar a reculones. <\/p>\n

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Al día siguiente nos levantamos muy temprano. Habíamos agotado nuestras reservas secretas de víveres y hubimos de tomar un desayuno a base de lentejas y pemmicam al modo de Pong. Constant tomó un bocado y se puso pálido como un muerto. <\/p>\n

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—Lo siento, mi viejo —me dijo—; pero no puedo soportarlo. Me es necesario volver al campamento uno. <\/p>\n

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Era una noticia triste, pero no sorprendente. Nos separamos con hondo pesar; habíamos conocido muchas pruebas. Afirmé a Constant que la viril forma con que había soportado sus sufrimientos había sido para mí un ejemplo perpetuo y que conservaría un iluminado recuerdo de los seis días que habíamos pasado juntos. Constant dijo que él tampoco los olvidaría. <\/p>\n

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Constant se llevó a Loo Too, dejándome a So Lo y a Pong. Permití a So Lo tomar la cabeza, deseoso como estaba de economizar mi energía mental. Yo iba al acecho de alucinaciones de grandes alturas y de transversiones. Varias veces creí ver una transversión, pero no era más que una alucinación. Varias veces también creí ver una alucinación, pero no se trataba más que de una mancha sobre los cristales de mis gafas. Una vez, sin embargo, vi una mancha sobre los cristales de mis gafas, pero no era más que una transversion que se reveló ser una alucinación. Para luchar contra mis dolores de estomago había tornado un desayuno ligero, y estaba un poco debilitado por la inanición. Me alimenté de comprimidos antidispépticos, que me dieron jaqueca. Estaba, además, inquieto de ver mi sueño haberse así realizado casi enteramente. Mis cuatro compañeros se habían dispersado exactamente como en mi sueño, lo que me parecía de siniestro augurio. <\/p>\n

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Todo eso perjudicaba al ritmo tan indispensable a la marcha en alta montaña. Decidí, pues, olvidar todo el resto y concentrarme sobre el ritmo. Tanto me preocupe de concentrarme, que terminé por estar obsesionado. Comencé a temer perder el control de mi destino. <\/p>\n

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Afortunadamente, llegamos al campamento III antes que hubiese llegado a esta penosa extremidad. Todavía dueño de mi destino, reencontré a Wish y a Jungle, que se estaban tomando un día de descanso. Como esperaban la llegada de Pong, habían ya cenado y guardado sus provisiones fuera de su maléfico alcance. Tuve que cenar, pues, solo lentejas y pemmicam. <\/p>\n

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Estaba agotado, pero me sentía feliz ante la idea de estar muy pronto desembarazado de Pong. Las cosas, no sé por qué, ocurrieron muy de otro modo. Recurriendo a la estrategia antiPong, que —dijo él— había dado tan buenos resultados en el campamento II, Wish decidió que uno de nosotros debería partir solo al día siguiente, por la mañana, dejando a Pong con la mayoría, o sea los otros dos. Un poco más tarde, uno de estos partiría a su vez, dejando a Pong con el último. Como yo tenía necesidad de reposo, yo debería ser este último hombre. Wish se mostró encantador. Me dijo que yo gozaba de toda su simpatía. Me afirmó que, por su parte, él estaba aún más molesto que yo. Me aseguró que solo su estricto sentido del deber le impedía llevarse a Pong consigo. Declaró que jamás había conocido un conflicto tan corneliano entre sus deseos personales y el interés de la expedición. Estaba seguro de que yo le comprendería. <\/p>\n

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Le dije que le comprendía muy bien y que compartía su molestia. Le supliqué se mostrara animoso ante esta penosa situación y dejara que el deber fuera su única recompensa. Me agradeció diciendo que no olvidaría mis palabras. Le deseé las buenas noches con un sentimiento profundo de humildad y me retiré a mi tienda solitaria. <\/p>\n

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Al día siguiente, por la mañana. Wish partió el primero, escoltado de un solo portador, a fin de establecer el campamento IV. Jungle declaró que no se sentía bien del todo y que le era preciso, a todo precio, descender al campamento I para reponerse. Mientras esperábamos que el sol se elevase en el cielo para prodigarnos algún calor, traté de decidirle a hablarme de sí mismo; comencé, no sin delicadeza, por decirle que, a lo que había creído entender, él no tenía novia. Me respondió que, en efecto, no la tenía, y yo declaré que un hombre de un temperamento tan vagabundo como él no debía, evidentemente, estar dispuesto a dejarse encadenar por lazos familiares. Me sorprendió mucho al responderme que, al contrario, el experimentaba vivamente la necesidad de un hogar donde le esperaría la elegida de su corazón. Me recordó que todos los pájaros tienen un nido y todas las expediciones una base. Él mismo se encontraba justamente en la triste posición de una expedición sin base, de un pájaro sin nido. Durante sus carreras errantes consolaba su corazón solitario soñando que iba a encontrar el objeto de su deseo. Le gustaba pensar que un día, al pie de una lejana colina, encontraría su hogar espiritual; en una villa modesta, pero bien construida, con todo el confort moderno, descubriría el alma hermana que esperaba fielmente al amado con el que sonaba en silencio desde hacía tantos años. Sus carreras errantes —dijo— le llevaban siempre a alguna parte; pero en qué dirección, era algo que no sabía; a esto era debido el que se le hubiera visto tantas veces perder el camino. <\/p>\n

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Le dije que estaba conmovido de esta confidencia. Comprendía muy bien lo que sentía, habiendo yo mismo errado mucho en mi juventud. Pregunté a Jungle si no había encontrado nunca una joven que fuese de su gusto. Me respondió que sí, que había encontrado muchas; que, de hecho, no cesaba de encontrárselas. Desgraciadamente —me dijo—, las perdía tan rápidamente como las encontraba. El tenía la costumbre de llevarlas de excursión el sábado por la tarde y, casi invariablemente, las perdía en el curso de estas salidas. La primera vez habían sido sorprendidos por la bruma, y Jungle había aconsejado a su compañera que se quedara donde estaba mientras él iba a buscar ayuda. Había puesto el rumbo al Norte hasta Llegar a una granja, después de lo cual había partido con un equipo de socorro hacia el Sur. Esta pequeña idiota había debido de moverse, pues no habían podido encontraría. Le pregunté si ella había regresado a su casa. Me dijo que no se había enterado; una muchacha que se desplazaba así en la bruma, a pesar de sus consignas, no merecía apenas que se ocupasen de su suerte. La joven siguiente desapareció mientras Jungle arreglaba su brújula. La tercera se irritó porque Jungle la había hecho dar varias vueltas sobre el mismo sitio por inadvertencia, y le plantó allí. Había perdido otras varias en el "Metro", dos o tres en Waterloo Station y algunas en el laberinto de Hampton Court.<\/p>\n

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Le aconsejé amistosamente que la próxima vez que encontrara una joven de su gusto no la soltara y que evitara todo vagabundeo inútil. Me dijo que había adoptado a menudo esa decisión, pero que eso no parecía entrar en su carácter. Era —me explicó— una víctima del Destino. Le estaba destinado a él encontrar sin cesar el objeto de sus deseos y perderlo enseguida, errar sobre la superficie de la tierra siempre solo, siempre sin raíces.<\/p>\n

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Esta era —le dije— la esencia misma de la tragedia. Esto era tan poético, que debía ser verdad. Supliqué a Jungle que se considerara como un ser prometido a un noble y severo destino, permanecer sordo a los deseos sin gloria y responder a la llamada de su vocación.<\/p>\n

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Me lo agradeció y me prometió seguir mis consejos. Me dijo que su consolación sobre esta tierra era la de tener a veces él, eterno errante, el privilegio de guiar a los demás.<\/p>\n

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En esto estábamos cuando Pong trajo el almuerzo, y Jungle partió precipitadamente para el campamento I con su porteador.<\/p>\n

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Solo, me esforcé en meditar sobre las responsabilidades del mando; pero tan débiles eran mis facultades de concentración, que no pude pensar en otra cosa que en l mermelada de ciruelas. El campamento I estaba demasiado alejado para que me pudiese comunicar por radio con mis compañeros, que se encontraban en él; pero por la tarde tuve una larga conversación con Wish, que había establecido el campamento IV a once mil metros. Esta era una buena noticia; me puso tan contento, que logré, sin el menor esfuerzo, pensar en la mermelada. Pregunté a Wish si le gustaba la mermelada de ciruelas. Debió de imaginarse, creo yo, que estaba loco. <\/p>\n

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La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.<\/p>\n<\/td>\n

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