{"id":12385,"date":"2005-07-06T00:00:00","date_gmt":"2005-07-06T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12385"},"modified":"2005-07-04T00:00:00","modified_gmt":"2005-07-04T00:00:00","slug":"explorando_la_sierra_juarez","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2005\/explorando_la_sierra_juarez\/","title":{"rendered":"Explorando la Sierra Juárez"},"content":{"rendered":"
Sol, sol, sol. En estos lugares parece ser el único y continuo acompañante. Son las siete de la tarde y falta todavía una hora y media para que comience el crepúsculo. Así son los días de largos. Mis compañeros no emiten una sola palabra y mantienen la inercia de su cuerpo: caminan. No hablamos porque hace calor. Hace seis horas el termómetro marcó 43º a la sombra.<\/p>\n

Sí… pero hace seis horas estábamos en el cañón Guadalupe, uno de los más famosos de la sierra Juárez porque tiene aguas termales y… porque es muy visitado. Con el calor exterior tan elevado, uno se mete al agua tratando de refrescarse y lo logra, pero sólo durante unos minutos. La temperatura del agua es tan elevada que acaba por hacer sudar y entonces uno regresa al calor externo, al desierto seco. Ahí, la sequedad parece quemar la piel y de nuevo al agua, hasta que al final uno decide tumbarse a cualquier sombra y estarse quieto. <\/p>\n

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\"\"Avanzamos por el desierto, con la Laguna Salada a nuestra derecha, en medio de rocas, de cactos, de espinas, de estas famosísimas “uñas de gato” que no sueltan una vez ha atrapado algo de piel. Y de serpientes. La primera vez que escuché la alarma de una cascabel, me asusté porque parecía estar a medio metro. Pero estaba a diez o quince. El sonido que hacen es un estrépito de aviso: “No te acerques, que es mi casa”. <\/p>\n

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Escucho un grito llamándome. Mis compañeros me hacen señas para que regrese. Alguien está tendido en el suelo. “Ya no puede seguir.” Me inclino sobre él y le hablo. “Vamos a caminar un poco más para encontrar un lugar donde dormir para que descanses.” ¿Dormir? ¡Caramba! Lo que uno dice en el desierto. Dormir en medio de este pedregal. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Nuestro compañero no puede más y el cañón Carrizos está todavía lejos. Estamos a la mitad de ningún lado. ¿Qué hacemos aquí? <\/p>\n

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EL CAÑÓN TOPO<\/strong><\/p>\n

Hace seis días estábamos en otro lugar no muy lejos de aquí, casi otro mundo: el cañón Topo. Ahí se yergue la colosal masa de granito de 550 metros que los escaladores bautizaron como Trono Blanco. Habíamos bajado por el angosto paso pedregoso que nos condujo de la meseta superior hasta el fondo del cañón. Fue arduo. <\/p>\n

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Se trataba de encontrar el camino de bajada en el laberinto formado por rocas de más de cinco metros de altura. A veces brincábamos, si es que podíamos. El salto más largo fue de unos tres metros. No lo volvimos a hacer. Otras ocasiones nos deslizábamos por debajo, por estrechos pasajes. Cuando al final llegamos al final de la cañada, pudimos ver el Trono Blanco. Dormimos cerca del arroyo y al día siguiente, muy temprano, volvimos a caminar. <\/p>\n

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Entonces encontramos algo que llamó mi atención: una pequeña cueva que miraba hacia el norte. Pensé que podría ser nuestro hogar durante la exploración si era lo bastante amplia como para que cupiésemos los seis. Subí por la pendiente hasta la cueva. Había pinturas rupestres en su techo. No pude hablar un rato, admirado de haber encontrado esto. La cueva era más bien pequeña, pero eso ya no importaba. Llamé a los demás y comencé a tomar fotografías de las pinturas. Los colores eran los básicos que siempre decoran la alfarería que se desentierra durante las excavaciones: rojo y negro en distintas tonalidades. <\/p>\n

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\"GranNunca había visto una pintura rupestre en color ni mucho menos al natural. Era maravilloso. Me pregunté de dónde obtendrían el material los artistas rupestres para hacer esos diseños. Diseños, sí, porque a pesar de ser pinturas no representaban nada identificable y sólo pueden verse “signos abstractos”. Aunque… la escritura egipcia también son signos abstractos y sí<\/em> representaban algo muy definido. Ese algo que no podíamos reconocer en estas pinturas. <\/p>\n

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Dos días estuvimos explorando la parte baja del cañón y tuvimos mucha suerte: a pocos metros de nosotros saltó un borrego cimarrón, pero desapareció antes de que lo fotografiáramos. Nadie estaba preparado para esto, pero los comentarios duraron muchas horas. El regreso a la meseta donde habíamos dejado la camioneta lo hicimos siguiendo todo el cañón hasta su origen para luego dar un enorme rodeo entre rocas y arbustos.<\/p>\n

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LAGUNA HANSON<\/strong><\/p>\n

Después decidimos descansar un día en la laguna Hanson, nombre con el que es más conocida aunque oficialmente lleva el nombre de Laguna Juárez, como la sierra. De ahí partimos al rancho San Luis, una pequeña casa de madera con lo estrictamente indispensable para vivir. Como la laguna y el rancho están en la parte alta de la sierra, no tardamos mucho en llegar. Ahí dejamos nuestro vehículo y caminamos hacia el oriente, hacia el desierto.<\/p>\n

\"\"Por este lado tendríamos que bajar al cañón Guadalupe, explorarlo, dirigirnos al desierto y adentrarnos en él hasta llegar al cañón Carrizos, por donde subiríamos nuevamente a la parte alta de la sierra. Así haríamos un círculo que iniciaría al oriente, al norte, al oeste y al sur. Era fácil aunque recorrer los cañones de la Sierra Juárez no lo sea, pues a cada rato hay que trepar bloques de granito, salvar pozos de agua tan cristalina que parece no estar ahí, o escalar alguna vertical rocosa. Ciertamente no es fácil pero es una experiencia fascinante, sin ruidos, casi ocultos de toda civilización salvo la que lleváramos con nosotros. <\/p>\n

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Primero exploramos el cañón Guadalupe hacia arriba y después bajamos: íbamos al oriente, al desierto. Con la experiencia del cañón Topo, nos sensibilizamos más a cualquier indicio de vida animal y eso tuvo su recompensa: siguiendo el excremento, su olor, algunos ruidos, las escasas huellas, uno que otro raspón reciente sobre la roca y otros indicios, llegamos a localizar un grupo bastante grande de borregos cimarrones. Hubiéramos deseado acercarnos más a ellos, pero tienen todos sus sentidos alerta todo el tiempo y, por fortuna, le temen al hombre. <\/p>\n

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A la salida encontramos claros indicios de que nos acercábamos a la civilización: las rocas pintadas con aerosol, botellas rotas, plásticos, papeles, latas y botes de cerveza. A veces el hombre no sabe qué hacer con tanta belleza y termina por destruirla. <\/p>\n

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También vimos algo maravilloso: un enorme grupo de palmas con dátiles, como si estuviéramos en un oasis (y de hecho, lo estábamos, con semejante calor) y al fondo una peña de unos 300 metros, de forma tan peculiar que la gente terminó por llamarla la Virgen de Guadalupe. Ahora, el cañón se llama Guadalupe y el peñasco, La Virgen. Un poco después, aparece un amplio camino de terracería para autos y las famosas aguas termales que provienen del fondo desconocido de la montaña. <\/p>\n

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BAJO EL SOL<\/strong><\/p>\n

Pero eso fue ayer, cuando metíamos el cuerpo al agua. Y luego, a las cuatro de la tarde, caminamos hacia el norte, hacia el Carrizos. Y tuvimos que dormir aquí, en medio de tanta roca y sin una sombra. Teníamos que irnos. A las cuatro de la madrugada me levanté y desperté a los demás. Faltaba una hora para el amanecer y debíamos aprovechar las horas más frescas para caminar y llegar a Carrizos porque de los 30 litros de agua con que salimos sólo nos quedaban dos. <\/p>\n

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\"\"Sería una caminata silenciosa porque es julio, cuando la arena del desierto está más sedienta y el desierto no pertenece a la tierra sino al sol. Hace doce días, mientras caminábamos por las calles de Mexicali, sentíamos cómo el pavimento cedía a nuestro peso, como si fuera una gran masa de chicle. Al mediodía en el desierto, la suela de las botas parecen tener la misma consistencia. <\/p>\n

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A las 12 alcanzamos el cañón Carrizos. Un gran palmar y el sonido característico del agua fluyendo entre las rocas nos hizo apurar el paso. Agua es lo único que deseamos y nos vemos recompensados tan ampliamente que podemos meternos a las pequeñas pozas a refrescarnos. Es reconfortante observar cómo todos hemos recuperado nuestro ánimo habitual. Ahora hablamos y también reímos de cualquier cosa. <\/p>\n

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Sólo uno parece estar dormido con los ojos abiertos. Creo que la experiencia ha sido más fuerte para él que para nosotros. Nadie puede comprender lo que es el desierto estando lejos de él. Sólo quien vive en él puede apreciar la magnitud y la fuerza de voluntad que hace falta para dar un paso tras otro. Sentir el sol, este sol, cerrar la boca y seguir caminando… y aguantar la sed.<\/p>\n

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PROBLEMAS<\/strong><\/p>\n

En el quinto día de caminata recordamos que en el rancho San Luis habíamos avisado que regresaríamos precisamente ese día, pero aún faltaba bastante. Debíamos regresar a las alturas o la gente del rancho se preocuparía. Debíamos subir entre rocas, sin veredas y cargando lo más que podamos de agua. La ventaja es que lejos de la planicie el calor es menos atosigante.<\/p>\n

Pero eso no fue todo. <\/p>\n

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\"\"Cruzado el desierto, creímos que la parte difícil de la exploración había quedado atrás, pero ahora que vamos hacia el oeste pienso cuán difícil se ha tornado todo. Aquel compañero que dormía despierto y que a mitad del desierto había pedido que lo dejáramos para “salvarnos” nosotros, incurrió en lo que los especialistas en fisiología del hombre en el desierto llaman “deshidratación voluntaria”: tomaba agua, pero no la suficiente y su cuerpo se deshidrataba poco a poco, cada vez más. <\/p>\n

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Cuando estaba tirado entre el pedregal, pidió agua y se la dimos. ¿Tan rápido se había terminado sus cinco litros personales? Como fuera, nadie preguntó y le dimos agua. Al día siguiente, al llegar al arroyo de Carrizos, lo primero que hizo fue sacar de su mochila un galón lleno de agua. Todos nos sorprendimos y pregunté: “Pero, Gustavo, ¿por qué no tomaste de tu agua cuando tenías sed?” “Era para emergencias”, fue la respuesta. <\/p>\n

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Ahora estaba tirado en la arena y descubríamos que tampoco había comido lo suficiente. No tenía fuerzas para andar pero debíamos subir la sierra. Habíamos caminado apenas media hora y ya se había desmayado. ¿Sed? Pase. ¿Hambre? El cuerpo puede aguantar mucho tiempo sin comida. Era un choque psicológico. No había esperado que el desierto fuera así de severo. Lo es y ahí está, tirado, después de caer de rodillas. <\/p>\n

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Los rostros de los demás eran de miedo. Supongo que la mía también. Le di de beber miel con limón y mucho agua. Pero se desmayó de nuevo. Había que hidratarlo de alguna manera y lo hicimos por vía rectal, improvisando un artefacto a partir de elementos simples. Tres horas de cuidarlo. Les dije a los demás que durmieran porque cambiaríamos de táctica: caminar de noche y dormir de día. <\/p>\n

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A las siete de la tarde comenzamos a caminar. A Gustavo le quitamos casi todo el peso de su mochila y caminamos. No lo dejé lejos de mí para no perderlo de vista. De poco valía el mapa en la oscuridad y la brújula sólo nos daba un indicio de hacia dónde nos dirigíamos, pero no la certeza. El terreno era el que mandaba: siempre hacia arriba, por el fondo del cañón.<\/p>\n

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LA CIMA DE LA SIERRA<\/strong><\/p>\n

Pasó la noche y nos detuvimos a las once de la mañana. A esa hora nos tumbamos bajo cualquier sombra, la menos raquítica, y sufrimos los zumbidos de las moscas, abejorros y hormigas. Estábamos tan cansados que no podíamos dormir. Ahora caminábamos como autómatas y nos hemos turnado para “arrear” al más lento. Era curioso que consideráramos “sombra” a un raquítico arbusto. Pero estábamos cansados. El día anterior nos habíamos levantado a las cuatro de la mañana y a las 31 horas después seguíamos despiertos.<\/p>\n

—Desde aquí, sólo falta caminar por la parte alta y llegamos al rancho. <\/p>\n

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Y volvimos a caminar a las cuatro de la tarde, cuando el calor ha bajado un poco. A las seis, me detengo en donde estoy. No puedo creerlo. Según nuestros cálculos sólo deberíamos caminar en terreno suave y debajo de mí está un cañón. ¿De dónde salió? Es el cañón Guadalupe. <\/p>\n

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\"\"“Pero, ¿me distraje tanto que consideré que el cañón ya no existía? Sí, lo hice. Estaba más preocupado por sacar a Gustavo de ahí, de encontrar agua para todos y de darles fuerza de alguna manera, porque, a falta de agua, no comíamos mucho. Había sido una ilusión. Me senté en una roca y los demás fueron llegando. “¿Qué haces?” “Asómate ahí y me dices qué ves”. Mi preocupación se disolvió al ver sus rostros. Era increíble la transformación: incredulidad, desesperanza, cansancio, fastidio. “No, no más.” Nos echamos a reír y sólo así nos relajamos. <\/p>\n

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“¿Tendremos que bajar de nuevo y volver a subir del otro lado para llegar al rancho?” Sí, teníamos que hacerlo. Claro, podríamos rodear, pero allá abajo había agua. Sí, un pequeño brinco que tardaremos día y medio en completar. Jamás creí que un cañón más pequeño que el del Diablo me impusiera tanto respeto. Sin discusión: hacia abajo. <\/p>\n

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Mis compañeros comienzan a bajar entre las rocas. Allá abajo se ve el arroyo. Yo me detengo a mirar lo que nos rodea: bloques de granito, paredes gigantescas que ansiarían escalar muchos, cientos de rocas donde seguramente hay reptiles, plantas que nos han servido de sombra… <\/p>\n

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Abajo, el desierto y, en el recuerdo, las palmas, los dátiles, los arroyos, la sed sentida, las luces que preceden al crepúsculo. Es curioso, pero hasta ahora advierto que el día anterior pude caminar hasta las diez de la noche sin lámpara. El cambio del día a la noche anterior no había sido un salto brusco, sino gradual, con cambios de colores increíbles. Los objetos, las piedras, las sombras, iban perdiendo su identidad y se fundían en una oscuridad que sólo era rota por las estrellas. Así pasaría hoy también. <\/p>\n

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Ahora debo bajar: los demás están ya en camino porque les urge el agua. Un poco adelante, Raúl se detiene y le pregunto si le pasa algo. Su comentario es único: <\/p>\n

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—A más tardar, pasado mañana estaremos en San Luis otra vez. Tenemos sed, pero por el momento prefiero disfrutar el paisaje. ¡Qué bonito es todo esto! <\/p>\n

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En efecto. Todo llegaría a su tiempo, pero la belleza es —siempre ha sido— real, viva. <\/p>\n

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Una de las primeras exploraciones del Grupo de Exploración de la UNAM fue en la Sierra Juárez, en Baja California. Realizada en el mes de julio de 1982, las temperaturas fueron muy elevadas, lo que representó un fuerte problema. Aquí se presenta una versión ampliada de la aparecida en la revista México Desconocido<\/em>.<\/p>\n<\/td>\n

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\"\"<\/div>\n<\/td>\n<\/tr>\n<\/tbody>\n<\/table>\n

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