{"id":12519,"date":"2006-05-17T00:00:00","date_gmt":"2006-05-17T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12519"},"modified":"2006-05-17T00:00:00","modified_gmt":"2006-05-17T00:00:00","slug":"emilio_carranza","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2006\/emilio_carranza\/","title":{"rendered":"Emilio Carranza"},"content":{"rendered":"
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Lechuguillas<\/strong><\/p>\n

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Encontré los restaurantes y los pasé. Adelante debía estar la entrada arenosa de las lanchas de que me platicó el hombre. Pero ir hacia un punto en específico es bastante difícil con tanta ola y fuerza de mar que empuja en una dirección que no es la que uno quiere seguir.<\/p>\n

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La zona de oleaje es muy larga. Quizá quinientos metros. Serán cuatro o cinco olas rompientes grandes. <\/p>\n

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—Tranquilo. Lo sabes hacer —me digo en voz alta. <\/p>\n

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Sí, lo sé hacer. Desaguo por última vez mi bañera porque a pesar del cubrebañera, se ha llenado poco a poco de agua y con tanta, el kayak se vuelve más difícil de maniobrar. Si se llena totalmente, será ingobernable. El peso es excesivo y cualquier maniobra es muy lenta y difícil. Entonces me dirijo a la playa. Las olas tienen dirección hacia el sur, por lo que tendré que orientar la proa hacia el oeste para que el oleaje pegue de costado y poder gobernar el kayak hacia la playa sin volcaduras. <\/p>\n

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La playa. Tantos kilómetros como he recorrido de playas y todas habían sido arenosas. Sólo en Camaronera, donde tuvimos que salir de noche, nos tocó una playa rocosa. Las playas de las lagunas han sido un paseo fácil, pero ésta se ve sinceramente difícil. Qué fácil sería si todo fuera arrimarse a la orilla, salir del kayak y caminar. Pero estamos en el Golfo de México. Cuando estaba en Cancún, en el 2000, los pescadores me decían que no continuara porque “el Golfo es el Golfo” y no un charquito como el Caribe. <\/p>\n

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Del segundo viaje, cuando el recorrido de Cancún a Veracruz, sólo nos tocó como mar fuerte un oleaje por Campeche, donde Alex surfeaba a gusto y yo trataba de seguirlo. <\/p>\n

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Ahora no se trata de surfear. Ni siquiera sé si la playa a la que voy es la de los restaurantes. El día que había amanecido claro comenzó a nublarse unos minutos después de que hube pasado la barrera de rompientes y más tarde casi no veía la costa de lo oscurecido que estaba. La lluvia no tardó en llegar. Tenía que salir. Y he aquí que me dirijo hacia unas casas, sin saber si la playa es rocosa o arenosa. Una vez metido en la ola, no podré dar marcha atrás. <\/p>\n

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El viento es fuerte. Varias veces he tenido que hacer mucha más fuerza en las manos para que no me arrebatara el remo. "Como un pájaro: lo suficientemente firme para que no se escape pero lo suficientemente suave para no ahogarlo". Pero cuando venían esas rachas de viento fuerte, lo apretaba mucho. <\/p>\n

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Subo el timón para que no se estropee con un golpe. A partir de ahí, dependo sólo de mi habilidad para conducir mi kayak por las rompientes y poder aterrizar bien en la playa. <\/p>\n

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Una ola… Dejo que pase. <\/p>\n

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Un recuerdo<\/p>\n

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Es un pueblo pequeño. Casas de madera y el interior de arena. Me gusta sentir la arena fresca de la mañana en los pies desnudos, aunque siempre escuche que me ponga los zapatos. Fuera, un gran árbol con una iguana enorme, del tamaño de un dragón, está amarrada y no le tiene miedo a nadie. Me pregunto por qué semejante monstruo está capturado. La playa está cerca pero está más cerca el estero y es mucho más seguro para nuestra edad. <\/strong><\/p>\n

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Ahí vamos, cargando una cámara de llanta. A nuestra abuela materna, quien nos ha traído aquí, le decimos que vamos a la playa. Nos metemos y jugamos y pronto vemos que estamos en mitad del estero y la corriente, aunque poca, nos lleva al mar. El mar, con sus olas rugientes. Gritamos. Mi prima está dentro de la cámara inflada y yo, el gran nadador, fuera. Pero los dos sentimos que el mar se acerca. <\/strong><\/p>\n

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El lunes por la mañana llovió en Veracruz. Fue un síntoma de mal tiempo en plena mitad de mayo. Hoy, martes, estoy a cuatro kilómetros de la costa. Demasiado lejos para las condiciones del mar. Las olas vienen desde el norte y pese a la velocidad a la que voy, siento el viento en la espalda, empujando. La popa del kayak se hunde y es entonces cuando siento el empujón: estoy surfeando y cuando eso pasa, adquiero gran velocidad entre el estruendo de la ola que rompe a ambos lados míos.<\/p>\n

Olas. Olas grandes como dunas, pero con una gran fuerza capaz de derrumbar muros. Si tuviera una cámara de video, podría hacer tomas, pero con este viento no me puedo dar el lujo ni de soltar el remo. Ya dos veces estuvo a punto de arrancármelo de las manos y un kayak sin remo es simplemente una embarcación naufragada. <\/p>\n

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Norte en Nautla<\/strong><\/p>\n

Hoy amaneció despejado y con un viento suave del norte. La marejada de la orilla había bajado su fuerza y podría salir, aunque con esfuerzo. El viento. Parece regir todo este territorio. La gente sabe bien de qué lado viene el viento y cuál es el peor de todos, pero a todos, cuando están fuertes, les temen. Pero aún así, los restaurantes de la playa de Nautla están prácticamente sobre la línea de oleaje. El año pasado, con tantas lluvias, vino una marejada que borró por completo el malecón que pusieron, con todo y restaurantes. <\/p>\n

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Pero no se dieron por vencidos. Hoy, el malecón está de nuevo ahí, con una carretera recién inaugurada para ir, a mil quinientos metros, a Nautla, ese pueblito encantador donde los muchachos se dan cita en la nevería de los videojuegos para bailar en ese juego de habilidad psicomotriz que deja perplejo al visitante. <\/p>\n

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Lo que quedó del malecón antiguo se ve ya en la zona de oleaje. Fueron muchos metros los comidos a la tierra. Los restaurantes tienen un punto blanco en la mitad: es el límite a partir del cual comienzan los 20 metros de zona federal. Pero aún así: ahí están. <\/p>\n

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Es tiempo de volver a la playa. Mientras más tiempo pase, el oleaje se volverá más fuerte. Aunque el viento se mantenga en fuerza, el tiempo que ha estado ejerciendo en el mar y la distancia sobre la cual ha actuado, harán que el oleaje crezca. No tengo ningún deseo de verme de nuevo atrapado en el oleaje como en Tamaulipas. Además, hace un poco de frío. <\/p>\n

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“Llegar a Lechuguillas es fácil. Hay un montón de restaurantes pero la playa es rocosa”, me había dicho el hombre de Nautla. Un pescador que sufrió un accidente hace un par de años y ya no sale al mar ni puede trabajar. Pero sabe del tiempo como pocos y es que hubo un tiempo en que salía a pescar y se dormía donde le agarraba la noche. Así de sencillo. ¿Cómo no saber del tiempo? <\/p>\n

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Los auxilios y los socorros no sirven de nada y nosotros nos hemos congelado en la misma posición. Un hombre aparece en la orilla por la que debiéramos haber caminado a la playa para hacer castillos de arena. “Tienen problemas”. Los dos nos quedamos callados y yo sólo digo que no. “Entonces no estén gritando que espantan”. Me da risa la imagen de dos niños en problemas que gritan y asustan. ¿Así serán los fantasmas? ¿También tendrán miedo?<\/p>\n

Comienzo a patalear con fuerza a la orilla y mi prima también. No sabemos si es miedo o no, pero sabemos que hay que llegar a la orilla y para ello sólo hay que patalear. Y después de un rato, estamos en tierra firme. <\/p>\n

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Es la primera vez de la que tengo conciencia de haber asumido el control en mi vida. <\/p>\n

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Olas rompientes<\/strong><\/p>\n

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Sé dónde está la rompiente. “Siempre rompen en el mismo sitio”, me había dicho Andrés Sierra, y era cierto. Todos los días me ponía a estudiar las olas y la rompiente era siempre en el mismo sitio, aunque no a la misma frecuencia. A veces rompe una y a veces no. <\/p>\n

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En cuanto pasa, espero la segunda, que abraza al kayak y aumenta significativamente la velocidad. Surfeo un poco. De repente, vuelco. Una ola secundaria me da de costado y estoy cabeza abajo. Sin más, doy el movimiento automáticamente y nuevamente estoy cabeza arriba, pero justo en la cresta de la ola. Ya no puedo surfear porque estoy de lado y pongo el remo como apoyo alto. Eso me arrastra durante varios metros. La espuma rompe sobre el jayaj, pero es sólo espuma, no la ola entera. Hasta que la ola pierde fuerza. Entonces remo, remo fuerte. La resaca me puede llevar de nuevo hacia la rompiente. <\/p>\n

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Estoy entre dos rompientes y eso me da tiempo para descansar unos segundos y ver lo que falta. el mar me acerca a la orilla y me remo hacia atrás para mantenerme lejos de la rompiente. Debo estar justo encima de donde rompe cuando rompa y así no me caerá encima. <\/p>\n

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Sé que la bañera está llenándose de nuevo, pero ha aguantado sin abrirse. El hecho de que la cámara fotográfica venga conmigo y no en un compartimiento para el equipo es la prueba de que esperaba que el tiempo estuviera muy bien. Ahora lamento no haberla guardado. No pude tomar una sola foto porque las olas eran grandes y cada vez más. Si la bañera se abre a un golpe de ola, la perderé y con ella todas mis fotografías. <\/p>\n

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Viene la otra. En la segunda ola vuelvo a tomar impulso y controlo el kayak bien, sin caerme ni volcarme. No es que la situación no sea de miedo. Lo que sucede es que en esta situación hay que hacer algo y me dedico a ello sin el obstáculo que es el miedo cuando gobierna las acciones. <\/p>\n

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Llego bien al final de esa otra rompiente. No hay gente a la vista. Está lloviendo. Unos metros más y podré bajarme, pisar tierra y esconderme en un lugar donde ponerme ropa seca y comer algo caliente. <\/p>\n

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En esos metros escasos donde se bañan los turistas, una pequeña ola me vuelve a volcar y me empuja a la orilla. Veo las piedras y me encorvo. No quiero lastimarme la cabeza con tanta piedrecilla de río como hay. ¿Piedra de río en la orilla del mar? ¿De dónde sacaron tanta? <\/p>\n

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Al final, estoy nuevamente enderezado, en una playa con muchísima roca de río y muy inclinada. Es difícil estabilizar el kayak porque la bañera se llenó completamente de agua de mar con una sola ola en cuanto me salí de ella. Achiqué y luego la arrastré debajo de un techo de palma. Media hora después encontraba gente. Todos guarecidos en un lado u otro de la lluvia y del viento norte. <\/p>\n

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Lo mismo que en Nautla, aquí las casas están a un paso de la línea de marea alta. Ni piedras de río ni mallas podrán evitar por mucho tiempo que el mar se “coma” las construcciones. <\/p>\n

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Pero por el momento sólo sé que navegué 30 kilómetros en menos de cuatro horas. Esperaba estar más lejos que Lechuguillas, pero ya aquí, me congratulo de sólo tener como saldo en contra unos raspones en los dedos de las manos y haber perdido el timón del kayak. A pesar de haberlo elevado, la potencia de la ola, quizá la primera, lo arrancó como si hubiera sido de barro fresco. <\/p>\n

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Ahora estoy en Emilio Carranza, descansando del tremendo día de ayer y viendo en las noticias que la “tromba” inundó varios municipios y que en Tabasco hubo cuatro pescadores que no pudieron regresar a la costa sino hasta el medio día, que fueron rescatados. Pero nadie había perdido la vida. Y yo dormía profundamente con los antebrazos cansados y casi adormecidos de tanto no soltar el remo para no ser un náufrago. <\/p>\n

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Sé dónde está la rompiente. “Siempre rompen en el mismo sitio”, me había dicho Andrés Sierra, y era cierto. Todos los días me ponía a estudiar las olas y la rompiente era siempre en el mismo sitio, aunque no a la misma frecuencia.<\/p>\n<\/td>\n

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