{"id":12508,"date":"2006-04-10T00:00:00","date_gmt":"2006-04-10T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12508"},"modified":"2006-04-11T00:00:00","modified_gmt":"2006-04-11T00:00:00","slug":"mentira_o_verdad_por_que_mentir_en_un_logro_de_aventura","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2006\/mentira_o_verdad_por_que_mentir_en_un_logro_de_aventura\/","title":{"rendered":"MENTIRA O VERDAD: ¿POR QUÉ MENTIR EN UN LOGRO DE AVENTURA?"},"content":{"rendered":"
La idea de este libro me surgió al escribir otro. Hace unos tres años el Sierra Club me encargó que escribiera una novela corta. Las únicas directrices: que estuviera relacionado con el montañismo. Desde hace mucho, en el mundo de la escalada se dice que aunque hay muchas narraciones de expediciones clásicas y libros de memorias de alpinistas, aún está por escribir una decente novela de montaña. Yo creía conocer uno de los motivos. La escalada puede poseer un dramatismo muy intenso, pero, curiosamente, carece de problemas morales interesantes.<\/p>\n

\"GrandesEl aspecto moral más fuerte del alpinismo �tal vez el único� es la confianza. Pocos actos hay en la vida que reflejan una mayor entrega a otra persona que atarse a la misma cuerda que ella. Y la antítesis de la confianza es la traición.<\/p>\n

Absorto en esas verdades tan obvias, se me ocurrió de pronto la idea de que podría ser interesante escribir sobre un hombre que fingiera haber hecho una escalada. Yo conocía las historias de Frederik Cook en el McKinley y de Cesare Maestri en el Cerro Torre, pero me di cuenta que no sabía mucho sobre Cook ni Maestri como personas. Era obvio que la manera más interesante de escribir mi novela corta sería desde el punto de vista del hombre que perpetra el engaño.<\/p>\n

Dos interrogantes parecían fundamentales. Una de ellas sería: ¿qué movería a un hombre a cometer un fraude? ¿Se trataría de un acto impulsivo o cuidadosamente premeditado? ¿Qué clase de hombre lo haría? ¿Se trató tal vez de autoengaño? La otra gran interrogante podría formularse con preguntas del siguiente tipo: ¿cómo sería vivir con el engaño una vez que los escépticos comenzaran a señalar con el dedo?, o ¿qué efecto tendría sobre el resto de la vida de esa persona?<\/p>\n

Sabía que debería investigar. Comencé con Cook y Maestri, y el hilo me llevó a otros aventureros, no necesariamente alpinistas, que intentaron echar un velo sobre los ojos del mundo. Lo que yo buscaba era un personaje completo, similar en cierto modo a aquéllos para quienes los expertos en secuestros de aviones han desarrollado un perfil de comportamiento con el que filtrar criminales potenciales cuando pasan por los arcos de seguridad de un aeropuerto. Casi de golpe recogí algunas similitudes destacables, como la frecuencia con la que los embusteros parecen haber perdido a un progenitor en su juventud. (En el epílogo de este libro trato brevemente sobre el tipo complejo que intenta engañar con una hazaña de aventura o exploración).<\/p>\n

La investigación resultó a la vez fascinante y perturbadora. Siempre me había tenido a mí mismo por alguien incapacitado para fingir nada, y nunca fui consciente de haber padecido la más ligera compulsión de falsear en modo alguno mis escaladas. Comencé y finalicé mis investigaciones con la convicción de que el tipo de personas que andaba buscando eran desagradables, vanidosas y obsesivas. Pero cuando comencé a escribir mi novela desde los ojos de Víctor Koch �nombre que inventé jugando con los de Cook y Maestri�, es cuando comencé a ver de verdad el mundo con él. Descubrí por qué, tras dejar caer la mentira que da origen al fraude, resultaba preferible insistir en la historia que uno se había inventado (y hacerlo de manera machacona y violenta ante los detractores) a confesar la verdad. Descubrí el oscuro placer de dividir el mundo en dos campos mutuamente hostiles: auténticos aliados y villanos traidores, con el ego como punto de apoyo de esa palanca. Pude saborear, como si fuera propia, la destrucción de la vida de Víctor, que el engaño convirtió en inevitable.<\/p>\n

Cuando llevaba escrita la mitad de la novela me di cuenta de que faltaba un libro sobre aventuras fraudulentas auténticas, tal vez más interesante que el que yo pudiera escribir sobre una persona imaginaria en una montaña imaginaria. Se habían escrito libros sobre fraudes concretos, pero no, que yo supiera, sobre el fenómeno en sí o un estudio de distintas falacias a lo largo de los siglos. Existían libros sobre fraudes científicos y falsificadores de arte, pero yo quería concentrarme en exploradores y aventureros, el campo que mejor conocía.<\/p>\n

Comencé a hablar de la idea en reuniones sociales y descubrí que casi todo el mundo, ya estuviera interesado en la exploración o no, tenía algo que decir sobre los logros fingidos. Muchos preguntaban: ¿cómo lo demuestras?, y de hecho ésa es la pregunta fundamental. Es mucho más fácil demostrar que el Hombre de Piltdown (nombre que hace referencia al hallazgo en dicha localidad británica, en 1912, de un cráneo de hombre prehistórico que, además de estar envejecido artificialmente, resultó ser de orangután, aunque fue considerado durante cierto tiempo uno de los grandes descubrimientos arqueológicos del siglo XX) fue un fraude que demostrar que Robert Peary nunca alcanzó el Polo Norte. Me había esperado que más gente se encogiera de hombros y me dijera: �¿Importa en realidad quién fue el primero en escalar una montaña?� Pero vi que, incluso para aquéllos sin interés por la geografía o los viajes, sí que importaba.<\/p>\n

\"Cerro<\/p>\n

Me convencí de que el motivo era muy sencillo. Todo el mundo se puede identificar con el mixtificador porque casa uno de nosotros ha pasado por la experiencia de ver cómo una mentira trivial se magnifica hasta acabar convirtiéndose en un engaño de pesadilla. Cuando se llega tarde al trabajo, uno inventa que se ha quedado sin gasolina. Y nos resulta imposible asistir a la fiesta de fulano porque justo ese día ha llegado, de manera inesperada, un amigo que viene de lejos. �Qué curioso, pensé que te había visto en la lavandería�, nos contestan cuando nos descubren, y con esas simples mentirijillas, se siembra una semilla que como mala hierba prolifera en falsedades más consistentes. Es más, la mayoría de nosotros hemos tenido experiencia de primera mano en engaños, ya sean amatorios, financieros o profesionales, más serios que el de escaquearse de asistir a una fiesta. Todos entendemos que a veces resulta casi imposible confesar la verdad. Cuando enseñaba inglés a universitarios en su primer curso, todos los trimestres detectaba uno o dos plagiadores. Me asombraba que, confrontados ante la evidencia, a menudo negaban indignados haber hecho algo malo y sostenían que el que las palabras coincidieran con exactitud era una mera coincidencia, o que se habría tratado de inspiración divina. Tras convivir con Víctor Koch durante varios meses, lo comprendí.<\/p>\n

Una vez terminé la novela, dirigí mi atención hacia el libro de no ficción. Indagué durante un año en los pasillos de la biblioteca Widwner de Harvard, de la que fui extrayendo información. No tenía ni idea de lo difícil que resultaría el proceso. Aunque el libro apenas refleja nuevos hallazgos (por la simple razón de que probablemente no pueda aprenderse nada nuevo sobre Sebastián Cabot o Samuel Adams), escribirlo me requirió una agotadora familiarización con misterios históricos y de navegación, así como unas facultades de escepticismo y enjuiciamiento que trascendían mi capacidad. Muchos de mis conocimientos sobre las distintas controversias se los debo a grandes eruditos como James A. Williamson, Jean Delaguez, Wallace Stregner y Nicholas Tomalin y Ron Hall, pero mis conclusiones finales no provienen de ellos. Los estudiosos más razonables, encarados con la incertidumbre y con evidencias dudosas, establecen conclusiones. Para mí, la tarea más exigente de escribir este libro fue la de descartar prejuicios y tolerar la ambigüedad. Espero que el lector acabe de leer el libro convencido de que mis veredictos son cuanto menos razonables y no están motivados por mis propios prejuicios, de los cuales no puedo pretender carecer.<\/p>\n

\"El<\/p>\n

El libro resultaría más útil a eruditos y estudiosos si llevara notas de pie de página, pero yo no quería que Grandes engaños de la exploración intimidara al lector corriente o que destilara pedantería histórica. En cada capítulo, igual que cuando me metía enla piel de Víctor Koch, buscaba al hombre. Es el peculiar maquillaje del Padre Louis Hennepin o del almirante Richard E. Byrd lo que hace interesantes sus historias, más allá de los hechos (importantes en sí mismos) de quién fue el primero en descender el Mississippi o quien vio por primera vez el Polo Norte.<\/p>\n

Una cosa me quedó clara sobre estos hombres: la decisión de fingir una gesta exploratoria marcó casi todas las facetas del resto de sus vidas. El fraude se convirtió en el hecho central de su existencia. El mundo se redujo a aliados y traidores. Hasta en el caso de falacias con relativo éxito, como las de Robert Peary y Richard E. Byrd, no podemos envidiar los años de declive de esos hombres. Vivieron el resto de sus vidas amargados y aislados en la soberbia, a pesar de verse rodeados del culto de un público crédulo y agasajados con honores oficiales. Uno sospecha que el miedo a ser descubiertos los acechaba como un lobo tras la puerta.<\/p>\n

Resulta gratificante, de modo superficial, llegar a la conclusión de quizá la senilidad más feliz de cualquiera de los diez hombres sobre los que he escrito fuera de James Bruce, el Abisinio, el único hombre claramente agraviado en estos relatos, el único explorador cuyas hazañas auténticas fueron tomadas por falaces. He incluso su historia por la lección de precaución que nos enseña sobre el escepticismo en sí. El mundo necesitaba un Samuel Jonson cuando se celebraba el vuelo de Byrd al Polo Norte, pero Jonson contribuyó a arruinar a Bruce el Abisinio.<\/p>\n

Una reflexión acerca del ámbito de este libro. Existe abundante literatura, sobre todo de los siglos XVII y XVIII, del viaje imaginario, la disparatada historia de viajes, a menudo una utopía o antiutopía, que pasa por ser no ficción. Los viajes de Gulliver es el ejemplo más conocido en la literatura en inglés. Pero se trata de una especie diferente de fraude aventurero. Me acerco más a ese genero al tratar sobre el diario de Robert Drury, que tal vez sea novela de Daniel Defoe. Pero Robert Drury pudo haber sido también una persona real que naufragó en Madagascar, pues sabemos con certeza que Robinson Crusoe no estuvo en el Caribe. Los diez casos de los que trato sólo incluyen controversias sobre viajes y descubrimientos reales en los que un engaño deliberado supusiera una posible explicación.<\/p>\n

\"Cesare<\/p>\n

Los capítulos aparecen ordenados cronológicamente. Para mí, los primeros, es decir los que tratan sobre Sebastián Cabot, el padre Hennepin, Robert Drury y Bruce el Abisinio, son igual de fascinantes que los de los siglos XIX y XX. Fueron los que más me costó investigar, lo que más tardé en asimilar a fondo. Es posible que a algunos lectores les resulten poco interesantes y demasiado académicos, pues se basan en disputas textuales, interpretación de frases y garabatos de eruditos en los márgenes de algunos manuscritos� Mis especulaciones sobre el fenómeno en sí �mi resumen� quedan confinados en su mayor parte al epílogo. La bibliografía al final de cada capítulo le indica al lector dónde puede acudir para extraer sus propias conclusiones.<\/p>\n

En cualquier caso, se dan entre nuestros aventureros mistificadores similitudes que nos llaman la atención. La pregunta fundamental es la más simple: ¿por qué? ¿Qué condujo a esos hombres �algunos de ellos aventureros que gozaban de gran consideración por los méritos de sus auténticos logros�, a intentar engañar al mundo? Aunque no podamos penetrar hasta la médula de ese interrogante, puesto que la historia rara vez es capaz de revelar motivaciones privadas, sí que podemos especular basándonos en patrones de comportamientos comunes.<\/p>\n

Todos los hombres que perpetraron fraudes de aventura deseaban, hasta exponerse a la muerte, ser los autores de aquellos logros genuinos. El caso clásico es el de Peary, con siete exploraciones árticas en su haber, que perdió los dedos de los pies por congelaciones y que a la edad de cincuenta y un años se dio cuenta de que el objetivo de toda su vida escapaba, ay, de su alcance sólo por muy poquito. Muchos aventureros han sufrido esta frustración con elegancia y honradez: Eric Shipton en el Everest, Ernst Schackleton cerca del Polo Sur, Belmore Browne en el McKinley. Pero cuando el Polo Norte, la regata en solitario alrededor del mundo y la ascensión del Cerro Torre comenzaron a vislumbrarse como imposibles, Robert Peary, Donald Crowhurst y Cesare Maestri se agarraron a lo que ellos debió parecerles su última tabla de salvación: la pretensión de haber logrado en realidad esa gesta.<\/p>\n

\"El<\/p>\n

De este modo, los fraudes en aventura tienden a estar pobremente planeados. Son improvisaciones desesperadas frente al inminente fracaso� Sólo cuando reconocieron que la meta les resultaba inalcanzable, se sacaron de la manda los daros que más les convenían para sustentar sus engaños y se la adjudicaron indebidamente�<\/p>\n

Los fraudes de aventura no se llevan a cabo en plan jocoso. El tipo de jeu d�esprit que incorporaba al Hombre de Piltdown se encuentra ausente por completo en las maquinaciones de Hennepin o Peary. No hay atisbo de travesura o de gastar una broma al mundo. La conspiración solitaria es un intento desagradablemente grave de engañar al mundo entero. Ni siquiera tienen los indicios de ser misantrópicamente satíricos, como uno encuentra, por ejemplo, en el engaño del almanaque de Isaac Bickerstaff.<\/p>\n

Y el intento se vuelve inevitablemente solitario. Por pura necesidad fue por lo que Cook intentó meter a Edgard Barril en su ficticia escalada al MacKinley, como hicieron Byrd con su copiloto Floyd Bennett y Peary con Mathew Henson y sus esquimales.<\/p>\n

Hay otra cosa que está por ver y que siempre lo estará. Durante todo el tiempo que pasé investigando y escribiendo este libro, hubo dos cuestiones que me quitaron el sueño. La primera: ¿Qué ocurriría si todo el mundo estuviera equivocado y Frederick Cook, de la manera que fuera y a pesar de la evidencia, hubiera subido al McKinley? Pero la duda más maliciosa es la imagen espejo de la anterior. ¿Quién en la historia (y debe haber habido alguien) se ha salid con la suya tras cometer un fraude de aventura? ¿Qué embustes han funcionado a la perfección y engañado a todo el mundo?<\/div>\n

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