{"id":12521,"date":"2006-05-29T00:00:00","date_gmt":"2006-05-29T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12521"},"modified":"2006-05-29T00:00:00","modified_gmt":"2006-05-29T00:00:00","slug":"la_villa_rica_de_la_vera_cruz","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2006\/la_villa_rica_de_la_vera_cruz\/","title":{"rendered":"La Villa Rica de la Vera Cruz"},"content":{"rendered":"
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A mi llegada a Lechuguillas tuve que tomar un día descanso para descansar los brazos y esperar que “la mar” —como dicen los pescadores— estuviera quieta. El recuento de los daños: timón roto, una mano lastimada y el hombro derecho golpeado. Había perdido mi esponja, un bote para achicar y una botella de agua. Claro que podía navegar sin él, pero sería más laborioso. En Emilio Carranza no encontré ni un herrero.<\/p>\n

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Mi siguiente alto sería en Palma Sola, a unos 30 kilómetros de distancia. Ya había adoptado esa distancia como promedio para navegar. Eso implicaba aproximadamente seis horas remando y no terminaba muy cansado, aunque lo hacía más lento para poder disfrutar. Era el punto obligatorio porque después seguía Laguna Verde, donde está la planta nucleoeléctrica. Como zona federal de alta seguridad, no podría parar ahí por ningún motivo, salvo por una emergencia. <\/p>\n

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Comencé temprano. Era impresionante la diferencia del mar, con olas suaves. Un hombre que trabajaba en el hotel me ayudó a cargar el kayak más allá de la zona de rocas. Me vio trepar y escuché su despedida antes de arrancar: “Suerte”. Crucé las olas fácilmente y me dirigí hacia el sureste, la dirección que marca la costa. <\/p>\n

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Pronto descubrí que navegar sin timón requería un esfuerzo mayor. Esa pequeña hoja de metal hacía las cosas mucho más fáciles, no cabía duda. Pero ahora no lo llevaba y debía corregir con el remo. El remo… cuando llegué a la playa el día del norte, el hombre que me ayudó me había comentado nomás ver el kayak: <\/p>\n

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—Hace unas dos o tres semanas pasó otra persona por aquí en uno como ésos. <\/p>\n

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—¿Igual? <\/p>\n

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—Sí, hasta amarillo. Yo creí que sería él y no usted. <\/p>\n

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Dos o tres semanas… El tripulante había navegado con norte y cuando el hombre lo vio, estaba en las olas, pero sin el kayak, que ya había llegado a la orilla y seguramente estaba inundado.¿Qué le habría pasado al navegante? Estaba en las olas y no podía salir. El hombre sólo esperaba que una lancha fuera a rescatarlo. Pero había norte y los pescadores saben lo que esos significa. El hombre fue llamado a cumplir sus labores y ya no supo. Al otro día el kayak no estaba ahí. Quizá perdió el remo. Un kayak es una embarcación increíblemente marinera, pero depende del remo para que funcione. <\/p>\n

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Pasé frente a la pequeña bocana donde se suponía que debía haber desembarcado. Arena, me dijeron, pero también había rocas. <\/p>\n

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Desde Nautla veía montañas como un horizonte diferente al inmenso del océano. Para mí, las montañas eran más vitales que la pura línea costera en la que un kilómetro era igual al otro, al menos desde el kayak, pues se está sentado unos centímetros por debajo del nivel del agua. Con las montañas de fondo, podía calcular cuánto avanzaba, podía ponerme metas, imaginar cuánto tiempo se tardaría en subir ésa o aquella. <\/p>\n

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Pasaba caseríos. Es increíble la cantidad de gente que hay en la costa de Veracruz. De uno de ellos salió una lancha con tres hombres, uno de ellos con un abdomen más que prominente. Venían a mí y me detuve. “Vimos una panguita y dijimos vamos a ver quién es, a lo mejor tiene problemas”. Y ahí estaban. “¿Desde Tampico, en eso?” Sí, para Veracruz ya faltaba muy poco y para Palma Sola sólo había que dar la vuelta a esa punta y vería una ensenada donde estaban las casas y el pueblo. <\/p>\n

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Nos despedimos. Ellos asombrados de mi locura y yo agradecido por saber que alguien se preocupara por una persona que anduviera en una “panguita”. Gente de mar que sabe lo que son los problemas en el océano. Los vi alejarse y volví a remar. Sí. Había gente, pero ya no volví a ver delfines. ¿Qué hacían los delfines durante el gran oleaje de un norte? <\/p>\n

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Pasé la punta y vi una pequeña ensenada con pocas casas. No podía ser Palma Sola. En la carretera yo había visto un letrero que decía que tenía más de dos mil habitantes. Quizá tres mil ahora. Debía ser dando la vuelta a aquella punta. Y remé.<\/p>\n

El sol estaba en lo alto y yo no tenía ni sed. Había cambiado mi dieta de líquido a agua mineral y funcionaba a la perfección: nada de sed. Alguna vez tomé un refresco normal en lugar de agua mineral porque no había. Bebí más de tres litros y seguía con sed. No lo volvería a hacer. <\/p>\n

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Pero más nada, estaba dedicado a dirigir el kayak. El kayak tendía a poner la proa al viento. Debía descubrir cómo estabilizarlo. Por las mañanas el viento venía de tierra y corregía con más paladas del lado derecho. Hacia las 10 de la mañana, el viento cambiaba y venía del sur y me daba de frente. Curiosamente, era cuando podía remar con más soltura, pues no debía corregir nada. Hacia el mediodía, el viento soplaba desde el mar y nuevamente a corregir, pero esta vez con el brazo izquierdo. <\/p>\n

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Pronto me cansé y comencé a probar formas de estabilizarlo. Descubrí que si me sentaba más hacia el lado desde el cual venía el viento y con ello la quilla se levantaba un poco del agua, no tenía necesidad de rectificar con remo. <\/p>\n

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La otra punta. Las casas quedaban lejos. Quizá unos 10 kilómetros. Y cuando di la vuelta me di de frente con Laguna Verde. Los hombres de la lancha tenían razón: estaba muy cerca pero no me salí. No podía ir a tierra y regresarme era igual o peor que seguir. A lo lejos veía el cerro bajo el cual está el sitio arqueológico de Quiahuiztlán, donde hay pirámides en proporciones diminutas, pero ordenadas como si fuera una ciudad. La creencia era que se trataba de un cementerio. <\/p>\n

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1997. Semana Santa. Estábamos en la Playa de Villa Rica, ahí desde donde Hernán Cortés y sus hombres emprendieron el primer viaje hacia el interior del continente americano. A unos pocos kilómetros estaba Quiahuiztlán. Y ahora estaba a unos pocos kilómetros de la playa de Villa Rica de nuevo. Sólo debía remar después de ese cerro y estaría la pequeña bahía. <\/p>\n

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Pero, ¿el cerro era una isla? No habíamos pasado caminando por un pequeño canal de mar entre ella y tierra firme? ¿O eso había sido en Baja California? Decidí no arriesgarme. Llevaba casi nueve horas sentado y remando. Mis recuerdos no debían ser muy lúcidos a estas alturas. <\/p>\n

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Cerca del cerro miré las escaleras que habían construido para que los turistas presenciaran la maravilla del mar estampándose en las rocas. Sí. Ahí era. Di la vuelta y de repente todo el mar se calmó. Ahora era como una piscina. Agua tranquila en la que costaba remar. Pero no había olas, no había rompientes que pasar. Eso era increíble. Quizá por eso eligió Cortés ese lugar para desembarcar y preparar su viaje hacia Tenochtitlan. Podía dejar las naves en una bahía resguardada de nortes o suradas y bajar a tierra prácticamente sin mojarse los pies. <\/p>\n

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Pero yo sí tuve que mojarme. Ahí estaba de nuevo. La Villa Rica de la Vera Cruz. El lugar desde el que iniciaba toda la historia de la conquista de un continente. <\/p>\n

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Y había llegado por mar.<\/p>\n

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