{"id":12485,"date":"2006-02-10T00:00:00","date_gmt":"2006-02-10T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12485"},"modified":"2006-02-07T00:00:00","modified_gmt":"2006-02-07T00:00:00","slug":"las_quebradas_de_bacis","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2006\/las_quebradas_de_bacis\/","title":{"rendered":"Las quebradas de Bacís"},"content":{"rendered":"
Y TODO CAMBIÓ…<\/strong><\/p>\n

Estar en un lugar lo suficientemente aislado es como cambiar de vida. Tu profesión y carrera no importan; tu familia desaparece; tu “yo” habitual muere y, si lo permites, emerge de ti una sombra que seguirás de ese momento en adelante, una sombra que representa tu esencia más pura y de la cual sólo verás tenues pistas al suspirar profundamente y cerrar los ojos en busca de concentración.<\/p>\n

\"\"<\/a>Esa misma sombra te esperara a dormir en la noche para luego despertarte al amanecer y será también ella quien te guíe a través de pendientes y de piedra en piedra al cruzar un río… Pero más allá de todo, quiero decir que ha sido aquella sombra quien nos impulsó a comenzar todo. Fue ella lo que vimos en los mapas antes de salir, fue a ella a quien seguimos hacia afuera de la ciudad y el 17 de Diciembre, todos salimos de la puerta de la escuela en donde dormimos siguiendo su suave rastro hacia las quebradas. <\/p>\n

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“Yo los llevo” dijo Ubaldo, y todos acordamos que el primer día estaría bien tener un guía. Caminamos juntos hasta la base del Tacotín, un cerro impresionante, de unos 800 metros de desnivel, bastante redondo y con una pared de 500 metros coronando su forma casi cónica. <\/p>\n

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Desde el inicio caminamos a lo largo del río. El avance era intermitente pero aceptable, y por allí podíamos apreciar una hendidura en la base de la pared. En alguna parte se agrandaba y se formaba una cueva. Allá nos dirigimos pero ignorábamos la tecnicidad y profunda dificultad del terreno que teníamos frente a nosotros. <\/p>\n

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Porque en Bacís la mayoría de los caminos son de animales. No es que no haya gente en las quebradas, sino que la gente sólo se interna en el monte cuando se les pierde un animal, y ningún animal sube al Tacotin en esta época. Teníamos que abrir camino y esto no es nada sencillo cuando la vegetación es espinosa, aún si se lleva machete. Los tallos de las enredaderas son fuertes y flexibles, parecen esmerarse en evitar ser cortadas por el trazo de un machetazo inexperto y si se persevera y se logran cortar tallos gruesos, estos serán detenidos por lianas pequeñas y espinosas, que son aún más evasivas al machete. <\/p>\n

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Nuestro avance aceptable se convirtió en torpe y lento, sobre todo con la partida de Ubaldo, que manejaba bien el machete, y la llegada a las cuevas fue mucho más tarde y difícil de lo anticipado. Sin embargo todo tomó sentido cuando, bien metidos en una cueva, nos internamos en el extinto mundo de los antiguos.<\/p>\n

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ANTES<\/strong><\/p>\n

En 1988 Harry Moller publicó en México Desconocido<\/em> una editorial ofertando respeto a Carlos Rangel por el impresionante esfuerzo hecho en la expedición en solitario a las escondidas “quebradas” de Durango. Rangel había sido el primero de el siglo XX en entrar de lleno a las quebradas cuando ocho años antes Moller sobrevolaba la zona, escribiendo al respecto que era terreno inaccesible a seres humanos.<\/p>\n

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DESPUÉS<\/strong><\/p>\n

Rangel se enamoró del lugar. Dos años y medio después regresaba para hacer un recorrido en forma, empezando así con una serie de exploraciones que se realizarán de forma constante para convertirse en el proyecto “Descubriendo un mundo olvidado”. La zona había quedado prácticamente inexplorada y se sabía, aunque poco, que en las barrancas yacían restos de varias culturas antiguas en espera de ser descubiertos. Hoy en día varios exploradores se interesan por la zona, incluyendo a Carlos Lazcano y al Grupo la Venta, uno de los mas activos a nivel internacional. <\/p>\n

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ESTA VEZ<\/strong><\/p>\n

Retomando el proyecto Descubriendo un mundo olvidado<\/em>, el actual Grupo de Exploración de la UNAM parte a la ya famosa Quebrada de Bacís. ¿Con qué objetivo? El mismo con el que empezó todo: la búsqueda implacable de concretizar aquella quimera de la presencia antigua en Bacís.<\/p>\n

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PRELUDIO<\/strong><\/p>\n

Hay que darle crédito. Héctor Barrón empezó todo. Siendo el más experimentado, a Héctor le entró la espina de organizar una exploración de verdad, ¿adónde? Es donde entró la influencia del jefe de Exploración, Carlos Rangel. Durango es un lugar que él conoce bien y finalmente era un lugar bastante inexplorado, ideal.<\/p>\n

Empezamos por ver un mapa y escoger una barranca, después decidimos qué hacer allí y finalmente vino el trabajo difícil, salir de la ciudad. <\/p>\n

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Una vez allá fuimos recibidos calurosamente por el Secretario de Salud del estado de Durango, doctor José Ramón Enríquez, quien nos proporcionaría transporte desde la ciudad de Durango hasta Bacís, una útil carta de presentación, alimentos y hospedaje y una ayuda invaluable sin duda. <\/p>\n

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Para el 16 de diciembre estábamos todos juntos y ese mismo día salimos a la sierra, por la carretera a Mazatlán. Nos desviamos un paso antes de El Salto y a poco el camino secundario se transformó inevitablemente en una terracería plana y sosa llena de bosques. <\/p>\n

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Entonces llegaron las quebradas. Salieron de una curva en que el paisaje se transformó y se plantaron justo enfrente. <\/p>\n

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Nosotros, callados. <\/p>\n

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Bacís, al fondo de todo.<\/p>\n

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\"\"<\/a>NERÓN<\/strong><\/p>\n

Ubaldo era el juez de Bacís. Nerón, su mascota. Un perro tan impresionante que una vez, un vaquero, al verle acercarse con decisión disparó. A su impresión, Nerón en pie continuó… con una bala en la nariz de por vida.<\/p>\n

TICHO<\/strong><\/p>\n

Una mañana un joven entró a la escuela donde dormíamos a platicar. Estaba muy interesado en nuestro objetivo y le costaba mucho trabajo creer que no buscáramos oro, pese a ello, luego de un rato se ofreció a llevarnos a una cueva que conocía. <\/p>\n

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Nosotros, desconfiados preguntamos para saber quién era. <\/p>\n

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—El lobo le dicen, es un buen muchacho —dijo doña Rosa, la esposa de don Faustino—. ¿Verdad compadre? <\/p>\n

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—Quién sabe comadre, ¿no ve cómo le rompió la quijada con un hacha a su compañero.<\/p>\n

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LOS ANTIGUOS<\/strong><\/p>\n

El primero en verlos fue el misionero jesuita Hernando Santarén. Hacia el año 1600 iba con la intención de evangelizar a las tribus que habitaban esta parte del país. Él escribió bastante acerca de los xiximes y los acaxées, los dos grupos indígenas que habitaban las sierras de Durango, pero por encima de todo se empeñó en evangelizar… y neutralizar a quienes lo impidieran.<\/p>\n

Los xiximes y acaxées eran grupos antagonistas siempre en guerra y por ello le daban bastante importancia; la veían más como un ritual y jugaba un papel importante en la cohesión de la comunidad. Fue esta “ritualidad” lo que sorprendió a los españoles, porque los xiximes y acaxées no sólo consultaban a un oráculo antes de una batalla, sino que se alimentaban del corazón del enemigo vencido. <\/p>\n

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Así, cuando los acaxées aceptaron tratos con los jesuitas, pactaron una alianza en contra de los xiximes y estos no pudieron esconderse lo suficientemente alto o lejos para alejarse de sus enemigos. ¿O sí? <\/p>\n

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Santarén escribe acerca del exterminio de aquellos implacables guerreros, pero la “gente pequeña” que vive en lo alto de las quebradas de Bacís ha sido “vista” mucho después de la partida de los jesuitas. <\/p>\n

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No existen registros formales, pero la gente mayor recuerda que sus padres hablaban mucho de los “gentiles”, gente que no hablaba español y que a veces se topaban en los caminos de la sierra. Se cuenta incluso que una mujer fue capturada y llevada a Bacís a principios del siglo pasado, pero la prueba real de la existencia de los antiguos yace en los metates, las pinturas en las paredes, los petroglifos, las casitas y uno que otro entierro de indios escondidas en lo alto de la sierra.<\/p>\n

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CUATRO DÍAS EN EL RÍO FRESNOS<\/strong><\/p>\n

No tardó mucho en encontrarnos Hilario García. Era apenas nuestro segundo día en el Río Fresnos y estábamos tomando un merecido baño después de nuestro encuentro con el Tacotín del día anterior. Hilario era un enviado divino, uno que platicaba con singular entusiasmo y que poseía una habilidad de indagar envidiable, pero su divinidad salió a luz cuando nos mostró el camino a dos cuevas que nunca hubiéramos encontrado sin ayuda, una en la Cordillera India, (la serie de “patillas” [repisas] que preceden al Tacotín) y la otra en el Cerro de los Monos.<\/p>\n

Así al día siguiente, siguiendo indicaciones de Hilario, encontramos un conjunto de cuevas considerablemente grande, con varias casitas bien conservadas, olotes, metates y pinturas en un espacio amplio. Era lo que Carlos Rangel había encontrado en el invierno de 1989-1990 y denominado “La Ciudadela”. <\/p>\n

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Al día siguiente nos dirigimos al Cerro de los Monos, un gigante totalmente diferente al Tacotín, más alto y con dos “monos” distintivos en su parte superior, pero la gran diferencia está en el ambiente, oscuro y húmedo debido a la orientación norte de la vertiente que subimos. Vertiente que nos llevo a unas cuevas, pero sin casitas. <\/p>\n

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Ese día, mientras buscábamos la entrada a Bacís conocimos a Don Faustino, un buen amigo de Rangel que desborda de conocimiento de Bacís y se distingue claramente de los demás por ser el único sin “fiebre del oro”. A partir de entonces, platicaríamos mucho con él.<\/p>\n

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BACÍS<\/strong><\/p>\n

San José de Bacís es un pueblo minero. Todos los hombres en algún momento han trabajado en la mina y la mayoría lo hace con regularidad. De hecho, la mina es trabajada desde que llegaron los españoles y continuó así hasta ser del dominio de alemanes e ingleses para finalmente llegar a manos de duranguenses.<\/p>\n

El pueblo es pequeño, no produce nada de alimentos, (todo viene de Durango), y con la gente sucede un fenómeno particular: el amor al oro. <\/p>\n

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Una enfermedad común en Bacís, la fiebre del oro, parece haber permanecido inmune al tiempo aquí, a tal grado que la gente busca tesoros en los lugares más extraños: en las cuevas de los antiguos y en sus entierros. Desgraciadamente esto ha causado un gran deterioro en las casitas<\/em> antiguas. Pese a ello, Bacís, en medio de la sierra y rodeado de montañas impresionantes, resulta hermoso. <\/p>\n

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CUATRO DÍAS MÁS<\/strong><\/p>\n

Sólo descansamos un poco en Bacís para reabastecernos y volver a salir hacia las quebradas. Era el 21 de diciembre cuando a medio día nos dirigíamos hacia el río Las Vueltas. Una parte inhabitada e inexplorada de la quebradas de Bacís que prometía ser el paso difícil de la expedición. <\/p>\n

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En ese lugar encontramos muchos más tesoros y restos de vidas pasadas dentro de nosotros mismos que en las laderas de la sierra: no encontramos nada. <\/p>\n

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El terreno no propuso un reto superior al de la otra barranca pero las cuevas no eran claras ni grandes. Lo que nos dejaba con dos opciones solamente: que los antiguos hayan escondido aún más sus casas o que simplemente no hayan establecido asentamientos en esa parte, algo sumamente improbable considerando la cercanía de los dos ríos y barrancas. <\/p>\n

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Pronto vimos que nuestros cuatro días restantes no eran suficientes para explorar toda una barranca nueva y sin nadie que nos orientara y en lugar de caminar de prisa, lo hicimos con más calma. No quedaba más que explorar la parte inferior: el río. Ahí aprendimos mucho acerca de nosotros a través de la sierra. El sonido del agua al correr es un maestro para quien esté dispuesto a aprender y el contacto con la naturaleza resulta siempre terapéutico. Creo que de allí en adelante encontré en el río a mi mejor amigo y me inclino a pensar que no fui el único.<\/p>\n

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UNA NAVIDAD DIFERENTE<\/strong><\/p>\n

El 24 de Diciembre regresamos a Bacís, teníamos mucha expectativa para estas fechas desde que salimos. Además la expedición acababa oficialmente ese día pues Héctor tenía que regresar a México junto con cinco compañeros más, lo que dejaba un equipo de tres a continuar la exploración.<\/p>\n

Así, estábamos más bien cabizbajos y deprimidos al recibir la Navidad en un pueblo muy lejos de casa, cansados de ocho días caminando y con una barranca atrás que nos dejó ver muy poco. <\/p>\n

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Teníamos que terminar la salida sabiendo que tendríamos que regresar. Después cenamos, (en un comedor) y pasamos lo demás de la velada tratando de despedirnos, unos de la sierra y otros de los compañeros. <\/p>\n

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UNA MESA REDONDA<\/strong><\/p>\n

Moverse con un grupo pequeño es muy diferente a hacerlo con uno numeroso. El grupo es ágil, más rápido, necesita menos recursos y además la necesidad de un líder es prácticamente nula si el grupo está suficientemente relacionado. <\/p>\n

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En nuestro caso, éramos tres: suficientes para ayudar a un compañero lesionado y aún movernos con bastante velocidad o en terreno complicado y por encima de todo estábamos en forma y nos conocíamos bien. Teníamos un grupo sin jerarquía y con bastante alcance; éramos Toño, Eddy y yo.<\/p>\n

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LOS ÚLTIMOS DÍAS<\/strong><\/p>\n

La principal rectificación de nuestra pequeña expedición fue en el objetivo de la misma. Esta vez el objetivo perdería el toque deportivo y ganaría un matiz antropológico: en lugar de salir hacia la sierra como grupo independiente, trataríamos de ganarnos un poco a la gente y convivir con ella, con el propósito de aprender. Así, pasamos más de un día platicando y conviviendo con la gente y para la mitad del primer día la gente ya nos buscaba para contarnos de hallazgos impresionantes y tesoros inalcanzables; estábamos aprendiendo deveras y la planeación de nuestra salida se vio claramente beneficiada.<\/p>\n

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Pese a ello, hubo algo que no conseguimos: un guía. Las fiestas estaban en su apogeo y era difícil que la gente tuviera tiempo, así que nos tuvimos que conformar con las explicaciones de Pedro Rocha. Un buen amigo de Don Faustino que tenía un gran interés en nuestras exploraciones y estaba dispuesto a ayudar con su gran experiencia en la zona. De hecho, Don Pedro había estado en la mayoría de las cuevas que se conocen buscando oro, había encontrado bastantes entierros y nos enseñó el camino a una cueva donde, dijo, habían muchas casitas y huesos. Desgraciadamente las casitas estaban destruidas y los huesos botados ahí entre rocas que se notaban recién partidas. La gente las había destruido en busca de oro. <\/p>\n

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Los dos días siguientes fueron de caminata ardua y mas bien silenciosa, sin contratiempos y siempre sabiendo que las caminatas continuarían. <\/p>\n

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MIS COMPAÑEROS<\/strong><\/p>\n

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