{"id":11932,"date":"2000-12-05T00:00:00","date_gmt":"2000-12-05T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11932"},"modified":"2003-08-07T00:00:00","modified_gmt":"2003-08-07T00:00:00","slug":"el_mar_caribe","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2000\/el_mar_caribe\/","title":{"rendered":"El Mar Caribe"},"content":{"rendered":"
Después de pasar a "La Aguada", un lugar con faro, muelle y casi todos los servicios para una evacuación rápida de Xcalac en caso de juracán, entramos al Caribe por un canal nuevo de navegación: el “Canal Zaragoza”, que construyen los marinos a pocos kilómetros de Bacalar Chico. El por qué de ese canal tuvo que quedar sin respuesta porque cuando traté de bajar a preguntar a los trabajadores, me hundí en el fango. Alex bajó más y se hundió hasta medio muslo. Así que me quedé con mis interrogantes sobre el canal. <\/p>\n
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Lo cierto es que el solo hecho de su construcción implicaba un gran deterioro ecológico, pues en su parte más angosta, el canal mide unos 10 metros y la corriente del Caribe (allá, en el fondo) abriría cada vez más el paso. En la playa había cientos de conchas de caracol, de esas que en las películas usan para hacerlos sonar a gran distancia. Cientos y cientos, regados en la arena como alfombra. <\/p>\n
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Pero finalmente, el Caribe, el mar azul claro, como esa agua limpia de las pozas muy profundas de las cavernas. Sólo el oleaje y la sal cambiaba su aspecto. Detrás dejábamos el agua algo salobre de la Laguna de Chetumal (habíamos podido lavarnos los dientes con ella sintiendo sólo algo salado). Y el sol, que cada día nos parecía menos fuerte. O nos estábamos acostumbrando… quizá. <\/p>\n
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Algo que nos produjo miedo fue ver el oleaje del Caribe cuando estábamos aún dentro del canal. ¿Debíamos cruzar esa barrera de olas? Pero no fue así. Nos encontramos con que la navegación la haríamos dentro de la barrera de arrecife y eso nos eliminaría el oleaje pesado. De cualquier forma, fue más fuerte de lo que habíamos experimentado antes. Ese mismo día llegamos a Xcalac, la población más sureña del oriente de México. Primero distinguimos varias hélices de molinos de viento que generaban electricidad. “Los gigantes del Quijote”, pensé. <\/p>\n
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Xcalac es una población pequeña pero bastante bien formada. Tiene su capitanía de puerto y su cooperativa pesquera, además de restaurantes y un hotel. Nosotros dormimos en la playa, junto a nuestros kayaks, que ya habíamos bautizado cada uno con su nombre. <\/p>\n
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