{"id":12246,"date":"2004-11-26T00:00:00","date_gmt":"2004-11-26T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=12246"},"modified":"2005-01-05T00:00:00","modified_gmt":"2005-01-05T00:00:00","slug":"un_norte_suave","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2004\/un_norte_suave\/","title":{"rendered":"Un norte suave"},"content":{"rendered":"
Abordé cuando Alex hubo sacado la mayoría de agua de la bañera. Y había algo nuevo: no tenía soporte en los pies. En la volcada, el timón se había zafado y los pedales quedaron sueltos. No había forma de arreglarlos porque faltaba la pieza que unía al timón con el casco. Así que no tenía apoyo para los pies que es como decir que no tenía crampones para escalar en hielo. <\/p>\n
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Las olas, como locomotoras, seguían pasando sin parar. Sentado con las piernas en posición de flor de loto para poder tener apoyo al menos en las rodillas, remé a la playa. Increíblemente, salí sin dificultad alguna. Puse el pie en la arena y vi a mis amigos a 300 metros más al sur. <\/p>\n
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Del faro, ni sus luces. Habían pasado apenas 3 horas y 18 minutos y, al menos yo, estaba muy cansado. <\/p>\n
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<\/p>\n Laguna de San Andrés<\/p>\n <\/strong><\/p>\n <\/p>\n El faro no estaba precisamente en la orilla ni sobre la costa. Tuvimos que cruzar una pequeña barra llevando a cuestas kayaks y carga, atravesar el inicio de la Laguna San Andrés y caminar por una tierra más bien lodosa hasta llegar al faro. Desde arriba de sus 88 escalones no se veía ningún punto amarillo del kayak de Abraham y era obvio que no lo veríamos si estaba en tierra. Pero estaba por delante de nosotros, eso lo sabíamos porque se había adelantado mucho. Debía seguir adelante. <\/strong><\/p>\n <\/p>\n Así que la navegación cambió de mar a laguna. No iríamos tan rápido como en el mar pero aún así, el viento nos empujaría, con la ventaja de que por la laguna no me sentiría tan vulnerable por el estado de Thor<\/em>. Debíamos avanzar hasta el siguiente faro porque seguro que Abraham no pasaría de ahí al no vernos. <\/strong><\/p>\n <\/p>\n Y el día transcurrió lenta, plácidamente. El norte ahí dentro era una brisa fuerte, pero refrescante. Allá afuera, tras la barra, estaba el océano con su rugido de olas, mientras que nosotros nos movíamos a más de 5 km\/h sólo con la vela. No teníamos delfines a los lados como casi todos los días ni tampoco las medusas que se enrollaron en los remos y nos hicieron sentir el ardor en la piel cuando se pegaron a los brazos. Pero sí veíamos las bandadas de pelícanos que volaban al sur y, como nosotros, estaban aliviadas de no volar contra viento. <\/strong><\/p>\n <\/p>\n De repente saltaba la pregunta "¿Dónde estará?", y nos tranquilizábamos diciendo que iría por delante. Pero lo cierto es que todos estábamos inquietos, cada uno en su propia conjetura. Fue por eso y porque era la primera vez en muchos días que estábamos juntos por largo tiempo que hablamos de todo y hasta soportamos las desafinadas de Alex. <\/strong><\/p>\n <\/p>\n Al atardecer, un pescador solitario se acercó y nos preguntó si necesitábamos ayuda. Era raro ver un "cayuco" tan pequeño con tres personas y navegando a estas horas. Nos dio los indicios para llegar más rápido al faro de Chavarría tomando un canal. <\/strong><\/p>\n <\/p>\n Luego nos cayó la noche, redonda y quieta.<\/strong><\/p>\n <\/div>\n <\/p>\n Siete metros. En el Pacífico habíamos navegado a bordo de la Golondrina<\/em> con olas de siete metros que nos volcaron. No, aquí no eran de siete metros. Varias veces la ola llegaba por detrás y me levantaba y cuando estaba en la cresta podía ver un pequeño abismo delante de mí. Thor<\/em> mide cinco metros de largo, yo estaba a la mitad y si lo colocara verticalmente, cabría toda la parte delantera y aún más, quizá un metro. <\/p>\n <\/p>\n Olas de tres metros y medio. <\/p>\n <\/p>\n La altura de una casa. <\/p>\n <\/p>\n Volqué tres veces y daba el roll tan rápidamente que ni sentía la sal picando la nariz. Calculaba la forma en tomaría la siguiente ola sin gastar mucha fuerza para no cansarme porque a las tres horas los brazos me pesaban y me estaba volviendo torpe en el uso del remo. Debíamos salir a tierra a descansar pronto. Escuché a Alex gritar mientras señalaba a lo lejos un punto: <\/p>\n <\/p>\n —Allá hay un faro, ahí nos vamos a detener. <\/p>\n <\/p>\n Con el agua hasta el cuello<\/p>\n <\/strong><\/p>\n <\/p>\n Estaba metido en el mar mientras sujetaba el remo y a Thor<\/em> por la boca de la bañera. Alex y Andrés se acercaban a mí todo lo rápido que podían. Mi vaso achicador estaba a dos centímetros de mí, flotando pero no lo alcancé y cuando hice el siguiente movimiento estaba a medio metro. Lo vi alejarse poco a poco. Estuve a punto de gritar "¡Wilson!", pero me dio risa y ya no pude. <\/strong><\/p>\n <\/p>\n Una ola me había volcado nuevamente. O fue el cansancio. El caso es que, cabeza abajo, hice los movimientos para enderezarme pero no resultó y, de nuevo, cabeza abajo. La segunda vez falló también. "Una tercera, pero recuerda los movimientos y saldrás" No salí. Recordé las prácticas en la alberca, cuando la mayoría abandonaba el kayak después de su segundo intento porque les "hacía falta el aire" cuando podíamos estar casi un minuto bajo el agua sin problemas. "Tienes que salir bien, no te desesperes." <\/strong><\/p>\n <\/p>\n La cuarta, falló; también la quinta, y yo no sabía qué pasaba pero sí que ya necesitaba respirar. Abandoné. Emergí e inmediatamente tomé el kayak por la borda. Así me alcanzaron, con el agua hasta el cuello. Me sentía calmado, tranquilo. Al menos dentro del agua podía descansar de las olas, aunque también me subieran y bajaran como corcho.<\/strong><\/p>\n <\/div>\n <\/p>\n 25 de noviembre de 2004<\/strong><\/p>\n Es de noche y estamos remando aún, con el cuerpo cansado y las nalgas aplanadas de tanto tiempo como hemos estado sentados. Al frente, el pequeño faro de la Barra de Chavarría, en la boca de la laguna de San Andrés, por la que hemos venido para evitar el oleaje. Hay norte. Hoy por la mañana, en el campamento tortuguero Rancho Nuevo, el viento del norte me despertó al entrar por la puerta del cuarto que nos habían prestado para dormir. "Al fin", pensé. <\/p>\n <\/p>\n Cuando nos acercamos a la playa, el mar estaba irreconocible: las olas se dirigían ahora al sur. Habíamos esperado este viento para poder ser "empujados" hacia donde íbamos. Seguro iríamos más rápido. Habíamos perdido ya muchos días remando contra la surada: viento y oleaje en contra y si uno se detenía de palear, retrocedía unos metros. <\/p>\n <\/p>\n Por eso lo esperábamos y ahora que había llegado navegaríamos la máxima distancia que pudiéramos: 50, 60 y, con suerte, 70 kilómetros. Mucho, en comparación con las distancias que habíamos estado haciendo (12, 16, 18 km) por día. Como no bajaríamos del kayak, habíamos pensado velear, remar para entrar en calor y desentumirnos, volver a velear y de nuevo a remar, hasta que se nos acabara la luz. <\/p>\n <\/p>\n Recuperaríamos distancia no ganada. <\/p>\n <\/p>\n Olas y más olas<\/p>\n <\/strong><\/p>\n <\/p>\n "El pronóstico dice que será un norte suave", nos habían comentado en Rancho Nuevo y yo había preguntado a qué se referían con "suave". La respuesta fue: "Un norte que sopla bajito y que dura mucho tiempo, hasta tres días o cuatro. Si es fuerte, el norte dura sólo medio día pero con mucho viento." <\/strong><\/p>\n <\/p>\n Sentado dentro de Thor<\/em>, me llamó la atención la brisa que se formaba en sus crestas. En cuanto una ola rompía, el viento se llevaba una rociada de mar bastantes metros más al sur. Éstas no me producían el miedo que hicieron aquellas de cuando habíamos pasado de la Laguna Madre al Golfo de México. Quizá había sido una transición muy fuerte. De todos modos eran olas grandes. Me pregunté cómo sería un norte fuerte. <\/strong><\/p>\n <\/p>\n Pasaríamos y navegaríamos en el mar de más allá, donde no había más rompientes; en un mar agitado, sí, pero con viento en popa. ¿Qué podía pasar? El kayak es una embarcación muy confiable y aunque volcáramos podíamos enderezarnos en un momento. Una especie de submarino donde nosotros éramos los periscopios. <\/strong><\/p>\n <\/p>\n Dos horas después sólo el Tempest<\/em> seguía faltando. Abraham había decidido no velear y comenzó a remar mientras nos ocupábamos en poner el aparejo para la vela. Lo perdimos de vista y ya no lo encontramos. Por eso estábamos sólo las dos embarcaciones mientras remábamos hacia el sur. El viento era demasiado fuerte y habíamos abandonado la vela. Pero no lo veíamos.<\/strong><\/p>\n <\/div>\n <\/p>\n <\/p>\n <\/p>\n <\/p>\n <\/p>\n <\/td>\n <\/p>\n <\/td>\n <\/tr>\n <\/tbody>\n <\/table>\n <\/p>\n <\/p>\n <\/p>\n <\/td>\n <\/p>\n <\/p>\n <\/p>\n
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