{"id":12594,"date":"1998-11-25T00:00:00","date_gmt":"1998-11-25T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12594"},"modified":"2006-11-09T00:00:00","modified_gmt":"2006-11-09T00:00:00","slug":"al_asalto_del_khilikhili_parte_iii","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/1998\/al_asalto_del_khilikhili_parte_iii\/","title":{"rendered":"Al asalto del Khili-Khili, Parte III"},"content":{"rendered":"
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En estos momentos de crisis es donde se revela la verdadera naturaleza de un hombre. El barniz social que le ha permitido hacerse un puesto en el mundo civilizado no le es entonces de ninguna utilidad. A menos de tener un corazón de encina, dejará una hendidura, una mancha, una debilidad, que causarán su perdida y, quizá, la de sus camaradas. Me enorgullece poder declarar aquí que todo el equipo salió brillantemente de esta prueba. No es, sin duda, decir demasiado que durante las últimas fases del asalto, cuando la situación parecía tan desesperada y tan sólo la fuerza de espíritu nos separaba del anulamiento, la confianza que había hecho nacer este incidente de la grieta nos permitió intentar este último esfuerzo que debía asegurarnos la victoria.<\/p>\n

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Cada uno de nosotros reaccionó a su manera. Burley, con la sangre fría de un Napoleón, aprovechó la ocasión para recobrar fuerzas —soportaba mal el clima de los glaciares— con un sueñecito. Wish hacía hervir un trozo de hielo encima de un calentador de gasolina, a fin de determinar el punto de ebullición del hielo. Shute había desmontado las lentes de su cámara y corregía la curvatura teniendo en cuenta el índice de refracción reducido por la rarificación de la atmósfera. Constant mejoraba su conocimiento de la lengua discutiendo hasta perder el aliento con el bang. Y Prone se cuidaba una inflamación de los ganglios que él sentía inminente.<\/p>\n

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El comportamiento de mis compañeros en estas circunstancias ha sido, lo que me es grato reconocerlo, un ejemplo para mí, al mismo tiempo que un sostén, cuando más de una vez, más adelante, el pánico nos amenazaba. Su calma reforzó mi humildad, y me entumeció la confianza que ponían en mí, a quien incumbía toda la responsabilidad de la expedición. Sabían que yo no los decepcionaría.<\/p>\n

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Pero el tiempo apremiaba. Si queríamos sacar a Jungle de su penosa situación antes de la caída de la noche, había que hacer algo, y hacerlo rápidamente. Era evidente que alguien tema que descender cerca de él, pero ¿quién? El incidente de la mañana me dio la respuesta. En Shute sólo debía recaer el honor de arriesgar su vida por su amigo.<\/p>\n

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Debo decir que la modestia de Shute le incitó a ceder este honor a algún otro. Pero yo no podía dejarle renunciar a lo que su corazón deseaba verdaderamente, y pronto le hicimos descender al cabo de una cuerda.<\/p>\n

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Después de algunos metros de descenso, desapareció a nuestras miradas, y su voz se hizo tan ininteligible como la de Jungle. Continuamos haciendo correr la cuerda hasta que quedó floja, y esperamos a ver como evolucionaba la situación.<\/p>\n

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Al cabo de algunos minutos me vino bruscamente la idea de que teníamos ahora dos hombres en el fondo de la grieta y que la situación era ahora aun peor que antes. Ni el uno ni el otro podían comunicar con nosotros, y no nos atrevíamos a izar las cuerdas, por temor a herirlos.<\/p>\n

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La situación era crítica.<\/p>\n

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Fue Burley quien, despertándose en aquel momento, aportó la solución.<\/p>\n

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—Hay que bajarles un walkie-talke<\/em>—dijo—. Hemos traído estos cacharros hasta aquí. Que sirvan para algo, entonces.<\/p>\n

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Era una brillante idea. Decidí que en Burley debía recaer el honor de descender con el material de radiotelefonía. Como Shute, comenzó por declinar modestamente este privilegio; pero yo insistí. Y pronto desapareció a su vez de nuestras miradas. Hubiera jurado que sus ultimas palabras habían sido algo así como: “Esto me enseñará a cerrar la boca”; pero, sin duda, yo había oído mal, a menos que no fuera una de las incomprensibles bromas de Burley.<\/p>\n

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Wish puso en marcha otro aparato de radio y esperamos anhelantes. No se oía nada. Una horrible sospecha se apodero de mí.<\/p>\n

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—¿Funciona el aparato?—pregunté.<\/p>\n

—¿Cómo quiere usted que lo sepa?—dijo Wish. Es Jungle el experto en radio.<\/p>\n

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Era la verdad. Ninguno de nosotros sabía como utilizar los aparatos de radio. Jungle debía explicamos su funcionamiento cuando nuestra reunión preparatoria en Londres, pero por un desgraciado concurso de circunstancias él no había podido asistir.<\/p>\n

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No había otro remedio: Wish debería descender. Diría a Jungle que redactara por escrito las instrucciones necesarias, que yo subiría gracias a un cable fino del que Wish llevaría consigo uno de los extremos.<\/p>\n

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Descendió, pues, y al cabo de unos instantes tuve en mi poder el mensaje siguiente: "Pilas aun no instaladas. Están embaladas en una de las cajas, pero Burley no sabe en cual. Enviad champaña."<\/p>\n

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Imposible —pensé— contar con la radio. Había que encontrar otro medio de entrar en comunicación. Escribí rápidamente un mensaje: "Ruego me digan que hacer." Lo enrollé alrededor del gollete de una botella de champaña y la hice descender. Icé el cable cinco minutos después. Su respuesta era: "Envíe otra botella."<\/p>\n

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Espero no se tomará a mal el que yo juzgara este mensaje un poco inconsiderado; las circunstancias excusaban, ciertamente, mi impaciencia. No obstante, no queriendo parecer dictatorial, les envíe, como me pedían, otra botella, con el mensaje siguiente: "Les ruego tomen en cuenta mi situación. Todos los medios posibles deben ser puestos en práctica para sacarles de este mal paso. Díganme sus intenciones."<\/p>\n

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Subí pronto su respuesta: "Jungle, presa de vértigo. Absolutamente indispensable enviar cuatro botellas de champaña inmediatamente; si no, no podemos responder de las consecuencias."<\/p>\n

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Esto ponía la situación bajo otra luz. Me arrepentí de mi juicio demasiado precipitado. He discutido después este asunto con Totter, quien me ha confirmado en mi opinión primera, a saber: que el primer mensaje no respondía a la mejor tradición. Quiero hacerme perdonar las sospechas injustas y sin fundamento que me habían llevado a pensar que la demanda de una segunda botella no se justificaba. La demanda de mis compañeros estaba perfectamente motivada, no se puede negarlo; nosotros no incriminábamos —nosotros, es decir. Totter y yo— mas que la forma en que estaba redactado, que no tenía en cuenta la delicada posición en que me encontraba. Pero me es difícil a mí, que al menos estaba sobre terra firma, enjuiciar los sentimientos de mis camaradas en el fondo de la grieta. Quizá, después de todo, me haya mostrado injusto hacia ellos; en este caso, les renuevo aquí mis excusas más sinceras.<\/p>\n

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No perdí, naturalmente, tiempo en responder a su última y urgente demanda, y les dirigí el champaña con una nueva nota en solicitud de instrucciones. Su mensaje siguiente declaraba: "Jungle, presa de convulsiones. Envíe a Prone con cinco botellas."<\/p>\n

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Esta noticia llevó al colmo mi inquietud. Me parecía que el champaña era lo último que se podía recomendar en caso de convulsiones. Pero Prone, que por enfermo que estuviera se había virilmente dominado al tomar conocimiento del mensaje, me afirmó que era exactamente lo que hacía falta. Descendió, pues, a su vez.<\/p>\n

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Les di tiempo para examinar la situación y después subí el cable. Recogí una botella vacía, con una nota alrededor del cuello de la botella portadora de una sola palabra: Yupi<\/em>.<\/p>\n

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En aquel mismo instante, sonidos extraños comenzaron a llegarme de la grieta. No pude, al principio, dar crédito a mis oídos; pero me fue forzoso concluir, al fin, que mis camaradas cantaban<\/em>. Mi conocimiento del folklore de la lengua inglesa me permitió incluso identificar, con una casi seguridad, el aire de Oh, my darling Clementine!<\/em><\/p>\n

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El resultado no era desagradable, y me alegré de comprobar que mis compañeros no habían perdido el coraje; pero, a menos que en su espíritu esta canción no constituyese un mensaje en código, este recital no era de ninguna ayuda en el dilema en que yo estaba sumido. A pesar de su presencia de ánimo, mis compañeros se encontraban en una situación muy peligrosa.<\/p>\n

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Tal parecía ser también la opinión de Constant.<\/p>\n

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—Tienen necesidad de mí ahí abajo—dijo.<\/p>\n

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Y sin dejarme tiempo para comprender que es lo que iba a hacer, mi intrépido compañero había metido en sus bolsillos algunas botellas, amarrando la cuerda alrededor de una roca y deslizándose por el abismo.<\/p>\n

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Pasó el tiempo; los cantos continuaban. Descendí y remonté varias veces el cable, pero ningún mensaje llegaba. Yo estaba al borde de la desesperación. Seis vidas humanas dependían de la claridad de mi razonamiento y de mi espíritu de decisión, pero yo estaba desamparado. Me invadió el deseo de descender a mi vez, aunque fuera para perecer con mis compañeros; pero me contuvo la consideración de que entonces estaríamos privados de todo medio de comunicación con la superficie.<\/p>\n

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Los portadores se habían instalado confortablemente sobre sus cargamentos y fumaban su inevitable pipa de groku<\/em>. No podía contar con ninguna ayuda por este lado. <\/p>\n

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Esto era, al menos, lo que yo creía. Pero iba a recibir una lección sobre las inestimables cualidades del portador yogistanés, sin el cual la expedición hubiera fracasado. El bang<\/em>, que, hora es de decirlo, se llamaba Bing, se levantó súbitamente y se aproximó a la grieta, seguido de un portador de pequeña talla, pero muy ancho de hombros y poderosamente musculado, que se Llamaba Bung. Sin que una sola palabra hubiese sido cambiada entre los dos hombres. Bung se apoderó del extremo de una cuerda y se hizo descender por Bing. Apenas la cuerda comenzó a aflojarse, cuando un silbido taladrante Llego de las profundidades. Bing comenzó en seguida a izar la cuerda, y se imaginará mi sorpresa y mi alivio cuando vi reaparecer a Bung sano y salvo a la superficie, sosteniendo con mano firme a Burley por la chaqueta. A Burley, que se movía como una marioneta, cantando alegremente ¡Ohé los del barco, ohé!<\/em><\/p>\n

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Todo ocurrió con una extraña simplicidad. Uno tras otro, mis compañeros fueron sacados a la superficie, y pronto nos encontramos todos reunidos. No me avergüenza confesar que me sequé una lagrima furtiva. Jungle, en su alegría, sin duda, de haber escapado por tan poco a la muerte —aunque, me complazco en creerlo, hubo también en su gesto un testimonio de sincero afecto—, me dio una tan vigorosa palmada en la espalda, que me tiró al suelo, y Wish, que parecía un poco loco después de esta prueba, creyó indispensable afirmarme que había medido la profundidad de la hendidura, que era de cincuenta y un metros exactamente. Lo que, no sé por qué, le pareció extraordinariamente divertido. Cuando hubieron todos, salvo Constant, sido devueltos a la superficie, Bing y Bung volvieron junto a sus camaradas. Habían olvidado a Constant, o bien es que no sabían contar hasta siete. Me aproximé a ellos y me esforcé en explicarles por señas lo que esperaba de ellos. No encontré más que rostros cerrados. Su inteligencia limitada no les permitía manifiestamente comprender lo que les quería decir. Alineé sobre una fila el resto del equipo, dejando un vacío en medio de la fila; designé entonces con un dedo este vacío; después, la grieta, y me entregué a una sabia mímica describiendo el descenso y la ascensión de una cuerda y, en fin, la recepción de un compañero salvado del abismo. Todos asintieron con aire de animarme —algunos incluso llegaron a aplaudirme—, pero nadie hizo un gesto.<\/p>\n

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Recomencé mi pantomima; esta vez no me concedieron la menor atención; continuaron chupando sus pipas de groka<\/em>, como si todo fuese perfectamente normal.<\/p>\n

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Mis compañeros, sin embargo, se habían cogido de los hombros y se entregaban sobre el hielo a saltos y danzas como girls de music-hall<\/em>, cantando el Lambeth Walk<\/em>. ¡Pobres diablos! Aun no se habían recobrado del todo de esta horrible prueba.<\/p>\n

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Yo estaba a punto de ceder a un pánico indigno de un hombre, cuando Bing se levantó, se aproximó a mí y, mirándome con una insolencia perfectamente inconveniente, hizo el gesto de rascarse el interior de la palma con el índice de la otra mano. Actuaba con una odiosa lentitud y descomponiendo cuidadosamente sus movimientos, como si tuviera una significación esotérica.<\/p>\n

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Era horrible. Yo creí, durante un momento, que trataba de maleficiarme. No se sabe nunca lo que pasa por la cabeza de los primitivos. Después de todo, ¿no estábamos en el Oriente misterioso? Todo podía ocurrir.<\/p>\n

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Mis compañeros, que habían terminado de danzar, se aproximaron. Les consulté: ¿que debía hacer?<\/p>\n

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Fue Burley quien encontró la respuesta, aunque nunca he podido comprender como había podido acertar tan pronto.<\/p>\n

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—Hay que regarlo, mi viejo—dijo—; hay que regarlo. —Yo le miré extrañado. ¿Que debía yo regar y por qué en un clima parecido?<\/p>\n

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Afortunadamente, Burley tomó entonces la iniciativa de las operaciones. Ante mi estupefacción, saco de su bolsillo un bohee<\/em> (30 céntimos y medio) y lo ofreció a Bing. Este sacudió la cabeza y se rascó aún más fuerte la palma. Burley añadió un nuevo bohee<\/em>, lo que tuvo el mismo resultado.<\/p>\n

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Tenía la impresión de que estaban concertando un precio. Constant me explicó después la cosa. Parece que el seis es una cifra sagrada para los yogistaneses. Cada vez que algo se repite, la sexta vez es tratada de forma especial. El sexto día es un día de descanso. El sexto hijo es destinado al sacerdocio. La sexta pipa de groka<\/em> es fumada en honor del abuelo, y así todo. Se puede, sin embargo, hacer derogaciones a este rito, a condición, sin embargo, de hacer a los dioses una ofrenda conveniente. En el caso que nos ocupa, cinco vidas habían sido salvadas; los dioses habían sido privados de la presencia de cinco europeos. Privarlos de un sexto seria un espantoso sacrilegio, y solo una importante ofrenda en dinero podría arreglar la cuestión.<\/p>\n

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El regateo prosiguió durante algún tiempo. El bang<\/em> era manifiestamente muy devoto, pues defendió resueltamente los intereses de sus dioses. Se detuvo, finalmente, la cifra en mil bohees<\/em> (355 pesetas). Una vez efectuado el pago, el bang se aproximó a la grieta, seguido de Bung. Pero esto no pareció gustar a los portadores, que no habían cesado de gritar y de gesticular durante toda la discusión. Rodearon a Bing y a Bung, y todo el mundo se puso a gritar desaforadamente.<\/p>\n

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Esto duró algunos minutos. Los portadores se oponían, indudablemente, al salvamento; sus espíritus supersticiosos no estaban, sin duda, apaciguados, a pesar de la importancia de la ofrenda. Al fin, ante nuestro vivo alivio, el bang<\/em> pareció haberse hecho el dueño de la situación. Pronto al tumulto sucedieron simples clamores de descontento, y los dos salvadores se abrieron camino entre las apretadas filas de los yogistaneses. Constant nos fue devuelto nulamente impresionado por esta aventura, que no le había ocasionado mas que un ataque de hipo.<\/p>\n

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Me di cuenta entonces que era tiempo de hacer alto para la noche, y di orden de levantar el campamento. Estábamos de nuevo felizmente reunidos.<\/p>\n

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Me desperté, poco antes de la Llegaba del día, con la vaga sospecha de que algunos puntos de este episodio permanecían un poco oscuros. ¿Por qué, por ejemplo, esta dramática salvación no había tenido lugar más que cuando lo avanzado de la hora no permitía reemprender la marcha? Rechacé en seguida tan innobles pensamientos, y no los traigo aquí sino como la prueba del estado de desmoralización que puede reinar en las grandes alturas en razón de la rarificación de la atmósfera.<\/p>\n

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Al día siguiente, por la mañana, nadie estaba en estado de reemprender la marcha. Burley —y esto era una reacción bien normal después de sus valientes esfuerzos de la víspera— estaba de nuevo agotado por el mal de los glaciares; Prone sufría hormigueos. Los otros se quejaban de la depresión de los glaciares e insistían para que Prone les prescribiese champaña. Pero éste estaba, desgraciadamente, demasiado mal para poder ocuparse de ellos, y yo no me atrevía, por mi propia iniciativa, a tomar la responsabilidad de administrar un remedio tan poderoso.<\/p>\n

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¿Es necesario decir, en efecto, que el champaña no figuraba en nuestro equipo mas que con fines exclusivamente medicinales?<\/p>\n

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Tenía prisa por llegar al campamento de base. Íbamos ya retrasados respecto a nuestro programa. Además, estábamos sobre un glaciar y de un momento a otro podía abrirse una grieta bajo nuestros pasos, precipitándonos en el abismo. Di, pues, la orden de levantar el campo.<\/p>\n

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Mis compañeros fueron izados sobre los hombros de los infatigables portadores, y yo, abrumado como estaba por las emociones de nuestras recientes aventuras, me dejé transportar por el mismo medio. Bing, el bang<\/em>, que había dado pruebas de un tan bello espíritu de iniciativa cuando el incidente de la grieta, fue enviado delante para abrir camino. La jornada transcurrió sin incidentes. Me desperté a mediodía para ver la vasta muralla de la pared norte que se elevaba por encima de nosotros. <\/p>\n

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Estábamos en el campamento de base.<\/p>\n

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Capítulo IV<\/p>\n

EL GLACIAR<\/strong><\/div>\n

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Dos días mas tarde llegamos a la extremidad del glaciar y comenzamos la larga ascensión hasta el campamento de la base. Allí fue donde nos encordamos por primera vez. Jungle, nuestro guía, pasó el primero con Shute, que debía filmamos, cuando hubiera encontrado un emplazamiento oportuno. Iban acompañados de diez portadores cargados con la cámara y sus accesorios. Burley y Wish los seguían. Burley soportaba bastante mal el clima de los glaciares, pero pensaba acostumbrarse a él rápidamente. Después iban Constant y Prone. Este último había contraído la ruseola, pero se prodigaba a sí mismo los cuidados oportunos. Los portadores se habían repartido en los diferentes grupos. Yo quedé atrás, a fin de meditar un momento sobre las responsabilidades del mando, y así iba cerrando la marcha.<\/p>\n

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El glaciar tenía más de mil quinientos metros de ancho, estaba surcado por profundas grietas y cubierto de innumerables bloques de hielo de una altura, en su mayor parte, de seis a diez metros. Era un verdadero laberinto. Incluso las más altas cimas desaparecían de nuestros ojos.<\/p>\n

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Después de algunas horas de marcha, tuve la alegría de ver ante mí el servicio cinematográfico en plena acción, con Shute a la manivela. Le dejé embalar su material con la ayuda de sus portadores y proseguí mi camino. Una hora mas tarde me sorprendió reencontrarlo de nuevo ante su cámara. Concluí de esto que me había pasado sin yo darme cuenta —lo que muy fácilmente hubiera podido producirse—, y no dejé de felicitarle por su celo. Él me miró con asombro y me juró que no se había movido de allí. Yo iba a recordarle que no era hora ni lugar para semejantes bromas, cuando, ante mi gran estupor, oí un grito detrás de mí. Puede imaginarse cuál seria mi estupefacción al comprobar que era Jungle, seguido por un gran número de portadores marchando en fila india, tras de la cual iban Burley y Wish.<\/p>\n

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Debo convenir que estaba completamente desconcertado. Era aquel uno de los momentos en los que uno duda de su propia razón. Yo había visto con mis propios ojos a las cuatro personas que se encontraban allí ahora partir ante mí unas horas más tarde, mientras que los otros, a los que yo no había pasado, estaban ahora detrás de mí. Y no se podía creer en que nos hubiéramos pasado todos los unos a los otros sin darnos cuenta.<\/p>\n

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La cuestión que se planteaba era esta: ¿dónde estaban Constant y Prone?<\/p>\n

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Fue Shute quien dio la respuesta:<\/p>\n

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—¡Jungle, animal! —gritó—. ¡Habéis girado en redondo!<\/p>\n

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En seguida lo comprendí todo. Estábamos dispersos por la circunferencia de un círculo, siguiendo cada uno al otro. Shute había continuado filmándonos sin molestarse en identificarnos a nuestro paso, y nosotros habíamos descrito dos veces un círculo completo. Sin él, que constituía el único jalón fácilmente reconocible de nuestro itinerario, hubiéramos estado dando vueltas todo el día.<\/p>\n

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La Llegada de Constant y de Prone algunos instantes más tarde vino a confirmar esta hipótesis. Sin duda, venían atacados de la sordera de las alturas, pues se hablaban gritando a todo pulmón, como si estuvieran a ochocientos metros uno de otro y no separados, como estaban, por una longitud de cuerda. Me felicité de la forma en que había dispuesto los encordamientos: dos hombres capaces de proseguir una conversación tan animada después de varias horas de marcha a cinco mil metros de altura estaban hechos, evidentemente, para entenderse. Esta es una de las grandes recompensas del oficio de jefe: ver que se ha triunfado en estas delicadas manipulaciones del elemento humano. <\/p>\n

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Decidí que era el momento de hacer alto y, con una copa de champaña en la mano, discutimos las razones de este singular acontecimiento. Pedí a todos mis compañeros que dieran francamente su opinión, sin tratar de rozar ninguna susceptibilidad. Estimo que nada refuerza los lazos de amistad entre los hombres como afrontar la verdad juntos.<\/p>\n

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Era confortante ver como respondieron a mi llamada. Shute se mostró particularmente franco, y esto era una buena señal —me dije—, en el que justamente iba a ser el compañero de Jungle.<\/p>\n

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Lo que ninguno de nosotros llegaba a comprender era cómo Jungle, utilizando su brújula, como él nos aseguraba haber hecho, había podido describir un círculo. Este enigma fue descifrado por Shute, que pidió a Jungle le hiciera la demostración de su método. Se alejaron los dos, y muy pronto empezaron ellos también a discutir a pleno pulmón. Me pareció que la sordera de las alturas estaba muy extendida aquel día.<\/p>\n

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Cuando regresaron, Shute nos dio la clave del misterio:<\/p>\n

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—Este imbécil había olvidado desbloquear la aguja de su brújula —nos dijo—. Naturalmente, la aguja indicaba el Norte, cualquiera que fuese la dirección que tomase. <\/p>\n

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—Eso le podría ocurrir a cualquiera —dije yo.<\/p>\n

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La experiencia me ha enseñado que un hombre da lo mejor de sí mismo cuando se le otorga confianza. Nada debilita tanto la seguridad de un hombre como sentir la desconfianza de sus jefes. Hubiera sido fatal al éxito de la expedición llevar a Jungle a dudar de sí mismo. No expongo esto como una prueba de mi magnanimidad; éstas son cosas que constituyen las cualidades inherentes a un verdadero jefe: se tienen o no se tienen.<\/p>\n

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Por esta razón confié de nuevo a Jungle la tarea de guiarnos, convencido de que no repetiría dos veces el mismo error.<\/p>\n

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No me equivoqué. Caminábamos desde hacía cuatro horas, cuando me encontré de nuevo a la caravana al borde de una ancha grieta; toda la caravana, a excepción de Jungle, que estaba dentro. Su brújula le había dirigido rectamente a la grieta, y antes de dar un largo rodeo que nos hubiera alejado, había insistido en que se descendiera a la grieta, con intención de subir al otro borde tallando escalones en la pared. Estaba en el fondo desde hacía dos horas, y nadie sabía si progresaba, pues su voz estaba multiplicada por los ecos y era un coro incomprensible lo que llegaba a la superficie. Quizá estuviera aprisionado.<\/p>\n

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La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.<\/p>\n<\/td>\n

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