{"id":11578,"date":"2001-10-15T00:00:00","date_gmt":"2001-10-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11578"},"modified":"2003-05-08T00:00:00","modified_gmt":"2003-05-08T00:00:00","slug":"voces_milenarias_en_la_sierra","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2001\/voces_milenarias_en_la_sierra\/","title":{"rendered":"VOCES MILENARIAS EN LA SIERRA"},"content":{"rendered":"
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Suave cantar del río Munérachi al amanecer, es el canto del río en una temporada de lluvias, de esas lluvias que casi no llegan al fondo del barranco porque hace tanto calor que el agua se vuelve a evaporar antes que dar de beber a la tierra, a las plantas, a los seres todos. Más abajo, Munérachi y Batopilas, los grandes ríos, se unen para juntarse más allá con el San Miguel y desembocar, más lejos aún, en el río Fuerte. Desde lo alto de la sierra se desprenden pequeños arroyos de agua transparente que forman pozas y tinajas pequeñas donde la vida es más tranquila que en el río, pero también más bulliciosa.<\/p>\n

Lejos de las veredas, huellas de animales que han bajado a beber durante la noche y que algún cazador seguirá con sus perros y su rifle calibre 22 a la espalda para cobrar un venado. Siempre es sobre esa superficie sin forma, sobre esa pendiente indefinida, por donde se escurren todas las veredas, como agua de arroyo. Volvemos a estar en uno de esos lugares vertiginosos e inenarrables, aferrados a la superficie llena de rocas y escarabajos peloteros, un tanto ajena a nosotros, un tanto conocida.<\/p>\n

En los oídos adormilados por el murmullo del río, retumban todavía las conversaciones que tuvimos la noche pasada, a la luz de un candil.<\/p>\n

CONVERSACIONES<\/b><\/p>\n

Es una habitación oscura con paredes de madera y techo de lámina. La parpadeante luz que ilumina el interior es débil mientras el aguacero allá afuera es sumamente recio, como cortinas de agua.<\/p>\n

"Usted es tarahumar, ¿verdad?" Y los ojos de la persona aludida adquieren un brillo extraño, de desafío, como esperando ser despreciado por su origen. "Sí…", contesta, "…y tú eres un chabochi".<\/p>\n

Es muy claro: es él quien domina la situación; es él quien marca las diferencias fundamentales que lo hacen superior a cualquier hombre que no sea, como él, tarahumar. Después de todo, ¿por qué no habría de ser así? Es su tierra, la tierra de sus padres y la de los padres de éstos hasta perderse en la historia velada de su memoria. También es su derecho, porque está en la heredad de sus hijos y de los hijos de sus hijos hasta… ¿hasta dónde? Si estuviéramos en su casa sería, a no dudar, el hombre diplomático y cortés que todo tarahumar es, pero todos somos meros pasajeros de la casa donde nos guardamos de la lluvia.<\/p>\n

Hombre de treinta años y manos surcadas por el trabajo con la tierra y los animales, su cara, como la de todo indígena, es un enigma. "Nosotros envejecemos más rápido que los chabochis porque el trabajo en la tierra nos gasta más." Su boca habla palabras de centurias y discurre sobre veredas, lluvias, siembras, animales de carga… sobre cualquier cosa que uno pregunte de su mundo, aquel en el que ha crecido, vivido y donde seguramente morirá, porque para él no hay vida fuera de la sierra.<\/p>\n

"Aquí, la vida será dura, pero uno no se muere de hambre. Aunque sea un poco de frijoles y tortillas, o aunque sean yerbas del monte, pero siempre hay algo que comer hasta para los viajeros". Conoce todas las veredas de la barranca, conoce todo lo que un buen serrano, sea tarahumar o chabochi, debe conocer, porque ha bajado de esa parte de la sierra que se angosta hasta apenas unos cientos de metros porque otros dos grandes ríos, el Batopilas y el Urique, están por unirse.<\/p>\n

Al día siguiente subirá nuevamente a su casa, en lo más alto, con las bestias que alguno de sus vecinos le alquiló o prestó, quizá con las propias, pero esta vez irán llenas de maseca, sal para el ganado, manteca…<\/p>\n

Por la puerta abierta que nos mantiene en contacto con el exterior aparece un hombre, saluda y pide una cerveza. ("La venta de cerveza está prohibida", me dicen después) Nadie lo conoce, pero comienza a platicar con nosotros —chabochi y tarahumar— como si apenas un minuto antes hubiéramos interrumpido la conversación. Es un individuo alto que ha hecho en diez horas, reloj en mano, el recorrido desde Urique hasta Batopilas con una carga de doce kilos. <\/p>\n

"LA IMAGEN VIVA DEL INFIERNO"<\/b><\/p>\n

El camino… siempre el camino… ¿Cuántos pasos se dan por él? ¿Cuántas veredas recorren los pies? El marcapasos y el cronómetro funcionan continuamente pero parece cada vez más irreal querer medir estas distancias en kilómetros o minutos con un aparato. ¿Acaso no existen las leguas y las varas o, más cuerdamente, los pensamientos o las telarañas en el camino, para hacer de ellos la medida exacta de la sierra? Las nubes se forman en lo alto cada vez más grises, cada vez más altas, y amenazan con desgajarse violentamente. Los colores pardos y rosáceos del amanecer han ido cambiando por colores diferentes y por tonos más densos, como si el puro color llenara la forma.<\/p>\n

Y para recordarnos quiénes son los verdaderos asaltantes de toda la zona, los mosquitos hacen su botín de sangre y de agua.<\/p>\n

Para llegar a Urique, hemos escogido la ruta más larga, pero también la más espectacular. Ayer llegamos a Cerro Colorado y descansamos ahí. A un par de horas más de caminata río arriba está Munérachi, un poblado de tarahumares que, aunque puros, son cada vez menos numerosos. Es un pueblo lleno de vida, de gente que sube y baja continuamente por la margen del río para bañarse o pescar, que entra y sale de las casas de adobe levantadas sobre los montículos rocosos que están alrededor de su iglesia, que viaja a otras rancherías de lo alto de la sierra… <\/p>\n

Es un lugar donde también se hace fiesta en Semana Santa, su fiesta más importante. Entonces, la tranquilidad de la sierra se ve resquebrajada por algo más que el sonido monótono y continuo, como un rezo, de los tambores que anuncian la celebración. De todas partes del mundo llegan turistas y hacen una verdadera Torre de Babel de varios idiomas, incluyendo el rarámuri, español, inglés, alemán, francés, italiano y a veces hasta representantes de Japón. Después de dos días, todos parecen entenderse, quizá debido a la magia del tesgüino, quizá se debe a la magia del hombre mismo.<\/p>\n

Pero el camino real que escogimos para ir a Urique no pasa por Munérachi y en lo que las piernas hacen el esfuerzo de elevarse cada vez más, el sonido del río va quedando lejos y la mente viaja hacia otros tiempos:<\/p>\n

"En este camino, siendo ya tarde, fuimos a dar a una profundidad de unas peñas que, estando como una pared de un muro, puestos desde arriba, aun antes de llegar, desde algo lejos desvanecía la cabeza. Y se vían [sic] montes abajo que parecían a la vista más azules por la distancia, que verdes por la cercanía… pero era tanta la profundidad, que ni casas , ni milpas, ni rastro de gente vimos; que no parecía que era sino la imagen viva del infierno."(3)<\/div>\n

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EL BALCÓN<\/b><\/p>\n

Horas y horas de caminar sedientos sobre una tierra más sedienta que nosotros, que todavía escurrimos agua y somos blanco de los mosquitos que chupan sudor o sangre, ambos en grandes cantidades. Horas buscando gotas de agua en una vegetación tropical avara en líquidos. Ojos, oídos, nariz y tacto que se extienden más allá de las fronteras de nuestro propio cuerpo, más allá de nuestro propio tiempo. Todo, absolutamente todo, se extiende en un algo indefinido de tan complejo, y dibuja en la memoria, ésa que se ha puesto como una hoja de papel en blanco (tabula rasa), escenarios milenarios siempre diferentes, cantos de aves diurnas o de sapos gritones al anochecer, colores… colores originales con que fue tramado todo ser y objeto de la naturaleza. Olores primarios también… Es el alma sin edad de la Sierra. Y al mismo tiempo se anotan preguntas cuyas respuestas tardarán segundos o años o vidas en llegar, pero que indudablemente llegarán, quizá a la vuelta del cerro o en el siguiente recodo del arroyo, en la próxima lluvia…<\/p>\n

Por eso es tan necesario, tan importante, seguir andando.<\/p>\n

Cuando se anda por esas veredas sin tiempo de la Sierra Madre Occidental, se tiene la impresión plena de pertenecer a ese ambiente, pero si una espina se clava en una mano o una piedrecilla nos hace trastabillar, regresamos a la realidad: sólo somos extraños.<\/p>\n

Poco a poco, la vereda se adelgaza y se hace perdediza. Gira y rodea peñascos pequeños, ramas, arbustos. Y precisamente en lo más alto, ahí donde, por un lado, se tiene una negra pared vertical por donde cae agua que viene de decenas de metros por encima, y por el otro una caída también vertical pero esta vez de cientos de metros, uno se ve obligado a descansar, pero no por la carga que se lleva a la espalda, ni por las horas que se llevan caminando, ni siquiera porque se tenga hambre (no hay lugar más inverosímil para preparar una comida o beber un trago de agua).<\/p>\n

Se trata de algo más necesario aún. Es el paisaje mismo, es la fuerza de la naturaleza que plegó todas esas montañas como si hubiera sido una gigantesca mano jugando con una tela que después cubrió de verde o de ocre, según la época; es, también, un poco esa necesidad de todo ser humano de sentirse siempre por encima de todo o ese sueño irrealizable de volar por sí mismo, sin la ayuda de apéndices. Ahí, desde ese pequeño balcón de roca, unos cuantos metros por debajo de Piedra Redonda, los sueños se cumplen. Y aunque parezca complicado, uno se sienta y toma un sorbo de agua porque es necesario hacerlo. Entonces se recuerdan nuevamente las palabras "el fondo mismo del infierno", pero de alguna manera se sabe que es todo lo contrario.<\/p>\n

Por aquí han pasado muchos viajeros y seguirán pasando. Esa necesidad vital de vivir se satisface en ese sitio.<\/p>\n

RÍO URIQUE<\/b><\/p>\n

El descenso a Los Alisos, primero, y al fondo de la barranca, después, estuvo acompañado de un aullido lejano e inconfundible: coyotes. La pendiente se hacía cada vez más abrupta y se llenaba de todos los tonos de verde. El último tramo fue al lado de un arroyo de agua lo suficientemente clara como para meternos a ella. En esta época la lluvia hace color de chocolate las aguas de los ríos. Miles de toneladas de tierra y nutrientes son arrastradas por las venas del mundo hasta el mar. Por eso es salado. En el mero fondo de la barranca tuvimos que usar un transporte recién instalado (apenas un año de vida le da derecho a llamarse nuevo): un cable de acero sobre el cual pasa una canastilla con dos asientos. Pero si creíamos que sólo dos pasajeros cabían, había que esperar a que don Victoriano Muñoz, quien opera la canastilla, nos acomodara de a tres y las mochilas. El paso sobre el río en este medio de transporte, cuyo motor son los brazos, es tan rápido que uno no tiene tiempo ni siquiera de sentir miedo de los remolinos acuosos que se forman debajo de uno.<\/p>\n

Seguimos caminando por una carretera. En Guapalainas, pueblo tarahumar que ha ido perdiendo sus tradiciones por la cercanía con Urique, preguntamos por el nombre del único cerro prominente: pura roca. "Es el Cerro La Ventana. ¿Y sabe porqué se llama así? (Y continúa sin darnos tiempo de contestar) Ya lo va a ver, venga pa’cá. ¿Ve ese agujero en el cerro? Lo atraviesa y desde onde usté lo mire, la ventana se ve. Y ¿sabe quién hizo el agujero? (No) ¡Porfirio Díaz! Cuando no tenía nada qué hacer, se venía aquí el muy c… y con un pistolón le disparó desde aquí, onde estoy parado. (Todos los que escuchábamos reímos) Era bueno con la pistola don Porfirio, pero a mí ya no me hace nada. (¡Pues claro, ya se murió!) No, amigo… es que ya aprendí a disparar."<\/p>\n

LAS VOCES DEL AYER, HOY…<\/b><\/p>\n

Entramos a Urique después de pasar los veinte metros de anchura de un arroyo crecido. Con las botas mojadas, las mochilas sucias por los días que habíamos estado en la sierra y nuestros pantalones cortos, partimos plaza por la calle principal de Urique. Urique, al fin. Tres semanas habíamos caminado por la sierra y las barrancas y conocíamos lo que eran las barrancas de Chihuahua. En Urique concluía nuestro recorrido tras de los tres grandes formadores del río Fuerte. Pero no éramos los primeros. Sería absurdo mantener esa posición. Voces pioneras siempre se levantarán desde donde sea necesario para decir lo que hicieron:<\/p>\n

"Fue tal el espanto al descubrir los despeñaderos, que luego pregunté al gobernador [de Cerocahui] si era tiempo de apearme. Y, sin aguardar respuesta, no me apeé, sino que me dejé caer de la parte opuesta del precipicio, sudando y temblando de horror todo el cuerpo, pues se abría, a mano izquierda, una profundidad que no se le veía fondo y, a la derecha, unos paredones de piedra viva que subían en línea recta. A la frente estaba la bajada de cuatro leguas por lo menos, no cuesta a cuesta, sino violenta y empinada; y la vereda tan estrecha que a veces es menester caminar a saltos, por no haber lugar intermedio en que fijar los pies."(4)<\/p>\n

"…llegamos a la cumbre de la barranca del Cobre… La vista era magnífica: las profundas quiebras y barrancas, resultado de prolongados deslaves y erosiones, surcaban el suelo formando grandes elevaciones… En otras palabras, ahí fue donde por primera vez observamos barrancas que desde ese punto constituyen un rasgo enteramente característico de la topografía de la Sierra Madre."(5)<\/p>\n

NOTAS<\/b><\/p>\n

(1) La exploración duró del 21 de julio al 7 de agosto de 1991.<\/p>\n

(2) Publicado en México Desconocido<\/i> No 179, p. 32-35<\/p>\n

(3) Descripción de José Tardá y Tomás de Guadalajara de una de las barrancas de la sierra Tarahumara hecha en 1676. González Rodríguez, Luis. "Las barrancas tarahumaras". Estudios de Historia Novohispana<\/i>, México. UNAM, vol. V, 1974. p. 126<\/p>\n

(4) Descripción de la barranca del Cobre hecha en 1680 por Juan María Salvatierra, el misionero jesuita fundador de la misión de Loreto, en Baja California. González Rodríguez, Luis. Op. cit. p. 122<\/p>\n

(5) Lumholtz, Carl. El México Desconocido<\/i>. Dos volúmenes. Instituto Nacional Indigenista, México, 1981. Tomo I, p. 141.<\/div>\n

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"Fue tal el espanto al descubrir los despeñaderos, que luego pregunté al gobernador [de Cerocahui] si era tiempo de apearme. Y, sin aguardar respuesta, no me apeé, sino que me dejé caer de la parte opuesta del precipicio, sudando y temblando de horror todo el cuerpo, pues se abría, a mano izquierda, una profundidad que no se le veía fondo y, a la derecha, unos paredones de piedra viva que subían en línea recta. A la frente estaba la bajada de cuatro leguas por lo menos, no cuesta a cuesta, sino violenta y empinada; y la vereda tan estrecha que a veces es menester caminar a saltos, por no haber lugar intermedio en que fijar los pies."<\/i><\/div>\n

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