{"id":12263,"date":"2005-02-16T00:00:00","date_gmt":"2005-02-16T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12263"},"modified":"2012-03-13T22:08:46","modified_gmt":"2012-03-14T04:08:46","slug":"aconcagua_la_estrella_y_el_sendero","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2005\/aconcagua_la_estrella_y_el_sendero\/","title":{"rendered":"Aconcagua: la estrella y el sendero"},"content":{"rendered":"
\n

todas las mañanas que viví,
\n todas las calles donde me escondí…
\n se proyecta la vida:
\n Mariposa Technicolor<\/em> <\/p>\n

MENDOZA<\/strong><\/p>\n

Después de hacer escala en Santiago de Chile, llegamos esa despejada mañana de enero a la Ciudad de Mendoza, Argentina. Muchísimo calor. Nos hospedamos y al poco rato fuimos caminando muchas cuadras hasta la oficina donde se tramitan los permisos de ascenso al Aconcagua, en medio de un parque enorme, muy agradable y tranquilo, llamado “Las Malvinas son argentinas” o algo así. <\/p>\n

La ciudad es preciosa y la gente muy amable, pero el cansancio del vuelo de 8 horas sin dormir, el sofocante calor que me agobiaba y el estrés emocional de los días previos, me hicieron sentir mal. Dormí un rato en la tarde y desperté ya de noche para ir a dar la vuelta por el centro de la ciudad. Una noche de viernes muy animada por cierto. El calor incesante motivaba a estar tomando cerveza todo el tiempo. La gente en las calles, al notar nuestro acento distinto al argentino, nos preguntaba acerca de los motivos de nuestra estancia, e invariablemente nos felicitaba por ser “andinistas” y nos deseaba buena suerte. Una señora dijo una frase chusca que me gustó: “Para subir al Aconcagua, ¡se necesitan muchas polendas!” <\/p>\n

\"Cerro <\/p>\n

A media noche, casi de madrugada, en el bochorno de la noche mendocina, fui a comprar unos refrescos para aliviar la sed, pero buscando una tienda de 24 horas. Casi me muerde un perro en una escena un tanto rara, de tintes surrealistas: una calle solitaria y oscura, frente al portal de una iglesia, los indigentes durmiendo en las escalinatas, el perro que no ladró pero avanzó contra mí con la cabeza baja, dispuesto a atacar, me di media vuelta cuando vi la sombra que me seguía furtivamente y el perro se detuvo un momento, pero no desistía, aun me siguió agresivo unos metros más, hasta que di vuelta a la esquina. <\/p>\n

De regreso al hotel me regresé, por supuesto, por otra calle más iluminada. <\/p>\n

Al día siguiente preparamos las cargas en las camionetas y partimos hacia la estación de sky de Penitentes, muy cerca de Puente de Inca, en la entrada del Parque Aconcagua. En el trayecto hay que pasar por la pequeña ciudad de Uspallata, un oasis en medio de toda esa zona desértica, enmarcada por la cordillera, la precordillera y el río Mendoza. Es una zona muy árida y lo primero que llama la atención es que no se observan árboles por ningún lado salvo los cipreses que dibujan su severa pero elegante silueta en las casas y los pueblos. <\/p>\n

Al llegar a Penitentes nos hospedamos y preparamos la carga para las mulas y también las mochilas que llevaríamos nosotros durante la marcha de acercamiento. Muchos pensamientos pasaban por mi mente mientras nos acercábamos al sitio donde emprenderíamos la caminata inicial a esa montaña tan ansiosamente buscada, pero sobre todo, fundamentalmente sentía crecer en mí una especie de regocijo interior, el gusto de estar viviendo esa experiencia finalmente, después de haberlo vivido tantas veces y durante tanto tiempo en la imaginación.<\/p>\n<\/div>\n

<\/p>\n

\n

y el cielo inquieto y nocturno,
\n los sueños que sorprendería…<\/em> <\/p>\n

CONFLUENCIA<\/strong><\/p>\n

Otro amanecer. Un día más. Partiríamos hacia el Aconcagua. Abordamos unas camionetas que en un trayecto de aproximadamente 15 minutos nos dejaron en la entrada del parque, cerca de la laguna Horcones. Por primera vez pudimos divisar, a lo lejos, el Aconcagua, imponente y destacando por su blancura. Durante todo el trayecto desde Mendoza, cuando veníamos en la camioneta, la pregunta obligada era: “¿Desde aquí se ve al Aconcagua? ¿Aquel que se ve allá es el Aconcagua?” Y siempre recibíamos la misma respuesta de nuestro guía-conductor: “No, ese no es el Aconcagua. No, desde aquí no se ve”. Ahora lo veíamos frente a nosotros, a lo lejos, enmarcado por otras montañas más cercanas, y no parecía una visión tan magnificente y espectacular como en mis sueños, sin embargo de alguna forma auténtica, íntima y sencilla, me emocionó contemplar la montaña por primera vez. <\/p>\n

Después de hacer el trámite de acceso en la cabaña del Guardaparques, iniciamos la caminata por todo el valle (ahí les llaman quebradas. Son valles muy estrechos, rodeados de muy altos y escarpados picos) del río Horcones hacia el primer campamento, bajo fuertes ráfagas de viento. Yo suponía que sería una caminata agotadora, pero al cabo de casi tres horas de marcha, en un recodo del camino, miré hacia abajo por un vallecito, y ahí estaba un grupo de tiendas dispersas y algunas tiendas más grandes, las tiendas-comedor de las compañías comerciales: Confluencia. <\/p>\n

Nos instalamos. Aún era temprano por la tarde, en una latitud donde el sol se pone a las 9 de la noche. Después fuimos a caminar por los alrededores un rato, ascendimos alguna empinada cuesta y tomamos fotos, pensando en hacer trabajo de aclimatación, pues de eso se trataba el asunto de ir por etapas. <\/p>\n

Esa noche miraba la multitud de estrellas que se podían observar en el cielo. Estrellas nuevas para mí, pero no todas. Algunas constelaciones y estrellas muy visibles y conocidas: Orión y Sirio estaban ahí. La Vía Láctea austral, se desplegaba en todo su esplendor atravesando el cielo. A su lado unos pequeños manchones de luz difusa recortados contra la oscuridad, intuitivamente supe que se trataba de la famosa Nube de Magallanes. Pero, fugazmente… me parece recordar que hay dos.. y sí ,ahí está la Pequeña Nube de Magallanes, mucho menos visible a primera vista, pero claramente distintiva si se mira con atención. <\/p>\n

Portentosas acumulaciones de millones de estrellas que se perciben únicamente en el hemisferio sur como un manchón claro en el cielo. En los días previos a la salida, había anticipado la sorpresa y admiración que podría producirme el mirar un pedazo del universo que hasta ahora jamás había podido contemplar, alzar la mirada y mirar por primera vez en mi vida un cielo distinto. Por supuesto, fui deleitablemente recompensado. Estuve largo rato azorado mirando el cielo y sus maravillas, hasta que el frío de la noche me obligó a entrar en mi tienda de campaña, y aun después, a través de la ventana del techo de la tienda, continué atrapando estrellas fugaces (a fin de cuentas, todas lo serían para mí), insomne e inquieto, hasta que poco a poco, sin apenas darme cuenta, el sueño me venció.<\/p>\n<\/div>\n

<\/p>\n

\n

con la estela inagotable de aquel
\n que siempre ha sido camino…<\/em> <\/p>\n

PLAYA ANCHA, PLAYA DEL ENSUEÑO<\/strong><\/p>\n

Miro ahora una foto donde se ve la famosa Playa Ancha. Ninguna fotografía capta con fidelidad las colosales magnitudes de esta enorme extensión plana de arena y rocas sueltas, recorrida en buen parte por innumerables arroyos que se bifurcan caprichosamente, una llanura calcinante, rodeada por montañas de nombres míticos (Cerro Almacenes, Tolosa, México, Cerro de los Dedos..). Alguien había comentado: “Playa Ancha es la parte psicológicamente más difícil del trayecto a Plaza de Mulas. “ Aún no se si fue tan difícil, o tan placentero, o todo lo contrario. <\/p>\n

En la enorme extensión que hay que recorrer, en su sorda monotonía, en el paisaje que va cambiando en forma muy gradual, en las ilusiones ópticas que produce el intenso calor que se genera ahí, uno empieza a platicar consigo mismo, y sin saberlo, y sin quererlo, sin apenas darse cuenta, empieza a entrar en un mundo irreal. Los sueños de las noches pasadas, algunos que se recordaban como demasiado recientes, los sueños de los meses previos de ansiosa espera, los de la noche en Mendoza, los de la noche anterior, los de mucho tiempo atrás, los sueños que no había recordado aún, los olvidados en los rincones de la memoria, empezaron a llegar como en flashazos, con una nitidez extraña, removiendo significados ocultos dentro de mi imaginación. <\/p>\n

Esos mismos trozos dispersos de sueños parecían ser anticipaciones de la realidad que en ese momento estaba viviendo. Los sentidos continuaron gradualmente entrando en un estado de profunda conciencia interior, mientras automáticamente seguía caminando por la Playa Ancha. El sentido del tiempo se dislocó, haciéndome creer que lo que estaba viviendo ya lo conocía previamente, como ver una película de sí mismo, donde todo ya está escrito y por más que se desee un desenlace distinto, siempre se cumplirá el argumento inexorablemente. Alcanzaba a percibir que en alguno o en varios de mis sueños anteriores ya había recorrido estas extensiones, con el peso de la mochila a mi espalda, con mi respiración inquieta, con mis gastadas botas de trekking golpeando una y otra vez el suelo lleno de piedrecillas, en una repetición hipnótica. Por un tiempo, mientras atravesaba la interminable planicie, las percepciones de pasado, futuro, presente, fueron meras convenciones. <\/p>\n

Todo ello parecía mirarlo desde fuera, desde un sitio en mi inconsciente básico sobre el cual yo no tenía ningún control. En ello estaba absorto y al mismo tiempo sorprendido, mi parte racional explorando con curiosidad toda esta experiencia, tratando de captar en la memoria tanto como pudiera de estas sensaciones, esta fusión con mi entorno, esta indagación interior acerca de la consciencia, el yo y mi relación con el universo. Acerca de quien somos y qué nos define. <\/p>\n

En eso estaba, cuando en la distancia aparecieron unos borrosos puntos oscuros, ondulantes por el calor del suelo, como una visión irreal, las siluetas de un hato de mulas conducidos por el arriero. Las figuras se fueron agrandando lentamente, pero en menos tiempo del que había previsto, pasaron al trote a mi lado, como una exhalación. El arriero nos saludó al pasar, nosotros le contestamos. Para ese momento, los demás se habían adelantado, solamente Rossy caminaba a veces delante, a veces detrás de mi. Me detuve, el intempestivo encuentro con las mulas me sacó del estado de ensoñación en el cual me encontraba. <\/p>\n

Intenté explicar a Rossy algunos de los pensamientos que aún revoloteaban mi mente. Mi propia voz me sonó extraña. Ella, como siempre, me escuchó con atención, intentando entenderme. No podía describir con precisión, no encontraba las palabras para transmitir con fidelidad todo lo que estaba experimentando. En esos momentos me ubiqué de nuevo en la realidad consciente “normal” que experimentamos todo el tiempo. <\/p>\n

Pero después de intercambiar algunas frases e ideas, reemprendimos la caminata, y de nuevo empecé otra vez, gradualmente, lentamente, con curiosidad, a sentir la irrealidad del paso del tiempo, de nuevo me atraparon los ensueños, y empecé a contemplar y tocar otras dimensiones interiores, exteriores, con intensidad alucinante, perdido en los remotos espejismos de este desértico valle, rodeado hasta donde alcanzaba mi vista únicamente de cielo, tierra y agua, mientras me iba dando cuenta de que en ese instante, y en el siguiente, durante un buen rato, simplemente estaría en el preciso lugar del mundo donde debía estar, y en ninguna otra parte.<\/p>\n<\/div>\n

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\n

di coloso viejo y triste los secretos del silencio…
\n cuando el viento lleva eterno los suspiros
\n del perpetuo condenado a soledades<\/em> <\/p>\n

LOS DIAS PREVIOS<\/strong><\/p>\n

La mañana siguiente nos asomamos fuera de la tienda y era impresionante el manto blanco que cubría todas las tiendas. Pero el sol ya calentaba con fuerza, y derretía la nieve con rapidez. Ese día teníamos programada una práctica de escalada en hielo en los gigantescos bloques de hielo del glaciar del Cerro Cuerno, que se encuentra a unos cuantos cientos de metros de Plaza de Mulas. A ultima hora decidí no participar en la práctica, pero los acompañé hasta allá. Como ya venía haciéndose costumbre en las tardes, el cielo se oscureció como a las 3 PM y empezó a nevar con fuerza. <\/p>\n

Todavía nos dio tiempo de ir a darle una vuelta al Hotel refugio, pues yo estaba intrigado por conocerlo, y Rossy accedió a acompañarme, así que en medio del omnipresente viento y la nevada, fuimos remontando lomas de roca suelta, a veces perdiéndonos de vista, cada quien eligiendo su camino, hasta que apareció ante nosotros la enorme estructura de madera y entramos, en mi caso sintiendo cierta aprensión por mis botas llenas de nieve y lodo, pero esa situación es habitual y en cierta forma algo a lo que los administradores de ese lugar ya están acostumbrados. <\/p>\n

Así transcurrieron varios días entre porteos de aclimatación a Nido de Cóndores (5350 m) y esperar mejores condiciones, pues invariablemente en las tardes el cielo se nublaba y de manera intempestiva se desataban las tormentas con mucha nieve y fuerte viento. Fue precisamente durante el primer porteo cuando después de disfrutar de una mañana reluciente y luminosa, de repente empezó a soplar el viento, tomándonos en el sitio llamado Cambio de Pendiente (5100 m). <\/p>\n

Pronto se convirtió en vendaval, con un viento fortísimo y mucha nieve, pero lo peor eran los truenos que estremecían el aire y nuestra confianza. Acelerando el paso, con visibilidad de unos cuantos metros, pero siguiendo la huella abierta, llegamos a Nido y con muchos esfuerzos y dificultad por el huracanado viento, pero tan rápido como pudimos, armamos una tienda “patito” (comprada en un supermercado) que yo llevaba como tienda storage solamente para dejar bien resguardado el material de porteo. Pero en vista de las circunstancias, en cuanto estuvo medianamente armada, nos metimos dentro y ahí fuimos recibiendo a los compañeros que iban llegando, hasta que fuimos 6 los que nos apretujábamos dentro, esperando que amainara un poco el “viento blanco” para salir disparados hacia abajo. <\/p>\n

Quienes no portearon ese día, desde Plaza de Mulas observaban con preocupación el desarrollo del vendaval, y después nos dirían que se vio bastante tétrico y los truenos sonaron con fuerza, fue éste quizá el temporal más fuerte de todos los días que estuvimos en la montaña. Después de unos cuarenta minutos, en una breve pausa en que mejoró la visibilidad, aunque no la fuerza del viento, emprendimos rápidamente el descenso, sorteando la tormenta de nuevo en el camino de regreso, pero llegando al campo base sin mayores problemas. <\/p>\n

Por cierto, la tarde anterior habíamos visto sobre la cima de la montaña la característica nube lenticular, que advierte de una tormenta inminente en menos de 24 horas. Entonces no lo habíamos creído, pero quedamos convencidos de la exacta precisión y colosal fuerza de estos fenómenos naturales, al observar y sentir tal demostración de poder. <\/p>\n

Mientras tanto, los días de espera se fueron tornando pesados, tristes, nostálgicos. Nos entretuvimos con otro porteo, esperando que hubiera alguna posibilidad de llegar a la cima, pues durante varios días fue imposible, debido a la gran cantidad de nieve que cubrió la montaña. Yo evaluaba nuestras posibilidades y me parecía que cada vez las posibilidades de llegar a la cima eran más remotas, pues los días transcurrían y cada vez se complicaban más las condiciones, no descendía el nivel de la nieve. <\/p>\n

Durante esos días, para combatir la desesperanza, me daba por recordar de cualquier manera las palabras de Rossy, quien el primer día que estuvimos en Plaza de Mulas me dijo que, durante la marcha de acercamiento, antes de llegar al Campo Base, tuvo uno de esos extraños momentos de comunión con la montaña, que había platicado con ella y le había hecho saber que tendríamos nuestra posibilidad de llegar a la cima, si le dábamos tiempo, la dejábamos en paz unos días y éramos pacientes. <\/p>\n

Al principio, cuando ella me lo contaba, mi parte racional escuchaba con un poco de incredulidad todo esto, pero al mismo tiempo otra parte de mí percibía la serena convicción con que me lo decía, y pude darme tiempo para recordar que este tipo de experiencias casi místicas solamente las puede comprender plenamente quien lo haya vivido alguna vez, y además… quién que haya estado en la montaña no ha llegado en algún momento a intuir que existe algo más, cierta conexión con algo más profundo y trascendente, quién no ha platicado con la montaña en algún momento de soledad, captando su esencia y recibiendo a cambio fortaleza y energía. Así que lo creí entonces y fervientemente atesoré ese pensamiento y la esperanza implícita en mi baúl de recursos-para-combatir-el-abatimiento. <\/p>\n

Un día, durante la tarde, no nevó. Asombrosamente siguió brillando el sol toda la tarde, hasta que se ocultó en las estribaciones del Cerro Catedral. Saldríamos la mañana siguiente hacia arriba. Esa tarde me fui a caminar en las inmediaciones del campo base, tratando de establecer mi propia “sintonía” con la montaña. Previamente había divisado una loma compuesta de roca suelta, nada espectacular, pero que tenía una vista privilegiada del Aconcagua. <\/p>\n

Hacia allá fui, me senté en la parte más alta, y medité largo rato acerca del modo de hacer las cosas. En mis reflexiones, entendí algunas verdades esenciales: si quería llegar a la cima, tendría que hacerlo con cierta congruencia, con cierta armonía interna, integrando y adaptando mis ritmos físicos y psicológicos a los propios ritmos de la naturaleza, con voluntad y fuerza, pero al mismo tiempo con suavidad, adecuando de alguna forma mi respiración y mis pasos, mis pensamientos y mi ansiedad, mis percepciones, mi mundo interno, a la magnitud de la prueba y el esfuerzo que vendría, siendo congruente y honesto conmigo mismo, solidario con mis compañeros, en el mejor estado mental y espiritual posible. <\/p>\n

Si hubo algún momento decisivo en el ascenso al Aconcagua, fue ese. Aplicando lo que acab0aba de aprender, casi podía sentir que era invencible. <\/p>\n

La mañana siguiente una babel de montañistas argentinos, italianos, españoles, chilenos, austriacos, en fin, de muchos países, ascendían por los serpenteantes caminos hacia Nido de Cóndores. En medio de ese hormiguero íbamos nosotros, los necios, obstinados mexicanos.<\/p>\n<\/div>\n

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\n

no me fueras mas remota, si antecedes las memorias de tu edad…<\/em> <\/p>\n

NIDO DE CÓNDORES Y BERLÍN<\/strong><\/p>\n

Sin novedad alcanzamos Nido de Cóndores, por tercera vez, para quedarnos. Pensábamos salir el día siguiente hacia Berlín, el siguiente campamento de altura , pero se decidió esperar un día mas para aclimatar aún mejor. Ese día de espera fue providencial para mí, pues durante el ascenso del día anterior, con un calor demasiado intenso por el reflejo del sol en la nieve, y agravado por no cumplir la recomendación de derretir nieve y beber mucho agua, me deshidraté mucho y sufrí todo el día las complicaciones del mal de montaña. <\/p>\n

Tan solo ponerme de pie era una tortura, por lo débil que me sentía y el dolor de cabeza tan fuerte. Ese día lo pasé por completo derritiendo nieve, bebiendo, sentado dentro de mi tienda. Ya caía la tarde cuando salí a las inmediaciones de Nido de Cóndores a tomar fotos. Me sentía mucho mejor y listo para el ascenso definitivo. <\/p>\n

Durante el día había podido observar a un grupo de italianos que abandonaban en ese punto, según dijeron, porque ya tenían demasiado con el frío que habían soportado. No era para menos, en las noches la temperatura descendía hasta alrededor de 20 C bajo cero. De cualquier manera me preocupé un poquito, porque su equipo era ostensiblemente mejor que el mío, pero ellos optaban por irse, y yo me quedaba. <\/p>\n

A la mañana siguiente subimos a Berlín, 5900 m. muy cargados. Hubo que llevarnos la tienda, pues desde luego los refugios en temporada “buena” están siempre a su máxima capacidad. Es un trayecto de menos de dos horas, pero con mucha pendiente, que hay que negociar haciendo zigzag. Después de los 5700 m, cada paso que daríamos hacia arriba era un nuevo record de altura para la mayoría de los componentes de nuestro grupo. Llegamos sin contratiempos, armamos la tienda y comimos lo que cada quien pudo soportar a esa altura. Las sopas siempre fueron deliciosas. <\/p>\n

La noche, más fría aun que las anteriores y con viento. El interior de la tienda amanecía con una capa de escarcha que nada más moverse un poco, caía como lluvia de hielo sobre la cara, el cuello, algo muy molesto. Fue la hora de ponerse todo lo que llevábamos a la montaña, todas las calcetas, todos los polares, gorras, guantes, ropa interior térmica. Aun así, no lograba desentumir los dedos de mi pie derecho, que frotaba constantemente. <\/p>\n

Ya para entonces habían transcurrido tres días de calma, por lo cual parecía que efectivamente tendríamos una posibilidad de intentar la cima. Solo sería necesario que el buen tiempo se mantuviera un día más. Evaluando mis posibilidades, me alegraba saber que por lo menos tendríamos un buen intento. <\/p>\n

Aun con todos los factores mejorando, guardaba para mí un trozo de incertidumbre, porque a fin de cuentas, nos estábamos adentrando en terreno desconocido, es decir, en alturas a las cuales jamás habíamos estado, entonces no quería sentir nada seguro, no quería ilusionarme demasiado con la idea de llegar a la cima. <\/p>\n

Pero, por otra parte no había venido de tan lejos para llenarme la cabeza de dudas acuciantes en el último momento. No, las dudas acerca del valor y la trascendencia de estar ahí e intentar la cima, no existieron en estos últimos instantes, antes del ascenso final. Ese día, además de la mochila de ataque, iría equipado con la enorme carga de motivación, aliento e inspiración que había acumulado durante tanto tiempo, con todos los recursos a mi alcance. Estaba absolutamente dispuesto a dejar la piel en el intento. <\/p>\n

Esa noche en Berlín dormí temprano, sin sueños.<\/p>\n<\/div>\n

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\n

yo te invoco.. y tu pasado, a ser la voz de mi verso…
\n por la noche y la tiniebla, por la estrella y el sendero…<\/em> <\/p>\n

HACIA LA CIMA<\/strong><\/p>\n

Amaneció y el fuerte viento aún nos detuvo una hora más antes de ponernos de acuerdo desde una tienda a otra a gritos para salir hacia arriba. Flaqueó un instante la determinación en este momento decisivo? Si así fue, entonces debió ocurrir en una milésima de segundo, porque después de prepararnos y revisar los últimos detalles, ya estábamos ahí fuera empezando a caminar hacia la cima. Rossy y yo salimos unos minutos después que los demás, pero de inmediato empezamos a caminar con cierto ritmo sostenido, de modo que les dimos alcance cerca del lugar llamado Piedras Blancas, donde estaba acampado un grupo de militares argentinos, quienes habían salido hacia arriba un poco antes esa mañana. <\/p>\n

Esa primera parte del trayecto, el ascenso por laderas nevadas entre enormes peñones rocosos, fue para mí casi placentero. Con mucho gusto me daba cuenta que seguía sosteniendo mi paso sin sentir una inusual fatiga por los efectos de la altura, seguramente ya por arriba de los 6000 m. Así, escuchando y desoyendo al mismo tiempo las recomendaciones de mis compañeros, Gustavo y Rossy, quienes me recomendaban no ir demasiado rápido, pues podría “quemarme”, marchando con un vigor inusual para esta altura, llegué a las ruinas del refugio Independencia, una pequeña cabaña triangular de madera casi sin techo. <\/p>\n

Sabía que ya estábamos muy cerca de la travesía, y no me equivocaba. Hacia la derecha hay una empinada ladera que en un corto ascenso de quizá 100 m, nos sitúa en el Portezuelo de los Vientos, una arista nevada desde donde se toma la otra vertiente, haciendo una travesía hasta llegar a la base de la Canaleta. Fue entonces cuando Juanjo nos dijo la altura a la que nos encontrábamos: 6350 m. Escuchar ese dato fue toda una revelación. <\/p>\n

Subí al portezuelo de los Vientos y me detuve para tratar de comer algo de gel energético que llevaba. La verdad, me supo bastante mal, pero me forcé a comerlo. Ahí me alcanzó Rossy, quien se veía muy fuerte. Emprendimos el recorrido por la travesía, y fue cuando empecé a sentir la enorme fatiga que se va imponiendo por la altura en la que estábamos. Casi a la mitad de la travesía miré un grupo de montañistas descansando sobre unas rocas. Un poco antes de llegar ahí, como en una película, empecé a pensar en mis seres queridos, en todos y cada uno de ellos. Sabía que en ese momento tenía una posibilidad muy real llegar a la cumbre, justo como no lo había creído en los días previos. Entonces la emoción del momento se materializó en lágrimas. <\/p>\n

No sé, posiblemente anticipaba desde ese momento la posibilidad de hacer algo que hiciera sentirse orgullosos a mis familiares, quienes sabía que estaban muy al pendiente de mí en México. Pensaba en los amigos que amablemente me habían enviado algún email de ánimo. Y por supuesto, pensaba en mis niños, quienes tal vez aun no entendieran el enorme significado de esto, pero de cualquier manera podrían estar orgullosos de mí. <\/p>\n

Antes de llegar a donde me esperaba Rossy, hablé conmigo mismo e hice consciencia de lo que aún me faltaba para llegar, quizá la parte más difícil, convenciéndome que aun no tenia nada por que celebrar. Me calmé un poco, y al llegar, a través de los pasamontañas, por la forma de saludar, muy al estilo regiomontano, reconocí al Mike de Monterrey, con quien había entablado contacto por email en un foro de Internet, pero además ya había tenido oportunidad de saludarlo en una ocasión, durante los porteos. Nos deseamos suerte. Entonces Rossy y yo salimos nuevamente. <\/p>\n

La travesía concluye exactamente junto a unas enorme paredes verticales. Es el inicio de La Canaleta, todo un mito para quien haya escuchado hablar de este enorme tramo de pendiente pronunciada, quizá 45 grados de inclinación, que asciende los últimos 400 m verticales a la cima. <\/p>\n

Recuerdo las palabras que le dije a Gus cuando llegamos ahí, mirando hacia arriba: “a la chingada…! De aquí ya no me regreso, aunque sea arrastrándome, pero sí llego”. Poco faltó. La Canaleta es terriblemente exigente. Daba 5 o 6 pasos y tenía que detenerme, guardando el equilibrio con los bastones, respirando profundo durante un buen lapso antes de dar otros 6 pasos. Rossy, quien se encontró en gran forma durante todo el ascenso, se fue haciendo cada vez más pequeña, conforme subía con paso firme y se alejaba más. <\/p>\n

A veces se detenía a descansar, nos alentaba a subir, nos esperaba, pero ya no tuve fuerza para alcanzarla, en ese momento me sentía poco menos que una piltrafa con el único impulso de seguir subiendo. <\/p>\n

Hasta entonces el día había sido soleado y claro, pero al mirar hacia el noreste, el cielo se veía bastante tétrico, oscuro, formaciones nubosas de una tormenta inminente, que alcanzaría el Aconcagua en cualquier momento, pues se estaba acercando rápidamente. Al poco tiempo, empezó a soplar el viento, se nubló todo, inició una fuerte nevada y fue puro corazón el que nos llevaba hacia arriba. No quería que pasara por mi mente la idea que la tormenta nos hiciera desistir, aunque cada vez estaba peor, así que no me sentía del todo seguro. Pasó el tiempo, lentamente ascendíamos Gus y yo. <\/p>\n

De nuevo perdí el sentido del tiempo, pero gradualmente, muy lentamente, fuimos ascendiendo. Casi al final de la Canaleta, donde termina la pendiente y el camino tuerce a la izquierda para llegar a la cumbre, escuchamos con claridad un fuerte grito: Viva México..!!! Era Rossy quien ya estaba en la cima. Ese grito significó tantas cosas. Entonces, finalmente, supe que lo lograría, se borró cualquier mínimo resto de duda acerca de si estaría en la cima del Aconcagua. <\/p>\n

En la travesía casi horizontal aun me dijo Gustavo que fuéramos con calma, pero yo ya estaba demasiado ansioso, de nuevo lleno de energía, una desaforada fiebre por alcanzar la cima de la montaña. Pasé a un lado de Gus y casi sin detenerme llegué a la antesala de la cima, solo un par de pasos antes, el último escalón rocoso, donde Rossy me esperaba y juntos recorrimos esos últimos pasos. <\/p>\n

16:25 horas. Había llegado.<\/p>\n<\/div>\n

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\n

…es entonces cuando cae del corazón todo el peso
\n y la vida se convierte en un sueño de pomposa felicidad.<\/em>
\n Silvia Platt <\/p>\n

Ahora que recuerdo las sensaciones de esos minutos en la cima, muchos detalles escapan a mi memoria. O quizá fue así, un estado de confusión mental, un remolino de sentimientos, recuerdos nebulosos, tomar fotos, recoger piedras, firmar el libro de cumbre, abrazar a mis compañeros, sostener la mítica cruz de aluminio, tantas veces vista en fotos, tratar de grabar ese momento en el Super 8 de la memoria, jamás olvidar esos 35 minutos en la cima. <\/p>\n

Tenía un sentimiento reprimido, quería externarlo y hacer ese momento más añorable, que representara mas genuinamente el enorme cúmulo de esfuerzo, deseo, determinación, todas esas cosas dentro y fuera de mí que me llevaron hasta ese sitio, hasta esta explanada semiinclinada hacia el Sur, perpetuamente azotada por el viento y la nieve, rozando las nubes, a casi 7000 m. <\/p>\n

Pensé en todos mis seres queridos, pero extrañamente, ninguna lágrima salió de mis ojos. Algo me lo impedía. Aun tendría que pasar mucho tiempo antes de que pudiera asimilar lo que representó esa cima para mí. Un enorme triunfo personal, pero también el final de una era, marcada por el espíritu romántico de salir a la montaña inspirado únicamente en la fuerza de los sueños. <\/p>\n

La visibilidad era de unos cuantos metros, el viento y la nieve nos golpeaban con fuerza y peligrosamente, así que la idea era estar el menor tiempo posible en la cima. Después de las fotos de rigor, Rossy, Gustavo, Benjamín y yo salimos de regreso. Aun me demoré un momento más, quería un momento de soledad. Agradecí a la montaña muy a mi manera, y me dispuse a emprender el descenso. <\/p>\n

Casi a punto de salir hacia abajo, llegan otros alpinistas. Alguien me saluda. Es el Mike, de Monterrey. Extraño encuentro, por todo lo que lo rodeaba. Nos abrazamos con mucho gusto y aun nos tomamos unas fotos rápidamente, antes de despedirnos. Inicié el descenso, alcanzando a Rossy. La bajada por la canaleta la hicimos por la parte más llena de nieve, con lo cual nos sentíamos más seguros, tratando de evitar un percance. <\/p>\n

Después sabría que en esos momentos, en algún otro lugar de la Canaleta, iban subiendo otros dos compañeros, Juanjo y Salvador, quienes desafiaron lo peor de la tormenta en un febril y desesperado intento de cumbre, que finalmente resultó exitoso. <\/p>\n

De nuevo en la travesía, en el sitio llamado Nevero Schiller, por momentos perdíamos la huella, no veíamos el paso clave hacia el Portezuelo de los Vientos. Fue en este instante cuando la tormenta soltó toda su fuerza, la visibilidad era casi nula y habría sido fácil perder la ruta de descenso. Vemos unos argentinos agazapados en un saliente rocoso, el único en muchos metros alrededor, creo que es una aguja llamada el Diente. Sabíamos que no estábamos lejos del Portezuelo. <\/p>\n

Seguimos caminando y de repente ya estamos en una arista. Pensando que por ahí era el descenso me bajo por una ladera y le digo a Rossy que me siga. Ella se queda. Bajo un poco más y empiezo a dudar, de repente casi sin darme cuenta estoy en un resalte de hielo muy inclinado, de unos 60 grados, con algo de nieve encima, que me sostiene precariamente. Empiezo a resbalar, me sostengo con los bastones en forma bastante grotesca. Al final quedo en una posición extraña, como muñeco desmadejado. No me quiero ni mover, pues siento que seguiré resbalando. El cansancio y la incertidumbre acerca de que hay más abajo me aterran. <\/p>\n

Permanezco así algún tiempo. Rossy siguió por la arista, pero no se ve. Después de un rato de indecisión y angustia finalmente me decido a moverme con cuidado, asegurando cada paso, hasta que gradualmente empiezo a encontrar más nieve y la pendiente es menos inclinada. Mas adelante, de repente se abre un poco el temporal y diviso las huellas del descenso correcto. Más arriba ya vienen bajando los argentinos y mi compañera. Al fin estamos en el camino. <\/p>\n

Conforme bajamos, el viento no cede, pero la visibilidad mejora, así que el resto del descenso a Berlín transcurre sin incidentes, solo con el esfuerzo de ir hundiéndonos en la nieve, con la piernas muy cansadas. Algunas horas después, cuando ya había oscurecido, llegan Juanjo y Salvador, quienes hicieron un descenso in extremis. Salvador durmió en el refugio y el doctor le administró un medicamento, para mejorar su estado, pues tenía síntomas de hipoxia.<\/p>\n<\/div>\n

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LA SUR DEL ACONCAGUA<\/strong><\/p>\n

Una de las grandes paredes de la Tierra.<\/em> <\/p>\n

Afortunadamente, en nuestro plan de aclimatación estaba contemplado hacerle una visita a la Pared Sur, llegando hasta Plaza Francia y de regreso a Confluencia. La ruta transcurre por el lado derecho del glaciar mas extenso que existe en las inmediaciones del Aconcagua, una serie de bloques de hielo altísimos que desciende por varios kilómetros, como si fuera un gigantesco río congelado, petrificado en un instante, un mundo de cristal. Conforme avanzamos hacia arriba se va abriendo ante nuestros ojos la inmensa pared: 2,700 m de altura de hielo y roca casi verticales. Sin darnos cuenta de ello, pasamos junto a Plaza Francia, una pequeña plataforma arenosa a un lado del glaciar, y nos internamos en los recovecos y grietas, tratando de acercarnos más a la pared. <\/p>\n

Serían las tres o cuatro de la tarde, cuando se empezó a hablar del regreso. La caminata había empezado con mucho calor en la mañana, pero ahora hacía frío y soplaba con fuerza el viento. Estábamos a 4,200 m de altura. Nos internamos en una grieta del glaciar para comer algo antes de regresar. La sopa y las sardinas, que en condiciones normales no consideraría una comida particularmente apetitosa, ese día me supieron deliciosas, un auténtico manjar. Al parecer no elegimos el mejor lugar para comer, pues dentro de la grieta hacía más frío y viento que arriba. Empezó a lloviznar, con suavidad, con una especie de granizo muy fino, que se mantuvo todo el tiempo así, sin desatarse tan fuerte el vendaval. <\/p>\n

Todos emprendimos el regreso. A medida que fuimos bajando de regreso hacia Confluencia, el clima mejoró y la tarde se volvió apacible. Poco antes de llegar, ya eran las 8 PM pero aun el sol iluminaba los picos más altos, de modo que en un recodo del arroyo que se forma con el deshielo nos dimos tiempo para lavarnos la cara en el agua helada, para después llegar a cenar y descansar temprano, pues al día siguiente saldríamos hacia Plaza de Mulas.<\/p>\n<\/div>\n

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tu templanza a quien supiera buscarla en lontananza
\n vibrante de humedad…<\/em> <\/p>\n

PLAZA DE MULAS<\/strong><\/p>\n

Esa misma tarde llegamos a Plaza de Mulas. Antes de eso, comíamos en el sitio llamado Ibáñez, donde empiezan las cuestas morrénicas, ultimo tramo del acercamiento al campo base, cuando una chava argentina que venía de regreso, nos advirtió con cierto tono de angustia en su voz que el tiempo más arriba estaba muy malo, con fuerte nevada. A mi en su momento me pareció graciosa la aprensión con la que nos lo dijo. <\/p>\n

Y es que… pensé entonces ¿no veníamos precisamente a eso, a sentir y vivir la montaña, con todo lo que ello implica? No nos haría cambiar de opinión, estábamos a dos horas máximo de Plaza de Mulas, así que no parecía tan malo. Salimos hacia allá cuando el estado del tiempo empezó a descomponerse, se nubló el cielo y empezó a soplar el viento, al principio suavemente, pero cada vez con mas fuerza. Estábamos en las cercanías del refugio en ruinas llamado Colombia, a punto de iniciar el difícil ascenso de la Cuesta Brava, cuando empezó a nevar. Inició con cierta suavidad pero casi de inmediato se convirtió en una nevada muy intensa, sin darnos tregua, que empezó a cubrir todo alrededor, incluyéndonos por supuesto a nosotros, nuestro cabello, ropas y mochilas, y nuestro rostro, que se pusieron blancos de nieve en cuestión de minutos, algo que casi ninguno habíamos visto y vivido antes. <\/p>\n

Nuestros pies empezaron a hundirse en 20 centímetros de nieve. Pero como ya estábamos inmersos en la nevada, y tan cerca de Plaza de Mulas, no teníamos mas opción que llegar de una vez hasta el campo base. Caminábamos como autómatas, con la visibilidad reduciéndose a unos cuantos metros. Así transcurrió algún tiempo, quizá una hora o dos. <\/p>\n

De repente a lo lejos se percibieron las siluetas de las tiendas, muchas tiendas, grandes y pequeñas, y entonces supe que al fin llegábamos a ese sitio tan añorado, esquivo, imaginado, ansiosamente buscado, entonces supe que habíamos llegado a Plaza de Mulas, nuestro campo Base, apenas un montón de desoladas plataformas rocosas en el costado de una morrena milenaria, un sitio de proporciones mágicas por lo que para mí representaba, donde habría de vivir días y sucesos que habrían de quedar indeleblemente grabados.<\/p>\n<\/div>\n

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cuando el campo está en silencio…
\n tu lamento lleva el viento a donde va…<\/em> <\/p>\n

UN DÍA DESPUÉS<\/strong><\/p>\n

Esperábamos que saliera el sol para levantarnos y proseguir el descenso. Que iluso! Esa mañana en Berlín no salió el sol, las condiciones no mejoraban, a las 11 de la mañana teníamos una temperatura de menos 7 grados y mucho, muchísimo viento. Yo tenía mucho más frío que los días anteriores, supongo que las reservas de energía se encontraban muy cerca del déficit. <\/p>\n

Los grupos de alpinistas que esperaban en Berlín, no subieron ese día. Hubiera sido demasiado difícil, con el mal tiempo. Al día siguiente en la tarde, al registrar nuestra salida con el guardaparques, nos enteraríamos que un montañista alemán que permanecía esa mañana en Berlín esperando una mejoría del tiempo para intentar la cima, fallecería de un paro cardiaco en la cumbre o muy cerca de ella, el primer deceso durante esta temporada. <\/p>\n

Con mucho trabajo levantamos el campamento y salimos hacia Nido de Cóndores. Algunos compañeros bajaban con mucha lentitud y el viento levantaba ráfagas de nieve que se estrellaban contra nuestras caras. Perdí un guante y se me empezó a enfriar mucho la mano. Rossy se quito un guante exterior y exigió que me lo pusiera, a pesar de mi negativa. Al fin divisamos Nido, levantamos los restos de equipo y provisiones que habíamos dejado y seguimos bajando con mucha parsimonia hacia Plaza de Mulas, donde llegamos al atardecer. <\/p>\n

Muy cansados, y para evitar la gueva de armar nuevamente las tiendas, esa noche, la última en el Aconcagua, fuimos a dormir por primera vez al hotel-refugio. Esa noche algunos pensamientos insólitos me abrumaban, era demasiado para mí, el intenso alborozo y también la tristeza de que todo había terminado. <\/p>\n

En el piso de madera del hotel refugio, pues por fortuna no encontré litera, ya que habría resultado un lujo excesivo después de lo vivido los días previos, reflexioné largas horas acerca de todo ello, de nuevo insomne a pesar del cansancio, pero de alguna manera, por supuesto, feliz por haberle dado forma a las ilusiones, repasando mentalmente todo el largo proceso que me había llevado hasta ese lugar, rodeado por algunos de mis compañeros que dormían en las literas contiguas, sintiéndome confortablemente arrullado por una singular e indescriptible sensación de logro que me llenaba tan dulcemente, sin reparar demasiado en la insensibilidad de los dedos del pie, rememorando lo vivido los días previos, escuchando desde la oscuridad los imperativos gritos de un compañero que a intervalos regulares desde su litera imploraba desesperado y furioso una insólita petición: <\/p>\n

—¡No ronquen!<\/p>\n<\/div>\n

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…cuando me fui… no me alejé<\/em> <\/p>\n

Al día siguiente, aún me dio tiempo para subir nuevamente a la lomita de rocas, para, a mi manera, despedirme de esa montaña y esos paisajes. Ya era la una y media de la tarde cuando, a nuestro pesar, en silencio y lentamente, cada uno ensimismado en sus pensamientos, con el rostro ensombrecido por la nostalgia, emprendimos la caminata de regreso. Ésta transcurrió con rapidez, sin incidentes, alejados unos de otros, cada quien en su rollo. Ahora todo se veía tan distinto, las mismas montañas, los mismos parajes, pero quizá quienes íbamos retornando ya no éramos los mismos, ni lo veíamos igual. <\/p>\n

Nadie se baña dos veces en el mismo río, ni asciende dos veces la misma montaña. Como siempre ocurre, mientras nos alejábamos, íbamos encontrando en sentido contrario algunos montañistas que, con rostros ilusionados, iban hacia la montaña. Al anticipar en silencio lo que aun les tocaría por vivir en los días posteriores, fue inevitable el confuso y ambivalente sentimiento de compasión… y envidia. <\/p>\n

Sin detenernos pasamos por Confluencia como una fantasmagórica aparición diurna y proseguimos hacia la entrada del Parque. Ya empezaban a alargarse las sombras y la tarde se tornaba oscura y sombría, cuando después de largo rato de caminar solo, salí de las cañadas a un prado verdoso, recreándome la vista con la contemplación de colores que habían estado ausentes durante muchos días, atravesé el puente de acero y llegué a las cercanías de la Laguna Horcones, entonces miré una especie de aguilucho de una especie desconocida para mí, en las inmediaciones del camino por donde tendría que pasar. <\/p>\n

Para mi extrañeza, no se espantó de inmediato con mi presencia, y seguí caminando mientras nos mirábamos con curiosidad el uno al otro, pero cuando me encontré muy cerca de él, de repente emprendió el vuelo, planeó muy alto y descendió veloz en un gracioso giro volando muy cerca de mi cabeza, sobresaltándome. <\/p>\n

Aun pareció juguetear dos o tres veces saltando adelante del camino, antes de volver a tomar vuelo para perderse de vista en los majestuosos cielos de la tarde andina. Observé fascinado la escena, que con su pureza y sencillez quedó desde entonces indeleblemente grabada en mi memoria como un símbolo perfecto de ese inolvidable mes de enero que se extinguía, pero de alguna manera se quedaría conmigo para siempre. <\/p>\n<\/div>\n

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El Cerro Aconcagua es el más alto del continente Americano y es un imán para los numerosos alpinistas que quieren llegar a su cima tocando casi los 7 mil metros de altitud. Esta es la narración de un ascenso por su ruta normal efectuado en el 2002.<\/p>\n<\/td>\n

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