{"id":11569,"date":"2000-10-15T00:00:00","date_gmt":"2000-10-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11569"},"modified":"2013-02-04T21:54:41","modified_gmt":"2013-02-05T03:54:41","slug":"en_los_confines_de_la_sierra","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/montanismo.org\/2000\/en_los_confines_de_la_sierra\/","title":{"rendered":"En los confines de la Sierra"},"content":{"rendered":"
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Al salir de Santa Mar\u00eda de Ot\u00e1ez dejaba atr\u00e1s dos etapas diferentes y atractivas del recorrido por la Sierra Madre Occidental de Durango. Realmente no sab\u00eda qu\u00e9 me esperaba en esta \u00faltima etapa. La Expedici\u00f3n UNAM-M\u00e9xico Desconocido<\/i> segu\u00eda adelante.<\/p>\n

La gente se sorprendi\u00f3 cuando cruc\u00e9 Ot\u00e1ez esa lluviosa ma\u00f1ana. “Espere a que escampe”, me dec\u00edan, pero como todav\u00eda faltaban muchas leguas por andar, segu\u00ed adelante barranca abajo. Perd\u00ed dos veces el camino a Cuanas, una rancher\u00eda asentada al lado del r\u00edo donde se levanta el vado que encamina al viajero hacia San Pedro de Azafranes, mi siguiente objetivo. ¿Cu\u00e1nto faltaba? “No est\u00e1 lejos. Yo una vez fui desde Ot\u00e1ez hasta San Miguel del Cantil y luego regres\u00e9 ¡en un d\u00eda! Lo m\u00e1s que puede hacer con esa mochilona a paso tranquilo ser\u00e1n cuatro horas”.<\/p>\n

\n El reloj de la Sierra<\/b><\/p>\n

La gente del pueblo se sorprendi\u00f3 cuando cruc\u00e9 Ot\u00e1ez esa lluviosa ma\u00f1ana. Sab\u00edan que hab\u00eda llegado solo y que me ir\u00eda solo. Pero tambi\u00e9n sab\u00edan que no conoc\u00eda la sierra, que me hab\u00eda negado a aceptar gu\u00edas y que en mi cabeza hab\u00eda una idea que ellos no lograban comprender. ¿Topia? Est\u00e1 muy lejos todav\u00eda y alcanzar ese punto a pie por donde no hay caminos transitables era precisamente la locura que ellos no entend\u00edan de m\u00ed.<\/p>\n

“Espere a que escampe”, me dijeron, pero delante de m\u00ed todav\u00eda quedaban muchas leguas por andar. Sin saberlo, me met\u00eda cada vez m\u00e1s en lo profundo de la Sierra Madre Occidental, ah\u00ed donde la informaci\u00f3n es escasa, donde los mapas m\u00e1s detallados marcan espacios vac\u00edos. Espacios en blanco. As\u00ed que sal\u00ed del pueblo en medio de la neblina y camin\u00e9. Cinco minutos despu\u00e9s, el pueblo ya no se ve\u00eda.<\/p>\n

Santa Mar\u00eda de Ot\u00e1ez representaba la divisi\u00f3n de mi recorrido. La primera parte la hab\u00eda hecho con dos amigos: Javier y Ubaldo. La segunda, m\u00e1s fuerte, m\u00e1s dif\u00edcil, la hice solo a partir de San Miguel de Cruces. Ot\u00e1ez era como la madurez, un estadio en la expedici\u00f3n en que la soledad hab\u00eda pasado a segundo t\u00e9rmino. Era cierto que estaba solo, que seguir\u00eda solo hasta Topia, pero ahora todo era diferente. No sab\u00eda qu\u00e9 me esperaba en esta \u00faltima etapa, como no lo sab\u00eda de las etapas anteriores, pero la soledad no me pesaba como al inicio y disfrutaba mucho m\u00e1s todo.<\/p>\n

Durante dos d\u00edas hab\u00eda estudiado los mapas y sab\u00eda que la poblaci\u00f3n m\u00e1s pr\u00f3xima era San Pedro de Azafranes. Por las tardes escampadas lo ve\u00eda desde Ot\u00e1ez, cercano como una naranja en el \u00e1rbol. Pero primero deb\u00eda bajar y subir una peque\u00f1a barranca. Cuanas era la rancher\u00eda por la que deb\u00eda encontrar el paso hacia San Pedro. Eso me hab\u00edan dicho porque en mis mapas no hab\u00eda se\u00f1al de ning\u00fan tipo de vereda.<\/p>\n

En medio de la niebla y sin conocer el camino, perd\u00ed por dos veces la angosta vereda que llevaba a Cuanas, pero me fue posible rectificar porque encontraba gente. Mientras m\u00e1s bajo en la barranca est\u00e1 uno, m\u00e1s depende de la gente del lugar… o de la exploraci\u00f3n por ensayo y error, cansada y larga en extremo. Al fin, tras algunas horas de camino, llegu\u00e9 a Cuanas, una peque\u00f1a rancher\u00eda donde el nivel del r\u00edo es bajo y uno puede pasar tranquilamente a pie. No hab\u00eda, me hab\u00edan dicho, otro vado ni arriba ni debajo de ese punto.<\/p>\n

Descans\u00e9 en el r\u00edo un rato y luego comenc\u00e9 a subir. ¿Cu\u00e1nto faltaba? “No est\u00e1 lejos. Yo una vez fui desde Ot\u00e1ez hasta San Miguel del Cantil y luego regres\u00e9 en un d\u00eda. Lo m\u00e1s que puede hacer con esa mochilona a paso tranquilo ser\u00e1n cuatro horas”. Eso me hab\u00eda dicho un hombre que transitaba mucho ese camino. Cuatro horas. No es mucho tiempo, as\u00ed que tom\u00e9 todo con calma.<\/p>\n

\nUna subida interminable<\/b><\/p>\n

Hacia el mediod\u00eda comenz\u00f3 a llover. Como siempre, sub\u00ed mi mochila y yo me dej\u00e9 empapar. Llevaba tanto tiempo en la sierra que la lluvia se hab\u00eda convertido casi en la ducha diaria que tomaba. Agua limpia que mojaba el cuerpo y lo refrescaba. Lo \u00fanico que no me gustaba era que con la lluvia perd\u00eda mucha visibilidad y si de por s\u00ed ya estaba hundido en un mar de nubes bajas y dentro de la barranca, perder de vista a Ot\u00e1ez era perder el \u00fanico sitio conocido. Caminaba a ciegas, por decirlo as\u00ed.<\/p>\n

Todo el d\u00eda llovi\u00f3. Todo el d\u00eda segu\u00ed el camino hacia arriba. No hab\u00eda otro. Pasaron dos horas de subida. Me encontr\u00e9 a un muchacho que bajaba por donde yo sub\u00eda. “Adelante hay dos caminos. No tome el de la derecha y llega a San Pedro”. Una hora m\u00e1s. A diferencia de la caminata sin lluvia, ahora no pod\u00eda escribir porque se mojar\u00eda el cuaderno. Estaba, ahora s\u00ed, solo. Al fin encontr\u00e9 la desviaci\u00f3n pero no fueron dos sino tres las desviaciones. “¿Cu\u00e1l tomo?” “…la de la derecha no.” As\u00ed que eleg\u00ed la que parec\u00eda mejor. Camin\u00e9 media hora y hall\u00e9 a un hombre trabajando su tierra.<\/p>\n

Como a m\u00ed, la lluvia le corr\u00eda por el cuerpo. Se agachaba, arrancaba yerbas, met\u00eda la coa (¡la coa hasta ac\u00e1!) y segu\u00eda trabajando. De alguna manera, la experiencia de cuando bajamos la barranca del r\u00edo Presidio se me hab\u00eda quedado muy grabada en la mente y no hac\u00eda ruido. Hab\u00eda aprendido a andar silencioso, a no romper las ramas secas de los \u00e1rboles que estuvieran tiradas, a ver el piso y lo alto del follaje casi al mismo tiempo para ver aves de cientos de colores que volaban calladas, sumidas en la niebla. As\u00ed que el hombre no me not\u00f3 sino hasta haberlo saludado. No. No era por este camino, sino por el otro que hab\u00eda dejado detr\u00e1s hac\u00eda rato. Y regres\u00e9.<\/p>\n

Cinco horas. La lluvia no era fuerte, pero mojaba toda la tierra. El camino por donde andaba se convert\u00eda a veces en un peque\u00f1o arroyo en el que mis pies se sumerg\u00edan en agua que a veces beb\u00eda. No hab\u00eda manera de saber la hora por medio del sol, de saber si estaba en el camino correcto, de poder vivaquear en un lugar seco o de ver un punto visible a lo lejos. Seis horas. Seis de subida y dos de bajada. Eso ya duplicaba el tiempo que me hab\u00edan pronosticado. No me deb\u00eda desesperar, as\u00ed que comenc\u00e9 a contar el n\u00famero de pasos que daba. Primero, cada quinientos, despu\u00e9s cada mil y al final llegaba hasta los dos mil pasos, aunque sintiera que las piernas me reventaban. No deb\u00eda desesperarme pero tampoco deb\u00eda quitarme de la mente que era extremadamente importante llegar a San Pedro. Si quer\u00eda realmente descansar. Por supuesto, me quedaba el recurso de dormir bajo la lluvia, completamente mojado. Pero no era precisamente mi idea.<\/p>\n

Siete horas. No sab\u00eda ni por qu\u00e9 consultaba el reloj. Ser\u00eda preferible no verlo, no saber cu\u00e1nto hab\u00eda caminado. Despu\u00e9s de todo, llegar\u00eda cuando tuviera que llegar. Pero entonces no lo hab\u00eda asimilado bien: apenas llevaba un mes en la sierra. Un mes. Siete horas. Las siete horas m\u00e1s largas que hubiera tenido hasta entonces. Y la lluvia segu\u00eda cayendo.<\/p>\n

\nSenda borrada<\/b><\/p>\n

Hice una exploraci\u00f3n en los alrededores de San Pedro buscando m\u00e1s cuevas de gentiles. Hallamos Â?me acompa\u00f1aba el juezÂ? una enorme cueva de la que extraje un cr\u00e1neo de vaca que explicaba la desaparici\u00f3n de algunos de estos animales en los alrededores: nadie entraba ah\u00ed por el miedo milenario a lo desconocido.<\/p>\n

Un poco m\u00e1s cerca del pueblo, arriba de una pe\u00f1a alta y cubiertos ya por la vegetaci\u00f3n, hallamos los cimientos bien delineados de una casa de gentiles. Alrededor hab\u00eda cer\u00e1mica muy vieja y metales fragmentados; fue todo. Mientras admir\u00e1bamos ese pasado roto, me explicaron lo que hasta entonces no hab\u00eda entendido: “S\u00ed, se hacen cuatro horas, pero si anda a caballo y siendo criollo.”<\/p>\n

Al tercer d\u00eda enfil\u00e9 a las partes altas de la sierra, siempre al norte. Me condujeron a una vereda por la que desde hac\u00eda muchos a\u00f1os que no se transitaba y me recomendaron tener mucho cuidado para no perderme. En efecto: el camino se borra a un par de cientos de metros del \u00faltimo rancho. A partir de ah\u00ed todo consist\u00eda en adivinar por d\u00f3nde hab\u00eda discurrido. Con frecuencia me encontraba ante riscos que no pod\u00eda bajar y ten\u00eda que regresar un tramo considerable a probar suerte por otro lado. Tuve que dormir una noche en un refugio que constru\u00ed junto a una roca.<\/p>\n

Esa senda fue la m\u00e1s silvestre de toda la sierra. En el suelo hab\u00eda hojas de todos colores, desde las verdes hasta las del color ocre ya carcomidas por el agua y el viento; una tierra azul (estoy seguro del color) contrastaba de una manera admirable con el entorno y creaba fantas\u00eda junto al colorido de las aves y su orquestal canto. Era excepcional.<\/p>\n

En la tarde del d\u00eda siguiente llegu\u00e9 a San Mateo y me ofrecieron llevarme a Santiago de Bosos. Alguna impresi\u00f3n particular debi\u00f3 causar un jinete en pantal\u00f3n corto, con una mochila a la espalda, montado en un peque\u00f1o burro que segu\u00eda a dos briosos caballos, en medio del crep\u00fasculo, a trav\u00e9s de los innumerables vados de un r\u00edo crecido.<\/p>\n

\nSan Miguel del Cantil<\/b><\/p>\n

El ascenso por la barranca de San Gregorio fue largo y lento. Dos d\u00edas tard\u00e9 en llegar a San Miguel del Cantil, un lugar que deseaba conocer por lo sugestivo del nombre. Deb\u00eda estar rodeado de murallas rocosas, de algo misterioso que se trasluc\u00eda en el nombre mismo. Y no me equivoqu\u00e9. Con alrededor de 50 casas, todas diseminadas a lo largo de una sola calle que transcurre por el cerro mismo, El Cantil, como se le conoce, s\u00f3lo tiene 10 casas habitadas. Tiene correo y tel\u00e9grafo y sirve de puente entre el mundo exterior y todos los ranchos y pueblos de alrededor.<\/p>\n

Al atardecer presenci\u00e9 la eterna lucha entre la luz y la sombra: un crep\u00fasculo que se extend\u00eda desde el occidente m\u00e1s lejano y visible: Sinaloa. Una hora m\u00e1s tarde, una incre\u00edble granizada ca\u00eda sobre el pueblo y nos dejaba sin habla dentro de las casas, techadas con l\u00e1mina; el ruido era ensordecedor.<\/p>\n


\nUna llegada inesperada<\/b><\/p>\n

“Martes 4 de agosto. 19:27. Ayer, despu\u00e9s de una caminata de tres d\u00edas desde el Cantil, llegu\u00e9 finalmente a Canelas, pueblo del que me hablaron maravillas desde Tayoltita. En la bajada desde la Cumbre, tom\u00e9 un buen rato por la terracer\u00eda y hall\u00e9 un cami\u00f3n atascado hasta los ejes. Tom\u00e9 la vereda que bajaba hacia La Yerbabuena. Fueron tres horas de caminar bajo la lluvia, tanto tiempo no porque estuviera lejos el lugar sino por la multitud de piedras que ten\u00eda el camino. Muchas veces me detuve a orientarme con el viento, el ruido, las huellas y de vez en cuando con la br\u00fajula; la niebla me cubr\u00eda y el bosque era espeso.<\/p>\n

“Despu\u00e9s de mucho bajar, atraves\u00e9 dos r\u00edos de lodo y despu\u00e9s de la Yerbabuena llegu\u00e9 a Canelas. Lo primero que llam\u00f3 mi atenci\u00f3n fue el quiosco, la plaza y la iglesia, cuyas campanas, verdosas por los a\u00f1os, reluc\u00edan en el campanario. Creo que tambi\u00e9n fui la sensaci\u00f3n del pueblo. A todo lugar que llegaba en la sierra me confund\u00edan con militar, judicial o fayuquero. Esta no fue la excepci\u00f3n, pues me preguntaban qu\u00e9 vend\u00eda.<\/p>\n

“El presidente municipal, Augusto Ch\u00e1idez Bueno, me aloj\u00f3 en un hotel y tras 35 d\u00edas tuve una sensaci\u00f3n extra\u00f1a cuando me ba\u00f1\u00e9 bajo regadera, pues mi cuerpo estaba ya acostumbrado al r\u00edo. Con el ba\u00f1o me deshice de los mosquitos. Al principio de la caminata, all\u00e1 en Borbollones, me hab\u00eda molestado la cantidad de piquetes, pero mi cuerpo se acostumbr\u00f3; luego me fastidiaba su persistente zumbido alrededor de mi oreja, pero tambi\u00e9n, con un gran esfuerzo de concentraci\u00f3n, los llegu\u00e9 a ignorar; sin embargo, nunca llegu\u00e9 a tolerar a los mosquitos suicidas que se lanzaban en picada a mis ojos porque, adem\u00e1s de que producen un ardor profundo, es dif\u00edcil deshacerse del cad\u00e1ver atrapado bajo los p\u00e1rpados.”<\/p>\n

\nCanelas, maravilla en la Sierra<\/b><\/p>\n

Hoy fui a recorrer el pueblo. Dir\u00edase que estoy en alg\u00fan lugar concebido como una de las maravillas de la sierra. En toda la sierra de Durango o la Tarahumara, inclusive, hay una especie de modelo seg\u00fan el cual est\u00e1n construidos los pueblos. Aqu\u00ed todo es diferente. En vez de calles de tierra llenas de animales, hay adoquines y limpieza; las tejas suplen a la madera o la l\u00e1mina en los techos, todas las casas est\u00e1n pintadas de blanco o con alg\u00fan color claro y las calles estrechas dan la impresi\u00f3n y la seguridad de hallarse en un lugar confortable.<\/p>\n

El quiosco que tanto me llam\u00f3 la atenci\u00f3n al llegar, es el centro de reuni\u00f3n de la muchachada por las tardes. La iglesia luce una torre donde cuelgan, difuntas, las campanas resquebrajadas. El cura me dijo que no las hab\u00edan mandado reparar porque para eso se necesita fundirlas y ya no las har\u00edan con el mismo metal con el que est\u00e1n hechas: bronce, plata, oro. “Por eso tienen ese toque tan ladino, que llega a muchos kil\u00f3metros de aqu\u00ed.”<\/p>\n

Canelas quiere despuntar. Est\u00e1n a punto de construir la planta hidroel\u00e9ctrica que alimentar\u00e1 al pueblo durante todo el d\u00eda y no s\u00f3lo las cuatro horas diarias. El cura desea levantar una escuela de artes y oficios.<\/p>\n

“Viernes 7 de agosto. 22:32. Acabo de regresar de un lugar m\u00e1gico: a la orilla de la pista de aterrizaje hay una casa donde vive un hombre que en enero de 1988 cumplir\u00e1 cien a\u00f1os. Es de admirar la agilidad con que se mueven sus dedos por la cuerda para producir una m\u00fasica serrana y bella en el viol\u00edn. El tiene casi un siglo de vivir as\u00ed. ¡Qu\u00e9 envidia le tuve! Ba\u00f1arse en el arroyo, sentir resbalar el agua de la lluvia por el cuerpo, trabajar la tierra para comer, tener hijos, vivir…<\/p>\n

Ocho horas. Escuch\u00e9 los pasos de una mula. S\u00ed: mula porque casi no hay burros. Una mula que bajaba por el camino y que no pod\u00eda andar libre. Me sent\u00e9 a un lado en espera del jinete que saldr\u00eda de una vuelta. “Buenas tardes”. Se sobresalt\u00f3 y yo me sorprend\u00ed de ver a un jinete montado en un caballo grande y negro. S\u00ed, iba por el camino correcto y me faltaba poco. “No le falta mucho; aquisito, luego de dar la vuelta a la loma, est\u00e1 San Pedro. Yo vengo de ah\u00ed; siga el rastro de mi caballo y en 15 minutos est\u00e1”. \n <\/p>\n

Quince minutos… el mismo tiempo que me hab\u00edan dicho hac\u00eda dos horas. “Quince minutos”. Entonces ca\u00ed en la cuenta: hab\u00eda tratado de seguir como un citadino m\u00e1s, acostumbrado a relojes y horarios, a medir las distancias en kil\u00f3metros o tiempo cronom\u00e9trico. El viejo error de los viajeros de todos los tiempos. ¿Qu\u00e9 har\u00eda yo si fuera habitante de la sierra? ¿Qu\u00e9 har\u00eda si caminaba por una vereda, sin tener noci\u00f3n del tiempo como cron\u00f3metro, si pensaba en mi cosecha y lo que podr\u00eda hacer para recogerla en noviembre, si trajera los problemas familiares en la cabeza en esa senda harto conocida de tanto transitarla? Har\u00eda lo de siempre: pensar para encontrar soluciones. Sabr\u00eda a qui\u00e9nes me iba a encontrar y si, de repente, en una vuelta del camino, me encontraba de frente a un extra\u00f1o con una mochila a la espalda, vestido de pantal\u00f3n corto y completamente empapado ¿acaso no me sentir\u00eda sorprendido?<\/p>\n

Alguien hab\u00eda surgido de la niebla. ¿La onza, quiz\u00e1? Pero no: esa aparici\u00f3n preguntaba por la direcci\u00f3n al pueblo y lo que faltaba para llegar. ¿C\u00f3mo lo explicar\u00eda? Seguramente dir\u00eda que despu\u00e9s del pino donde uno acostumbra desviarse para llegar a la rancher\u00eda de… pero no: no conocer\u00eda esa rancher\u00eda. “¿Ve aquel cerro all\u00e1 a lo alto?” Tampoco: la niebla no dejaba ver nada. No. No ser\u00eda capaz de decir eso porque lo confundir\u00eda. Entonces dir\u00eda con toda seguridad: “Le falta media hora”. Eso le dir\u00eda. <\/p>\n

Con esa convicci\u00f3n, diez horas despu\u00e9s de haber comenzado a caminar desde Cuanas, luego de atravesar su lodosa pista de aterrizaje que al final me hab\u00eda servido como \u00fanica se\u00f1al para llegar al pueblo, llegu\u00e9 a Azafranes, San Pedro de Azafranes. Estaba completamente mojado y la gente me ve\u00eda como si fuera una aparici\u00f3n surgida de la niebla y la semioscuridad de las 19:40 horas que preguntaba por el juez del lugar. Mi presencia solitaria causaba comentarios; yo s\u00f3lo quer\u00eda un lugar seco para dormir.<\/p>\n

\n Las ciudades perdidas<\/b><\/p>\n

Uno de los motivos principales por los que continuaron la exploraci\u00f3n en Am\u00e9rica los espa\u00f1oles despu\u00e9s de conquistados los reinos de Tenochtitlan y del Per\u00fa, fue la b\u00fasqueda de riquezas a\u00fan mayores. Los rumores y las fantas\u00edas abundaban. Topia era una de los lugares se\u00f1alados por los ind\u00edgenas como un sitio excepcionalmente rico. Pero cuando Francisco de Ibarra lleg\u00f3 al lugar con su columna, un mito m\u00e1s ca\u00eda… La legendaria Topia no era m\u00e1s que un pueblo sin las riquezas so\u00f1adas ni ambicionadas.<\/p>\n

El domingo me encontraba en Topia, la hist\u00f3rica Topiam\u00e9 a la que lleg\u00f3 Ibarra y que desde el siglo XVI tiene minas trabajando. Muchos de los desperdicios de anta\u00f1o Â?cinc, platino…Â? son procesados ahora que se cuenta con mejor maquinaria.<\/p>\n

Llegar a Topia signific\u00f3 dos cosas para m\u00ed: el \u00e9xito de un proyecto planeado tiempo atr\u00e1s (inconscientemente sent\u00eda un alivio al pensar que ya no caminar\u00eda m\u00e1s, que mi joroba diaria de 25 kilos quedar\u00eda guardada en un rinc\u00f3n esperando la siguiente ocasi\u00f3n de encontrarme en la sierra) y la segunda era un aspecto m\u00e1s personal: un viaje terminaba y yo tendr\u00eda que regresar a la ciudad a caminar entre camiones, luces y ruidos extra\u00f1os; no podr\u00eda ver la belleza del quiosco de Topia luciendo pedazos de minerales de cada mina en cada una de sus columnas ni tampoco la hermosura del paisaje.\n<\/div>\n

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He preferido utilizar el término legua por varias razones. La primera es que esta medida es más antigua y da la idea de profundidad en tiempo y distancia. Hay otra más real: la gente de la sierra y de las barrancas miden las distancias en tiempo aproximado de recorrido, un tiempo muy personal y subjetivo que nosotros, malamente acostumbrados a la exactitud como si en ello nos fuera la vida, nos hace malas jugadas. Finalmente, pueden escucharse términos de medida como varas y fanegas en vez de metros y kilos; así pues, al hablar de leguas recorridas estoy refiriéndome de una manera sutil al hombre que vive en la sierra. Aunque varía de país en país, la legua en México equivale a 4,190 metros aproximadamente.<\/i><\/div>\n

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