{"id":11930,"date":"2000-12-02T00:00:00","date_gmt":"2000-12-02T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11930"},"modified":"2003-08-06T00:00:00","modified_gmt":"2003-08-06T00:00:00","slug":"desde_chetumal","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2000\/desde_chetumal\/","title":{"rendered":"Desde Chetumal"},"content":{"rendered":"
<\/p>\n
Arribamos anoche aquí, después de muchas horas de viaje, aunque la verdad fueron menos de las que espe-rábamos. La primera impresión del mar fue desconcertante porque no veíamos más que unos metros hacia el mar. Parecía laguna de tan quieta y sin un solo ruido del oleaje. ¿Dónde estaba el terrible mar que todos nos auguraban? Parecía más sencillo remar aquí que en la pista de Cuemanco. Anoche nos hicimos a la idea de que nos aburriríamos tremendaente, o al menos eso pensábamos. <\/p>\n
<\/p>\n
Pero por la mañana, después de una despertada por parte de las autoridades que vinieron a ver quiénes estábamos dormidos escondidos tras la vegetación rala, vimos el mar. Un charco, cierto, pero enorme. O un mar pequeño. No tiene la espectacularidad del Pacífico y menos de ese mar agitado que nos hizo volcar en 1994. Pero ahí estaba. Lo que nos inquietó entonces no fue que nos fuéramos a aburrir, sino el no poder hallar tierra, pues de aquí tenemos que cruzar la Bahía de Chetumal (27 km) hasta el otro lado, llamado Punta Calentura. A saber por qué el nombre. <\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n
<\/p>\n <\/a><\/div>\n <\/td>\n <\/tr>\n <\/p>\n <\/p>\n | |